INSOLENCIA Y DEBILIDAD
La Jornada
Aunque lo zafio y lo grosero de su estilo parecieran indicar otra cosa, el gobernador texano Richard Perry es un político, y no ignora, en consecuencia, el peso de las palabras y la forma de mandar mensajes en actos e incidentes de protocolo aparentemente simples. Es claro, por ello, que las patanerías de quien ayer fungiera como anfitrión del presidente Vicente Fox tenían el propósito de comunicar la hostilidad del Ejecutivo de Texas al pueblo de México y a su mandatario.
Lo más repugnante en la actitud del gobernador republicano fue, sin duda, su profesión de fe en favor de la pena de muerte y su ofensiva sugerencia de que los mexicanos viajan a Texas "a matar policías y niños". Regodeándose en la violación del derecho humano fundamental e insultando gratuitamente a nuestros connacionales, Perry respondió con una bofetada verbal a las demandas del gobierno de México de revisar los casos de sus ciudadanos condenados a muerte por tribunales texanos que, con una frecuencia espeluznante, actúan movidos por criterios racistas y clasistas, por actitudes xenófobas y por un total desinterés hacia la suerte de los acusados.
Ese episodio declarativo no fue el único agravio sufrido por la delegación mexicana en su visita a Texas. Antes de eso, Perry se solazó con la presencia de un puñado de racistas que acudieron a expresar sus fobias antimexicanas y que no tuvieron problemas para acercarse al mandatario mexicano a pesar del férreo dispositivo de seguridad que sirvió, en cambio, para agredir y repeler a los reporteros de nuestro país que acompañaban al Presidente.
En el mundo, por desgracia, hay mucha gente como Richard Perry y no hay nada que hacer ante el hecho triste de que esa clase de individuos alcanzan, con una frecuencia descorazonadora, importantes posiciones de poder, como la gubernatura de Texas. Es inadmisible, en cambio, que sujetos de esa calaña, desde cargos oficiales, insulten a México por conducto de sus más altos representantes.
Es obligado decir, en esta lógica, que, ante la insolencia de Perry, Fox no reaccionó como se lo demandan su responsabilidad y su investidura. Ante el trato brutal y guaruresco de los agentes de seguridad estadunidenses para con los informadores mexicanos, el mandatario debió suspender de inmediato sus actividades en Austin, pero no lo hizo. En la conferencia de prensa conjunta que ofrecieron él y Perry, Fox tuvo una segunda oportunidad para enfrentar con dignidad la insolencia y la patanería de los anfitriones, pero optó, equivocadamente, por guardar silencio, mantenerse en su sitio y concluir, conforme a lo programado, sus actividades.
A partir de lo ocurrido, los mexicanos podemos darnos por enterados del nivel de odio y de la voluntad de agresión que el gobernador texano alberga para con nuestro país y nuestra gente, y no hay razones para llamarse a engaño o confusión. Resulta por demás desconcertante y desalentador, en cambio, pensar que si el titular del Ejecutivo federal no fue capaz -por inexperiencia, por pusilanimidad, por error de cálculo o por cualquier otro motivo- de defender, en esa lamentable circunstancia, la dignidad nacional y la de su propio cargo, no hay mucho que esperar de él en caso de agravios más graves y lesivos que las patanerías del gobernador texano. Si Fox es político -como lo es, a pesar de todo, el grosero anfitrión que le tocó en Austin-, tendría que darse cuenta que ha comunicado, por omisión y pasividad, un peligroso mensaje de debilidad, que debe ser corregido cuanto antes.