La semana pasada nos preguntábamos si ¿podríamos hacer que poco más de 3 millones de opiniones se dieran cita en torno a la Consulta Popular Nacional sobre el ALCA? La pregunta no pretende reducirse a aspectos meramente cuantitativos, sino abrir la reflexión en torno a un largo proceso de participación ciudadana que ha encontrado en el movimiento de alterglobalización que se contrapone al modelo neoliberal su mejor caldo de cultivo y que pone en tela de juicio los valores de una democracia a la mexicana..
Hablar de democracia en estos tiempos puede parecernos tan trillado que lo mismo nos da una opinión más o una opinión menos al respecto. Sin embargo la desilusión que experimenta un porcentaje importante de ciudadanos frente al desempeño del tan cacareado "gobierno del cambio", la creciente falta de confianza para con los partidos políticos y la impotencia ante la legalización del anatocismo (el cobro de intereses sobre intereses) o la improcedencia de las controversias constitucionales en materia de derechos y cultura indígena, así como la muestra de impunidad con que una televisora privada puede hacerse "justicia" por su propia mano tomando a la fuerza las instalaciones y la señal concesionada de y a otro particular, nos colocan de nueva cuenta ante el inagotable dilema de la democracia, con o sin adjetivos..
Siendo muy esquemáticos y pecando de reduccionistas, hablaremos sólo de dos tipos de democracia. La una, liberal o representativa, ha encontrado en la vía electoral el medio para mantener el statu quo que posibilita las más de las veces la sucesión o ascensión de gobiernos neoliberales. La otra, republicana o participativa, en tanto concibe la ciudadanía "como participación activa, directa y expansiva en la génesis de la voluntad política" (Ramón Máiz. Metapolítica, octubre-diciembre de 2001), reúne expresiones como el plebiscito, la consulta, el referéndum, el revocamiento del mandato o la rendición de cuentas, y más que ser la contraparte de la liberal, podemos decir que le complementa, en la medida que otorga a la ciudadanía la facultad de vigilar por la calidad y la dignidad de su voto y hacerlo, ahora sí, efectivo..
Por obra y gracia de una democracia únicamente representativa que ha convertido al sufragio popular en un cheque en blanco para que "pillines" de las más diversas calañas hagan y deshagan el país a su antojo; es decir, una democracia sin reconocimiento por la participación ciudadana, quienes "votaron por la paz" en 1994 y sentaron a Ernesto Zedillo en la silla presidencial votaron también por el gobierno que más militares nacionales envió a tomar cursos en el extranjero, que promovió la existencia de grupos paramilitares, que reventó la mesa de negociaciones con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que inscribió a Acteal y Aguas Blancas en la larga lista de infamias made in México y que inundó de soldados adscritos a la Secretaría de la Defensa Nacional las delegaciones estatales de la Procuraduría General de la República abriéndole las puertas de la institución castrense al narcotráfico, entre otras lindezas..
Entonces la existencia de un sistema político de Partido de Estado parecía razón suficiente para "justificar" el déficit democrático. Sin embargo, seis años después, con la reencarnación del Mesías en el candidato aliancista del hoy, hoy, hoy, donde algunos creyeron ver escrita el acta de defunción del binomio PRI-gobierno, se divulgó a los cuatro vientos que había nacido la democrática en México. Pero, pasada la euforia colectiva, quienes "votaron por el cambio" descubrieron que lo hicieron también por un gobierno que ha estado apostando al desgaste del movimiento de resistencia indígena, al agotamiento de los diversos frentes que están contra la privatización, al cansancio de la gente que se ha organizado para la defensa de espacios públicos y al debilitamiento de una izquierda parlamentaria que cada vez se aleja más del pueblo al que dice representar para aplicar aquello que bien aprendiera en la gerencia mexicana del refresco que nos chispa la vida: vender el país..
De otra forma, ¿por qué un gobierno montado en el discurso de la democracia incumple su promesa de resolver la guerra con el EZLN y contra los pueblos indígenas mexicanos proponiendo y aprobando una ley que desconoce sus derechos colectivos? ¿Por qué promueve la privatización del patrimonio artístico, cultural y natural que supuestamente pertenece a la Nación? ¿Por qué se mantiene sordo y ciego ante el feminicidio en Ciudad Juárez y otras partes del país? ¿Por qué nombra procurador general de la República a quien desde la procuraduría de justicia militar se distinguiera por hacer caso omiso sordos a cada una de denuncias que recibía en materia de violación de derechos humanos en civiles y militares? ¿Por qué se rehúsa siquiera a analizar las propuestas en torno a la renegociación del TLCAN cuando es un amplio movimiento campesino el que se lo ha solicitado? ¿Por qué impulsa las reformas de una ley laboral que terminará minando aún más las precarias condiciones de las y los trabajadores mexicanos? .
Seguramente, parafraseando a Jaime Brito (La Jornada Morelos, 7 de enero de 2003), para el caporal que hoy duerme en Los Pinos el asunto de la democracia es un problema de perspectiva. Si no, ¿cómo entender que un gobierno "tan democrático" esté negociando a escondidas incluso de los poderes Legislativo y Judicial de la Federación un acuerdo como el del ALCA, siendo que traerá un sin fin de beneficios a los "100 millones de consumidores" mexicanos que, a decir del Preciso, ya se han visto favorecidos por las bondades del "libre comercio"? . otromorelosesposible@yahoo.com.mx
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