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La vieja Europa

19 de mayo del 2003

Goebbels y la propaganda del Tercer Reich

Arturo Pizá

La propaganda puede descubrir o encubrir, puede ser confiable o tendenciosa, seria o cínica, racional o emocional. Su fin último es convencer, pero a diferencia de la publicidad que ataca nuestros hábitos de consumo y autoestima, la propaganda compra la totalidad de la conciencia al reafirmar o cambiar nuestra ideología, nuestra identidad. Herramienta o arma, como se quiera, este elemento inevitable de la cultura de masas puede transformar lo inmutable o justificar lo inaceptable… puede atender un problema social o puede defender una teoría que se llevó entre las patas a más de 55 millones de personas.

Difícilmente Adolfo Hitler se hubiera encumbrado de la forma en que lo hizo, sin una maquinaria propagandística bien orquestada. El enano austriaco sabía que tan importante como la campaña de terror desarrollada por Himmler, era la de convencimiento fomentada por Goebbels. Así, la propaganda del Tercer Reich hizo posible un gobierno -fundado en la intimidación- que enalteció a un enclenque y lo disfrazó de dios. El nuevo Atila, gracias a Goebbels, convenció al pueblo alemán para que aprobara (y apoyara) la persecución judía, y para que aceptara con estoicismo la destrucción provocada por la guerra.

Para entender los métodos y alcances de la propaganda nazi, es necesario adentrarse en la historia de su creador, de la mente aguda que sentó las bases para seducir, sugestionar y manipular efectivamente a las masas.

Paul Joseph Goebbels era un tipo chaparro, delgado, de pelo negro y con una pierna más corta que la otra, muy alejado del genotipo ario que tiempo después ensalzó tanto. Ridiculizado y humillado durante su infancia, rechazado por el servicio de reclutamiento para combatir en la Primera Guerra tiempo después, compensó su "deficiencia física" con intelecto. Cínico, inteligente, solitario y radical, juró vengarse… y lo hizo.

Más que nadie, Goebbels fue el responsable de propagar y popularizar las ideas del partido nazi, inclusive antes de que llegara al poder. Con su refinada demagogia no sólo ridiculizó y atacó a sus adversarios, también conquistó a las masas con un plan de medios sumamente novedoso para su tiempo.

En sus diarios alguna vez escribió: "No hay necesidad de dialogar con las masas, los slogans son mucho más efectivos. Éstos actúan en las personas como lo hace el alcohol. La muchedumbre no reacciona como lo haría un hombre, sino como una mujer, sentimental en vez de inteligente. La propaganda es un arte, difícil pero noble, que requiere de genialidad para llevarla a cabo. Los propagandistas más exitosos de la historia han sido Cristo, Mahoma y Buda".

En 1933 los nazis llegaron al poder y Goebbels fue nombrado Ministro de Instrucción para el Público y Propaganda. De esta forma se convirtió en mandamás de la prensa, radio, cine, teatro y virtualmente todas las actividades culturales y científicas del Reich. De ahí en adelante utilizó su inmenso poder y torcida inteligencia para atacar a los supuestos enemigos del sistema y, en plan teleológico, glorificar a la raza aria.

Joseph Goebbels utilizó prácticamente todos los medios a su alcance para darle credibilidad al movimiento nazi, pero no sólo eso, midió consecuencias, tamizó información y teorizó sobre el fenómeno de la comunicación de masas al definir los puntos básicos de la misma: ventajas y desventajas de la información, público, opinión, canal, mensaje, respuesta, etcétera.

Además de marchas, mítines y actos oficiales, las ideas de Goebbels para "purificar el espíritu alemán" llegaron a la población en forma de programas de radio (ej. volksradio), producciones cinematográficas (ej.

"El triunfo de la voluntad" de Leni Riefenstahl), documentales antisemitas y de eutanasia, transmisiones de TV (ej. los Juegos Olímpicos), boletines de prensa y, por supuesto, pósters e impresos.

Bajo el mismo carácter totalitario, el Ministro de Propaganda condenó públicamente libros y textos escritos por judíos, izquierdosos, liberales, pacifistas y extranjeros.

Patrocinó la quema de títulos y el saqueo de librerías "sospechosas"; tan sólo en una noche se chamuscaron 20 mil libros considerados nocivos o inútiles para el pueblo teutón.

Para Goebbels "en la propaganda, como en el amor, todo es permitido para lograr un fin". Prueba de que no se andaba por las ramas fue la exposición de arte moderno llevada a cabo en 1937. La muestra El arte degenerado se anunció como "documentos culturales de la decadencia producida por bolcheviques y judíos". La exhibición incluía pinturas y trabajos confiscados por el Ministerio de Propaganda y pretendía ridiculizar a pintores como Picasso, Kandinsky y Kokoschka al comparar sus obras con cuadros realizados por enfermos mentales.

Durante los primeros años de la Segunda Guerra, de 1939 a 1942, el trabajo de Goebbels fue relativamente fácil. Mantener la moral pública en alto no requería de grandes esfuerzos debido a las exitosas campañas de guerra por parte de los nazis. No fue hasta la segunda parte del conflicto que el "pequeño doctor" probó ser un maestro en eso de moldear la opinión pública. A pesar de los intensos bombardeos y de las ciudades convertidas en ruinas, la propaganda invitó al pueblo alemán a no cejar, a no perder el espíritu e, incluso, a reforzar la confianza en Hitler.

Victoria o destrucción, así podemos definir su postura durante el último capítulo de la guerra. Inventó armas secretas y fortalezas impenetrables para que la gente, aún con una bayoneta entre pecho y espalda, siguiera creyendo en los corrompidos poderes de la svástica.

Al final, con la muerte de Hitler y la inminente llegada de los ejércitos aliados, Goebbels planeó su último acto propagandístico, quizá el más grande, quizá el más aterrador: mandó quemar todos los puentes de Berlín para que sus enemigos, al ocupar la ciudad, se encontraran con un paisaje verdaderamente desolador.

El primero de mayo de 1945, después de envenenar a sus seis hijos, Joseph Goebbels se dio un tiro en la cabeza. Cuentan las malas lenguas que sus últimas palabras fueron: "Seremos recordados por la historia como el máximo legado de todos los tiempos o como los criminales más terribles que el mundo haya conocido".

Algo es claro, al finalizar la guerra tanto los gringos como los rusos no solamente se hicieron de los planos para construir cohetes y aviones a propulsión, también se apoderaron de las ideas de Goebbels para justificar sus respectivas ideologías. Para bien o para mal, la propaganda del Tercer Reich le enseñó a los políticos y agitadores del mundo que más vale una mentira creíble que una verdad inverosímil.



Arturo Pizá. Escuela de Periodismo de la Universidad de Santiago de Chile