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La vieja Europa

4 de septiembre del 2003

La aznarización

Angel Guerra Cabrera
La Jornada

Vivimos una época en la que se evidencia como nunca la incapacidad del sistema capitalista para satisfacer las necesidades humanas. La explotación y degradación del ser humano, intrínseca al sistema desde su nacimiento, se ha reforzado con las "reformas" neoliberales.

Las leyes laborales en boga implican la anulación de las conquistas de siglo y medio de lucha de la clase obrera. Las maquiladoras no fueron más que el experimento de una forma de exprimir despiadadamente a los trabajadores, que ahora se convierte en norma. Las privatizaciones han arrebatado a muchas naciones del tercer mundo palancas fundamentales para impulsar el desarrollo y el bienestar y degradado a escala internacional los servicios públicos de educación, salud, suministro de agua y energía eléctrica. El pago de la inmoral deuda externa despoja a esas mismas naciones de gran parte de su patrimonio. El libre comercio ha arrasado con las economías campesinas y las industrias nacionales, marginado más a los pueblos aborígenes y fomentado el desempleo y la emigración en masa hacia ciudades donde no hay trabajo o hacia los países ricos, donde los que logran llegar son víctimas de la xenofobia y el racismo. La pobreza, el hambre y la insalubridad crecen sin freno y no hay eufemismo estadístico ya que pueda ocultar que ellas y la marginación de cientos de millones han llegado para quedarse. La guerra colonial de rapiña ha vuelto por sus reales, convertida en doctrina oficial de Estado por la mayor potencia militar de la historia.

Pero el rasgo fatídico por excelencia del capitalismo -del que no se tenía conciencia hasta hace unas décadas- es la descomunal capacidad que ha creado de aniquilar, con sus formas irracionales de producción y consumo, toda forma de vida en un futuro históricamente cercano.

Esa es la conclusión de los estudios científicos sobre las consecuencias de la desaparición de los bosques y selvas, de miles de especies, de la contaminación de la atmósfera y de ríos y mares. La degradación acelerada, en suma, del medio ambiente que hizo posible la vida. De modo que ahora está claro que la humanidad, por simple instinto de conservación, está llamada a construir en este siglo una forma de organización social radicalmente opuesta al capitalismo.

Esta realidad es tan evidente que ha dejado sin argumentos a los ideólogos de la derecha. Sin embargo, ello no lleva inevitablemente a la pérdida de su hegemonía cultural e ideológica. Los viejas esquemas mentales individualistas y conservadores se resisten a desaparecer, reforzados por la subcultura impuesta mediante los programas escolares, la tecnocratización de las universidades y la basura predominante en los medios electrónicos e impresos y en internet. Ya no se trata de convencer a las mayorías de las bondades del sistema dominante porque es una tarea imposible. Desde hace décadas está en marcha una gran operación de embrutecimiento colectivo que apela a recursos sensoriales y subliminales y sataniza por poco práctico e inservible el ejercicio del pensamiento crítico.

Goebbels habría envidiado el control ejercido sobre las mentes por la maquinaria ideológica actual, pero ella le debe mucho porque está inspirada en el culto a la irracionalidad típica del nazifascismo. Según ha documentado Noam Chosmky, las técnicas de manufactura del consenso se originaron en Estados Unidos, que no en balde auspició junto a Inglaterra el ascenso de Hitler, algo que no por casualidad ignora una mayoría de estadunidenses y británicos.

La ausencia de argumentos con que justificar la explotación capitalista, unida a la unipolaridad resultante del desplome soviético han extendido la derechización y banalización de la política, la cultura y los medios de (in)comunicación, incluso a Europa. El Viejo Continente, que aceptó y colaboró a las aventuras militares de Estados Unidos en la antigua Yugoslavia y Afganistán, ha terminado plegándose frente a la criminal intervención en Irak, a la que en un principio se resistieron Francia y Alemania.

El capitalismo actual siente fobia por la confrontación en el campo de las ideas y de la cultura. No es novedad que la cavernícola mafia contrarrevolucionaria de Miami se horrorice ante el grave peligro a la seguridad nacional de Estados Unidos que representaría la presencia de artistas cubanos en la entrega de los Granmies latinos en esa ciudad y que haya hecho todo lo posible por impedirla. Pero que la Unión Europea haya decretado un bloqueo cultural de Cuba, retirando fondos y obstaculizando contactos con la isla en ese campo, es harina de otro costal. Habla de la indigencia ideológica de sus gobiernos, aquejados de un franco proceso de aznarización.

Demuestra lo frágil que se ha vuelto el capitalismo en el terreno de la cultura y las ideas y que es ese el flanco donde es urgente atacarlo y posible derrotarlo.

guca@laneta.apc.org