MILITARES Y CAMPESINOS MARCHAN HACIA LA PAZ
La Paz, octubre 13, 2003 (Hrs. 20:30).-
Acorralado por la multitud que clama por su cabeza, el presidente Gonzalo Sánchez de Lozada ha llamado en su auxilio a las guarniciones militares del interior de la República. Desde el oriente y sur, informes periodísticos dan cuenta del apresurado envío de conscriptos hacia La Paz, a donde también se dirigen, presurosos y a marcha forzada, miles de campesinos del Altiplano.
Todos van a la ciudad de La Paz, donde se decide la suerte de Sánchez de Lozada. Aquí, en la hoyada, las sombras de la noche han empezado a caer y se iluminan con fogatas las trincheras y barricadas que levantan vecinos, trabajadores y desocupados, hombres y mujeres que se han alzado en los barrios populares para reconquistar el gas y el petróleo, hoy en manos de poderosas transnacionales.
En las pampas del Altiplano, en Achacachi, el pueblo de fieros guerreros aymaras, los vecinos y campesinos se han reunido en la tarde de hoy y han decidido, según reporta la red radial Erbol, lanzarse al camino para ir al auxilio de los miles y miles de vecinos que están en rebeldía en las laderas y en los barrios populares de la ciudad de La Paz.
Los de Achacachi quieren estar en la sede de gobierno antes que lleguen los 10 mil hijos del pueblo de Oruro, compuesto por comerciantes, trabajadores fabriles y campesinos, que hoy han caminado mucho y rápido. "Hay que llegar rápido, esto es muy serio", dice uno de los dirigentes, pegado a un pequeño transmisor de radio. Los del pueblo de Oruro marchan a respaldar a sus hermanos y vecinos de Huanuni, a los mil mineros que ya están plantados, con mucha disciplina y algo de dinamita, en los barrios populares de la ciudad de La Paz y El Alto.
Pero los militares también se mueven, y mucho más rápido. Desde Trinidad, casi en la frontera con Brasil, otra radioemisora reporta el envío aéreo de un contingente militar. Desde Tarija, en el sur, va por aire otro contingente letal, que puede hacer subir el ya elevado número de victimas.
Por la autopista, a las ocho y treinta, bajan ocho tanquetas de guerra y una decena de caimanes repletas de soldados carapintadas, armados, listo para cumplir la orden de su capitán general. Desde Washington se informa que el Departamento de Estado y la Organización de Estados Americanos (OEA) han decidido apoyar a Sánchez de Lozada. Advierten que no reconocerán a otro gobierno que no sea el neoliberal.
UNA LUCHA NACIONAL
En otros distritos más alejados, la consigna es ir a las ciudades más próximas. Este es el caso de los colonizadores del oriente cruceño que marchan hacia la capital y advierten con bloqueos, si hay represión. No quieren que se repita lo ocurrido, kilómetros más allá, en el bloqueo de carreteras en San Julián, donde ya hay víctimas fatales. "Han disparado a quemarropa", dicen los vecinos que lloran la muerte de Juan Carlos Barrientos (32), caído con una herida de bala en la cabeza.
En la ciudad de Cochabamba, la tercera ciudad más grande de Bolivia, se suceden las marchas y concentraciones. En la noche es el turno de miles y miles de trabajadores fabriles. Marchan con teas, gritan contra el Presidente y lloran lágrimas de impotencia por sus hermanos desangrados en las ciudades de La Paz y El Alto, unidas en las alturas, unidas en la desgracia.
En la plaza central de Cochabamba, unas monjitas y religiosas hacen vigilia, prenden velas y claman a los cielos para que escuchen al pueblo, pero un minuto antes de las ocho de la noche son apaleadas y correteadas por la policía, que también arremete contra los marchistas. Gas y piedra, otra vez.
En Potosí, ciudad minera, el paro es total. Nadie trabaja, todos se solidarizan con los caídos y piden que se vaya Sánchez de Lozada. El mismo pedido que hacen los hombres de Dios.
LA IGLESIA PIDE PAZ
Los religiosos y laicos de El Alto alzan su voz y dicen. "Pedimos la renuncia del Presidente (...) ha acumulado tantos errores que ya no puede pacificar el país". El padre Willy Flores lee un comunicado de todos los prelados que comulgan con el rostro indio de Cristo y consuelan a su grey: "Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ésta será saciada".
La jerarquía tampoco calla y pide al Presidente que detenga la masacre. Monseñor Jesús Juárez dice: "En nombre de Dios dejen la violencia, no podemos seguir matándonos entre bolivianos".
Pero la violencia no para. A los hospitales llegan ambulancias, llegan heridos. Los médicos no tienen dudas. "Todo el día ha sido así. Esto es peor que el 12 y 13 de febrero (cuando cayeron 33 muertos y más de 200 fueron heridos a la bala en la revuelta cívico policial contra el impuestazo de Sánchez de Lozada, que intentaba recortar el salarios de obreros y empleados).
MÁS MUERTE, MÁS MASACRE
Los reportes no son alentadores. "Hasta la fecha tenemos 31 casos, 14 son quemados por la explosión en una gasolinera y el resto son heridos de bala, de diferente gravedad", dice en un recuento parcial Eduardo Chávez, director del Hospital de Clínicas.
En el Hospital Juan XXIII, en Munaypata, en las alturas de La Paz, también se reporta la existencia de muertos y heridos, aunque muchos creen que aún no han visto nada, que lo por recién está por llegar. Por la autopista, a las ocho y treinta, bajan ocho tanquetas de guerra y una decena de caimanes repletas de soldados carapintadas, armados, listos para cumplir la orden de su capitán general. Desde Washington se informa que el Departamento de Estado y la Organización de Estados Americanos (OEA) han decidido apoyar a Sánchez de Lozada. Advierten que no reconocerán a otro gobierno que no sea el neoliberal.