Los claroscuros de la intelectualidad en AL
Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada
Los recientes acontecimientos en Bolivia han disparado la imaginación. Una fiebre loca se ha desatado al querer contextualizar las actuales luchas en un periodo dizque revolucionario, en el que las fuerzas democráticas ganarían posiciones arrinconando al neoliberalismo. El delirio lleva a confeccionar interpretaciones calenturientas, tendentes a confundir las grandes proezas de los movimientos de resistencia con una acción ofensiva que pareciera anunciar el trompeteo jubiloso de Jericó.
No se trata de negar la importancia de las luchas piqueteras en Argentina, las demandas de democracia con justicia y libertad planteadas durante más de una década por el EZLN, menos aún de desconocer la heroicidad del pueblo boliviano defendiendo su soberanía. En este sentido, no se busca despreciar el triunfo de Lula en Brasil o las movilizaciones populares en la República Bolivariana de Venezuela desarbolando el golpe cívico-militar hace ya más de un año. Tampoco hacer caer en saco roto las acciones emprendidas por una parte destacada de la sociedad civil buscando denodadamente evitar la desarticulación del sector público. Su denuncia supone lidiar la política de privatizaciones y desnacionalización de sectores estratégicos, tales como electricidad, sanidad y educación. Si sumamos todas estas batallas, demuestran el tesón y voluntad de los pueblos por no dejarse arrebatar su identidad. Es un símbolo de dignidad frente a los designios del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio. En esta dinámica debemos también incorporar la gran ola producida por millones de personas que en todo el mundo salieron a protestar en contra de la invasión a Irak y de la política de guerra preventiva impuesta por Estados Unidos en su lógica por implantar el unilateralismo en el ámbito de las relaciones internacionales.
Así, un sinfín de acciones de los movimientos sociales y políticos del campo democrático, popular y antiimperialista han supuesto un enfrentamiento al neoliberalismo y a la ideología de la globalización. Es, sin duda, una posición de fuerza. El futuro no está en manos de Estados Unidos, sus aliados y subordinados. Su diseño se disputa, como se hizo frente al bunker nazi durante la toma de Berlín, calle por calle.
Sin embargo, acontecimientos tan disímiles como los expuestos requieren un análisis pausado. La euforia y el optimismo desmesurado, el ver sólo las debilidades del enemigo, puede producir una acción voluntarista cuyo resultado no sería otro más que la derrota. No se trata de ser catastrofista o pesimista. Se intenta no perder el norte y evitar confundir una recesión con una crisis estructural o un momento de tregua con una retirada estratégica. El llamado a pensar que vivimos tiempos revolucionarios supone tergiversar la orientación de los cambios acaecidos a principios del siglo XXI en América Latina. Su objetivo: establecer una agenda emparentando regímenes de origen tan diferente como los encabezados por Néstor Kirchner del Partido Justicialista argentino (peronistas), el Partido de los Trabajadores liderado por Lula o el proyecto de la V República impulsado por Hugo Chávez. Es cierto que se puede llegar a tener objetivos comunes de corto plazo, y ello supone unir fuerzas ante las estrategias de Estados Unidos. El restablecimiento de relaciones diplomáticas de Kirchner con Cuba es un gesto, por ejemplo, de soberanía. Defenderse frente a la depredación de las riquezas naturales y la ferocidad con que actúan las trasnacionales es digno de elogio. Enfrentar coordinadamente las políticas ideadas en Washington merece respeto. Fue el caso de México y Chile, al oponerse en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a los designios de Estados Unidos y Gran Bretaña para invadir Irak impunemente. Pero para explicar estas acciones y otras no es necesario transgredir el carácter que presentan los gobiernos o sus dirigentes. Vicente Fox es Partido Acción Nacional, Area de Libre Comercio de las Américas y Plan Puebla-Panamá, y Ricardo Lagos es concertación; es decir, impunidad y ley de punto final para Pinochet y sus cómplices. Sus actos no los convierten en paladines de la luchas democráticas en América Latina. Peor aún, no se pueden descontextualizar sus orígenes y los procesos políticos de los que salen deudores.
Olvidar el pasado, tergiversar la realidad o decir verdades a medias es la semilla de la cual brota el desánimo, la frustración y el rechazo al compromiso militante. No en vano Ernesto Che Guevara, en uno de los pasajes más interesantes de su obra revolucionaria, pone énfasis en el compromiso y obligación ético-moral de decir la verdad, aunque ésta nos sea terca y contradiga nuestros deseos. Pero no están los tiempos para enunciar verdades. Se busca dar verosimilitud a una propuesta que nos indica que vivimos tiempos revolucionarios. Para ello es necesario emparentar a Bolívar con Chávez, a Lula con Vargas y a Kirchner con San Martín. De esta manera, más adelante, se podrá homologar a líderes indígenas o campesinos en la región andina con Tupac Amaru o en México con Zapata o Villa. La lista podría ser interminable. La poca seriedad que ello reviste, al margen de señalar las diferencias entre cada uno de los posibles pares, es signo de un oportunismo rayano en la irresponsabilidad tanto política como intelectual.
Si de lo que se trata es de quedar bien en conferencias y reuniones, tal vez sus divulgadores logren cautivar los oídos y mentes de incautos apabullados por el despliegue de citas históricas o de nombres de próceres que los hacen retrotraerse a tiempos mejores. En cualquier caso, son fuegos artificiales cuyo peligro radica en que exploten en las manos de sus manipuladores o terminen creando una estampida humana al ver riesgo de incendio. Parece que aún no se aprende y se siguen idealizando procesos políticos para crear un entorno de efervescencia capaz de evitar el desánimo. No es tiempo de lanzar las campanas al vuelo. Por el contrario, es tiempo de reflexión, saber estar en el momento y aprender las lecciones de la historia. Por mucho que Ovando haya nacionalizado el gas y el petróleo en Bolivia, allá por 1969, ello no le da el rango de demócrata a su régimen militar. Tampoco Perón con sus nacionalizaciones o Vargas, en Brasil, con su testamento pueden equipararse a Omar Torrijos en Panamá o Velasco Alvarado en Perú o Torres en Bolivia. Son estos ejemplos, a los que podríamos agregar muchos otros, los que hablan sobre la necesidad de no idealizar procesos y menos aún a sus dirigentes. Las decepciones posteriores suponen un retroceso en las luchas democráticas. Ello habla de la necesidad de develar los claroscuros en el campo del pensamiento crítico latinoamericano, sin duda con el peligro de ser estigmatizado como contrarrevolucionario, agente del imperialismo o provocador, riesgo que se debe asumir en beneficio de la lucha por la democracia, la justicia, la igualdad social y la dignidad.