Internacional
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30 de julio del 2003
¿Cuándo caerá Bush?
Immanuel Wallerstein
La Jornada
Los días de George W. Bush están contados. Tiene serios problemas que no se disolverán así nomás. El tejido de justificaciones para la in-vasión de Irak se deshilacha fragmento a fragmento. Tanto el presidente de Estados Unidos como Tony Blair han hecho el intento de retractarse de sus más egregias aseveraciones. Las famosas armas de destrucción masiva no se hallan por ningún lado. Si aparecen algunas enterradas en las profundidades, en algún sitio, será la prueba de que las famosas armas no estaban listas ni disponibles para hacer la guerra, definitivamente no en los 45 mi-nutos que anunciaba el primer ministro británico. Los tubos de aluminio resultaron ser exactamente lo que Saddam Hussein decía que eran: material para fabricar cohetes. Las presuntas ligas entre Saddam Hussein y Al Qaeda fueron siempre poco probables y no hay evidencia que las confirme. Bush culpa ahora a la Agencia Central de Inteligencia, mientras la bancada republicana del Comité de Inteligencia del Senado acusa a la CIA de filtrar materiales que ponen en dificultades al presidente. Los ladrones rompen filas.
Estados Unidos ya vivió antes circunstancias semejantes, no hace mucho tiempo. Para el presidente Richard Nixon la cobertura de Watergate funcionó al principio, y sólo los francotiradores daban lata. Pero cuando intentó señalar chivos expiatorios (recuerden a John Dean), éstos co-menzaron a revelar la verdad. Nixon se religió. Pero hasta ahí llegó. Al final tuvo que renunciar a su cargo cuando fue inminente que sería procesado.
Por supuesto, ambas situaciones son muy diferentes en sus detalles. Pero existen sorprendentes similitudes. Ambas ocurrieron en el contexto de una ambivalente postura de la opinión pública estadunidense en torno a la guerra e implican a presidentes que insistieron en usar todos los instrumentos a su alcance para intimidar a sus oponentes y sortear las políticas que los habrían frenado. Ambos presidentes tenían a su alrededor a personas con maestría en técnicas de parapeto. El vicepresidente Dick Cheney debe haber tomado clases con el procurador general de Justicia de Nixon, John Mitchell.
En la política -mundial, nacional, lo-cal- uno puede lograr mucho respaldo si va ganando. Pero a veces ese apoyo se evapora tan pronto como empieza uno a perder. Bush prometió a Estados Unidos (y al mundo) la transformación de Irak, de hecho de todo Medio Oriente, con sólo derrocar a Saddam Hussein. En este mo-mento, casi tres meses después del colapso militar del régimen iraquí, ¿cuál es la situación de Irak? Todos los días mueren soldados estadunidenses a manos de ac-ciones guerrilleras con claras repercusiones. La policía iraquí, recientemente de- signada por las fuerzas de ocupación, amenazó con renunciar si los soldados estadunidenses no abandonaban las estaciones de policía, sabiendo que sus vidas corren peligro por la asociación tan cercana con el ejército invasor. Parece ser que los soldados no son vistos como protectores de quienes cooperan con ellos sino como una asociación forzada que pone en peligro la existencia.
Las fuerzas de ocupación han sido incapaces de restaurar un suministro mínimo de energía eléctrica en los centros urbanos iraquíes. Francamente me sorprende. Uno pensaría que el gobierno estadunidense podría reunir el número necesario de ingenieros, transportar el equipo requerido y procurar la protección básica a los profesionistas, de modo que la electricidad funcionara en el lapso de una o dos semanas. ¿Es acaso tan costoso? ¿Hay otras prioridades? ¿ No lo considera importante Estados Unidos? Los iraquíes comunes la vi-ven como la prioridad número uno y co-mienzan a enojarse. Muy pronto el país comenzará a añorar el régimen que Estados Unidos derrocó.
Entre tanto, en Gran Bretaña el heroico aliado de Estados Unidos, Tony Blair, está también sumido en serios problemas. Los conservadores han decidido que no hay beneficio alguno en respaldarlo. Los liberales nunca lo hicieron. Crece el número de funcionarios públicos laboristas que aguarda sin hacer nada.
En este preciso momento, Estados Unidos anuncia que juzgará a seis personas, dos de los cuales son ciudadanos británicos, en la bahía de Guantánamo. Una tormenta se cierne sobre Gran Bretaña entre los más respetables juristas que objetan lo que consideran procedimientos sospechosos, incluso ilegales. Están conminando a Blair para que haga que Estados Unidos entregue a estos hombres ante la justicia británica. Pero Blair no puede prometer a Estados Unidos que confesiones extraídas sin asesoría legal aguanten la prueba de las cortes británicas. No hay una salida fácil, pues Estados Unidos no puede ayudar a Blair sin poner en riesgo toda la estructura de la pesadilla de Guantánamo. Al mismo tiempo, el gobierno estadunidense tiene dificultades para convencer a algunos abogados estadunidenses que funjan como defensores de estos hombres, pues los litigantes argumentan que las reglas están dispuestas en su contra ilegítimamente.
Se suponía que la victoria estadunidense en Irak tendría el efecto de hacer que sus recalcitrantes aliados -Francia, Alemania, Rusia- revirtieran sus posiciones. No hay signos que lo demuestren. ¿Por qué ha-brían de revertirla? En marzo, cuando la revista Time llevó a cabo una encuesta en Europa con la pregunta "¿quién de los tres siguientes, Corea del Norte, Irak o Estados Unidos, es la mayor amenaza para la paz mundial?", un contundente 86.9 por ciento contestó que Estados Unidos. Y dicho país y Europa están en el sendero de la confrontación en torno a asuntos mundanos de comercio. En esto, Estados Unidos tiene, claramente, una posición débil. La Organización Mundial de Comercio tiene dictámenes contra Estados Unidos en es-tos asuntos. Muchos países pequeños re-húsan plegarse ante Estados Unidos (unos calladamente, otros no tanto) en su insistencia de ser el único país por encima de las leyes internacionales.
Por último, pero no por eso de menor importancia, la economía estadunidense no está muy bien que digamos. Además, hay conservadores que gritan que el régimen de Bush no es realmente conservador, porque aumenta, no disminuye, el papel del Estado. Howard Dean comienza a ser visto como el potencial candidato demócrata. Y aunque no obtuviera la nominación, algo que sí podría lograr, ya forzó a los otros candidatos a "moverse hacia la izquierda" si han de captar algo del apoyo que Dean parece estar convocando.
¿Podrá Bush darle la vuelta a todo esto? A corto plazo, tal vez. Si logra capturar a Saddam Hussein, eso le ayudaría. De nue-vo, estoy sorprendido de que Estados Unidos no haya podido lograr tal captura. Pero no debería sorprenderme. Tampoco han capturado a Bin Laden, ni vivo ni muerto, después de casi dos años de persecución. El mullah Omar también anda suelto, y parece que reorganiza a los talibanes.
Y en cuanto a los halcones que rodean a Bush, un día después de la caída de Bagdad arengaban en favor de invadir Siria. Pero todo eso se calmó después. Ni Irán ni Corea del Norte frenaron su impulso de adquirir armas nucleares. Muy por el contrario, están a punto de presumirlas. Estados Unidos ha sido muy prudente. No pa-rece siquiera tener tropas disponibles para lo urgente que es reforzar su posición en Irak. En esas condiciones no podría, seriamente, avanzar sobre Irán o Corea del Norte. Las iniciativas diplomáticas tampoco han logrado mucho, ni en Israel/Palestina, ni en el nordeste asiático ni en América Latina.
Si yo fuera Bush estaría muy preocupado. Tal vez él no lo está. El orgullo va primero que la caída. Pero apuesto que sus brillantes asesores políticos se están mordiendo las uñas. Se sentían muy seguros, hace tan poco. Pero el barco del Estado se topó con aguas revueltas. Puede no hundirse de inmediato. Pero, ¿llegará a puerto a salvo? Los nomios no son como para que sonrían con displicencia.
Immanuel Wallerstein
Director del Centro Fernand de la Universidad de Binghamtom
© Immanuel Wallerstein
Traducción: Ramón Vera Herrera