Es costumbre de nuestros pescadores y de nuestros marineros poner el nombre de sus amadas en la proa o en la popa de sus embarcaciones.
Llevar esa tradición a nuestros tanqueros petroleros me pareció siempre una idea saludable. Me alegraba que los nombres de nuestras mujeres aparecieran en esos lugares tan visibles, para lucirlas ante el mundo como nuestras novias.
Sin embargo, no deja de ser un problema porque se trata de un país.
Qué cualidades que debe tener la privilegiada candidata a ese honor. No pueden ser, por ejemplo, solamente sus medidas anatómicas, como si se tratara de cualquier concurso. Está claro, entonces, que esa mujer podrá ser bella o no, pero por sobre todo no deberá tener cirugías morales.
Yo no tengo objeción sobre algunos nombres de reinas. En particular el de Susana Duijm, de quien he estado enamorado toda mi vida, y eso que cuando ella ganó el Miss Mundo, en 1955, mis padres ni siquiera se conocían. La godarria caraqueña, en cierta manera la misma que ha convocado al paro en los actuales momentos, se opuso en aquella oportunidad a la reina. Le decían la negra, la mulata, les daba vergüenza tan maravilloso color. Pero los concursos eran justos por aquellos tiempos y le dieron la merecida corona.
Pero las cosas han cambiado. Ahora no puede ser por capricho de nadie.
Ustedes se imaginan que a alguien, de cuyo apellido no quiero acordarme, se le hubiera ocurrido ponerle a uno de esos cargueros el nombre de Blanca Ibáñez. ¡Mi madre!. O que Meneses hubiera escrito algo así como "La balandra Cecilia Matos llegó esta tarde". Tampoco, ¿verdad?.
Bueno, sabemos que Manuelita Sáenz no era venezolana pero es uno de los seres más amados por nosotros, y qué decir del Libertador. De tal manera que propongo su nombre para sustituirlo por el de Pilín. Lo de Pilín fue pelón. Ella es una embarcada más como muchos venezolanos que fueron embarcados por unos irresponsables. Pilín pelón no son precisamente las campanadas de una noche de paz, como pregonaba una televisora. Ese cuento de que amanecerá un nuevo día, el día de la libertad, olía más a sables que a campanas. Vamos a contarnos cuentos chinos.
A mí me da pena por Pilín y por muchos de los que se quedaron sin trabajo después de haber estado en puestos respetables. Los gerentes no, esos ya estaban contratados por empresas trasnacionales, que se quedaron con los crespos hechos, porque aquí puede pasar lo que sea, lo que no va a pasar nunca es que permitamos privatizar a PDVSA.
Es la tragedia de unos compatriotas que estaban como condenados por el destino. Una terrible paradoja. Apoyar a sus verdugos. Ir a un paro convocado por los que los iban a botar luego. Si dejábamos a PDVSA como iba, en poco tiempo la declaraban en quiebra y la venderían a precio de gallina flaca. Las trasnacionales y los gerentes, nuevos socios minoritarios, harían despidos masivos para "mejorar la productividad". Ya los gastos operativos no serían del 80%. Esa cifra sería para las ganancias. Esos trabajadores botados no le iban a ver la cara a Ortega nunca más. Como afortunadamente no se la veremos después de que se rompa la cadena, la telenovela de las siete, por el lado más débil, que es él mismo. En cambio, nuestros engañados trabajadores se alzaron contra los que sí le garantizarían trabajo para toda la vida, pero ya se sabe, nada se valora hasta que se pierde. Ellos van a saber en carne propia lo que significa "una noche tan linda como esta", la del desempleo.
Ahora, si Pilín quiere meterse en la política que lo haga, me parece bien, tiene todo el derecho, pero será por otras cualidades, no sólo por las físicas. Ojalá lo hiciera. Mejoraría mucho la fea imagen que tenemos de ciertos políticos. Pero, eso sí, no puede olvidar que el cambur verde mancha.
Finalmente, lo más importante, y lo que queda claro, es que el único atributo para la selección del nombre de los cargueros no puede ser el haber ganado un concurso de belleza. Por ese camino, y como están haciéndose últimamente los concursos, un día de estos, Osmel Sousa va a exigir que su nombre vaya en la proa de los barcos.