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Latinoamérica


Jorge Silveira perdió el anonimato
El torturador desmimetizado

Samuel Blixen

Brecha / Rodelu


La impunidad es así: Usted comenta el penal con el que está a su lado, ese hombre que grita en la Olímpica, y termina tomando copas con él, sin saber que ese mismo tipo disfrutaba el deporte de torturar durante días a una prisionera esposada, esperando que en las convulsiones el cuerpo haga "crac" (
1).


Usted está contento porque ese nuevo amigo de su hijo, que parece próspero y emprendedor, le ofrece la oportunidad de remontar el negocio familiar, pero no sabe que ese mismo sujeto dosificaba la picana para prolongar la vida del prisionero, a la espera de que cuajara el "negocio" de liberarlo a cambio de 2 millones de dólares.(
2)
Usted se siente en parte divertida y en parte halagada por la picardía insinuante del tipo, y empujada por el sol del domingo, las risas de los amigos que comparten el asado, el efecto envolvente del vino, se deja seducir por el juego del flirteo ignorando que ese simpático cincuentón disfrutaba con la perversidad de violar prisioneras y prisioneros inermes. (
3)
Quienes defienden aún hoy la ley de caducidad no podrán rebatir o atenuar el argumento: los torturadores, los asesinos, los violadores beneficiarios de la caducidad no sólo eluden el castigo, sino que preservan el anonimato, ocultan la cara, de modo que la gente ni siquiera tiene la posibilidad de saber; una ignorancia lejana de las manidas justificaciones sobre la necesidad de olvidar. El torturador no despide olor, no lleva un brazalete como los judíos en la Alemania nazi, no tiene la cabeza rapada como los prisioneros políticos en el Uruguay de la dictadura; está totalmente mimetizado y explota la ventaja impúdica y cobarde de su secreto.
Por eso resulta tan importante el informe brindado por Gabriel Mazzarovich, Marcelo Falca y Sandro Pereyra en la edición del lunes 27 de La República, que descubre, después de 20 años de anonimato, el rostro del coronel Jorge Silveira, "Pajarito", "Siete Sierras", "Chimichurri", "Óscar 7", apelativos con los que se compartimentaba. Uno de los argumentos más trillados, cuando los militares comenzaron a incursionar en el terrorismo de Estado, era la cobardía de los sediciosos, "que no dan la cara". Jorge Silveira, torturador, ladrón de bebés, asesino y violador, todo en "reiteración real" como dice el Código Penal, hace 18 años que trata de ocultar la suya, ya que no ha podido ocultar su nombre, como uno de los más sádicos componentes de la banda de criminales que junto a José Gavazzo y Manuel Cordero integraba la Trinidad de los cóndores en Argentina.
Sus cualidades ya fueron comentadas por Ivonne Trías (véase BRECHA, 17-IV-98), cuando fue asignado al Estado Mayor del Comandante del Ejército, y sus esmeros como torturador están prolijamente recapitulados en el informe de Mazzarovich en La República. No obstante su peculiar foja de servicios, Silveira fue, de los tres mencionados, el oficial que mayor amparo recibió del poder político. Sus promociones revelan que la caducidad es apenas una coartada; una cosa es suspender el castigo penal en aras de una supuesta "pacificación" y otra muy distinta es elegir, entre todos los posibles candidatos, a aquel que concentra la mayor cantidad de denuncias sobre los más aberrantes crímenes, para designarlo como ayudante del general Fernán Amado, entonces comandante del Ejército.
Cada vez se les hace más difícil a ciertos políticos esconder esa particular predilección por los militares más activos en el terrorismo de Estado. Los gobernantes civiles hasta ahora han elegido a esos torturadores como sus colaboradores y habrá que ver si ello obedece a una especie de chantaje por historias aún desconocidas, o si se trata de tener a tiro a la "mano de obra desocupada".
Aunque Amado, se decía, era un hombre de Jorge Batlle, el decreto fue firmado por el entonces presidente Julio María Sanguinetti. Amado confiaba en las habilidades de negociador de Silveira: había sido, en el período en que el general era responsable del servicio de compras del Ejército, el vínculo con el empresario Igor Svetogorsky, intermediario en la compraventa de armas para las Fuerzas Armadas. Su calidad de "enlace" para la formalización de negocios estrechó sus vínculos dentro del Partido Colorado, donde contaba con dos puntales de apoyo, el hoy senador Pablo Millor y el hoy diputado Daniel García Pintos (con quienes suele compartir asados, en compañía del también dirigente colorado y hasta hace poco presidente del Banco de Seguros Alberto Iglesias). Los vínculos se mantuvieron cuando los vaivenes políticos colocaron a algunos de los referentes del coronel Silveira en el Foro Batllista. Su don de ubicuidad se manifestó en los lazos que mantuvo con el ex legislador de la Cruzada 94 Armando da Silva Tavares, con quien se asoció para negocios de importación y exportación.
Aunque era frecuente ver al coronel Silveira ingresar en el escritorio de Da Silva en la calle Rincón, los fotógrafos de La República recién pudieron "inmortalizar" al "Pajarito" tras una paciente espera en los alrededores del Círculo Militar, una tarde en que Uruguay jugaba un partido internacional y la cantina del Círculo estaba abarrotada de militares y de civiles, entre ellos Svetogorsky. Silveira abandonaba el Círculo cuando percibió la presencia del fotógrafo. Primero intentó ocultarse, después amenazó al fotógrafo y finalmente volvió a ingresar en el edificio. Entró como una tromba en la cantina, tiró su saco azul sobre una mesa y gritó: "La puta que los parió, me estaban esperando y me sacaron fotos". "Chimichurri" no podía saber que, entre los muchos testigos, había oídos atentos que contarían después el episodio a los cronistas de La República y que los detalles abonarían la primicia de la foto.
Silveira ya no es más un criminal sin rostro, pero sigue siendo un criminal con padrinos poderosos. Su foja de servicios detalla cómo congenia el servicio a la patria con el beneficio personal. El presidente Batlle (quien por estos días debe decidir si la desaparición de María Claudia García de Gelman, nuera del poeta argentino Juan Gelman, está o no comprendida en la ley de caducidad) debería prestar atención al hecho de que Silveira, como Gavazzo y Cordero, tuvo un particular empeño en chantajear a militantes del Partido por la Victoria del Pueblo para obtener dinero. En fechas tan tempranas como abril de 1975, ofrecía a algunos prisioneros atenuar los cargos de manera de reducir la pena a cambio de "la plata que están haciendo en Argentina". Más tarde, fue uno de los que en Buenos Aires, en Automotores Orletti, condujo las negociaciones para obtener 2 millones de dólares a cambio de la libertad de los dirigentes del PVP Gerardo Gatti y León Duarte, ambos desaparecidos.
Esos antecedentes confirman la acusación de que Silveira participó en el secuestro y asesinato de María Claudia a los solos efectos de robarle a su hija. La denuncia penal formulada por Gelman sostiene, con un cúmulo impresionante de evidencias, que la desaparición y asesinato de su nuera fue un "crimen privado" sin connotaciones políticas, aun cuando fue cometido por oficiales metidos hasta el cuello en el terrorismo de Estado.
Los indicios y testimonios aportados señalan que los entonces capitanes Jorge Silveira y Ricardo Medina fueron quienes trasladaron a la hija de María Claudia (nacida en cautiverio en el Hospital Militar) hasta la casa de un alto funcionario policial, quien registró a la niña como su hija natural. Medina y Silveira conocían estrechamente a ese funcionario policial, pachequista como ellos. Con el tiempo Silveira, Medina y el policía acompañaron las fluctuaciones políticas de Pablo Millor; Medina, quien llegó a ser secretario del dirigente colorado en el Senado, cayó en desgracia después de su procesamiento por falsificación de dinero. Pero Silveira y el falso padre mantuvieron el vínculo político, al punto de que, al mismo tiempo que Silveira era promovido por decreto presidencial al Estado Mayor del Comandante del Ejército, el alto funcionario policial era nombrado por Sanguinetti, en su segunda presidencia, como jefe de policía de un departamento, cargo que ocupó hasta su fallecimiento.
Será difícil para Jorge Batlle argumentar que el coronel Silveira cumplía órdenes superiores en un acto de servicio cuando robó (
4) el bebé de María Claudia, de la misma forma que será difícil sostener que Medina cumplía órdenes cuando mató (5) a María Claudia. Pero, quién sabe: el poder de los padrinos del "Pajarito" es muy grande.




1. Testimonios de dos ex colaboradores del FUSNA publicados en Posdata, "Secretos de la dictadura II", 26-IV-96, sobre las técnicas de interrogatorio del oficial del ocoa Jorge Silveira.
2. Testimonio de Washington Pérez ante la comisión investigadora parlamentaria sobre situación de personas desaparecidas, 8-VII-85.
3. Denuncias del senador Germán Araújo en el Parlamento, 1986.
4. Según surge de los testimonios y pruebas presentados por Gelman ante la justicia uruguaya.
5. La identificación del asesino proviene del propio presidente Batlle, según confesó al senador Rafael Michelini.