Leonardo Boff
Quien haya acompañado en vivo los discursos del Presidente Lula y del Presidente Bush, uno después del otro, no habrá podido evitar la comparación: eran dos universos diferentes y contradictorios. Dos lecturas de la presente historia de la humanidad en su fase planetaria. Uno, simbolizando la creación y la esperanza; el otro, la seguridad y el miedo.
Lula representa la concepción de un orden mundial abierto, caracterizado por la "confianza en la capacidad humana de evolucionar hacia formas superiores de convivencia" y que acoge "el reto mayor y más bello, el de humanizarse". Esa utopía posible se construye entre todos, mediante el diálogo permanente, la solidaridad a partir de abajo y la ética de la com-pasión con los millones y millones de víctimas que padecen con la miseria y el hambre. Lula predicó la única revolución posible en tiempos de mundialización, la anclada no en ideologías o en las políticas convencionales, sino en una coalición de fuerzas éticas y morales, coalición fundada en la sensibilidad humanitaria y en la inteligencia emocional, es decir, en aquellas dimensiones que movilizan a las personas y las lleva a cambios efectivos.
En razón de esta nueva forma de hacer política, sugirió la reestructuración de la ONU para conferirle plena autoridad a fin de resolver conflictos e instaurar políticas de paz. Propuso la creación de un Comité Mundial de Lucha contra el Hambre, porque "el verdadero camino de la paz es la lucha, sin tregua, contra el hambre", "en la única guerra de la que todos saldremos vencedores". Y a medida que los problemas sociales globales se solucionen, se invalidarán las razones que sustentan el terrorismo mundial. Es un equívoco palmario, combatir el terrorismo político con el terrorismo de Estado. Sólo la justicia social mundial es respuesta al terrorismo.
Bush se hace portavoz de un sistema cerrado sobre sí mismo, amenazado por el terrorismo y, por eso mismo, dominado por el miedo. Partió de escenarios propios de la lógica fundamentalista, al establecer la polarización entre orden o caos, civilización o barbarie. Para él no hay alternativa posible. Estados Unidos, representando el orden y la civilización, declaran (unilateralmente) guerra ilimitada al terrorismo y a los que lo apoyaban, como el Afganistán de los talibanes y el Irak de Saddam Hussein. Sus invectivas, sin embargo, pierden credibilidad cuando sabemos que fue Estados Unidos quien adiestró a Bin Laden en el terrorismo (contra los rusos) y que cedió a Saddam Hussein las armas de destrucción masiva. La denuncia del crimen organizado mundial y de los abusos sexuales de niños, por abominables que sean, no superó la actitud moralista, ateniéndose solamente a los castigos que debían ser impuestos sin identificar las causas a combatir. Éstas se encuentran en la cultura dominante, hegemonizada por Estados Unidos, que, en su afán de inducir al consumo, mercantiliza todo, desde el sexo al Espíritu Santo, exacerba todos los instintos y erotiza todos los productos. Con este caldo de cultivo, ¿cómo admirarse de estos crímenes?
En su discurso no hubo lugar para el multilateralismo, el diálogo ni la coperación, a no ser aquella que consolida o rehace el orden vigente.
¿Cuál de los dos inspira un futuro más beneficioso para la Humanidad, Bush o Lula? La historia ha demostrado que el futuro está del lado de los sueños, no de cualquier sueño, sino del sueño que se traduce en historia, como en el caso de Lula.