Lisandro Otero
Organización Editorial Mexicana
El 14 de julio de 1789, Luis Capeto, más conocido por su rango de monarca de los franceses, se levantó de su cama aburrido como todos los días. Tenía por delante su caminata matinal, su usual lapso dedicado a reparar relojes y desarmar cerraduras, su desmesurado hartazgo alimenticio al mediodía y su siesta reparadora. Ignoraba que en esos momentos una muchedumbre se armaba, en la no muy distante ciudad de París, y se lanzaba a tomar la fortaleza de La Bastilla, símbolo del odiado absolutismo. En realidad en el castillo apenas había cuatro prisioneros hastiados pero la imaginación popular lo imaginaba un horrendo centro de torturas y sevicia carcelaria. El pueblo francés estaba harto del alto costo de la vida, del endeudamiento a que lo obligaba la vida dispendiosa de la corte, los exagerados impuestos y los privilegios de la aristocracia. En su estudio, en el palacio de cuatro mil habitaciones, Luis XVI abrió su diario y escribió "Rien", es decir "Nada". Para Luis Capeto nada estaba ocurriendo en su conflictivo reino. Ese día, del cual ayer se conmemoró su 214 aniversario, comenzó la más importante revolución de la historia contemporánea.

Algo similar le sucede a Bush que no alcanza a ver las esenciales transformaciones que están ocurriendo en el mundo y que cada día minan la hegemonía del imperio. De una parte vemos que la resistencia en Irak se incrementa por semanas. No pasa un día en que no caiga un soldado norteamericano abatido por francotiradores. La suma de bajas ocurridas tras la invasión es ya mayor que las ocurridas durante el proceso mismo de conquista del territorio. Ayer Rumsfeld declaró que serán necesarias más tropas para someter la justa resistencia de los iraquíes contra quienes han hollado su territorio. Muchos se preguntan si no será este el inicio de otro Vietnam. Asi empezó la guerra en el sudeste asiático que costó la vida a 58 mil estadounidenses.

Pero Bush debiera saber que un compromiso en gran escala en Irak le costaría la presidencia pues los norteamericanos no están dispuestos a ver de nuevo el desfile de los sacos de lona con los cadáveres de sus muchachos muertos en ultramar para satisfacer la codicia de las compañías petroleras. Cada día el mito de que se fue allá a lucha contra el terrorismo internacional se deshace a ojos vistas ante los ciudadanos norteños. De hecho, el deterioro de la economía le está costando un súbito descenso de su popularidad al mandatario gringo. Una intensificación del costo en vidas de la ocupación de Irak, unido a la recesión, no le permitirá su permanencia en la Casa Blanca más allá del 2004.

Para colmo ha sobrevenido el descrédito del embuste sobre la compra de uranio de Sadam en Níger. Este fue un embaucamiento urdido por los petroleros tejanos en la Casa Blanca para justificar la invasión en busca de los ricos yacimientos de hidrocarburo del Oriente Medio. Ahora se ha desinflado el camelo y el director de la CIA, Georges Tenet, disciplinadamente asumió la culpa. Estados Unidos siempre ha procedido así: la explosión del Maine, en la bahía de La Habana, o el supuesto ataque de las cañoneras vietnamitas en el Golfo de Tonkin fueron patrañas inventadas para justificar una política imperial de agresión y conquista.

Otro que se está derritiendo a pasos agigantados ante la opinión pública de su país es Tony Blair, quien ayer se enfrentó a Lula, en Londres, al pedirle que colabore dócilmente con Estados Unidos. El Presidente brasileño declaró que el gobierno norteamericano siempre piensa primero en sí mismo y además se manifestó en contra del bloqueo a que Estados Unidos tiene sometido a Cuba hace cuarenta años. Ello fue más de lo que el cipayo Blair puede aguantar. Su cerebro de vasallo fantoche no concibe que alguien como Lula pueda pensar y actuar con autonomía mental.

La historia suele repetirse. Bush sigue entusiasta con su gira por tierras africanas y anota cada día en su diario, con una visión rosada de su entorno: rien.

gotli2002@yahoo.com