15 de septiembre del 2003
Cachondeo en el Vaticano (*)
Malime
Rebelión
Después del dificultoso viaje del Papa a Eslovaquia, pensando en la inminente
subida al cielo de su alma, y al hoyo terráqueo de su cuerpo, empiezan
en el Vaticano los cálculos sucesorios, no sin cierto cachondo en torno
al Espíritu Santo, sobre el que se cuestiona su propia existencia, cuando
se duda si podrá intervenir e influir en el cónclave que elegirá
al nuevo papa. Es tal el pragmatismo de los cardenales liberales participantes
en el futuro cónclave, frente a los llamados conservadores, que los primeros
tienen muy en cuenta y anteponen las cualidades mundanas del futuro papa a las
espirituales depositadas en el poder eterno del Espíritu Santo, en el
dogma de la fe propugnado por la Santa Madre Iglesia, que lo sitúa por
encima de la realidad material y las repercusiones económicas y sociales
que afectan a los seres humanos. Ignoran al Espíritu Santo, dan por sentado
que no podrá decidir sobre la correlación de fuerzas existentes
entre el ala conservadora de la Iglesia y el ala más liberal, esta última,
más de acorde con la influencia que los avances científicos ejercen
en la sociedad en problemas tan reales y actuales como son: sexo, métodos
anticonceptivos, eutanasia, divorcio, interrupción de la maternidad ante
situaciones de malformación del feto y la delicada cuestión de
la ingeniería genética.
Parece ser que un monseñor de la Curia Vaticana, dudaba que el Espíritu
Santo tuviera capacidad de interferir en el cónclave iluminando al Santo
Colegio Cardenalicio, y por lo tanto de poder hacerlo, o no, pronosticaba que
saliera un conservador o un liberal.
Ante el avance científico, la pugna entre los llamados liberales y conservadores
adquiere una lucha enconada, al margen de Dios, o mejor dicho en honor del Dios
que les permite esa situación privilegiada, aunque la opinión
pública no lo perciba al estar cubierta por el eterno manto del espiritualísimo
secreto religioso. Esa guerra enconada entre conservadores y liberales, se comenta,
dará lugar a que "el Espíritu Santo asista al cónclave
papal como un convidado de piedra".
Por el Vaticano corría hace unos meses un chiste que hizo sonreír
al propio Papa, trataba de un periodista que había conseguido entrevistar
al Espíritu Santo y le preguntó: ¿Quiénes son los cardenales?
Y el Espíritu Santo contestó: Son aquellos señores que
me invocan cuando tienen que tomar alguna decisión, pero que, cuando
estoy preparado para intervenir, ellos ya han decidido.
Ese chiste, más que un chiste, es el reflejo de la realidad materialista,
más o menos grosera, con la que viene actuando la Iglesia en el transcurso
de la historia amparándose en la existencia de Dios, en acorde ideológico
idealista (en el sentido filosófico) con las clases sociales que en cada
momento histórico ostentan el poder, para mediante el oscurantismo y
la ignorancia del pueblo que provoca la fe ciega, mantener a este sumiso a los
que ejercen el verdadero poder terrenal, haciéndole creer que la felicidad
plena es cosa del más allá y contribuyendo a que la angustia material
que padece durante su existencia en la tierra, sea aparcada y crea que podrá
superarla cuando muera, confiando en que su alma subirá al cielo donde
gozará de todos los bienes que le fueron negados en vida, aquí
en este impuro y tan contaminante mundo material.
(*) Este comentario me surge después de leído el artículo
de Javier Pérez Pellón, que lleva por título "La salud
del Papa ya preocupa en el Vaticano", publicado por La Estrella Digital, en
su semanal de papel, del domingo, 14 de septiembre de 2003