La región está convulsionada. En Brasil se han comenzado a vivir las primeras etapas del gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva, un presidente que llegó al poder luego de décadas de lucha democrática, enancado en un masivo apoyo popular que apuntaló una concepción contraria a las propuestas fondomonetaristas. En consonancia con ello, desde el pique de su gestión, está tratando de mejorar la condición social de la gente.
En la Argentina, luego de haber vivido el país vecino una de las mayores crisis de su historia, el espectacular pleito electoral parece dirimirse en un balotaje en que los alineamientos se concretan en base a un elemento que tiene vinculación con uno de los temas más caros al sentir argentino y representativo del modelo que desde el menemismo se intentó imponer: hablamos de la corrupción.
La línea que divide las aguas entre Néstor Kirchner y Carlos Menem, en la superficie podría estar expresada por distintas concepciones programáticas, que surgen de los modelos de país y sociedad propuestos. Joaquín Morales Sola, en su columna en el diario La Nación, afirma que la disputa planteada tiene vinculación con opuestos modelos ideológicos que se proponen a la ciudadanía. A Menem lo vincula con los del pope del neoliberalismo, Milton Friedman, y afirma que el desarrollismo popular propuesto por el gobernador de Santa Cruz está vinculado a un neo kenneysianismo populista.
Morales Solá con su tono siempre doctoral parecería haber realizando una construcción intelectual tendiente a explicar un fenómeno que tiene, obviamente, motivaciones diversas. Sin embargo en alguna cosa no se equivoca este prestigioso analista: es verdad que luego del Consenso de Washington los países del "patrio trasero" se vieron presionados, en lo político y económico, para ingresar en el camino de las privatizaciones, traspasando las fuentes de riqueza y los principales mecanismos de su transformación al capital extranacional. Menem fue un "campeón" de esos lineamientos, logrando no solo la enajenación de las empresas de propiedad estatal, sino también la extranjerización masiva de empresas privadas de capital argentino, especialmente las de más importante porte.
Ese proceso fue fulminante y completo. Argentina, con la decisión de Carlos Menem y la planificación extranjerizante de Domingo Felipe Cavallo, modificó el signo de la propiedad en la estructura productiva de Argentina. Paralelamente a ello, tal como es una de las características del modelo y quizás la modalidad resultante de los paradigmas que impone, se comenzó, a lo largo y ancho de la sociedad, a desperdigar la corrupción, que se expresó de distintas maneras. En las alturas del poder, con el robo descarado, el contrabando, los privilegios, la utilización de los "fondos reservados", la aparición de "maffias" de cuello blanco, el enriquecimiento vertiginoso y desmedido, la violación impune de las disposiciones arancelarias, tributarias, la coima, etc.. Todo un proceso de degradación de una parte de la clase dirigente del país hermano que tuvo, en el sistema financiero uruguayo, una funcionalidad decisiva. El menemismo y su modalidad privatizadora necesitaron de la funcionalidad de la banca uruguaya, un lugar "seguro" para hacer que desaparecieran los rastros de dineros, muchas veces más habidos, protegidos por un sistema de "secreto bancario" que se convirtió en el principal atractivo para esos delincuentes de guante blanco.
Quedamos con leche
A pocas semanas del balotaje que consagrará al nuevo presidente de Argentina, parecería evidente que todo ese proceso anterior es el que está determinando el alineamiento en torno a Kirchner. Los argentinos fueron marcados a fuego por la descomunal corrupción, a tal nivel, que la mayoría de quienes han manifestado su apoyo al candidato de Duhalde han dividido allí las aguas, deshechando el modelo impulsado por Menem. Ese sentimiento, como expresión superestructural, aparece como una clara y abierta repulsa a los actos de corrupción.
Las encuestas parecen confirmarlo, apareciendo ahora un Menem, apadrinado por quienes medraron en el marco de su régimen, tratando de jugar un nuevo papel, buscando convencer a los votantes de la vigencia de algunas "coordenadas" nuevas, vinculadas a algo que no le interesó hacer nunca antes. Trata de "limpiar" su entorno de los iconos más visibles de esa situación anterior.
Por ello, es también significativo que dentro de los alineamientos automáticos del presidente Jorge Batlle, aparezcan esas predicciones del resultado electoral favorables a Menem. Es que el ex presidente argentino hizo lo que él quisiera estar haciendo en el Uruguay: privatizando todo, vendiendo las empresas públicas, dejando de lado al país como nación, para convertirlo en un ejemplo de mendicante genuflexión ante el "amo" imperial. Batlle además juega su papel que tiene asignado, el de operador político del gobierno norteamericano en la región. Pero además, ¿no tienen una continuidad clara esas expresiones de deseo de Batlle con su política de "salvataje" del sistema financiero? Política que le costó más de 6 mil millones de dólares al país que, pese a su costo, ni fue efectiva ni determinó que ese mecanismo de succión de riqueza "honrara" a quienes les habían confiado sus ahorros.
La política de "salvataje" del sistema financiero tuvo, obviamente, ese reflejo ideológico. Destinar todo el dinero posible para apuntalar a un grupo de banqueros a quienes se les había terminado el "negocio" en un sistema financiero que había sido funcional a la corrupción argentina, sin advertir explícitamente que del otro lado del Río de la Plata se había tocado fondo y comenzaban a aparecer los síntomas de un cambio en profundidad como el que se está expresando y que parece en camino de consolidarse.
Es que él mismo expresa el interés nacional, no solo de los trabajadores argentinos, sino de empresarios que quieren rehacer su plantas para transformar lo que se produce en uno de los países más naturalmente ricos del mundo. Ello ha entrado claramente en contradicción con los pujos del capital golondrina especialmente norteamericano.
La Argentina, para desarrollarse, para haber entendido que es necesario impulsar una política de reactivación económica que, sin olvidar las exportaciones, atienda fundamentalmente al mercado interno, mejorando la condición económica de la gente. Ello está bien explicitado en el discurso de Kirchner.
Seamos claros,: Kirchner no es Fidel Castro y menos aún Chávez. Sin embargo, su discurso que no es clasista tiene sus puntos del contacto con el Lula y ninguno, claro está, con el de Batlle. Es su antítesis.
Tampoco expresa los alineamientos policlasistas del peronismo clásico. No plantea cambiar la sociedad en profundidad pero sí realizar una política con sentido nacional destinada a abatir esa descomunal pobreza que afecta al 57 por ciento de los argentinos.
Tras el gobernador de la provincia de Santa Cruz se alinea el aparato del justicialismo bonaerense, comandado por el presidente Eduardo Duhalde. Eso quiere decir poco si se analiza la historia de la Argentina a mediano plazo. Pero algo más si se tiene en cuenta el rumbo económico, relativamente independiente a los dictados del FMI, que está imprimiendo el ministro Lavagna que, con cabeza propia, sabe negociar sin temerle a palabras como default, imponiendo condiciones y estableciendo ritmos, que parecen ser la expresión de la reaparición de un incipiente capitalismo nacional al que se apuntala.
El modelo pragmático de este ministro está fortalecido por el claro apuntalamiento dado por el presidente Duhalde y, en esta última etapa, por las definiciones de Kirchner que además anunció que lo mantendría en el cargo, claro, si finalmente se confirma lo que dicen las encuestas, que Kirchner, el contravención a los pronósticos de Batlle y a los deseos del FMI, se convierte en el nuevo presidente argentino