4 de noviembre del 2003
Conferencia Especial de Seguridad Hemisférica de la OEA
Un soldado para cada hijo te dio
Sebastián López
Rebelión
La Conferencia Especial de Seguridad Hemisférica de la OEA, ha llegado a su fin. Declaraciones fueron y vinieron e, incluso, pudimos ser testigos de algo que en los medios fue tratado como un desencuentro entre la cancillería mexicana y los operadores políticos estadounidenses en materia de seguridad hemisférica. Tendremos que dar tiempo al tiempo y estar vigilantes a lo que a partir de aquí suceda; aunque, según lo recogido en los medios, la posición mexicana no se desvió de su discurso multidimensional de lo que por seguridad dice entender, faltará verificar en los hechos lo dicho en Tlatelolco la semana pasada.
Para nadie es desconocido que una cosa fueron las expresiones públicas y otras, muy distintas, las posiciones de delegaciones como la colombiana que prácticamente exigían enfocar la discusión hacia el ámbito de lo militar, y la acomedida actitud estadounidense de reforzar el apoyo económico y bélico tejido en torno al contrainsurgente Plan Colombia.
Todavía falta saber qué cosas se están negociando en lo que a la seguridad de la región toca, sobre todo mientras las reuniones en torno a la firma de los acuerdos del Área de Libre Comercio de las Américas continúan, claramente supeditadas a los dictados políticos, económicos, sociales, culturales y militares de los Estados Unidos. No está de más recordar que la realización de la Conferencia Especial de la OEA celebrada en México responde a una resolución del propio organismo de Naciones Unidas con el objetivo de facilitar, coadyuvar, dicen ahora, las tareas acordadas en las llamadas Cumbres de las Américas por los gobiernos supuestamente democráticos de la región; entre ellas la firma del ALCA.
A raíz de la Primer Cumbre, el Pentágono convocó a los gobiernos que se encuentran al sur del río Bravo a una reunión hemisférica en la que coincidieron por primera vez en la historia los ministros y funcionarios de Defensa de 34 países americanos.
Seis fueron los puntos generales anunciados por los anfitriones: 1) La democracia como fundamento de la seguridad; 2) El papel de las Fuerzas Armadas en la defensa de la soberanía; 3) La importancia del control civil sobre los militares; 4) La transparencia; 5)La necesidad de resolver disputas pendientes entre países americanos; y 6) La necesidad de una cooperación más amplia en el rubro de Defensa. De todos, este último punto fue el que más polémica generó, pero al final, delegaciones como las de Brasil, Colombia o México fueron dejando de lado sus reticencias, y dos años después ya se había realizado un proyecto de entrenamiento continental en tierras brasileñas, en Medellín se sentaban las bases para lo que sería el Plan Colombia y las FFAA mexicanas tenían como asesor, en pleno territorio nacional, a un instructor de la tristemente célebre Escuela de las Américas.
Desde entonces, el verdadero Big Brother fue consolidando su control bélico por sobre las economías nacionales del resto de sus "colegas" en el continente, mediante una decidida presencia casi omnímoda.
Tan sólo de 1995 a la fecha, Estados Unidos mandó construir nuevas bases militares suyas en Manta, Ecuador; Tres Esquinas y Leticia, Colombia; Reina Beatriz, Aruba, y Hato, Puerto Rico. Ordenó reforzar otras ya existentes, como las de Vieques, en Puerto Rico; Guantánamo, en Cuba, y Soto de Cano, en Honduras. Ha intentado el control de aquellas que aún están bajo mando de ejércitos nacionales, como la de Alcántara, en Brasil. Y planea instalar bases nuevas en El Salvador y Argentina.
De igual forma ha incrementado sus esfuerzos en materia de entrenamiento y formación de militares latinoamericanos, donde el caso nuestro está entre los ejemplos más claros. A raíz de la Cumbre de Ministros de Defensa de las Américas de 1995, las relaciones entre los ejércitos estadounidense y mexicano comenzaron a acortarse de manera significativa.
Lo primero fue el intercambio de visitas entre el secretario de Defensa zedillista, el general Enrique Cervantes Aguirre, y su homólogo estadounidense, William J. Perry, en el Pentágono y en el Campo Militar No. 1, respectivamente. De allí, el International Military Education and Training para México, que entonces no rebasaba los 500 mil dólares, alcanzó el millón de billetes verdes y para el siguiente año fiscal ya llegaba a los 3 millones. A ellos se sumaron los 83 millones de dólares que durante 1997 la administración Clinton destinó a México en materia de ayuda militar; los 27 millones 466 mil, de 1998 y los 24 millones 799 mil, de 1999.
Así las cosas, la economía de guerra mexicana, que de 10 mil 352 millones de pesos presupuestados alcanzó los 28 mil 372.5 millones de pesos de gasto directo sólo para las secretarías de Marina y Defensa Nacional (tres veces más que el monto designado para la UNAM en el mismo año), provocó que el número de militares de nuestro país con entrenamiento en el extranjero aumentara a por lo menos 4 mil 173 oficiales, haciendo cuentas desde 1978 a la fecha; pero de estos, a decir del propio Pentágono, 3 mil lo hicieron en bases y cuarteles estadounidenses sólo desde 1996; siendo una de las instalaciones preferidas del gobierno electo por quienes "votaron por la paz" para el adiestramiento de sus "muchachitos" las de Fort Benning, sede de la tristemente célebre Escuela de las Américas.