La Jornada
Con la firma del tratado de "libre comercio" (TLC, sic) con Estados Unidos (Miami, 6 de junio de 2003), Chile convalidó, finalmente, el modelo a seguir en América del Sur y el papel divisionista que las oligarquías del país andino jugaron en la subregión desde la expulsión de Bernardo O'Higgins del poder (1823).
El chovinismo, entreguismo y localismo cerril de la oligarquía chilena reconoce una larga historia de infamias. No siempre fue así. Inclusive en la primera misiva que la Junta Independentista de Chile dirigió al gobierno de Buenos Aires se planteó la necesidad de establecer un Plan o Congreso para la "defensa general" (1810).
El criollo Juan Egaña (1769-1836), por ejemplo, recomendó la formación de "el Gran Estado de la América Meridional de los Reinos de Buenos Aires, Chile y Perú" que llevaría de nombre Dieta Soberana de Sud América.
Sin embargo, la falta de fervor revolucionario de los terratenientes chilenos frustró la iniciativa de la Primera Junta, presidida por Mateo del Toro, personaje gris y octogenario que hacíase llamar, significativamente, Conde de la Conquista. Pero cuando Inglaterra manifestó su apoyo a la independencia, los terratenientes se hicieron patriotas ardientes, sin abandonar su condición de campeones de la inmovilidad social.
Indiferentes a la suerte terrible de la nación mapuche, los chilenos se jactaban entonces de haber conformado una sociedad distinta a la venezolana. "En Chile - decían los prohombres de aquella sociedad de hacendados, agricultores y mineros profundamente conservadores- no hay negros ni guerra de colores." Entonces será José Miguel Carrera, un hijo de la mejor sociedad santiaguina, quien se pondrá al frente de la revolución, durante el periodo conocido con el nombre de Patria Vieja (1811-14).
En el transcurso de la guerra revolucionaria, Carrera, y más tarde O'Higgins, descubrieron que la disputa en torno de los regímenes políticos debía incluir, inevitablemente, la disputa en torno a la estructura económica y social. De lo contrario...¿cómo podía crearse una patria común sin la interrelación económica de un mercado nacional común?
Carrera fue asesinado (1821) y a O'Higgins, tras conferirle el título de Padre de la Patria, lo expulsaron al exilio y a la miseria en Perú, después de haber puesto su espada al servicio de San Martín en Chacabuco (1817) y Maipú (1818), batallas que sellaron la independencia de Chile.
Descontento por la renuncia de Chile a apoyar la guerra de emancipación americana, Bolívar se expresó con desdén de los enemigos de O'Higgins: "Los chilenos prometen mucho y no hacen nada... Hasta ahora, Chile no ha hecho más que engañarnos sin servirnos con un clavo; su conducta es digna de Guinea". Y más adelante, como si tuviese una bola de cristal, profetizó: "Se quiere imitar a Estados Unidos sin considerar la diferencia de elementos, de hombres y de cosas... No-sotros no podemos vivir sino de la unión". (¿Quién dijo que la causa bolivariana es un anacronismo de la historia?)
Desplegados, como hoy, en distintos partidos, pero unidos en la continuidad de un orden estable y racista, liberales o católicos, pelucones o pipiolos, ultramontanos o masones (en 2003, pinochetistas o socialistas), los integrantes de la clase dominante chilena nunca dejaron de aborrecer todo cambio y, en particular, atrevimientos históricos como los de los presidentes José Manuel Balmaceda (suicidado, 1891) y Salvador Allende (asesinado, 1973).
En 1839, los conservadores Diego Portales y Manuel Bulnes acabaron con los últimos espasmos de bolivarismo: la confederación peruano-boliviana del mariscal Andrés Santa Cruz. En la guerra del Pacífico (1879-1883) el expansionismo belicista al servicio de la corona británica se anexó 180 mil kilómetros cuadrados de Perú y Bolivia (privando a este último de su litoral marítimo) y en 1982, durante la guerra de Malvinas, Chile puso su ejército y su flota al servicio de Inglaterra.
En otro proyecto alusivo al problema del mercado común, las palabras de Juan Egaña en 1825 siguen vigentes: "...es forzoso repeler la fuerza por la fuerza, es forzoso que la denominada Santa Alianza de los príncipes agresores se oponga a la sagrada confederación de los pueblos ofendidos".
Empero los abogados "independentistas" (la "izquierda pragmática" de entonces) estaban dispuestos, como los de hoy, a barrer con todo lo antiguo del orden colonial, menos con las relaciones de propiedad. O se destruía de raíz la propiedad latifundista o la superestructura jurídica que pretendía elevar la causa de la nación americana serviría para solaz de los juristas de la época. Quién sabe cómo le llamarían entonces a la palabra "gobernabilidad".
De la mano de Felipe González (tutor ideológico de la "izquierda pragmática" chilena), el gobierno de Ricardo Lagos acaba de prestar al imperialismo yanqui un favor cuyo objetivo final es nítido: convertir al país andino en plataforma de agresión del Pentágono contra las naciones del Mercosur y buscar el "consenso" de la OEA para que la "triple frontera" (Argentina, Brasil, Paraguay) sea vista como "nido de terroristas islámicos"