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Latinoamérica

14 de junio del 2003

TLC, la gran estafa

Raúl Blanchet
El Siglo

La firma de un documento que no se conoce en el idioma propio, ya es un hecho raro. Pero cuando se dice que es un tratado que acarreará ilimitados beneficios al país y existen numerosas evidencias de que, por el contrario, el saldo descargará un alto tributo sobre los hombros de la mayoría de sus habitantes, es hora de encender las alarmas.

Con la firma del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Chile, el 6 de junio en Miami, se pondrán en competencia fuerzas absolutamente desiguales y los resultados, de acuerdo a diversos economistas, podrían ser amargos para el país.

La competencia será inevitablemente desigual entre una economía como la estadounidense cuyo producto interno bruto es 151,6 veces mayor que el chileno mientras el ingreso per cápita del país del norte supera los US$35.000, en tanto el chileno, según cifras de 2002, alcanza apenas los US$4.264.

Si la cosecha de éxitos económicos y políticos de los últimos cinco años hubiese sido grande, habría razones fundadas para confiar en las cuentas alegres que venden al país las autoridades mientras exhiben en sus manos la prodigiosa criatura que es el TLC. Pero los hechos muestran otra realidad. El estancamiento de la economía a lo largo de un lustro, sólo experimenta un escuálido repunte en las últimas semanas. Por añadidura, la cesantía no se ha reducido de manera significativa y junto al IPC negativo registrado esta semana, encarna señales más que suficientes para moderar el optimismo.

Trato desequilibrado

Sin embargo, la fiesta no se detiene y la perspectiva de que en Miami se sella el comienzo de un futuro esplendoroso para nuestro país no abandona los rostros ni las páginas del oficialismo, e incluso importantes sectores del empresariado se suman al festejo con sus propias cuentas alegres, sin atender a que el desequilibrio se expresa también en otros ámbitos. La productividad de EE.UU., según lo investigado por Hugo Fazio en fuentes norteamericanas, "exhibe una producción por hora hombre de US$37,47 mientras que en el mismo período un trabajador chileno produce sólo US$12,28: menos de la tercera parte.

La agricultura registra el mayor abismo entre las partes. Un trabajador agrícola de EE.UU. produce al año US$53.191, en tanto uno chileno sólo US$18.726, es decir, aproximadamente la tercera parte. La diferencia en la productividad, señala el economista, no hará otra cosa que desnivelar la competencia por los mercados, más aun cuando el gigante norteamericano mantendrá los subsidios y protecciones a sus productos agropecuarios, el área más protegida.

Según señala Fazio en su Carta Económica del 1 de junio, la desigualdad entre ambos países, impone "la necesidad de establecer medidas compensatorias en favor del más débil. Sin embargo, este criterio básico no estuvo presente en las negociaciones. Al contrario, con el Tratado se profundizarán desequilibrios económicos y se acentuarán las desigualdades con la metrópoli. Cuando entre en vigencia lo acordado, la estructura productiva del país se continuará modificando, favoreciendo a algunos rubros de exportación y acentuando la sustitución de producción nacional por importaciones".

Amenazan los capitales golondrina

El diario Estrategia sostuvo en su editorial del 29 de mayo que la apertura al movimiento de capitales conduciría supuestamente a "una mayor estabilidad en los mercados financieros". Para Fazio, las sucesivas crisis vividas en la última década por varios países en desarrollo demostraron que tal apertura no constituye un factor de equilibrio. "Los países quedan en dependencia de la dirección que adopten los movimientos de capitales, introduciendo paralelamente una alta inestabilidad en las paridades cambiarias. Un ingreso masivo, por encima de las necesidades, conduce a situaciones como las vividas por el país en 1998, lo cual en definitiva fue determinante en la recesión iniciada a mediados de ese año. La salida abundante de recursos conduce a desajustes aun mayores".

Frente a la amenaza que representa la entrada masiva de capitales de corto plazo, que irrumpen en las economías abiertas en busca de inversión especulativa que permita obtener un máximo de ganancias en el menor tiempo, el director general de Relaciones Internacionales de la Cancillería, Osvaldo Rosales, manifestó que "se podrá recurrir a mecanismos de regulación frente a flujos desestabilizadores durante un año sin expresión de causa. El argumento básico - agregó- es que con una política cambiaria flexible, con una política fiscal anticíclica y con una política monetaria abocada al control de la inflación, el contar con este instrumento de regulación permite un manejo adecuado frente a la entrada de capitales de corto plazo".

Fazio considera insostenible la argumentación, ante las consecuencias negativas de los movimientos desestabilizadores de capitales de corto plazo, por tratarse de recursos que ingresan detrás de rentabilidades y las restricciones transitorias sirven sólo para limitar su flujo desestabilizador pero no cambian la tendencia principal. Lo anterior es más difícil todavía cuando en el Banco Central se reforzaron posiciones que defienden esa libertad de movimientos "La 'política cambiaria flexible', señalada por Rosales, conduce a dejar su variabilidad en función de la fuerza con que se muevan los capitales, perdiendo autonomía las autoridades nacionales.

Por su parte, "las políticas monetarias abocadas al control de la inflación fácilmente pierden toda relevancia cuando los capitales se mueven en sentido contrario", reflexiona Hugo Fazio.

Reglas del juego

La determinación del gobierno de no cambiar las reglas del juego respecto a las inversiones privadas en la minería, cuando aumentaron las voces que demandaban el establecimiento de un royalty con el objeto de recuperar en parte la renta de la que se apoderan las empresas que explotan yacimientos nacionales, pertenecientes a la ciudadanía, ilustra el espíritu que inspira las decisiones presentes y futuras frente a las negociaciones con estos empresarios extranjeros, y posiblemente con los nuevos inversores.

El tratado establece la defensa de los privilegios ya concedidos a las inversiones de origen norteamericano. Con anterioridad, habían sido entregadas las mismas ventajas a los capitales canadienses.

La suerte de la pequeña y mediana empresa resultará particularmente comprometida bajo el TLC, asevera el economista, toda vez que sólo un número reducido de ellas cuenta con la capacidad para competir en el mercado externo. La inmensa mayoría vive del mercado interno, en el que deberán enfrentar una competencia mayor y con productos a precios inferiores a los propios. El hecho incrementará la pérdida de plazas de trabajo y el aumento del desempleo estructural. Los desplazamientos de trabajadores y pequeños productores conducirá a que éstos pierdan sus habilidades laborales.

La economía estadounidense, la más poderosa del mundo, conserva y defiende sus principales mecanismos proteccionistas, "como los subsidios a la producción agrícola y un arbitrario mecanismo antidumping, en tanto Chile extrema su ya muy acentuada apertura comercial y financiera", sostiene Fazio.

La desigualdad entre ambos países debió plantear la necesidad de establecer medidas compensatorias en favor del más débil. Sin embargo, este criterio básico no fue considerado en las negociaciones. Por el contrario, el TLC profundizará los desequilibrios económicos y acentuará las desigualdades con la metrópoli. Y cuando entre en vigencia lo acordado, la estructura productiva del país se continuará modificando, en favor de algunos rubros de exportación y acentuará la sustitución de producción nacional por importaciones.

La historia de las principales formulaciones del tratado se remonta a los principios del Consenso de Washington -elaborado a comienzo de los años noventa-, los que se persigue consolidar y proyectar a futuro. Se trata, según el investigador, del ideario fundamental del pensamiento neoliberal, pues concibe la plena apertura comercial y el movimiento de capitales, baja presencia del Estado, privatizaciones, resguardar la inversión extranjera de eventuales modificaciones a las "reglas del juego", defensa de la propiedad intelectual en lo relativo al registro de marcas y patentes con un sentido monopólico, privilegiar en el manejo económico las bajas tasas de inflación y los resultados presupuestarios.

Vanidad, ambiciones y estrategia

Una vez conocida la noticia de la fecha en que sería firmado el TLC, empresarios y gobierno se apresuraron a declarar que el rostro del Chile cambiaría con la vigencia del tratado con EE.UU.

Se aseguró que se elevará la tasa de crecimiento y el empleo, se diversificará la oferta exportadora, se impulsará la innovación tecnológica, se favorecerá la exportación de servicios, se atraerá la inversión extranjera directa y se adecuará la institucionalidad a una economía abierta que acarreará la modernización de la gestión pública y privada.

La Canciller Soledad Alvear no escatimó elogios para los resultados que se avecinan. Aseveró que el acuerdo le da un sello de calidad enorme a Chile, lo que facilita su presentación como plataforma de inversión, y que la diversificación de nuestra canasta exportadora permitirá la salida de productos con mayor valor agregado, la marcha hacia la segunda fase exportadora, coordinando con los empresarios. A lo que agregó la necesidad de realizar mayores esfuerzos de unidad en el país, incluidos los propios empresarios, agrupados por separado en rubros exportadores similares (en el vino, por ejemplo).

Pero como dijo la propia Canciller, no es seguro que el tratado entre en vigencia en 2004, porque dependerá del ritmo que adquiera la tramitación en los congresos de ambos países.

El visto bueno de los Estados Unidos surgió con una dramática demora para Chile, surgida de la posición adoptada por el gobierno y en particular la actuación del embajador Enrique Vega, cuando el 29 de marzo pasado desobedeció una orden de Ricardo Lagos para que rechazara una sesión especial sobre la situación en Irak, en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

Son conocidos los esfuerzos de Ricardo Lagos hacia otros mandatarios para solicitar su apoyo, como demostró la mediación pública del primer ministro español, José María Aznar, ante George Bush.

Pero de por medio, Chile debió hacer más de un gesto que demostrara la disposición a corregir la caída de su comportamiento respecto a EE.UU. durante el inicio de la invasión a Irak. La ocasión se presentó cuando llegó el momento de votar en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU la designación de un relator para Cuba. Entonces, Chile se cuadró, votando por el envío de tal personero a la isla, como quería Estados Unidos.

Personal diplomático y empresarios chilenos impulsaron un incesante lobby, en busca de separar el comportamiento de Chile en la ONU respecto al ataque a Irak, del TLC. Se tocó a las puertas de importantes empresarios estadounidenses. Una coalición de 250 empresas top de EE.UU. encabezada por William Lane - Director para los asuntos de Gobierno, de Caterpillar- se había constituido en febrero para apoyar el TLC con nuestro país, según declaró Ricardo Lagos Weber a La Tercera. "Ellos verdaderamente creen en el libre mercado, la democracia y la igualdad de oportunidades para competir. Para Lane no es tan relevante vender cuatro grúas o cuatro horquillas más. Ellos quieren premiar que somos ordenados, abiertos y que no tenemos corrupción", aseveró el primogénito del Presidente.

Una cosa siempre estuvo clara: existía el pronóstico coincidente de polo a polo en el mundo político, de que los EE.UU. no dejarían de firmar el TLC con nuestro país. ¿Por qué? Definitivamente, porque constituye la punta de lanza para la instalación del ALCA en la región y los intentos por desmembrar los esfuerzos de integración entre los países del subcontinente.