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La vieja Europa

16 de mayo de 2003

Izquierda

Santiago Alba Rico
Rebelión

(Del libro "Contra la afonía", editado por Las Otras Caras del Planeta y coordinado por Carlos Pérez Lera y José Ignacio Fernández del Castro)

¿Qué es un aplauso? Para los hombres es una señal de aprobación y entusiasmo, pero para los cuerpos es un drama. Para los cuerpos, en efecto, un aplauso es una guerra de palmas, la lucha fratricida de las manos -y el estruendo que emite una pequeña diferencia absoluta en el espacio. La diferencia entre la mano izquierda y la mano derecha manifiesta -nos explicaba Kant- la irreductibilidad lógica del espacio. Las manos pueden oponer sus palmas o sus dorsos pero jamás superponerse ni sustituirse: se podrían llamar, es cierto, de otro modo, pero también con otro nombre seguirían definiéndose la una frente a la otra por esta oposición irreconciliable. "Izquierda" y "derecha" invocan, pues, uno de esos acontecimientos que sólo ocurren en el espacio, en un extraño y casi milagroso "medio" en el que hay oposiciones anteriores a cualquier concepto, oposiciones que no pueden "superarse" hegelianamente mediante ninguna figura superior del espíritu (algo así como una metamano "izquiercha" que podría aplaudir sin "guerra"). Salvo los mancos, los hombres llevamos inscrita en el cuerpo una división hemisférica que ningún árbitro o mediador podrá jamás poner de acuerdo. Bien mirado, nada tiene de extraño que esta diferencia espacial haya suministrado la metáfora que, desde hace más de dos siglos, utilizamos para referirnos a la división política. Como es sabido, esta nomenclatura nace con el "renacimiento" de la política misma en Europa, en la Asamblea Constituyente francesa de 1789, a partir de la distribución en los escaños, a derecha e izquierda del presidente, de los partidarios del rey y los partidarios de la república. Desde entonces, como decía Mirabeau, la política ha sido sobre todo una "geografía". Podría pensarse que esa distribución espacial y sus concomitancias ideológicas fueron puramente aleatorias, como el lazo entre un fonema y su significado en el seno de una lengua, pero uno sospecha que ciertos gestos -el de escoger, por ejemplo, un lugar en vez de otro para sentarse- están determinados por imperativos simbólicos tan exigentes como inmemoriales. Quiero decir que el redescubrimiento de la política devolvió al espacio una "geografía" muy operativa hasta entonces en el orden inmaterial para describir relaciones jerárquicas o religiosas. Cristo está sentado a la derecha del Padre; el favorito del rey se convierte en su "mano derecha"; los ejércitos que desfilan ante el general vuelven la cabeza a la derecha; y el vuelo del ave a la derecha del augur anunciaba el éxito seguro de una campaña o una empresa. Inevitablemente la "geografía" del espacio político heredó todas estas demarcaciones simbólicas, las cuales siguen configurando sigilosamente diferencias que van mucho más allá, o empiezan mucho más acá, de un programa o una doctrina política: "derecha" es diestra, recta, erguida, rígida, ordinal, judicial, mientras que "izquierda" es siniestra, torcida, sinuosa, flexible, cardinal, irregular. En un mundo, por lo demás, en el que los zurdos están en minoría (cuando no son reprimidos o maniatados) la mano derecha sirve para agarrar (cuellos o dinero) mientras que la mano izquierda sirve sobre todo para acariciar (o para esas apoyaturas gestuales que tanto ayudan a pensar, como la de mesarse el mentón o pinzarse la nariz con los dedos cuando una idea o una frase no acaban de nacer). Por todo esto, también después del triunfo de las izquierdas, cuando no haya ya clases sociales ni guerras ni esclavitud ni dinero (¡ni celos ni accidentes de tráfico ni gotas frías!), esta "geografía" seguirá definiendo, al menos mientras siga habiendo hijos y padres, diferencias culturales o conductuales no solubles en ningún concepto: habrá siempre quienes prefieran sentarse a la derecha del padre y sostenerle felices el cenicero y quienes encuentren mucho más placer en sentarse en el suelo y revolcarse sin muchas ceremonias encima de la tierra. La diferencia izquierda/derecha nos habla de una oposición irreconciliable que jamás podrá ser resuelta mientras exista el espacio. En política, este espacio delimita unas determinadas relaciones de producción y sus consecuentes relaciones de poder. La primera tentativa histórica de "reconciliar" esta oposición sin suprimir ese espacio se llamó fascismo. Desde los años veinte del siglo pasado, los fascistas italianos, alemanes y españoles concibieron una versión del capitalismo gestionada por un Estado sumidero en el que se disolverían todos los conflictos, como la granza en una fragua. José Antonio Primo de Rivera escribió algunas frases muy encendidas -y hasta bellas- contra la división entre izquierdas y derechas en el manifiesto fundacional de la Falange: "Los partidos políticos ignoran la unidad de España, porque la miran desde un punto de vista PARCIAL. Unos están a la DERECHA. Otros están a la IZQUIERDA. Situarse así ante España es ya desfigurar su verdad. Es como mirarla con sólo el ojo izquierdo o con sólo el ojo derecho: de REOJO. Las cosas bellas y claras no se miran así, sino con los dos ojos, sinceramente, DE FRENTE. No desde un punto de vista parcial, de partido... sino de un punto de vista TOTAL, de Patria". Pero porque la España de José Antonio no era un "espacio" sino una "síntesis trascendente", porque no era una "geografía" sino un "concepto", precisamente por eso Franco, el ejecutor del programa joseantoniano, no sólo no la liberó de tuertos sino que la llenó de mancos. La segunda tentativa de "reconciliar" esta diferencia es más reciente y se llama vagamente "postmodernidad", con su brazo político, el denominado "neoliberalismo". Aquí ya no se trata de sublimar el capitalismo en una categoría "sobrenatural" (Patria, España) sino de "naturalizarlo" mediante una "síntesis inmanente" en la que el espacio es erosionado por una fuerza horizontal que, más allá de la historia, los Grandes Relatos y los compromisos de clase, disolvería la oposición derecha/izquierda en una polvareda de identidades puntuales y placeres egocéntricos (y etnocéntricos) muy inestables. Entre el fetichismo de la Totalidad y el fetichismo de la mercancía, la "geografía" desaparece ilusoriamente por igual. ¿Hay alguna diferencia todavía entre la izquierda y la derecha? Sabemos que hay muchas formas de ser de izquierdas y algunas de ser de derechas (porque la mano izquierda, como es de todos sabido, tiene muchos más dedos y por eso es más difícil coordinar sus movimientos). Pero si por algo se reconoce a una persona de derechas es por su insistencia en negar esta diferencia; es decir, por su obstinación delatadora en negar la existencia del espacio. Por el contrario, se reconoce a una persona de izquierdas por su afirmación de la "geografía" frente a la "lógica", por su percepción realista de las oposiciones irreconciliables por encima o por debajo de las engañosas síntesis inmanentes o trascendentes. Cuidado: el espacio vuelve, está volviendo, como la eternidad de Valery, y lo que hasta ahora se nos ha podido ocultar (al menos en Occidente) con un chaparrón de mercancías va a tener que empezar a ser combatido de nuevo con un aguacero de misiles. Caerán otra vez del lado izquierdo del mundo.