Claudio Lara Cortés y Cristian Candia Rodríguez(*)
Rebelión La reunión ministerial que llevó a cabo la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Cancún terminó, como se preveía, en un rotundo fracaso. No se logró ningún avance en los temas que interesan a los países en desarrollo. La única resolución fue la de pedir al director general de la OMC que convoque a una reunión del consejo antes del 15 de diciembre próximo.
Este nuevo fracaso de la OMC sorprende a pocos, ya que sus miembros llegaron a Cancún sin haber avanzado previamente en ningún frente de negociación, ni siquiera en temas que parecían de fácil resolución en un corto plazo. Tampoco se pudo consensuar un borrador de declaración final antes de la reunión ministerial. Este escenario de "empantanamiento" de las negociaciones y de alta incertidumbre, nos hacía recordar lo ocurrido antes de Seattle. Claro que a diferencia de ese entonces, donde predominaban las enconadas diferencias entre los Estados Unidos y la Unión Europea, ahora se conformaban distintos grupos de países subdesarrollados dispuestos a enfrentar a aquellas potencias en cuestiones puntuales pero de gran importancia para sus economías.
Muchos países atrasados, cansados de nueve años de promesas incumplidas y afectados por recurrentes crisis económicas, se han visto envueltos en graves problemas sociales y políticos. El fundamento "único" de los acuerdos de la OMC -el libre comercio y la mercantilización plena de la sociedad- ha comenzado a desmoronarse ante la presión de las revueltas y movimientos sociales que cuestionan el llamado "Consenso de Washington". Los gobiernos de estos países ven estrecharse sus márgenes de negociación, no pueden seguir cediendo a las presiones de las potencias económicas en negociaciones que han generado muy pocos beneficios para sus pueblos.
Ni siquiera los acuerdos de última hora sobre propiedad intelectual y salud pública o sobre agricultura, entre Estados Unidos y la UE, pudieron salvar del fracaso a la OMC. El acuerdo de estos últimos, que no han cumplido con sus obligaciones de reducir los aranceles y los subsidios en la agricultura, se mostró como un gran esfuerzo "histórico" para destrabar las negociaciones y asegurar el éxito de la reunión de Cancún. A cambio de estas "concesiones", los norteamericanos y la UE querían beneficios en temas como el acceso a mercados de productos no-agrícolas y el inicio de negociaciones en los "nuevos temas" (inversión, competencia, compras gubernamentales y facilitación al comercio). No sólo eso, querían además que dicho acuerdo fuera el eje de las negociaciones de Cancún.
Sin embargo, tales pretensiones encontraron una decidida oposición no sólo de los ministros de un pequeño grupo de países (que se incrementó a mas de treinta durante la reunión) en desarrollo preocupados por la vulnerabilidad de los pequeños agricultores alrededor del mundo y la necesidad de otorgarles medidas especiales para apoyar su seguridad alimentaria y su sustento rural, sino además de un grupo de 23 países -denominado G-23-, quienes proponían la eliminación de los diversos subsidios que distorsionan el comercio internacional.
Ante ello, y como era de esperar, la alianza entre la UE y Estados Unidos resolvió concentrarse durante la reunión en el intento de dividir a los países en desarrollo, especialmente a los que conforman el G-23. No lo pudieron lograr, por lo que desplegaron a última hora importantes esfuerzos por imponer un acuerdo sobre los nuevos temas, a pesar que la gran mayoría de países subdesarrollados no estaban dispuestos a abrir nuevas negociaciones sobre estas materias si no se avanzaba sustancialmente sobre la negociación agrícola. Las posiciones eran irreconciliables después de cuatro días de negociaciones.
Las recriminaciones por el fracaso de Cancún no se hicieron esperar. Apenas concluida la ronda, Estados Unidos acusó a China de no abrir su economía tanto como lo había prometido y su principal representante, Robert Zoellick, se quejó que ellos habían llegado a Cancún listo para negociar sobre una serie de temas, incluyendo agricultura y vio sus ambiciones frustradas por países en desarrollo que parecían más interesados en la "retórica táctica" que en lograr "progresos concretos". Por su parte, el comisionado europeo de comercio, Pascal Lamy, en vez de culpar a algunos países del fracaso, formuló fuertes críticas al procedimiento y a la toma de decisiones de la propia OMC argumentando que la institución es ineficiente para ofrecer resultados.
Las reacciones inmediatas de importantes ONG's (Action Aid, Oxfam, Greenpeace) y movimientos sociales fueron de acusar a la UE y a Estados Unidos de echar a pique las discusiones. Celebraron el fracaso de Cancún como un triunfo y como un cambio político radical en las dinámicas de poder de la OMC, con los países en desarrollo resistiendo con éxito la presión e intimidación de las potencias económicas. En esta misma línea, el presidente de Brasil consideró que la reunión de Cancún "cambió nuestra relación con el mundo desarrollado". Se mostró eufórico porque el llamado Tercer Mundo dijo "no" a las potencias. Todas estas reacciones aparecen como exageradas, ya que dejan de lado el hecho de que las demandas de los países en desarrollo buscan reacomodos puntuales dentro del mismo modelo neoliberal que está ahogando a las grandes mayorías en un mar de miseria.
Ello no significa desconocer que el fracaso de Cancún implica un serio resquebrajamiento del multilateralismo, ni siquiera son aceptadas ciertas demandas mínimas de los países subdesarrollados. Es cada vez más factible que la ronda de Doha se transforme en una eterna negociación, en una "historia sin fin", que no da respuesta efectiva a las crisis recurrentes que viven los países del Sur. También la OMC pareciera volverse cada vez más irrelevante para las potencias capitalistas, ya no está sirviendo como antes para someter al resto de los países miembros. En definitiva, un multilateralismo basado en el doble estándar (mientras las naciones del norte aplican mayor proteccionismo en sus mercados, exigen a los países dependientes mayor liberalización) resulta hoy insostenible, ética y prácticamente.
El fiasco de Cancún podría significar que los países concedan a partir de ahora mayor importancia a los acuerdos bilaterales y subregionales. Claro que este fracaso trae aparejado un golpe duro a las pretensiones norteamericanas de lograr que el Área de libre Comercio de las Américas (ALCA) tome forma definitiva dentro de sólo dos años, en el 2005. Por esto, Washington tratará ahora de salvar y de amarrar a su carro a Centroamérica y otros países mediante acuerdos de libre comercio bilaterales. Mientras tanto los países del Conosur intentarán reforzar y ampliar el Mercosur, incluso para negociar desde una posición de fuerza en el ALCA, a condición de que Estados Unidos coloque en la mesa de negociaciones la agricultura y los mecanismos antidumping que se negó a negociar en Cancún. No hay dudas de que la OMC sale de Cancún gravemente herida, mientras el ALCA se aleja en el horizonte y el Mercosur se acerca.
*Economistas, miembros de la Alianza Social Continental y directores de la Revista Chilena Economía Crítica y Desarrollo