Nunca los destinos del centro y la periferia del capitalismo -antes llamados Primer y Tercer mundos- habían sido tan diferentes y contrapuestos. No por nada el primero está conforme con la situación actual y elige gobiernos conservadores, de derecha, que privilegian el mantenimiento del "orden" del mundo, mientras que en la periferia los síntomas de descontento y de voluntad de cambio se multiplican y extienden.
En Estados Unidos, en Europa Occidental, en Japón, la opinión pública viró hacia la derecha, incluso hacia la extrema derecha en ciertos casos, revelando cómo muchos se cierran frente a lo que sucede y eligen la defensa de sus privilegios, al considerarse amenazados por lo que viene de la periferia: trabajadores inmigrantes, "terrorismo", religiones fundamentalistas, ideologías de izquierda.
La atención sobre la cuestión social -interna y externa- es desviada hacia la de la "seguridad", que amalgama lucha contra el terrorismo y "protección" contra los trabajadores inmigrantes que, cuando son aceptados o tolerados, sobreviven en su gran mayoría con trabajos precarios, sin derecho alguno y bajo el riesgo permanente de expulsión. Basta decir que uno de los gobiernos más moderados, el de Alemania, hoy aparece como el que más resiste la nueva intervención de Estados Unidos en Irak, pero está aislado.
Fueron esos países y regiones los que globalizaron al resto del mundo. Es decir, los que definieron las reglas de la globalización, abrieron los mercados que les interesaban, subvencionaron lo que quisieron, exportaron sus grandes multinacionales, impusieron por la vía del capital especulativo un grave endeudamiento de los países periféricos que aceptaron la lógica del ajuste fiscal como prioritaria, e invadieron sus economías. Son los grandes vencedores de la globalización neoliberal, que mejoraron su nivel medio de vida y se alejaron aún más del nivel de vida de los países de la periferia, de los cuales quieren distancia y protección. Globalizaron el capital, pero no la fuerza de trabajo, de allí la discriminación contra los trabajadores inmigrantes.
A este respecto, en un continente como América Latina, globalizado, el descontento es creciente. No existe un país que no viva una crisis interna grave: de México a Uruguay, de Argentina a Haití, de Nicaragua a Brasil, de Perú a Paraguay, de Venezuela a Ecuador, de Colombia a Bolivia, de Guatemala a Chile. El nivel de vida medio de las poblaciones de esos países empeoró significativamente en las dos décadas pasadas y, en algunos casos, como el de Argentina, cayó en picada, dejando en la miseria a la mayoría de la población del que fuera el país de mejor nivel de vida en el continente latinoamericano.
En un momento en que América Latina necesita interlocutores para que los gobiernos descontentos con la hegemonía estadunidense puedan encontrar inserciones internacionales alternativas, Europa revela su cara más conservadora. Gobiernos como los de Brasil, Ecuador y Venezuela tienen que encontrar interlocutores en China, India, Sudáfrica, para abrir nuevos espacios de inserción que permitan revertir la situación actual, en la cual ganan los globalizadores, que representan 15 por ciento del centro del capitalismo, y pierden los globalizados, que somos 85 por ciento de la población mundial. * Sociólogo brasileño, catedrático de la Universidad de Río de Janeiro. Miembro del Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil, al que pertenece Luiz Inacio Lula da Silva, el presidente electo.
Traducción: Alejandra Dupuy