30 de noviembre del 2003
La revolución georgiana entre dos grandes potencias
Vicken Cheterian
Si la "revolución de terciopelo" georgiana ha supuesto el derrocamiento del "zorro blanco" Edouard Chevardnadza, también ha abierto una nueva página en el dinamismo político de la república caucasiana, infestada desde hace años por una tasa de criminalidad y de corrupción galopante, y víctima de una economía en clara decadencia. La "revolución de terciopelo" supondrá sin duda una redistribución de las cartas entre las grandes potencias -principalmente Moscú y Washington -que luchan por obtener una mayor influencia en esta puerta estratégica hacia Asia central. ¿A quién va a beneficiar el cambio de régimen en Tibilisi?
El papel de mediador asumido el 22 de noviembre por el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Igor Ivanov, entre el discutido presidente georgiano y dirigente del partido de la oposición, Mikhail Saakashvili, fue un golpe maestro. Asumiendo este papel, Ivanov - cuya madre es georgiana y que habla fluidamente la lengua de la pequeña república de cinco millones de habitantes - ha puesto fin a los rumores que circulaban en Tbilisi acerca de la posibilidad de una intervención militar rusa en apoyo al ex-presidente. Su gesto ha permitido también dar un ejemplo del nuevo papel que Rusia desea asumir a partir ahora ante su vecino austral: el de intermediario honesto y de pacifista. Además, la propia oposición georgiana se ha mostrado favorable a Ivanov: "Georgia esta dispuesta a escuchar los buenos consejos de Rusia", declaró Nino Bourdjanadze, presidenta provisional.
En el curso de los diez últimos años no ha dejado de haber tensiones en las relaciones entre Georgia y Rusia. Tbilisi acusa a Moscú de haber apoyado las tendencias separatistas de Osetia del sur y de Abkhazie, y de haber dirigido los intentos de asesinato contra Chervardnadze en 1996 y 1998. La opinión pública de Georgia considera la presencia rusa en la región como un factor de inestabilidad. Tbilisi ha exigido la retirada de las tres bases militares rusas que permanecen aún en territorio de Georgia. A cambio, Moscú ha criticado frecuentemente a Georgia por apoyar a los excombatientes chechenios y se ha opuesto a la construcción del oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan, que permitiría al petróleo del mar Caspio llegar a los mercados mundiales sin pasar por Rusia. Las relaciones entre ambos países se degradaron hasta el punto de que en el año 2001 Moscú impuso la necesidad de un visado para los ciudadanos de Georgia. Pero si el Kremlin apenas apoyaba la política del ex -ministro soviético de Asuntos Exteriores, tendrá que ser más vigilante todavía ante el joven triunvirato que actualmente está al mando en Tbilisi.
Las declaraciones del presidente Vladimir Putin del 24 de noviembre han traicionado el temor ruso de ver a EEUU ejercer una creciente influencia en el sur del Cáucaso. Tras declararse "naturalmente preocupados por los cambios de poder en Georgia, efectuados en un contexto de gran presión", Putin añadió: "Quienes organizan y alientan estas acciones serán responsables ante el pueblo de Georgia".
Los orígenes de esta presión se encuentran en Washington. Desde el verano de 2003, EEUU precisó claramente que en caso de fraude electoral disminuiría su ayuda anual a Georgia -cerca de 100 millones de dólares, sin contar la asistencia militar equivalente a varios millones. Washington también ha aportado su apoyo a las ONG´s que lucharon por unas elecciones democráticas, organizaron los sondeos a la salida de las urnas y denunciaron los fraudulentos resultados de las elecciones. Pero sobre todo Washington ha hecho lo imposible para que en el curso de la "revolución de terciopelo" las fuerzas armadas georgianas permanecieran al margen del conflicto.
En los primeros días de manifestaciones en torno al Parlamento las fuerzas especiales -formadas por EEUU- fueron llamadas desde las gargantas del Pankissi, en la frontera con Chechenia, para que acudieran a los barrios de la capital. Había además centenares de policías antidisturbios desplegados en torno a la asamblea. Pero el 21 de noviembre Tedo Djaparidze, jefe de la seguridad nacional, declaró que "la seguridad de Georgia había sido sacudida" y pedía "cierto compromiso durante el proceso electoral". Al día siguiente, cuando las gigantescas manifestaciones se reagrupaban en la Plaza de la Libertad para dirigirse al Parlamento, las fuerzas armadas no han pusieron resistencia. Su neutralidad ha llevado a la caída de Chevardnadze. ¿ Las presionó Washington para que no rechazaran a los manifestantes?
En la primavera de 1992 Chevardnadze volvía a Georgia. Muchos observadores pensaron que aportaría una vuelta de la influencia rusa en el Cáucaso. Sin embargo, en unos meses se convirtió en el mejor aliado de Washington en la región. Tras el 11 de septiembre de 2001 las fuerzas especiales estadounidenses le proporcionaron protección y formaron el ejército georgiano. ¿Pueden los recientes acontecimientos llevar a un endurecimiento del incesante pulso entre rusos y estadounidenses por el control de estas tierras del Cáucaso o, por el contrario, permitirán que Georgia encuentre por fin cierta estabilidad tras varios años de disturbios?.
* Vicken Cheterian, periodista, Erevan