Roberto Cobas Avivar
Luego de dos jornadas de visibles impresiones positivas sobre la Isla imposible, todo el Mundo (podría haberse afirmado literalmente) tomó asiento para degustar el plato fuerte de la visita del (ex)Presidente a Cuba. Martes 14 de mayo del 2002. La conferencia lleva tema prometedor, diríase que excitante, algo así como: los EE.UU. y Cuba de cara al siglo XXI. En el mismo escenario donde Wojtyla (Karol) convocó, con justificable vocación mesiánica, la memoria política del religioso y patriota cubano Félix Varela, esta vez, el primer Presidente(ex) estadounidense en pisar la tierra prohibida, evocaría su credo político recordando también, pero ahora por simple regla de tres, al patricio cubano. El Presidente calificaría luego su discurso de "cuidadosamente estructurado", en el contexto de una respuesta a una pregunta de uno de los estudiantes cubanos allí presentes. Lo que pudo tal vez haber sido un discurso a lo Churchill o a lo De Gaulle no pasaría de ser un discurso a lo Bush-padre (el talento del hijo, ya sabemos, no admite ningún tipo de referencia gráfica). Cuando uno espera un chispazo de sabiduría política te sirven más de lo mismo, dos tazas, como alertado de la anorexia de su interlocutor por el menú de las doctrinas políticas del vecino del Norte. Después de una breve reseña histórica con aire de autocrítica por las actitudes malintencionadas de los EE.UU. con Cuba, Enmienda Platt de por medio, el Presidente se desliza, como era de esperar, hacia el siempre delicado tema, por sus sutilidades intelectuales e ideológicas, del sistema político cubano. Ya aquí la falta de imaginación puede atribuírsele al mal asesoramiento, el cual llega a ser una justificativa decorosa, al final los asesores siempre pueden disfrutar del anonimato. El Presidente estructura su enfoque crítico del régimen político cubano sobre el referente de la democracia estadounidense y sus clones en Latinoamérica, refrendados, según tiene el cuidado de marcar, en la Carta Democrática Interamericana asumida por y en la OEA hacía unos meses, al calor de una cumbre americana librecambista en Quebec. Va más allá, y defiende el hecho de dicha Carta como manifiesto legitimador de los regímenes políticos de la región, puesto que sólo así, advierte, se podrá disfrutar de la OEA y del Área de Libre Comercio - ALCA. En tan pocas palabras no hay espacio para la reflexión sobre ambas instituciones, a pesar de que la una en tiempos de democracia continental necesita dos días para deliberar y pronunciar un tímido desacuerdo con "la interrupción del orden democrático", es decir, con lo que desde el mismo inicio no era más que una asonada golpista en la Venezuela presidida por un incómodo Presidente de apellido Chávez, y sin que llegara a exigir sin ambivalencias la restitución en el poder del Presidente constitucionalmente elegido, o sea, el restablecimiento del mismo orden democrático que defiende la Carta de la sabida Institución. La misma Institución que sí se apura en revivir su extemporáneo tratado de ayuda militar en un gesto de solidaridad con los EE.UU. después del 11 de setiembre, aquel gesto que ellos no tuvieron con las Malvinas argentinas al sumarse sin titubeos a la guerra de un aliado mayor contra un miembro de una Institución que, a pesar de todo, se sigue evocando como marco de lo políticamente correcto. Pero tampoco preocupa al Presidente el vasallaje económico que supone para sus vecinos del Sur un ALCA a merced del libertinaje del mercado y el capital inversionista estadounidense, de lo cual da fe sin tapujos ni misericordias su correligionario en el poder. No pregunta el Presidente, aunque fuere por retórica, si los cubanos anhelan someterse a instituciones que se vienen cuidadosamente diseccionando en la Isla por voluntad de evitar confundir platos y sufrir indigestiones políticas y económicas irreversibles. El Presidente se desplaza más atrás y fundamenta que el principio de la democracia política representativa es el régimen inmaculado a seguir, pues así lo expresa la Carta Universal de los Derechos Humanos, que Cuba firmó, enfatiza, en 1948. En 20 minutos, el Presidente resume la historia humana vivida y da por consumado el orden político occidental, el de los gestores históricos, ya también sabemos, del orden democrático menos dañino entre los posibles. Todo parecido con el final fukuyamista de la historia no es pura casualidad, un final del cual ya nadie que se respete a sí mismo quiere hablar en voz alta ante el desparpajo de lo que lo provocó y le ha subseguido ... en el Tercer Mundo, claro está. En su bien estructurado discurso el Presidente ignora detalles canijos de la política y la economía sub-continental. Por ejemplo, que a Cuba la expulsaron de la OEA los asustadizos (des)gobiernos latinoamericanos en los 60s, instigados por los EEUU. Ignora que en los precisos momentos en que habla, América Latina se debate en el sin sentido político de otros gobiernos estructuralmente carcomidos por el mismo mal de cuando entonces, sólo que hoy aferrados devotamente a la cartilla de democracia bajo la que a ellos mismos les es cada vez más difícil gobernar. Ignora que el mal de fondo de los modelos socioeconómicos en América Latina está en las estructuras de poder oligárquico, desde las menos evidentes hasta las más descarnadas, que en sus países son perfectamente inmunes a las democracias que se defienden, o tal vez más concisamente, gracias a esas democracias son inmunes. Y el Presidente, como llegado de otro planeta, pero con encomiable sinceridad, aboga porque Cuba se sume al carro de esa democracia. Para sustentar la arenga da un evidente traspiés: asume la defensa de un proyecto de salvación de Cuba (tantos de cuecen a diario que ya hasta sus nombres traicionan a sus autores) que los llamados disidentes de Castro - el Presidente anfitrión - le han llegado a exponer sucintamente en un desayuno de una hora, pero que al parecer también ha conocido a hurtadillas con alguna anterioridad. El Presidente reduce a tal manifiesto la posibilidad de que se abra el camino de los cambios políticos que le propone al pueblo cubano como futuro mejor. No son cambios políticos cualesquiera, por supuesto, son los cambios políticos que asume para sí la auto proclamada disidencia con miras al escenario multipartidista por el que aboga. El Presidente no ha tenido tiempo para preguntarse, siquiera por instinto político, ¿ serán en algo congruentes propuestas preenlatadas, sugeridas para los males de los orishas cubanos, con las ideas de un proyecto de desarrollo social que como alternativa al subdesarrollo capitalista latinoamericano se propone la Revolución Cubana?. Eso no importa mucho en un discurso de escasos 20 minutos, lo esencial parece ser marcar el camino del exorcismo político bajo la égida del nuevo pensamiento único, el que tuviera a bien definir Le Monde Diplomatique en el apogeo del fundamentalismo (neo)liberal en los 90s. En sus 20 minutos de amnesia el Presidente ignora, con un discurso políticamente bien estructurado (no lo olvidemos) todo el cuestionamiento que la vida real le está haciendo a los modelos de democracia latinoamericanos, prohijados de ese nuevo totalitarismo ideológico al cual se remite al pueblo cubano. ¿Se habrá hecho el Presidente preguntas elementales como!: ¿podría darse el lujo Cuba de un sistema político electoral multipartidista dado por excelencia a la corrupción y más costoso, según atestiguan ambos fenómenos en las democracias latinoamericanas, que muchos de los programas sociales que se desarrollan en la Isla? , o tal vez le estará insinuando a los cubanos el Presidente que es Cuba precisamente la llamada a elevar ese modelo de democracia a la altura que América Latina requiere. No hay nada original en las palabras del Presidente, alguna reflexión que deje el pensamiento activo en torno a alguna idea sobre las alternativas, en torno a la riqueza de expectativas socio políticas distintas, conceptos visionarios, siquiera más ajustados a la centenaria insuficiencia tercermundista, ideas que no necesariamente tendrían que coincidir con las de sus anfitriones, sencillamente algo que desafiara el pensamiento, por lo menos un intento con ínfulas de ejercicio intelectual a lo Clinton o lo Blair con aquel suspenso de la tercera vía. Nada. Su anfitrión lo ha invitado el día anterior en el discurso en la Escuela Latinoamericana de Medicina, como previendo lo que venía, a repensar lo que llamó de conceptos prehistóricos, como el que perdura sobre la democracia desde la Grecia Antigua. El visitante no se da por enterado de la incitación intelectual y despampana un discurso en el Aula Magna de la Universidad ajustado al espíritu de la real politik kissingeriana. Lleva la exposición hasta el dolor, en un vuelo sorprendentemente rasante como para la estatura de un (ex)estadista. No importa que en los EE.UU. la democracia representativa que se practica y se aconseja sea para muchos un buen eufemismo, elecciones presidenciales últimas mediante, y el estado de derecho un estado cuasi hereditario; no importa que en los regímenes latinoamericanos el modelo de democracia representativa no pase de ser la opción del funcionalismo político corporativista; nada de eso ha de invitar a los cuestionamientos, puesto que la disidencia contra la democracia a lo USA o lo latino no se concibe a nivel consciente, puede estar implícita, pero el modelo de democracia es incontestable por definición, es un perpetuminamovible. La disidencia vale para el régimen político cubano que no tiene nada que ofrecer a menos que no sea la intolerancia política, alegan en los más variados salones, desde Washington hasta la UE, en Roma, Berlín y Tokio (cualquier percepción histórica con el último trío no es pura asociación sonora). Las intolerancias del otro modelo, camufladas por la demo del llamado sufragio universal, adquieren dimensión de valor positivo per sé. No importan ni el tiempo ni el espacio. La buena voluntad que el Presidente expresa acerca de la necesaria reconciliación entre los cubanos (el Presidente se preocupa, sin distinción de perfiles humanos, por la emigración que ocupa la península al Sur de su país) es para los cubanos dispuestos a construir muy latente por su génesis martiana. Sólo que no reconoce lo que ha de reconocerse: que el tronco está en la Isla y en su Proyecto Socio Político. El caleidoscopio de las imágenes continúa. Y ahora lo curioso es que se ignora que las manipulaciones políticas de los gobiernos de los EE.UU. sobre el problema de las indemnizaciones de valores chatarra, como acto seguido tiene a bien reconocer el Presidente, han precisamente convertido en supuestamente irreconciliables los intereses de las partes afectadas, los del pueblo cubano y los de un grupo de transnacionales estadounidenses, y han alimentado por más de 40 años un soberbio y feroz bloqueo económico de estas últimas contra los primeros. Los apretados 20 minutos del Presidente alcanzan aún para escucharle que una singular comisión de notables debería sustituir lo que por legitimidad le corresponde dirimir a las instituciones de gobierno cubanas con todo el apego a la razón y la justicia de que pueden ser capaces. El Presidente prosigue y su arenga se torna recurrente. No le ha llamado la atención, por supuesto, lo sospechoso de la celebración (en Occidente) del proyecto del que se hace vocero oficial, fuera de todo tacto y el buen comportamiento diplomático. Todo parece indicar que los asesores no han tenido tiempo para profundizar en la mediocridad intelectual y la desidia política de su contenido. O tal vez eso sea lo que hayan hecho. En contraste (o a propósito, nunca se sabe), no parece constatar el proceso de transformaciones y cambios que se viene operando en el modelo socioeconómico cubano desde hace unos imperativos años. No ha podido tampoco meditar sobre el alcance de los mismos. El tema, que le hubiera servido como contrapunto en su propia defensa de la propuesta de cambios política, social y económicamente alineada con los espejismos de Washington que le han puesto en la boca, brilla por su ausencia.
Desafortunadamente, sabemos, el tiempo es oro. El Presidente alcanza a abogar por el levantamiento del bloqueo económico que su toda poderosa nación impone a una economía pequeña y subdesarrollada, y así queda a tono con la obvio de la injusticia. Pero no es altruismo, la moneda de cambio que deja sobre la bandeja es la de una "apertura democrática" sin otras opciones que las recitadas. El Presidente, indudablemente, sabe de lo que habla. En resumidas cuentas, tratándose del tercero de los mundos y de la ecuación costos/beneficios, ha sido un error haber estado forzando las cosas que pueden ocurrir por la inexorable fuerza de gravitación de las leyes fundamentales del capital (transnacional) y la democracia (multipartidista). Pero llega el momento de la discordia explícita. Unas cuatro o cinco voces de los reunidos en el Aula Magna de la Universidad de la Habana, cuando toca el chance del toma y daca, le hablan sobre lo políticamente caduco del intento de subvertir el orden constitucional establecido por la vía, aún concebida en la propia Constitución, de un referéndum, propósito del proyecto que le aconsejaron defendiera como receta para los males de Cuba, cocinado con los mismos condimentos de siempre, a todo vapor allende los mares. Carter, que así se apellida el Presidente, al ser directamente interpelado, confiesa, con singular mimetismo, que en el caso de los EE.UU. ese ejercicio sería virtualmente imposible de llevar a cabo por todos los candados legalistas que prevé la propia Constitución (estadounidense) y el complejo sistema de leyes imperantes. Es decir, en la práctica, no es posible en los EE.UU. subvertir por ninguna vía democrática el orden constitucional fundacional de la República, el régimen político establecido. Seguidamente el Presidente ha de escuchar otra serie de cuestionamientos a sus planteamientos políticos. Sus interlocutores le recuerdan que su país, los EE.UU., lleva más de cuarenta años agrediendo política, económica y militarmente a Cuba, que hay en la Isla más de 1000 mutilados por atentados perpetrados desde territorio yanqui, que otros 2500 han muerto producto de esas agresiones, y que todo eso viene del modelo democrático norteamericano, al que se invita asimilar en la Isla; que la democracia representativa en Latinoamérica no garantiza ninguno de los derechos sociales que el régimen cubano satisface para el universo de su población; que el sistema político cubano sin ser perfecto no deja de ser participativo; que se hablaba de presos políticos en Cuba y en los EE.UU. ahora mismo hay 5 presos políticos cubanos injustamente confinados y que si, por lo tanto, el Presidente creía que su gobierno haría verdadera justicia en ese caso; que los cubanos en la Isla tienen derecho a buscar sus soluciones soberanamente y con originalidad propia. El Presidente queda a merced de respetuosas imputaciones y emplazamientos políticos, de llamados a reconocer la otredad como fundamento de todo entendimiento. Ante un evidente conteo de protección, recoge cordel y explica que se da cuenta del convencimiento político de sus interlocutores, que está de acuerdo en que son los cubanos quienes han de tomar sus propias decisiones, y que él, el Presidente, sólo había querido ser franco con lo que pensaba y, en última instancia, lo importante era que él seguiría haciendo esfuerzos por lograr la normalización de las relaciones entre los dos países. El tono de la concordia desvanece la interesante tensión, es sólo un simbólico primer round, como esa forma desconfiada pero celosa que tienen los canes de reconocerse en sus olores. El protocolo se deshace, afloran las sonrisas y los apretones de manos, la conferencia ha llegado a su fin y es hora de irse, como buenos aficionados, al partido de baseball de las Estrellas - pelota, se grita en la Isla - en el estadio Latinoamericano de la capital habanera, un partido único que se encargará de acentuar las afinidades.
La visita sigue siendo trascendental y parecía que llegaba para marcar el parteaguas definitivo en las relaciones entre Cuba y los EE.UU. Pero el tiempo no se detuvo. Ya sabemos que la sensatez tendrá que esperar a que el Presidente ahora dueño de la Casa Blanca se convierta, según cierta tradición, en ex mandatario pacifista.