7 de julio del 2003
El tercer mundo como blanco (I)
Carlos París
La Razón
El reciente encuentro reconciliador entre los países avanzados, EE UU y la UE, tras la primera fase de la guerra de Irak, que comentaba en mi anterior artículo suscita una serie de importantes cuestiones de fondo. Desde que aparece la «guerra industrial» a mediados del siglo XIX ¿cómo ha configurado los conflictos bélicos? Cabe dirigir la pregunta hacia un análisis de las nuevas formas en que se ha transformado el escenario bélico, el papel de los ejércitos, la preparación militar y la influencia de la industria en la victoria o derrota finales. Y, sin duda, se trata de cuestiones fundamentales en nuestra historia contemporánea. Pero no es este dilatado espectro de problemas el que ahora propongo, sino otro que me parece políticamente decisivo: ¿cómo la guerra industrial ha jugado en la atribución de las figuras de amigo y enemigo? ¿Cómo ha determinado los contendientes y la dirección de las enormes fuerzas que esta contemporánea forma de guerra posee hacia unos u otros blancos?
La primera guerra que merece el apelativo de industrial por el esfuerzo febril que puso en marcha, es , según tratadistas como M. Neill, la de Crimea. Y tuvo lugar entre grandes potencias de la época. Pero, pronto, el poderío bélico proporcionado por la industria y la tecnología en los países avanzados del XIX encontró una redirección fundamental: los países del que ahora llamamos Tercer Mundo como blanco. La industria cumplía una doble función: por una parte, necesitaba disponer de las materias primas en todo el planeta, por otra, su aplicación bélica suministraba una superioridad contundente para imponer en cualquier parte esta depredación. La expansión colonial europea ciertamente era muy anterior. Pero ahora adquiere su culminación. Como Lenin o Anna Harendt analizaron, en 1870 el mundo se encuentra repartido como pasto de los grandes imperios europeos, y los EE UU controlan y dominan el continente americano, derrumbado el imperio español.
Los impresionantes acorazados de la Royal Navy, hundiendo y levantando rítmicamente sus proas en los océanos y desfilando en exhibición de poderío cortejados por torpederos y destructores ante cualquier intento de rebeldía, los ejércitos muchas veces formados por indígenas cipayos para evitar el derramamiento de la sangre propia, equipados con un armamento superior y disciplinados tecnológicamente son los brazos armados de esta dominación, aunque a veces haya sucumbido su catecismo bélico ante fuerzas mucho menos equipadas como los zulúes.
Y a esta luz hemos de ver el entusiasmo de las burguesías occidentales ante el progreso. La gran industria capitalista proporciona lucrosas plusvalías, explotando la fuerza de trabajo. Su proyección militar permite el dominio del mundo. Y, además, el desarrollo científico industrial va haciendo la vida cotidiana crecientemente cómoda. Es este último el aspecto en que insistió Ortega, al analizar el optimismo del siglo XIX y su entusiasmo por el progreso.
Pero el reparto del mundo poseía un potencial conflictivo que estallará en el siglo XX, en las dos grandes guerras mundiales. Los imperios se enfrentan en la primera de ellas, ansiosos de hegemonía. Y entonces el bárbaro poder de la guerra industrial se abate sobre los ciudadanos no ya de «razas inferiores», sino sobre soldados ingleses, franceses, alemanes, italianos, rusos. Unos soldados que no visten ya los antiguos uniformes adornados como pavos reales, sino prendas de colores funcionales para adaptarse al terreno. Que no son guerreros orgullosos de su destreza en el esgrima y de su valor, sino meros servidores de las anónimas máquinas bélicas Y que en lugar de ejecutar rítmicos movimientos de minué bélico se albergan en trincheras, pasto de los piojos y las ratas. Hombres que perecerán a decenas de miles unos, mientras otros quedan bárbaramente mutilados. Y la conciencia occidental se agita estremecida ahora por el poder destructivo de la técnica militar-industrial
Surge entonces toda una amplia literatura crítica que se enfrenta con el desarrollo técnico, en medio de crisis y revoluciones. Pero esta es solamente la primera etapa de un proceso que, amigo lector, seguiremos analizando.