La Jornada
El término "diplomacia carroñera" se utilizó a finales del siglo XIX para caracterizar a la política exterior de Estados Unidos bajo la presidencia de William McKinley. En pleno ascenso hegemónico, pero aún en desventaja militar en relación con las potencias europeas, Estados Unidos satisfacía los impulsos de su expansionista burguesía industrial, afligida como las otras por la sobreproducción y los excedentes de capital, con las sobras que iba dejando a su paso el león británico que encabezaba militar y comercialmente la feroz rebatiña por el control del mundo.
Esto ocurría en momentos en que, gracias a la guerra de 1898 contra España, Estados Unidos, con un costo mínimo de sangre (2 mil 900 vidas, de las cuales, 2 mil 500 fueron víctimas de las enfermedades) y de tesoro (sólo 250 millones de dólares), se transformó en potencia mundial al posesionarse de Cuba, Puerto Rico, Hawai y Filipinas. Poco después, con Teodoro Roosevelt, le arrebató el istmo de Panamá a Colombia y se confirió el papel de policía de América Latina. La hazaña imperialista de McKinley sorprendió a Europa. En sólo tres meses "logró" lo que a otros les había tomado cien años. Por eso a la de 1898 se le conoce como "la pequeña y espléndida guerra", una operación "oportuna" contra un imperio español decadente. Sin embargo, los daños humanos, políticos y económicos de las víctimas fueron inmensos. Sólo en la lucha contra la resistencia guerrillera filipina conducida por Corazón Aquino fueron 200 mil bajas, un cálculo conservador. Según Mark Twain, en un trabajo que se dio a conocer casi cien años después, "30 mil" marinos "aniquilaron a un millón" de filipinos. Puerto Rico cayó en la categoría de "territorio no incorporado" y Cuba, ambicionada desde finales del siglo XVIII, fue sometida a una condición colonial por medio de la Enmienda Platt, cumpliéndose la advertencia de Martí: "...y una vez con Estados Unidos en Cuba, ¿quién lo va a sacar?"
Hoy los papeles cambiaron. Son los europeos, encabezados por Blair, Aznar y Berlusconi, los practicantes de la diplomacia carroñera. Las empresas europeas, de creciente impacto en el aparato productivo mundial, se disputan los despojos que va dejando Estados Unidos. Amec, la empresa británica de construcción, coparticipa en la reconstrucción de las líneas de abastecimiento de energía en Kosovo, el Pentágono y en la recolección de escombros de las Torres Gemelas, mientras Alcatel de Francia lo hace junto con Technip-Coflexip, como subcontratistas de Halliburton y de Bechtel, y Siemens de Alemania trabaja en el sistema telefónico de Afganistán. En Irak los carroñeros van tras los despojos de esta sangrienta trama. Bush et. al. no masacraron a miles de personas por la existencia de armas de destrucción masiva. Esa fue la excusa y la mentira, usada también por Blair, para "justificar" la "necesidad" de una operación librada contra una economía 280 veces menor que la de Estados Unidos y un aparato militar iraquí, superado por el Departamento de Defensa en un orden de magnitud de 300 veces. Toda una victoria pírrica, no por ello menos fabulosa, en términos del control y usufructo de la inmensa reserva petrolera iraquí. La guerra se hizo en torno al negocio petrolero y el de la "reconstrucción". Es una transacción imperialista cuyo eje se centra en la relación entre las grandes "trasnacionales" y el aparato de Estado que opera en simbiosis con ellas desde la presidencia. No son empresas que operan en el vacío, sin vinculación con el Estado (stateless corporations) como plantea la retórica del "globalismo pop". Son entes nacionales que operan internacionalmente.
Información recabada por R. Oppel Jr., Diana B. Henriques y E. Becker (The New York Times, 23/3/03) lista entre los principales beneficiarios a Bechtel, empresa de construcción con sede en San Francisco que está siendo investigada por la municipalidad de Boston por "sobrecostos" estimados en poco más de mil millones de dólares. El ex secretario de Estado, George Shultz, y el de Defensa de Reagan, Caspar Weinberger, están o han estado vinculados con Bechtel y sus negocios. Entre otras beneficiarias con fuertes vínculos con la presidencia imperial, mencionan a la constructora Fluor, de California; Halliburton de Houston, cuya subsidiaria Kellog, Brown and Root -gran contratista militar- se dedica, además, al negocio energético y actualmente, con el júbilo de los privatizadores mexicanos, está absorbiendo funciones y proyectos de Pemex (La Jornada, 6/6/03); Parsons, también de California; Louis Berger Group, en la construcción de carreteras y aeropuertos; y la empresa Washington, de Idaho.
La relación entre destrucción y reconstrucción opera milagros para estas grandes empresas de Estados Unidos y los carroñeros europeos: la reconstrucción de infraestructura petrolera, dos aeropuertos internacionales y dos domésticos, el sistema de agua, de plantas eléctricas, carreteras, ferrocarriles, escuelas, hospitales y sistemas de irrigación.