¿Hacia un Irakgate?
La Jornada
Parecería que -competencia electoral mediante- en Estados Unidos estuviera creciendo un Irakgate. Es más, si el escándalo aumentase al ritmo actual, la candidatura a la relección presidencial de George W. Bush podría ponerse en peligro.
El presidente es un hombre que llegó a la Casa Blanca por una elección más que dudosa, que incluyó la clara sospecha de fraude en el estado clave de Florida, gobernado por su hermano. Inicialmente aislado, logró una repentina popularidad gracias a los atentados terroristas del 11 de septiembre, y mediante dos invasiones -Afganistán e Irak- destinadas fundamentalmente a excitar el patrioterismo y la xenofobia, que son dos de los elementos principales de la derecha fundamentalista que le da sus votos.
George W. Bush se ha movido siempre en la extrema frontera de la ley pero fuera de la legitimidad, como lo demuestra su actitud ante las Naciones Unidas y la legislación internacional, y además con prescindencia de la ética en nombre de la eficacia, como lo muestran sus relaciones con la firma Enron o con las grandes empresas petroleras, beneficiarias directas de la invasión a Irak. Precisamente esta carencia de principios éticos, mezclada con una gran hipocresía es lo que podría conducir a la paradoja de que Bush el Asiático, el conquistador, el vencedor, que no enfrenta una resistencia real en el extranjero, fuese derrotado en Estados Unidos no sólo por haber mentido a sabiendas para arrastrar al país y al mundo a una guerra colonialista, con el resultado de aislar a Estados Unidos de sus aliados tradicionales, sino también por haber hecho pagar al contribuyente casi 100 mil millones de dólares por la aventura iraquí, para llenar de oro a quienes financian a Bush o integran inclusive su gabinete.
Un diputado demócrata, por ejemplo, además de recordar las mentiras de Bush sobre el supuesto arsenal de armas químicas iraquí (por un total de un millón de libras de peso, cosa difícil de ocultar en cualquier parte, y que jamás fue hallado) presentó un proyecto de resolución al Congreso exigiendo que el gobierno presente en cuatro días pruebas de la existencia de esas armas so pena de ser investigado y juzgado...
Varios factores favorecen el crecimiento de un Irakgate: el país del Medio Oriente, como Afganistán, ya están ocupados y sus recursos, así como su ubicación estratégica, son controlados por Estados Unidos, con Bush o sin él.
En segundo lugar, la economía está estancada, la expectativa de consumo de los hogares sigue cayendo, el desempleo sigue aumentando. La guerra es dispendiosa y cada vez más impopular, de modo que en un año electoral el Partido Demócrata podría, por consiguiente, aprovechar para tomarse la revancha del golpe de Estado incruento que le robó la presidencia a Al Gore.
En tercer lugar, en un país donde la religión tiene tanto peso, el que un presidente -y todo su gabinete- no sólo mientan sino que confiesen que sólo mintiendo podían "vender" la idea de la necesidad de la guerra, no es sólo un delito, sino también por lo menos una grave falta moral.
Además, en todas las recesiones mundiales -y estamos metidos en una, prolongada- el capital estadunidense ha evitado arriesgarse excesivamente en el exterior; por eso ante muchas grandes empresas la guerra sin fin que ofrece Bush (que el país no puede pagar) aparece como una aventura que podría ocasionar un desastre económico en el mercado nacional.
Quedan también la protesta antibélica, la indignación ante las restricciones a la democracia en Estados Unidos, que son la otra cara de la moneda del poder del complejo militar-industrial belicista y de sus aventuras bélicas continuas, la radicalización y politización de un sector (minoritario pero importante) de la juventud y de la intelectualidad misma.
Sea como fuere, se llegue por lo tanto o no, en la defensa de la Constitución varias veces pisoteada, a un juicio político a George W. Bush, como el que sufrió Richard Nixon, lo cierto es que el Irakgate está creciendo y crecerá.