Al final, creo que simplemente estamos cansados de que nos mientan. Estamos cansados de que nos hablen como si fuéramos tontos, de ser bombardeados con arengas dignas de la Segunda Guerra Mundial y con historias de terror, información falsa y de ensayos estudiantiles disfrazados de "información de inteligencia". Estamos hartos de que nos insulten hombrecitos como Tony Blair y Jack Straw y -no perdamos de vista lo más importante- estamos aún más asqueados de tener que prestar atención a gente como George W. Bush y su pandilla de lugartenientes neoconservadores y pro israelíes, quienes han planeado durante años cambiar el mapa de Medio Oriente para servir a sus propios intereses.
A los británicos no les gusta Saddam más de lo que les gustaba Nasser. Pero muchos millones de británicos sí recuerdan lo que el señor Blair y sus patéticos chalanes olvidan: la Segunda Guerra Mundial. Por eso estos ciudadanos no van a ser engañados por infantiles paralelismos con Hitler, Churchill, Chamberlain, ni con que se les hable de la necesidad de aplacamiento.
Vivieron todo eso y saben que Hitler murió en su búnker en 1945. No les gusta que los sermoneen ni que les lloriqueen hombres cuya única experiencia de guerra es Hollywood y las series de televisión. Aún menos, sospecho, desean embarcarse en una guerra sin fin con un gobernador-verdugo de Texas que evadió ser enviado a Vietnam y quien, junto con sus amigos petroleros, está mandando a su pobre país a destruir a una nación musulmana que no tiene nada -absolutamente nada- que ver con los crímenes contra la humanidad del 11 de septiembre de 2001.
Jack Straw, el trotskista de escuela pública convertido en guerrero, aún ignora todo esto, al igual que Tony Blair. Nos rebuzna sobre los peligros de las armas nucleares que Irak no posee, de las torturas y agresiones perpetradas por una dictadura que tanto estadounidenses como británicos nos esforzamos por sostener cuando Saddam era uno de "nuestros" hombres. Pero ni él ni Blair mencionan, porque ciertamente no pueden, la oscura agenda política detrás del gobierno de Bush, ni a los "siniestros hombres" (en palabras de un muy veterano funcionario de la ONU) que rodean al presidente estadounidense.
Los que se oponen a la guerra no son cobardes. De hecho a los británicos les gusta pelear. Han estado pegándole a árabes, afganos y musulmanes en general, y también a los nazis alemanes, los fascistas italianos y los imperialistas japoneses desde 1842. También se han peleado con los iraquíes, pero nótese que se hace caso omiso de que las reales fuerzas armadas usaron gas venenoso contra rebeldes kurdos en 1930.
Sin embargo, hay algo singular en la naturaleza británica. Cuando se les pide ir a la guerra, el patriotismo no es suficiente, tal como lo dijo la enfermera Edith Cavell, heroína británica. Enfrentados con la escuela Blair-Bush de cuentos de terror, los británicos, y muchos estadounidenses, resultan ser mucho más valientes que Blair y Bush. No les gustan, como le dijo Tomás Moro a Cromwell en Un hombre para todas las estaciones, las historias para espantar niños.
Tal vez la exasperación de Enrique VIII en esa misma obra expresa mejor la visión individual británica de Blair y Bush. "¿Acaso me toman por tonto?" Los británicos, al igual que los otros europeos, son un pueblo educado. Irónicamente, su oposición a esta guerra obscena los hace sentir más europeos que todos los tibios gestos del nuevo laborismo hacia la adopción del euro.
Palestina tiene mucho que ver en esto. Los británicos no le tienen mucho amor a los árabes pero huelen de inmediato la injusticia y están furiosos ante una guerra colonial que está siendo usada para que los palestinos sean aplastados por una nación que, de facto, controla la política estadounidense en Levante.
Por supuesto, se nos dice que la próxima invasión a Irak no tiene nada que ver con el conflicto israelí-palestino, quemante y temible herida a la que Bush dedicó sólo 18 palabras en su rimbombante discurso sobre el estado de la unión. Pero ni siquiera a Blair se le puede creer eso en vista de su patética "conferencia" para una reforma del régimen palestino a la que los palestinos tuvieron que asistir en video, porque el primer ministro israelí, Ariel Sharon, en un gesto vejatorio, les prohibió viajar a Londres.
Y para demostrar la leve influencia que Blair ejerce en el gobierno estadounidense, el secretario de Estado, Colin Powell, expresó su "pena" porque no pudo convencer a Sharon de cambiar de opinión. Al menos alguien reconoció que el primer ministro israelí -quien podría ser un criminal de guerra por las matanzas en Sabra y Chatila, en 1982- trató a Blair con el desprecio que se merece.
Los estadounidenses tampoco pueden ocultar el nexo que existe entre Irak, Israel y Palestina. En su taimado discurso ante el Consejo de Seguridad, Powell relacionó a los tres cuando se quejó de que Hamas, cuyos bombarderos suicidas afectan cruelmente a los israelíes, tiene una oficina en Bagdad. Inmediatamente después se refirió a los misteriosos hombres de Al Qaeda que apoyan la violencia en Chechenia y en el "cañón de Pankisi".
Sentado en la cámara del Consejo de Seguridad, tardé unos segundos en darme cuenta de que esta era la forma en que Estados Unidos estaba dándole a Vladimir Putin carta blanca en su campaña de violaciones y asesinatos en Chechenia. De la misma forma en que la extraña aseveración de Bush en la Asamblea General de la ONU, el pasado 12 de septiembre, sobre la necesidad de proteger a los turkomanos de Irak queda clara cuando uno recuerda que integran dos tercios de la población en Kirkuk, uno de los más grandes yacimientos petroleros al norte de Irak.
Pero volvamos a Palestina e Israel. Los hombres que están llevando a Bush a la guerra son, en su mayoría, antiguos miembros o miembros activos de los cabildos pro israelíes. Durante años han defendido la destrucción de la más poderosa nación árabe. Richard Perle, uno de los más influyentes asesores de Bush; Douglas Feith, Paul Wolfowitz, John Bolton, Donald Rumsfeld y todos los demás estaban haciendo campaña para derrocar al régimen iraquí mucho antes de que George W. Bush fuera electo -si es que fue electo- presidente de Estados Unidos. Y no lo estaban haciendo para beneficiar a los estadounidenses ni a los británicos.
Los lectores podrían estar interesados en un reporte fechado el 8 de junio de 1996 en el que se defiende la guerra contra Irak y se titula Una ruptura limpia: nueva estrategia para asegurar el reino. No fue escrito para Estados Unidos, sino para el entonces primer ministro electo israelí Benjamin Netanyahu, y lo produjo un grupo encabezado por Richard Perle. Quienes estén interesados en leer esta cosa la pueden encontrar en http://www.israeleconomy.org/strat1.htm.
La destrucción de Irak implicará, desde luego, que quedará protegido el monopolio de armas nucleares de Israel y le permitirá derrotar a los palestinos e imponerles cualquier arreglo colonial que Sharon tenga preparado. Aunque Bush y Blair no se atreven a decirnos esto -porque ir a la guerra con Israel no va a hacer que nuestros muchachos hagan fila ante las oficinas de reclutamiento- los líderes judíos estadounidenses hablan con entusiasmo de las ventajas de una guerra contra Irak.
De hecho, grupos judíos-estadounidenses que se oponen valientemente a esta locura han sido los primeros en señalar que las organizaciones pro israelíes ven a Irak no sólo como una nueva fuente de petróleo, sino también de agua. ¿Por qué no construir canales que unan al río Tigris con las secas tierras de Levante? No es de extrañar, entonces, que las discusiones sobre estos temas sean censuradas de toda narrativa, según refleja lo que escribióel profesor Elliot Cohen, de la Universidad Johns Hopkins, en el diario The Wall Street Journal un día después del discurso de Powell en la ONU. Elliot sugirió que la objeción de las naciones europeas en la guerra podría atribuirse en parte -y aquí vamos otra vez- "a un antisemitismo que creíamos muerto en Occidente; un desprecio que adjudica a los judíos intenciones malignas".
Debemos decir que a esta podredumbre se oponen numerosos intelectuales israelíes quienes, como Uri Avneri, argumentan que después de una guerra contra Irak, Israel tendrá aún más enemigos árabes de los que ya tiene, especialmente si Irak ataca Israel y si Sharon se une a la batalla estadounidense contra los árabes.
La atroz difamación de "antisemitismo" respalda también las observaciones majaderas de Rumsfeld sobre la "vieja Europa". Hablaba, desde luego, de la "vieja" Alemania del nazismo y la "vieja" Francia colaboracionista. Pero se equivoca. La Francia y la Alemania que se oponen a esta guerra son la "nueva" Europa, el continente que se niega a volver a matar, arrasar y masacrar a inocentes. Son Rumsfeld y Bush quienes representan al "viejo" Estados Unidos, y no a la "nueva" nación de libertad Estados Unidos que con frecuencia era representado por Woodrow Wilson y Teddy Roosevelt.
Rumsfeld y Bush simbolizan al viejo Estados Unidos que destruyó a sus indígenas nativos y se embarcó en aventuras imperialistas bajo gobiernos como el de Teddy Roosevelt. Es por ese "viejo" Estados Unidos que se nos está pidiendo que luchemos, en aras de una nueva forma de colonialismo. Por un Estados Unidos que primero amenaza con reducir a Naciones Unidas a la irrelevancia y luego hace lo mismo con la OTAN. En realidad, sospecho que ésta no es la última oportunidad que tiene la ONU en el escenario mundial, ni tampoco la última para la OTAN. Pero bien podría ser la última oportunidad que tiene Estados Unidos de ser tomado en serio tanto por sus amigos como por sus enemigos.
En estos últimos días de paz -porque seguro de eso es de lo que hablamos- los británicos harían bien en no dejarse engañar por esa tan buscada segunda resolución del Consejo de Seguridad. Que la ONU le dé permiso a Estados Unidos no legitimará esa guerra; simplemente constatará que el consejo sigue siendo una institución a la que se puede meter en cintura mediante sobornos, amenazas y abstenciones. Después de todo, fue la abstención de la Unión Soviética la que permitió a Estados Unidos emprender la salvaje guerra de Corea bajo la bandera de la ONU.
Tampoco debemos dudar de que tras una rápida conquista militar en Irak, y partiendo de que entre "ellos" habrá más muertos que en nuestro bando, muchos de los que hoy protestan contra la guerra dirán que siempre la defendieron.
Las primeras imágenes de Bagdad "liberada" mostrará a niños iraquíes haciendo la V de la victoria a las columnas de tanques estadounidenses. Pero la verdadera crueldad y cinismo de este conflicto se volverá evidente en el momento en que la "guerra" termine y comencemos la ocupación colonial de una nación árabe en nombre de Estados Unidos y, ¡ah, sí!, también en nombre de Israel.
Y es ahí, creo, donde está el problema. Bush dice que Sharon es un "hombre de paz". Pero en Bélgica se están reforzando las leyes para juzgar a criminales de guerra internacionales en Bruselas. Sharon teme que tenga que someterse a un tribunal por lo ocurrido en Sabra y Chatila, que es la razón por la que Israel acaba de retirar a su embajador en Bélgica. Personalmente, quisiera ver a Saddam ante esa misma corte. Y también a Rifaat Assad por sus matanzas de 1982 en la ciudad siria de Hama. Y a todos los torturadores de las dictaduras israelíes y árabes.
Pero éste ni siquiera es el punto. Las ambiciones israelíes y estadounidenses en Medio Oriente se encuentran ahora inexorablemente unidas; de hecho, ya son sinónimos. Y esta guerra es por el petróleo, la ambición regional y el dominio. Está siendo encabezada alegremente por un evasor del ejército que nos dice tramposamente que todo es parte de la guerra eterna contra el "terror".
Los británicos y la mayor parte de los europeos -sin importar lo que digan sus líderes- simplemente no le creen. No es que los británicos no estén dispuestos a pelear por Estados Unidos. Sencillamente no quieren luchar por Bush y sus amigos. Y si entre éstos se incluye al primer ministro británico, tampoco van a luchar por Blair.