Lucho Garzón
Argenpress.info

El 'ordeno y mando' de los militares, no importa si provienen de la izquierda o la derecha y el carácter mesiánico que los caracteriza cuando de enarbolar símbolos se trata, hacen de ellos personas muy difíciles de persuadir para lograr consensos de gobernabilidad. Hugo Chávez es uno de ellos. Es locuaz, polémico, impulsivo, con rasgos autoritarios y de alguna manera, se cree la reencarnación de Bolívar. Pero lo que nadie puede negar, es que es un berraco. Tres paros en un año: uno con golpe de Estado incluido y el último con más de treinta días de duración, sin censura de prensa, permitiendo los bloqueos de las carreteras, garantizando las movilizaciones de la oposición, sin un detenido y con el inventario trágico de los muertos de la plaza de Francia, cuya responsabilidad recae en un extraño sujeto portugués que había entrado a Venezuela cinco días antes, reflejan la capacidad de resistencia de su gobierno.
Y es que este último paro no ha sido otro más. El presidente de Ecopetrol de allá le dice a sus gerentes que paren la producción; los Gossain, Arizmendi, Sánchez Cristo y Santos venezolanos hacen cadena para promover su destitución; los monopolios económicos financian a la oposición; unos generales desertan de las fuerzas armadas y llaman a la rebelión y algunos dirigentes sindicales aliados con sectores empresariales muestran un cuadro, que si fuese en Colombia, tendría un calificativo por parte del Gobierno: Subversión.
Y ya suponemos qué tipo de tratamiento se le hubiese dado a semejante situación. Chávez ha respetado la protesta: fue elegido y reelegido abrumadoramente con voto obligatorio, lo que descarta la maquinaria; la Constitución Venezolana establece lo que no hace la colombiana: Referéndum a mitad de Gobierno para ver si el Presidente se va o se queda; y éste aún mantiene, incluso en las encuestas de la oposición, un favorable muy superior a mandatarios como Fox y Toledo.
Entonces ¿por qué el Departamento de Estado de los Estados Unidos insiste en tumbarlo? Otto Reich, enviado especial de Bush para el hemisferio occidental, dijo a propósito del gobierno de Venezuela que 'una elección no es suficiente para decir que en un país hay democracia' sin aclarar cuál es su referente de democracia. Pero para el buen entendedor, pocas palabras.
El Nobel de Paz, José Saramago, a propósito de las urgencias de hoy, sostiene la necesidad de un debate mundial sobre la democracia, señalando, cosa que comparto, que lo que se dice de ella no es más que una falacia, pues cada vez se hace más evidente que el poder real es el poder económico, donde no podemos incidir en la administración de Coca Cola pero esta sí puede nombrar o tumbar mandatarios.
Alguien decía y con razón que el presidente estadounidense debería ser elegido por los ciudadanos del mundo, pues su incidencia al interior de Estados Unidos es mínima con relación al grado de influencia que ejerce sobre el planeta. Venezuela no es la excepción; al fin y al cabo representa el 14% del total de las importaciones de petróleo para el consumo de Estados Unidos, hace parte activa de la Organización de Países Productores y Exportadores de Petróleo, OPEP, cuya producción mundial de hidrocarburos es del 38%, y según cálculos para el año 2025, aumentará su participación al 51%, con repercusiones negativas para la economía de la primera potencia mundial que ve en los permanentes cambios del precio del barril, un riesgo para su hegemonismo. Por todo lo anterior, no nos llamemos a engaños.
Aquí se puede adjetivizar, estigmatizar, satanizar a cualquiera que se atreva a discrepar de las agendas que se imponen desde Washington, pero el trasfondo va mas allá. Y en este caso, sin ninguna duda, es el negocio del petróleo. Los tiempos de definición de la crisis venezolana, serán los referentes para la cuenta regresiva que dará inicio a la guerra contra Irak. El aliado de ayer de Estados Unidos, Sadam Hussein, en el exterminio contra los kurdos, es su principal enemigo hoy, todo porque no coinciden en el negocio.