Un mes duró parranda de militares que se robaron dinero de la guerrilla
Mayo 21 de 2003 EL TIEMPO
Dos horas tardaron en cavar y repartirse los fajos de billetes, los 147 soldados, suboficiales y oficiales de las compañías B y D del batallón 50 de la brigada móvil número 6, en las afuera de Miraflores (Caquetá).
Eso fue el 18 de abril pasado. Un Viernes Santo que muchos de los uniformados vivieron en medio del jolgorio al ver cómo de la tierra, exactamente de seis caletas, salían bolsas plásticas y canecas repletas de pesos y dólares.
El dinero, que fue abandonado en medio de la selva por el secretariado de las Farc tras el rompimiento de los diálogos con el Gobierno, reposaba bajo tierra en zanjas cubiertas con madera. Noventa hombres de la compañía D realizaban patrullajes cuando se toparon con lo que inicialmente pensaron eran fosas con cadáveres.
Asombrados acudieron a reportar el descubrimiento al oficial a cargo y después de lograr un consenso decidieron iniciar la tarea sigilosa de sacar la totalidad de los billetes. "Primero, llenaron los bolsillos del camuflado, con los fajos de billetes de 20 y 50 mil pesos ocultos en una primera caneca plástica de 55 galones", relató a EL TIEMPO un soldado de la brigada móvil 6 que conoció de cerca el millonario hallazgo.
Con los uniformes repletos de dinero y ansiosos por encontrar más, los soldados continuaron la excavación y fueron encontrando canecas, una seguida de otra, pero con dólares. "Era tanta la plata que muchos vaciaron el equipo de campaña para rellenarlo con dinero. Tiraron muchas cosas al río y, como no había dónde guardar más plata, decidieron meterle candela", recuerda el uniformado.
El alboroto era general en el lugar, hasta cuando llegaron los soldados de la compañía B, a quienes decidieron silenciar compartiendo el dinero. "El botín se repartió entre unos 180 soldados", asegura la fuente.
Entre vallenatos y rancheras los dos pelotones siguieron con las labores de patrullaje y en cada caserío o pueblo por donde pasaban, pedían a los campesinos que les prepararan sancocho de gallina y carne asada. La dicha les duró hasta el 28 de abril cuando llegó un poligrama a la Tercera División del Ejército con la orden de que los cuatro batallones que conformaban la brigada móvil 6, entre ellos el número 50, debían avanzar hacia Popayán para reforzar el entrenamiento.
El trayecto entre la antigua zona de distensión y Popayán les demoró tres días. Cruzaron las montañas que separan a los departamentos de Caquetá, Putumayo y Cauca. El primero de mayo llegaron al batallón José Hilario López de la capital caucana.
Allí, lo primero que hicieron los soldados fue guardar celosamente sus morrales en los cambuches, que previamente el Ejército les instaló a cinco metros de los alojamientos del batallón. A la hora de la comida, los soldados empezaron a hablar de comprar ropa de marca, conocer Estados Unidos y llevarse a vivir a sus familias con todas las comodidades. Alguno propuso armar una gran rumba para no olvidar.
Al siguiente día, ni siquiera esperaron a que fueran las 8:00 de la mañana y en grupos de 15 y 20 soldados, solicitaron permiso para ir a comprar útiles de aseo. Inmediatamente después de traspasar la guarnición militar, se subieron a varios taxis con rumbo al centro de Popayán en donde compraron ropa, joyas, cadenas, pulseras, relojes, anillos y gafas marca Police, cuentan algunos propietarios del lugar.
Para rematar, decidieron almorzar todos en el restaurante El Rancho, el más exclusivo de la ciudad, en donde pidieron platos que ni siquiera sabían pronunciar. Lo único que les importaba era gastar dinero y pasarla chévere.
Decididos a que los atendieran como reyes, un grupo de al menos 80 uniformados se trasladó a Punto 30, una reconocida casa de citas de Popayán.
Allí, hicieron cerrar el lugar sólo para ellos y disfrutar de una velada con bellas jóvenes y unos buenos whiskys. Pagaron entre 5 y 6 millones de pesos por acostarse con cada una de ellas, según relatan algunas trabajadoras sexuales del establecimiento.
Las jornadas de parranda en la capital caucana se hicieron casi a diario a comienzos de este mes, hasta cuando 42 militares decidieron pedir la baja sin mayor explicación. Otros 15 que estaban de permiso no regresaron y 9 más abandonaron el servicio sin dejar rastro.
Así, entre permisos y salidas dominicales, que se dieron hasta hace tres días, transcurrió un mes para los ahora millonarios soldados. Uno de ellos, inclusive, llegó hace una semana al batallón, a pedir la baja, en una camioneta Ford Explorer, último modelo, cuyo valor comercial supera los 90 millones de pesos.
Los 'pillaron'
Detalles como el costoso vehículo, que fue decomisado por el Ejército, y la avalancha de renuncias despertaron las sospechas del comandante de la brigada móvil 6, quien a su vez informó de lo sucedido a su superior de la Tercera División.
De inmediato el comando del Ejército envió a Popayán una comisión de investigadores de la sección de inteligencia de la Tercera División y de Bogotá para iniciar la investigación. La fiesta había terminado.
Cuando el comandante de la III División del Ejército con sede en Cali, general Francisco René Pedraza aterrizó en una avioneta del Ejército en el aeropuerto de Popayán dijo: "Las revelaciones que me hacían me obligaron a agilizar el viaje a Popayán. No era correcto que soldados profesionales, que uno sabe qué sueldo tienen, resulten mandando televisores de 24 pulgadas y andando en camionetas todo terreno".
Efectivamente, las excentricidades de los 'nuevos ricos' los llevaron incluso a comprar lotes completos de zapatillas Nike y Adidas. Chaquetas en cuero, jeans, más de 35 walkman de 270 mil pesos cada uno, televisores, DVD, VHS y hasta un 'nevecón no Frost', que enviaron por encomienda a sus diferentes hogares.
Pero la prueba reina para dar con el multimillonario robo fue un billete de 50 dólares. El domingo 4 de mayo, uno de los soldados de la compañía D llegó hasta un almacén a comprar una camiseta que intentó pagar en dólares.
El grupo de contrainteligencia que les seguía la pista lo detuvo. A partir de este momento empezó la confesión del soldado quien admitió que había recibido una cantidad no determinada para que se quedara callado.
POPAYÁN