Guatemala
Todas las manos, todas las sangres
Mario Roberto Morales
¿Cómo pedirle cordura y ecuanimidad a un guatemalteco, si proviene de un país que es al mismo tiempo hermoso y cruel, dulce y estúpido? La esquizofrenia natal que padece esta ciudadanía es inevitable. Por eso muchos guatemaltecos aman y odian a su país y, al tiempo que piensan que no tiene remedio porque es un estercolero lleno de vulgares políticos corruptos, ignorantes militares criminales, incultos empresarios privatizadores y una clase media imbecilizada por el Mercado, se conmueven ante los volcanes y las montañas, los lagos, los bosques y las playas, a la vez que les duelen las llagas sociales que brotan en todo el tejido social, como los niños tragafuego de las esquinas, los indígenas que cargan leña a la vera de los caminos y, en fin, la pobrería que estropea el paisaje a las buenas y malas conciencias.
¿Cómo no comprender los arrebatos de pesimismo que de pronto hacen presa de editorialistas de todas las tendencias, la inocuidad de la pose "literaria" de los escritores, críticos y artistas locales, y la drogadicción exhibicionista de las juventudes "rebeldes"? ¿Y cómo no aceptar las repentinas reacciones contrarias, es decir, los accesos de optimismo que de pronto nos asaltan cuando hemos tocado fondo y no nos queda más que rebotar? Es a estos rebotes a los que quiero referirme hoy en esta columna.
Divididos como estamos aún (¡aún!) por la Guerra Fría, peleando todavía por ideas dogmáticas como las que esgrimen los neoliberales y los izquierdistas de oficio, de pronto sentimos la necesidad de tender puentes pues comprendemos que un proyecto de nación implica diseñar un camino económico y político por el cual enderezar el país con el concurso de todas las clases sociales, de todas las ideologías, de todas las etnias, de "todas la manos" (como decía Nicolás Guillén), de "todas las sangres" (como decía José María Arguedas). Por eso leemos de vez en cuando algunas columnas de prensa en las que sus autores nombran a personas que según ellos no han sucumbido a los males de nuestra sociedad, hundida en la corrupción, la impunidad, el crimen organizado y el narcotráfico, y proponen que se las tome en cuenta para que contribuyan a realizar los cambios que este desesperanzado país necesita. Recuerdo una de Fernando García, en El Periódico, hace más o menos un año, y es también el caso del reciente artículo de Estuardo Zapeta (Siglo Ventinuno 7-1-03), en el que habla de algunos ciudadanos que le parecen útiles al país y, pasando por encima de las que llama sus diferencias con mis argumentos, tiene la entereza de reconocer y valorar lo que percibe como mi "aporte para el debate interétnico".
Viniendo de alguien ubicado en el lado contrario de mi postura, este reconocimiento es para mí doblemente importante porque implica un ejemplo de cómo tender los puentes interclasistas, transideológicos e interétnicos necesarios para que los guatemaltecos podamos forjar un proyecto de nación con un interés nacional compartido, en el que los sectorialismos queden superados en razón del bien común. Agradezco este gesto de madurez, y espero que marque el inicio de diálogos cívicos (con él y con el sector al que pertenece) tendentes a esclarecer puntos que le interesan al país, superando así las inútiles y desgastantes diatribas entre izquierdas y derechas fanáticas, entre fundamentalismos neoliberales dogmáticos (privatizantes y antiestatalistas) y retóricas necrófilas y hemoglobínicas al estilo de "patria o muerte" y "el color de la sangre jamás se olvida".
Es necesario enseñar a quienes se ubican en los polos, que en muy poco ayuda a nuestra democratización el pretender saber la Verdad (con mayúscula), ya sea porque creamos (a menudo sin haberlos leído con responsabilidad) en Von Mises y Hayek, o en Marx y Engels, y menos enfrentarlos como si fueran profetas que compiten por imponer verdades reveladas en mentes necesitadas de dogmas y solucionismos religiosos. Es sin duda mucho más útil y urgente trabajar en los puntos básicos de un interés nacional compartido y en el surgimiento de una nueva clase política formada por ciudadanos de todas las clases, tendencias y etnias, que estén situados por encima de la corrupción y la impunidad. Sobre todo ahora, cuando ha empezado de lleno la "colombianización" de este país.