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Latinoamérica

7 de diciembre del 2003

"Si lo dice la TV, debe ser verdad"


Andrés Oppenheimer y la apología mediática del Capitalismo y el Crimen político en Latinoamérica

Erick Fajardo Pozo

El Ex embajador norteamericano en Bolivia, el editor de la revista Newsweek, un sociólogo cubanoamericano y el depuesto presidente de Bolivia fue la opinión "técnica" y "autorizada" que empleó Andrés Oppenheimer para descalificar a Bolivia en una hora de etnocentrismo, xenofobia y apología capitalista.

Carlos Alberto Montaner, Joe Contreras, Manuel Rocha y Gonzalo Sánchez de Lozada. Durante una hora los prelados de la doxa y la media del mundo capitalista concentraron el fuego de la retórica neoliberal sobre el fenómeno social de octubre en Bolivia y envenenaron a la teleaudiencia continental con una sesgada racionalidad escolástica, que forzaron cuanto fue necesario para justificar su tesis de que un supuesto "fundamentalismo" indígena, con epicentro en el trópico boliviano, estaría "contaminando" Latinoamérica.

¿Discurso de legitimación de una eventual intervención militar norteamericana en Bolivia? ¿Intento de reivindicar al destituido adalid neoliberal Sánchez de Lozada? ¿Elegización de las "virtudes" del alicaído modelo de libre mercado frente a la "anarquía" endógena e indígena? Aún no atinamos a saber qué exactamente pretendió Andrés Oppenheimer con el coloquio sobre "Fundamentalismo Indígena" que sostuvieron él y una selecta escuadra de la doxa y la media Pro Economía de Libre Mercado, en su programa del pasado domingo 1 de diciembre.

Lo único cierto es que si el objetivo era persuadir a la clase media y los públicos urbanos del continente de que la lucha de octubre entre fuerzas del gobierno y ciudadanos de Bolivia fue otra batalla bíblica entre el bien y el mal, entonces al primer mundo se le están terminando las ideas, los argumentos de persuasión y los agentes de credibilidad. Openhheimer y sus amigos del "círculo político-mediático de control de insurgencias", apenas alcanzaron a ponerse en evidencia y poner en evidencia los otrora imperceptibles resortes de la persuasión mediática.

Sin el arte y el oficio de otras ocasiones, el compromiso emocional de Oppenheimer con el tema y su fobia a la conformación de un bloque político y económico sudamericano que le devuelva el aire a su odiada Cuba, traslucieron con la misma claridad que la ahora evidente urgencia de los prelados del capitalismo neoliberal de revertir la ola de simpatías ganadas por la insurgencia anti imperialista de octubre en Bolivia. Para tal fin, los capitalistas y el gobierno norteamericano sacrificaron la de por sí devaluada credibilidad del xenófobo Montaner, el intolerante Rocha y el delirante Sánchez de Lozada. Pero además sacrificaron la credibilidad pública de uno de sus mejores agentes mediáticos de reserva, en un cuestionamiento perceptiblemente intencionado y poco efectivo del movimiento social Boliviano. Vamos a demostrar por qué.

¿Quién es realmente Oppenheimer?

Columnista del Miami Herald y de El Nuevo Herald, co ganador del premio Pulitzer en 1987, premio Ortega y Gasset en 1993 y premio Rey de España en 2001. Anticastrista declarado, portavoz oficial del movimiento disidente cubano y apologista principal del capitalismo y la doctrina neoliberal, el argentino Andrés Oppenheimer se ha hecho famoso merced a que su prístina prosa y su visión absolutamente funcional al capitalismo y al "american way of life" le han permitido un duradero romance con la industria cultural norteamericana, de que son resultado su artificiosamente encumbrada columna de prensa y sus cinco Bestsellers en los Estados Unidos.

Empero su nombre se ha hecho verdaderamente "célebre" sólo desde su desplazamiento del Miami Herald, al programa de la TV americana que lleva su nombre. El programa es producido por Newlink Corporation, es difundido por WDLP Network y es emitido en horario estelar para toda América hispana.

Del Informe Oppenheimer a Oppenheimer Presenta.

La parafernalia de distinciones que precede a "Oppenheimer presenta" –así se llama su programa de TV– hizo suponer que debíamos esperar del "laureado" columnista algo más de lo que terminó mostrando. Sin embargo su programa, reciente y oportunamente difundido en todos los países de la "fundamentalista América india", se ha convertido en la punta de lanza de la contraofensiva mediática diseñada por el Departamento de Estado norteamericano, subvencionada por el capital transnacional y puesta en ejecución por uno de los consorcios mediáticos Pro capitalistas más importantes de Miami, en el afán de recuperar el control de una opinión pública latinoamericana, cada vez más proclive al rechazo del modelo neoliberal y crecientemente solidaria con las demandas de los millones de indígenas continuamente subvertos que en ella habitan.

Por lo regular Oppenheimer suele cuidar mínimamente que su programa disfrace la intencionalidad apologética del capitalismo, la globalización y el libre mercado, permitiendo que detractores del modelo se presenten y viertan opiniones que equilibren la balanza de los criterios a ser manifestados luego por "sus" invitados de turno, que necesariamente guardarán identidad política y económica con Oppenheimer, los productores y los patrocinadores de su programa.

Así, el programa suele desarrollarse en torno a un debate de posiciones en el que no interviene el conductor, sino para aplicar la vieja estrategia de la "sentencia estadística" como veredicto final. Sin importar de qué tema se tratase, fuera Chávez, su odiado Castro o Lula, hasta ahora Oppenheimer sólo se había manifestado para el análisis cuantitativo sustentado en el fetiche de la cifra. Una cifra proporcionada a la vez por una encuesta sesgada realizada por alguna subsidiaria del monstruo mediático que los cubanos pro- americanos han edificado en Miami.

Descontextualizada, relativizada y arbitrariamente interpretada por el comentarista, la estadística no sirve para propósitos de ciencia, pero es efectiva como recurso psicológico de incidencia en la audiencia. El manejo que hace Oppenheimer de los recursos histriónicos y técnicos, se corresponde magníficamente con la retórica simplista y evocadora de lugares comunes con la que se hizo notable en el Herald, escribiendo para una comunidad cubanoamericana anticastrista, proimperialista y siempre dispuesta a celebrar a quienes dicen lo que ellos gustan escuchar.

No obstante, frente a la audiencia televisiva continental de las cadenas cubanoamericanas, –presumida por principio como poco instruida– el programa ha dejado de corresponderse con el concepto del panel político y se corresponde más con el de "talk show" estilo "Cristina" o "Geraldo". Para un público latino en Miami, habituado de forma conductista a la orientación final del conductor, el comentario de Oppenheimer siempre dirime la discusión de las partes en debate y sus "estadísticas" suelen tener un efecto sentencioso y lapidario para sus antagonistas ideológicos, políticos o culturales y para el movimiento político o cultural que se haya propuesto destruir el presentador.

Aún así, hasta el pasado fin de semana, su manejo metódico de los instrumentos convencionales de "validación" estadística del dato de prensa le salvaban de caer en la evidencia. Eurocentrista a ultranza, cabe perfectamente en la caracterización bourdieuana del intelectual mediático, y por eso hasta ahora su "camuflaje" discursivo había sido casi impecable. No obstante, el pasado domingo la displicencia con que celebra su propia "amplitud" de criterio y la condescendiente actitud de pretendida tolerancia que le son habituales, no fueron suficiente para ocultar su xenófoba intolerancia, cuando su programa trató el tema de la subversión popular acaecida en octubre pasado en Bolivia.

Los sesgos y las fobias de Oppenheimer

Fue imposible que un Oppenheimer a quien su praxis periodística define positivista y funcionalista y que se ha autodeclarado abiertamente pro capitalista pudiera resistir la sensación de urgencia que ha empezado a latir en los corazones etnofóbicos de los "intelectuales" mediáticos del primer mundo después de la caída de Sánchez de Lozada y el resurgimiento de una lógica política, económica y social andina.

La fobia al indio es una herencia colonial que la casta blanca latinoamericana contemporánea ha heredado y ostentado con orgullo no exento de esa soberbia sensación de superioridad sobre "lo primitivo" y "lo salvaje" de quienes se sienten descendientes consanguíneos del viejo mundo. Pero este sentimiento hereditario, este capital cultural de las elites, se ha exacerbado en la medida en que la insurgencia indígena de los últimos años ha ido salpicando el mapa de Sudamérica; cosa que al Imperio le preocupa lo suficiente como para haber invertido a uno de sus mejores líderes de opinión en el esfuerzo de recuperar para la utopía desarrollista del primer mundo a una desencantada clase media latinoamericana.

El sesgo fue la impronta de un Oppenheimer urgido por desvirtuar y desmitificar lo ya legendario en una hora de TV: La revuelta de octubre en Bolivia. Oppenheimer dejó evidenciar sus sesgos desde la composición del panel, hasta el prolijo análisis estadístico, que tuvo que reforzar, a fuerza de su propia inseguridad, con un comentario cualitativo breve, pero lo suficientemente prolongado como para dejar que se desbordara su fobia a que el descontento indígena tuviera eco en otros países.

El Dato Falseado.

Es una mentira insidiosa que los indígenas sean sólo el 10% de la población en Latinoamérica, pero es una mentira mucho peor que se pretenda que la revuelta de octubre fue obra de un movimiento íntegramente indígena. En esto la semántica del poder que administra Oppenheimer es también deliberada; él pretende que hubo "golpe de estado" a un gobierno constitucional, cuando fue Sánchez de Lozada que convocó a sesión parlamentaria para presentar renuncia ante la presión popular.

Oppenheimer pretende que fue un movimiento cocalero, vinculado con guerrillas indígenas y con financiamiento de Venezuela y Libia, el que "derrocó" a Sánchez de Lozada. En los hechos quienes "depusieron" a Goni Sánchez fue la huelga de la clase media dirigida por la Defensora del pueblo Ana María Romero, aunque la resistencia a la intervención militar la sostuvieron la Central Obrera Boliviana, las Juntas Vecinales de la ciudad de El Alto, planicie altiplánica a 3 mil km. del tropical Chapare, sede de los cocaleros.

Oppenheimer también pretende que existieron comandos y grupos de asalto terroristas, como los que operan en Colombia y vinculó el Premio a la Paz que le entregó Libia a Evo Morales, así como sus viajes a Venezuela y Cuba, como una línea de financiamiento económico al terrorismo y contra la democracia. Quisiéramos que Oppenheimer nos exponga, con tanto afán como expuso sus fobias, algunas escenas de la TV nacional o internacional que muestren campesinos, o civiles disparando contra el ejército, quizá una filmación de insurrectos tomando el Palacio Quemado en La Paz, o un parlamento que sesionó intervenido por indígenas como sucedió en Ecuador.

También nos bastaría con una lista superior a 5 soldados muertos, que nos ayude a presumir, con la misma ligereza de Oppenheimer, que hubo armas de guerra, terrorismo, golpe de estado o dinero libanés detrás de Octubre Rojo.

Las intenciones del capitalismo, la media y Oppenheimer

¿Qué pretendieron la doxa y la media con Oppenheimer presenta? En nuestro criterio la intención de Oppenheimer es darle contexto mediático a una estrategia política transnacional, cuyo diseño semántico apunta a restringir el alcance, la trascendencia y la importancia del movimiento ciudadano de octubre, aislándolo del plano mundial de las manifestaciones de creciente rechazo al modelo político, económico y social impuesto por el imperialismo norteamericano, adjudicándoselo a un grupo social, cláramente sectorizado, moralmente cuestionable y políticamente nocivo: los cocaleros, terroristas y aliados del narcotráfico del Chapare.

Para esto se establece como presupuesto una serie de estereotipos lógicos: Cuando Oppenheimer relaciona deliberadamente "Bolivia y Cuba", Bolivia y Venezuela", "Cocaleros y terrorismo", "cocaleros y narcotráfico", "octubre y cocaleros", "octubre y narcoterrorismo" ha iniciado consciente y deliberadamente el despliegue de una estrategia de procesos lógicos secuenciales, dirigidos a un público hispano de clase media y de educación escolástica occidental, con la intención de conseguir dos diferentes efectos:

a) La descalificación de "lo boliviano" como indígena y fundamentalista, es decir como amenaza excluyente y radical a lo urbano y lo mestizo, o sea descalificándonos en el plano moral como enemigos de nuestra propia ciudadanía y de la ciudadanía de los otros países. El objetivo de este nivel de discurso es activar la dialéctica entre lo urbano y lo rural, entre lo indio y lo citadino dentro de Bolivia. Mientras, en un segundo nivel, se pretende propiciar una dialéctica entre una Bolivia tipificada como indígena y sus países vecinos, impelidos a reconocerse en "lo urbano" frente a la descalificación de "lo indio" como radicalismo fundamentalista.

Por eso Oppenheimer emplea las oposiciones binarias evolucionistas de "lo primitivo", al referirse a lo indianista o lo disidente, frente a "lo moderno" aludiendo a lo urbano, el capitalismo, el libre mercado y lo global.

La descalificación de "lo boliviano" indígena, primitivo y subdesarrollado tiene la intención de activar un tercer modular lógico en la racionalidad occidental de las clases medias latinoamericanas: La dialéctica histórica entre la barbarie y la civilización. La evocación constante de la racionalidad cartesiana, la lógica escolástica y la identidad cultural occidental tiene la intención de una descalificación histórica de "lo indio" desde una visión occidental darwiniana que busca despertar en una desprevenida clase media la retrógrada concepción evolucionista de sociedades más y menos desarrolladas, en virtud de su proximidad o distancia de "lo occidental". Prejuicio absurdo e intencionado de la antropología temprana, que la ciencia abolió con los delirios de superioridad de algún otro absolutismo imperialista que también pretendió exacerbar el darwinismo en 1935.

b) La estigmatización de la insurgencia de octubre como "revuelta", "golpe" o "acto terrorista" unívocamente "cocalero", financiado por el "narcotráfico" y con fines "terroristas" antidemocráticos, apunta a socavar la legitimidad de la propuesta política de los movimientos sociales con vistas a las elecciones nacionales y municipales del próximo año en Bolivia. Este discurso mediático debe tipificar, dentro la estructura de descalificación política de manual de los Estados Unidos, como "anormal", "insana" o "clínica" –como que de hecho hizo ya Montaner– cualquier propuesta política que desafíe la pretendidamente irrebatible solvencia del modelo capitalista.

En un segundo término, la estigmatización de la insurgencia ciudadana proporciona una salida alternativa al modelo de Libre Mercado frente a una posible resistencia del movimiento social y sus figuras a la campaña de desprestigio y frente a una eventual derrota de sus nuevos agentes en las próximas elecciones generales. Si la imagen interna de los líderes indígenas permanece incólume, el desprestigio y la descalificación del movimiento social debería desgastar por lo menos su imagen internacional lo suficiente como para establecer, ante los países vecinos a Bolivia, las bases morales para una eventual intervención militar en territorio boliviano.

Detrás de Oppenheimer.

La razón de fondo de culpar a unos cocaleros marginalmente involucrados, cuando no totalmente ausentes del conflicto, como autores intelectuales y materiales del mismo, radica en que una intervención militar no se justifica en el contexto del descontento ciudadano, sino en el de la "redentora" cruzada norteamericana en eterna y desinteresada defensa de la democracia y en contra del flagelo de las drogas y el terrorismo.

Lo que el Departamento de Estado Norteamericano y Oppenheimer han olvidado, es que después de Irak y Afganistán, los dogmas mediáticos también han generado anticuerpos. Ya nadie cree en Bolivia o Sudamérica – sino es la elite en su necesidad apremiante de garantías a sus privilegios y a la propiedad privada – que la TV americana sea capaz de una información imparcial y la independencia de la prensa norteamericana respecto al ejecutivo es tan escasa como su independencia económica de los diversificados intereses financieros y políticos de los propietarios de las tres o cuatro cadenas de habla hispana que monopolizan y controlan la opinión pública en los Estados Unidos y que ahora se ciernen sobre Latinoamérica.

Pero debemos ser claros, lo que impele a este desplazamiento mediático no es un interés en el mercado televisivo continental sino un interés político en revertir la cada vez más adversa opinión pública latinoamericana, sobre la política exterior, el modelo económico y el avasallamiento cultural que caracterizan a la administración Bush.

A diferencia de hace una década, la intelectualidad contestataria tiene acceso a los mismos niveles de información que los agentes del libre mercado. Es hora entonces de poner en la agenda de la reflexión latinoamericana el caso Oppenheimer y dedicarnos con el mismo celo con que él defiende al capital, a descubrir el entramado de sus relaciones e intereses comunes con quienes quieren apoderarse de Latinoamérica y eliminar lo alterno.