25 de junio del 2003
La experiencia de los medios masivos en Colombia y su postura progubernamental y antidisidente
El papel de los medios de comunicación: traicionar la realidad para legitimar el poder
Rebelión / Expresión del Proyecto Estudiantil Revolucionario
(PER)
Esto lo deberíamos saber los estudiantes: en una sociedad que
afronta conflictos estructurales, pero que pretende avanzar hacia la democracia,
los medios masivos de comunicación juegan un papel esencial. Efectivamente
pueden dinamizar y fortalecer esos procesos democráticos a través
de la consolidación de una verdadera opinión pública o,
por el contrario, pueden quebrar el camino hacia la democracia precisamente
diluyendo en la confusión esa opinión pública. Pero casi
siempre juegan este segundo papel, porque el primero requiere un compromiso
ético de los dueños de los medios y de los periodistas, además
de la capacidad crítica de los miembros de la comunidad para que puedan
exigir de ellos responsabilidad y sancionarlos moral y socialmente cuando no
cumplan con ella, aún desde el consumo, pero esta capacidad crítica
es la que se supone que ayudan a consolidar los medios cuando son éticamente
responsables.
También los estudiantes deberíamos saber que esta situación
es apenas lógica, en la medida en que los medios masivos de comunicación
son todos propiedad de quienes más perderían con la democracia.
Precisamente cumplen la función de legitimar el tipo de sociedad vigente
en donde ellos tienen todos los privilegios, gracias a la exclusión y
la miseria de la gran mayoría, que precisamente por esta exclusión
y miseria no tiene acceso a los medios masivos de comunicación.
Una de las pruebas más fehacientes de esto es la campaña de desprestigio
a la que vienen sometiendo sistemáticamente los medios de comunicación
a la Universidad Pública. Y es precisamente por esto que hoy los estudiantes,
más que cualquier otro sector de la sociedad, deberíamos comprender
al servicio de quién están los medios de comunicación masiva,
al servicio de qué proceso. Pues la Universidad Pública se convierte,
en la voz de los medios que multiplica el eco de sus dueños, en "enemigo
público". Esto en la medida en que de ella emanan voces disidentes, que
impugnan la sociedad que nos toca soportar y proponen una sociedad nueva, en
donde las grandes masas de excluidos recobren su derecho a una vida digna, para
lo cual se hace necesario arrebatar los privilegios a las clases poderosas,
entre ellas la propiedad de los medios masivos de comunicación. En la
medida en que la comunidad universitaria toma conciencia de su deber histórico
en la construcción de un mundo mejor, haciendo caso omiso de los mensajes
de los medios de comunicación que pretenden legitimar el orden vigente,
se convierten en blanco de los ataques de los medios de comunicación.
"Nido de terroristas", lo llaman ellos, haciendo coro de los apelativos que
el gobierno usa para designar a sus "enemigos", es decir, los contradictores
de la sociedad vigente. Y esto lo saben mejor los sectores populares que los
mismos estudiantes. Y también los intelectuales que han tenido la osadía
de mantener su crítica más allá de la universidad. Y somos
todos- estudiantes, intelectuales, sectores populares, usted, yo, nosotros y
ellos- los que tenemos que oponernos a ese discurso legitimador de los medios,
porque no solo legitima la exclusión sino que nos acusa y nos juzga por
ser excluidos.
"Terrorista" llaman los medios a todo aquel que el gobierno llama terrorista,
sin más cuestionamiento, poniéndose así explícitamente
como enemigos de los enemigos del gobierno.
En esa medida los medios se han hecho armas poderosas mediante las cuales la
clase dirigente deslegitima a sus opositores, y, por tanto, legitima todos los
procedimientos posibles para inutilizarlos, someterlos y exterminarlos. Los
atentados del 11 de septiembre de 2001 cayeron como anillo al dedo al proyecto
neofascista en todo el mundo y la ultraderecha colombiana ha sido rápida
en su asimilación. El concepto de terrorista es supremamente amplio,
ambiguo y a veces insustancial, sobre todo en labios del gobierno, que se ha
abrogado el derecho de decidir quién es "terrorista", de acuerdo, claro
está, con sus intereses, que a través de los medios de comunicación
quiere legitimar como los intereses de toda la nación. Así el
río conduce inevitablemente al mar. Todas las expresiones críticas
son asociadas inmediatamente desde los medios de comunicación con la
guerrilla. Y esta no es un interlocutor político sino un grupo de terroristas;
el terrorismo es el enemigo de todos y hay que borrarlo de la faz de la tierra-
también esta faz viene de fascismo -. Más claro no canta un gallo:
la oposición hay que combatirla militarmente hasta exterminarla, no importa
si esta se expresa de forma política o militar, porque siempre conduce
a la misma cosa: al terrorismo.
Con esta lógica se había operado siempre y prueba de ello fue
el exterminio de la U.P. Sin embargo, ahora la ultraderecha legitima el procedimiento
desde los medios de comunicación, amparada en la amenaza "terrorista"
que "pende sobre el mundo" desde las derrumbadas torres gemelas. Y esto sí
lo deberíamos saber bien todos, porque los medios han tenido buena parte
del protagonismo en la antipolítica que en los últimos años
ha conducido al País al estado de polarización terrible en que
se encuentra hoy, incluso mostrando esta polarización como un proceso
irreversible, inevitable y justo. Eso fue lo que sucedió con el proceso
de Paz entre el gobierno de Pastrana y las Farc. Mientras el diálogo
se desenvolvía como una pantomima en la que jugaban los dos negociantes,
los medios hacían su juego aparte mostrando la falta de voluntad política
de las Farc, sus procedimientos "infames" y sus estrategias deshumanizadas de
guerra, y denunciando la falta de pantalones del gobierno de Pastrana para enfrentarlos;
pero, sin prestar, en cambio, ninguna atención a las políticas
del gobierno que dejaban en evidencia también su poca voluntad de paz,
pues también podrían calificarse de "atentados contra la población
civil". Todo ello sigue siendo más evidente hoy. Poca atención
mereció de los medios la aprobación del pasado Plan Nacional de
Desarrollo -con la resurrección de los auxilios parlamentarios- o las
cínicas aprobaciones relámpagos de las reformas pensional y laboral
en el congreso, a pesar de ser tan nefastas para la clase trabajadora y para
las grandes mayorías.
Pero no es sólo que los medios de comunicación se deleiten resaltando
los desmanes de la guerrilla, es que también se los inventan para quitarle
piso a cualquier posibilidad de diálogos.
Todos recordamos el sonado caso del Collar Bomba, porque los medios de comunicación
hicieron rodar la noticia por todo el mundo y la repitieron sin descanso durante
varios días para dejar su imagen impregnada en la mente de los televidentes,
radioescuchas y lectores; pero sobre todo para sembrar el repudio a las Farc
en toda la comunidad nacional e internacional y presionar por una suspensión
definitiva de los diálogos de Paz. Porque no dudaron ni un momento en
señalar a Las Farc como autores del hecho. Pues bien, todavía
hoy no ha logrado esclarecer la fiscalía quién realizó
el atentado y existen serias dudas de que haya sido las Farc; pero los medios
ya las juzgaron y las condenaron. Y casos como estos se repitieron innumerablemente-
y se siguen repitiendo- durante los tres años de "diálogos" y
no hubo un día que por lo menos un medio de comunicación no se
apoyara en hechos ficticios o reales para presionar una suspensión de
los diálogos. Desde allí empezó a surgir Uribe como el
Hitler Salvador. Aquel que enfrentaría a la guerrilla sin concesiones
y con la decisión para resolver los conflictos en el terreno de la guerra.
Pareciera que los medios andan hoy a la caza de oportunidades que les permitan
mostrar que la guerra es el único camino para solucionar los conflictos
históricos de nuestra sociedad.
Un caso fresquísimo: las muertes del gobernador de Antioquia, su asesor
de Paz y ocho soldados más, mientras el ejército intentaba rescatarlos.
Los medios esquivaron hábilmente la discusión sobre la inopinada
decisión del gobierno de rescatar a los secuestrados a sangre y fuego
mientras las Farc intentaba con ellos presionar al gobierno por un intercambio
humanitario. Los medios se concentraron en enfatizar "la Barbarie" de los guerrilleros,
promover la pesadumbre de los ciudadanos y multiplicar el odio por los guerrilleros,
mostrándolos efectivamente como "El enemigo" de la sociedad civil. Todo
ello para reforzar la decisión del Gobierno de un No al intercambio humanitario,
con el que pretendía taponar cobardemente una derrota militar y política
que, sin embargo, lo afectaba menos a él que a los secuestrados. Y todavía
ajenos a la suerte de los miles y miles de secuestrados militares y civiles,
los medios se apresuraron a realizar las encuestas que resarcieran la imagen
del presidente, maltrecha desde luego por su torpeza política y por las
declaraciones de la ONU que cuestionaban su política de derechos humanos.
Inmediatamente Caracol realizó su encuesta virtual preguntándole
a sus televidentes si estaban de acuerdo con el Intercambio Humanitario o con
el rescate militar de los secuestrados. Más del 60% votó por la
segunda alternativa, pudiendo así el canal de televisión dejar
plenamente justificada la actitud energúmena del presidente de continuar
al precio que fuera -precio que obviamente pagan en vidas los secuestrados-
los rescates militares. Sin embargo, lo que interesa resaltar es que la respuesta
era apenas obvia. Los que se molestaron en contestar la encuesta fueron los
televidentes asiduos del canal, inyectados incesantemente por la imagen y los
mensajes de salida militar al conflicto.
También a los pocos días El Espectador Contrató con la
firma Invamer Gallup una encuesta sobre la imagen del presidente. Sólo
el título grandilocuente en primera página con que el periódico
presenta los resultados es pasmoso ya: "El fenómeno Uribe". Según
la encuesta, siete de cada diez colombianos apoyan a Uribe por la forma como
está llevando el gobierno. Desde luego, las respuestas que obtiene esta
encuesta no podrían explicarse sin el poder manipulador de los medios,
que pueden incubar en sus consumidores una imagen del mundo completamente opuesta
al mundo que habitan: el 70 por ciento de los encuestados cree que Uribe es
conciliador, como si no hubiera sido precisamente su discurso de guerra multiplicado
en los medios el que lo hubiera hecho presidente. El 62 por ciento lo asumen
como un mandatario independiente, como si pudiera ser más evidente el
proyecto neofascista que se mueve detrás de él y aglutina a todo
el poder político y económico tradicional. Además, el 82
por ciento de los encuestados afirma que es un Presidente respetuoso de los
derechos humanos, justo cuando han aparecido los informes de la ONU y de amnistía
internacional que demuestran todo lo contrario; desde luego, informes que los
medios solo han tocado tangencialmente, mientras se concentran en los partes
de guerra que muestran el progreso del gobierno en su lucha contra la guerrilla
y el narcotráfico.
Precisamente acaba de aparecer el informe de Amnistía Internacional que
acusa al gobierno con pruebas contundentes de estar multiplicando con sus políticas
de seguridad la violencia en el país. Para opacar credibilidad al informe,
Caracol se apresuró a realizar otras de sus encuestas virtuales preguntándole
a los televidentes si estaban o no de acuerdo con el informe. Esta es la estrategia
fundamental de los medios, como si la realidad cambiara sólo por no estar
de acuerdo con ella; o peor, como si la verdad de los hechos dependiera de la
opinión de las mayorías.
Aunque de todas maneras les resultó contraria. Vista en detalle la encuesta
de El Espectador, las opiniones son bien contradictorias. El mismo periódico
pone como entradilla al artículo lo siguiente: "El Gobierno pasa el
examen con honores en los temas de guerrilla, narcotráfico y relaciones
exteriores; apenas aprueba raspando en el manejo de los paramilitares y se raja
en economía, costo de vida y desempleo, lo mismo que en el manejo político
del referendo". De lo anterior, uno podría deducir que este es un
gobierno desastroso que ha concentrado su política de gobierno en el
asunto de la guerra - porque guerrilla, narcotráfico y relaciones internacionales
para este gobierno son una misma cosa: No hay guerrilla sino narcoguerrilla,
y el gobierno tiene que lograr que la comunidad internacional declare a esta
narcoguerrilla como grupo terrorista y que le dé apoyo militar y financiero
para combatirlo-. Pero esta concentración obsesiva de la política
del gobierno en derrotar militarmente a la guerrilla está conduciendo
al país a un despeñadero, con la indolencia y complicidad de toda
la clase dirigente y sus mass medias.
Efectivamente el presidente Uribe no fue elegido para que recuperara la economía,
acabara con el desempleo y el fenómeno paramilitar -este desapareció
del teatro de los medios desde que asumió la presidencia Uribe, aunque
en el mundo real sus arremetidas contra las organizaciones sociales se han recrudecido
con el auspicio más directo todavía de la fuerza pública-,
o para que con su política social abriera posibilidades para los pobres
y excluidos. Sólo fue elegido para que acabara con la guerrilla. Lo demás
vendría por añadidura. Ahí fue donde se enfatizó
el trabajo de los medios de comunicación: en señalar a los responsables
del descalabro del país. El problema de la sociedad colombiana, tal como
nos lo recrean los medios, no es la exclusión, la miseria, pobreza y
todo tipo de injusticia social. La guerrilla en Colombia dejó de ser
una consecuencia de estas situaciones de exclusión y miseria de las mayorías,
para convertirse precisamente en su causante; todo por obra y magia de los medios
que pueden borrar la memoria colectiva de un pueblo y en su lugar instaurar
un mundo sin pasado, y sin futuro, desde luego.
Así las cosas, el gobierno de Uribe Vélez tiene que considerarse
como exitoso en este primer año. Por eso El Espectador no tiene ningún
empacho en decir: "Álvaro Uribe Vélez se ha convertido en el
fenómeno político de Colombia en los últimos años".
No por los resultados -pues estos siguen siendo inciertos, en la medida en que
los medios de comunicación los ponderan, amplifican, disminuyen o inventan,
en la medida de las necesidades de su proyecto político-, sino por la
persistencia de su discurso. Porque es en el discurso en donde están
ganando la guerra hoy, y por eso los medios de comunicación masiva cuando
no están multiplicando los partes de guerra del gobierno, se reducen
a recrear un mundo de sueños rosa -no más allá de los deportes,
los concursos, las telenovelas y toda la farándula-, en donde ya la realidad
sólo se respira como ficción que a ninguno de los consumidores
afecta, por lejana.
Idealmente los medios tendrían la responsabilidad de develar la realidad
e interpretarla de modo que efectivamente pueda aportar en sus posibilidades
de transformación. Sólo puede transformarse una sociedad cuando
se reconocen sus procesos. Pero los medios de comunicación masiva mientras
sean propiedad de quienes detentan el poder económico y político
cumplirán siempre la función inversa: encubrir la realidad para
que no pueda haber acción transformadora posible. Por eso un paso en
esta labor transformadora es también el desapego a los medios, pues hay
que zafarse de sus artimañas, dado que estos medios de comunicación
no incentivan ni estimulan la conciencia crítica en la comunidad sino
que la distorsionan, la confunden y aniquilan. Estos medios mientras estén
insertos en el mercado capitalista viven del consumo y todos nosotros somos
sus consumidores, por tanto también sus financiadores. Pero también
podemos ser sus avaladores o sancionadores. Los medios se enmudecen cuando los
ojos, los oídos y las conciencias se dirigen hacia otras luces. Por eso
es absolutamente necesario multiplicar los medios alternativos de todo tipo,
que multipliquen la visión de la realidad como un prisma. Ese es un paso
trascendental contra la homogeneización que pretenden las clases hegemónicas
en el mundo de hoy. Pero es una labor que compete sobre todo a los consumidores
de los medios de comunicación, que somos nosotros mismos.
Empecemos por apagar nuestros televisores.