Las FARC observaron con detenimiento las charlas públicas de Stiglitz y su comparsa durante su visita a Bogotá, invitados por la dirigencia colombiana necesitada de renovar el discurso económico y político por su crisis terminal.
Es por eso que la audiencia de la conferencia "Hacia una economía sostenible, conflicto y posconflicto en Colombia", era el más completo aquelarre de opresores y ladrones del pueblo colombiano, tanto funcionarios de los últimos 9 gobiernos, como patrones del gran capital. Además había algún que otro intelectual o sindicalista despistado por el libro del Nobel, que se sirve de la crítica a los "excesos coloniales del FMI", para hacer una nueva apología del capitalismo ya que, maquillándolo, aspira a poder enredar al movimiento de resistencia contra la globalización neoliberal.
La teoría económica burguesa e imperialista, mete y saca al Estado según sea el momento del ciclo económico en que se encuentre. Así, en la década de la globalización "feliz o dulce" que siguió a la caída de la Unión Soviética, solo se hablaba de la "mano invisible" de Adam Smith asegurando que el mercado por si solo garantizaba el crecimiento eterno del capital. Y que con el capitalismo, así en esa etapa de euforia y tranquilidad por la "liquidación del enemigo comunista", el Estado en términos teóricos era relegado a la condición de estorbo, para poder feriar los bienes públicos, buscando nuevas áreas de inversión para el capital financiero global.
Así mismo la "dulzura" general se combinaba con algunos correctivos como el asesinato de esos otros "estorbos": los sindicalistas y militantes de izquierda en todo el planeta, en un intento de hacer invisibles los problemas sociales generados por el "perfecto" mercado.
Por la historia de esa década y la actual sabemos que en la práctica sucede todo lo contrario: sin la creciente función de soporte ejercida por el Estado, el capitalismo no amanecería mañana. Así que la "tercera vía", la suma de mercados más Estado –que hoy pregona Stiglitz, y antes impulso Keynes– no es tal alternativa, sino la esencia misma del capitalismo, porque solo a través del control de las herramientas represivas e ideológicas y las llamadas políticas económicas del gobierno, puede el capital imponer un sistema propio.
Y solo se pudieron feriar las empresas públicas de servicios, o liquidar la estabilidad laboral de los trabajadores, gracias a que son los dueños del capital imperial y cipayo quienes detentan el Estado colombiano.
Se puede encontrar como aceptable parte del diagnóstico del Nobel: cosas obvias como la correlación de desempleo y violencia, o el rechazo al uso imperial de barreras no arancelarias. En general todo lo dicho por Stiglitz en su libro "El malestar en la globalización", en entrevistas o en la conferencia de Bogotá, ayuda no por ser algo novedoso –ha repetido el diagnóstico de muchos foros anti-globalización y de muchos economistas de izquierda, antes de que él empezara a hablar– sino porque ahora lo afirma un Premio Nobel, un ex–vicepresidente del Banco Mundial, un ex–asesor del emperador Clinton, alguien que viene de la misma élite del Consenso de Washington que critica, es decir, que su "disidencia" muestra algo de contradicción en el "Estado Mayor" del capital, ante el fracaso del neoliberalismo.
A pesar del valor de sus denuncias no existen coincidencias posibles en las recetas que propone. Stiglitz pretende que el orden de los factores sí altere el producto, es decir, que priorizando la generación de empleo y el crecimiento sobre el control de la inflación –impuesta por el Consenso de Washington y el FMI a los gobiernos colombianos– se logre salir de la crisis.
El problema es que da vueltas para caer en lo mismo: su solución sigue siendo el "crecimiento" entendido como acumulación de capital. Es decir, que todo este malabarismo para seguir fiel al supuesto "fin de la historia", la falacia hegeliana reeditada por Fukuyama según la cual la humanidad habría alcanzado su máximo estadio de desarrollo con el capitalismo, que solo avanzaría para perfeccionarse cada vez más hasta el final de los tiempos, trata de justificar que el desarrollo capitalista no tiene alternativa.
Omitiendo, claro está, que el desarrollo tiene su otra cara en el subdesarrollo y que la riqueza relativa con que han sobornado a los trabajadores hasta volverlos clase media en los centros del capitalismo solo se explica por la miseria y exclusión del restante 90% de la población mundial.
La etapa "dulce" de la globalización se quebró y amargó rápido. Paralelo a la reacción de los excluidos, de la periferia del planeta, se da la caída de la riqueza relativa de los trabajadores de los países centrales y se llega al límite de supervivencia de los recursos naturales, la tierra y la humanidad, todo esto a pesar del eufemismo "sostenible" con el que el capital ahora bautiza su accionar, para maquillar y seguir lucrándose de la destrucción del planeta y de la miseria de sus habitantes.
Ante la resistencia planetaria se impone la "militarización global" como única herramienta para sostener desde los Estados imperialistas y básicamente desde EEUU el dominio esta vez no "dulce" sino "fuerte" del moribundo sistema del capital. Pero como el imperialismo, de la mano de la perestroika, burocracia y/o mafia siente que acabó con la "amenaza comunista", se necesita un nuevo enemigo global para poder militarizar el planeta. El enemigo además debe ser difuso para justificar una militarización que pretende ser eterna, así la lucha contra el "terrorismo internacional" garantiza una "guerra global permanente".
La actitud del régimen colombiano con la conferencia fue bastante elocuente: Uribe convertido a la doctrina Stiglitz en un desayuno –no de trabajo sino de cepillo– mil veces citado por sus acólitos; un ex funcionario del FMI como el ministro Junguito dando su "comercial" adhesión al Nobel, fuera de programa y a favor del gobierno; así como todo el resto del equipo económico, donde solo faltaban el comisionista de las transnacionales Hommes (porque sería un travesti demasiado obvio), y el recién canonizado Londoño, que de no haber sido por la cordillera central hubiera "convencido" al auditorio que la reforma tributaria al eliminar las exenciones al trabajo y mantener las del capital, al eliminar las horas extras, al reducir las mesadas de jubilación y prolongar la edad y la congelación del gasto público, son lo más puro de la doctrina Stiglitz.
Si consideramos este claro alineamiento de un gobierno tan cipayo como el colombiano, podemos suponer, o que estarían informados desde Washington de que en la etapa de la "guerra global permanente" las teorías de Stiglitz se oficializaran como zanahoria; o simplemente, en su arrodillado pragmatismo Uribe le prende una vela al dios y otra al diablo gringos, deja abierta la puerta y por si acaso también el paraguas, no sea que en casa de su patrocinador la marea cambie.
Merece mención especial la comparsa de la conferencia, el señor Paul Colier, director del grupo de investigación para el desarrollo del Banco Mundial y profesor de economía de Oxford, que se presentó como un experto en las "violencias organizadas del mundo" (eufemismo para calificar a los movimientos armados de resistencia y liberación), recomendando "patrones globales" para que los colombianos se formen un juicio. Pero cuando vemos que en su exposición aparece en estado "puro", el "Plan Colombia" y la "Seguridad Democrática", vemos que la "recomendación" ya fue impuesta.
En cuanto a los patrones que generan las "violencias organizadas", Colier, afirma que es falso que tengan causas políticas, económicas o sociales. Según el, es falsa la causa política porque al tratarse de un ejército y un negocio, dedica la totalidad de su energía a recaudar sus propias finanzas sin que le quede tiempo para la política. Además la otra prueba sería que existe "menos violencia organizada en las dictaduras que en las democracias".
Para el agente no existen causas socioeconómicas, porque "durante y después del conflicto se deterioran lo social y lo económico", y porque "el conflicto es una catástrofe humanitaria" por sus implicaciones de desplazamiento y aumento de la mortalidad infantil. Para concluir con su "prueba reina" las causas no existen porque "los violentos no tienen agenda posconflicto".
Para personajes como Colier imbuidos en su verdad absoluta del "fin de la historia", en el precepto que no existe alternativa al capitalismo, abogar por algo distinto simplemente serían "declaraciones para idiotas útiles", así de un tajo descalifica sin nombrarlas las posiciones políticas y las propuestas económicas, sociales y ambientales del movimiento insurgente.
Las FARC se inscriben dentro del grupo de organizaciones que en Colombia y el mundo abogan por la continuidad de la historia más allá del sistema del capital, que luchan por trascender un modelo que hoy rige la humanidad explotando, excluyendo y humillando a la casi totalidad de la población global y llevando al derrumbe ambiental del planeta, porque en su afán de lucro nunca renuncia a la explotación ni a la destrucción.
Es por eso que diferimos en el concepto de política, porque para Colier, política es el manejo del conjunto de "idiotas útiles" que siguen sus "recomendaciones" o "acuerdos", que le permitirían al imperialismo continuar liquidando a la humanidad y al planeta hasta el fin de los tiempos, y para nosotros es todo lo contrario: su sustitución por una historia sin capital para salvar la humanidad y el planeta.
El principal acuerdo de los diálogos sostenidos con el gobierno Pastrana fue la Agenda de Negociación firmada en La Machaca en 1999. En este guión se incluían puntos políticos, militares, económicos, sociales, agrarios y ambientales, para fundar un nuevo país en paz. Aunque reiteramos nuestra lucha por la continuidad de la historia sin capital, en los años que duraron los diálogos estábamos dispuestos a negociar compartir el poder, como una forma de parar el desangre del pueblo colombiano.
Sin embargo, es sintomático que la versión original en español del "Plan Colombia", que solo recogía los alcances hasta donde pretendía ceder el gobierno en la negociación de la Agenda (en vez de acuerdos con las FARC), fue rechazada en Washington y reemplazada por la versión impuesta y redactada en inglés que solo ha conseguido la escalada de la guerra. Es claro que fueron el imperialismo y la arrodillada dirigencia colombiana quienes optaron nuevamente por la salida de guerra y represión, para sacarle el cuerpo a la negociación de las causas políticas, económicas o sociales del conflicto.
Colier se pregunta que si no existen causas ¿por qué un ejercito no estatal sí es viable aquí? De esta forma le inventa otro origen a los movimientos insurgentes, según él, todo parte de un Estado débil con bajos ingresos y de las características geográficas del territorio.
Ha vuelto a ponerse de moda en los centros de poder imperial el prejuicio colonialista de los Estados "frágiles" o "inviables", que en la práctica lo son por el peso de la deuda externa y porque la burguesía de los países oprimidos juega un rol dependiente del imperialismo. Esto quiere decir que si el imperio quisiera solucionar el problema, podría condonar la deuda y liberar de sus grilletes de perro faldero a la clase dirigente nacional. Sin embargo, el Estado solo dejará de ser frágil cuando se libere de la dependencia, y esto solo se dará al alcanzar el poder el pueblo y su ejército popular.
En cuanto al argumento de la geografía, fue desarrollado en la conferencia por el discípulo de Colier y hoy director de Planeación, Montenegro, para quien "Colombia no ha conquistado el territorio". Este fue el argumento para manipular la reforma agraria desde los años 60, que en vez de distribuir la concentrada propiedad rural dentro de la frontera agrícola optó por repartir baldíos, con las consecuencias ambientales conocidas. Así que la "alta fragmentación geográfica" y la "baja concentración poblacional" es la manera como ocultan un factor fundamental de la violencia: el único "crecimiento" exitoso en Colombia es la permanencia de la acumulación originaria de capital desde la época en que los españoles desplazaban indígenas hacía los páramos hasta hoy, cuando los paramilitares asesinan y desplazan colonos hacia las ciudades o la selva.
El punto nodal de la estrategia de Colier, ya lo conocíamos por sus muñecos de ventrílocuo locales, "cortarle la yugular a los violentos". Y si en África eran los diamantes y en Asía los giros en dólares de emigrantes, nos repite que en Colombia son la Droga y la Extorsión, agregando unas cifras absolutamente salidas de la realidad: 500 billones de dólares provenientes de los consumidores gringos la primera, y 200 billones del "escándalo silencioso" de las empresas europeas la segunda.
Anunciando que estos serán puntos de discusión en la próxima cumbre de los 8, con la droga la doble moral llega al clímax. El crecimiento de los llamados ilícitos va de la mano de la caída de los productos de economía campesina por la eliminación de aranceles y el aumento de los subsidios de la agricultura en EEUU y Europa. Además son conocidos los cálculos comparativos entre el precio en el campo y el que pagan los viciosos de New York. Está claro entonces que al imperio le interesa difundir la supuesta raíz externa del problema para así dejar limpios a los mafiosos mayoristas gringos y a sus consumidores.
En marzo del año 2000 las FARC enviaron una carta abierta a todos los miembros del Congreso de los EEUU, exhortando a que consideraran la legalización del consumo. Nunca se recibió respuesta. En la medida de que el negocio es ilegal se incrementan los precios y de esto se lucran principalmente la delincuencia internacional organizada, las empresas productoras de ínsumos de transformación Al mismo tiempo es un negocio que lucra a la banca mundial por permitir el lavado de las materias primas, la hoja de coca o el látex de amapola, de cocaína y heroína de miles de millones de dólares. En síntesis, el negocio del narcotráfico es un negocio del capitalismo actual.
Las FARC no se benefician del negocio del narcotráfico. Las FARC tienen como política cobrar un impuesto a las actividades económicas que en Colombia desarrollan banqueros, industriales, grandes ganaderos y agricultores y grandes comerciantes. En la medida en la que el narcotráfico es una actividad comercial se cobra un impuesto a los compradores que llegan a adquirir las materias primas a los campesinos pobres. Es claro que es el imperialismo quien no quiere solucionar el problema, porque al mantener la fumigación que solo logra migrar los cultivos niega la única solución real que es la legalización de las drogas.
Las dos "recomendaciones" de Colier para cortar la llamada yugular ya están puestas en práctica por Uribe: el aumento del gasto militar y la diplomacia. Así, este aprendiz de halcón concluye "felicitando" en público al gobierno por aplicar uno de sus "patrones globales", el impuesto al patrimonio, aunque se haya reservado para el desayuno la critica por la falta de resultados.
Colombia conoce el viejo argumento de los militares que decía que la falta de recursos y las limitaciones civiles era lo que les impedía ganar la guerra. Cuando tienen un impuesto al patrimonio de mas de 2 billones de pesos, una completa autonomía para hacer razias con los paramilitares en zonas insurgentes así como la exigencia permanente del presidente y la ministra y sus únicos resultados siguen siendo el asesinato indiscriminado de campesinos no combatientes y la captura de militantes de izquierda en las ciudades, es evidente que lo que ha fracasado es el diagnostico.
En cuanto a la diplomacia esta se concentra en las provocaciones a los gobiernos vecinos y en especial al hermano pueblo venezolano, acción que no ejerce la cancillería, sino la ministra de defensa Ramírez y un paramilitar del grupo del primo de Uribe –hoy jefe de la Federación de Municipios– quienes reiteradamente intentan esconder la incapacidad del ejército colombiano con la mentira de la presencia insurgente en Venezuela. Si con las declaraciones de Colier comprobamos que esta diplomacia provocadora es una recomendación del imperio, queda claro que ante el fracaso del golpe contra el comandante Chávez, Washington usa otra vez a sus títeres colombianos para generar una guerra desde la vecindad.
Una última recomendación de Colier fue para la política económica posconflicto que, según él, debe basarse en la inclusión social de los "violentos" y para esto es imprescindible bajar el gasto militar, para no asustar a los reinsertados y así impedir su regreso a la guerra. Otra vez el imperialismo es evidente en sus intenciones: detrás de la baja del gasto militar de un futuro Estado en paz no está la calma de los ex–combatientes sino la continuidad de la fragilidad del Estado. ¿Acaso no era éste uno de los orígenes del conflicto? Así que el imperio intenta meterle un gol extra a la burguesía colombiana: a cambio de solucionarle el lío, volverla más dependiente.
La manera de manipular cifras y argumentos de Colier ponen en duda su condición de académico, vale reseñar su obvia manipulación de la historia, al calificar una bomba en Sri Lanka de 1999 que produjo 1.600 muertos como el mayor atentado terrorista de la historia, ocultando los 250 mil asesinados en Hiroshima y Nagasaki por el terrorismo de estado yanqui, o la mas reciente retaliación de Afganistán, o la pasada "guerra preventiva" en Irak.
Colier es la prueba de que el imperialismo no solo tiene agentes operativos en su invasión a Colombia, también tiene agentes "académicos", así mientras unos son capturados cuando dirigen operaciones militares con oficiales y suboficiales en las montañas del Caquetá, los otros dirigen operaciones ideológicas con ministros y empresarios en desayunos, auditorios o frijoladas de Bogotá. Pero aunque unos anden de camuflado y los otros de saco y corbata, todos son agentes de la "guerra global permanente", y hoy son invasores en nuestra patria.
El hecho de que este agente haya sido llevado por Stiglitz al Banco Mundial, y luego traído como comparsa a Bogotá indicaría que el Nobel es cada vez menos diablo y más zanahoria.