La vieja Europa
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14 de octubre del 2003
Balance de un reinado
¿Últimos días de Juan Pablo II?
Lisandro Otero
Rebelión
La salud del Papa Juan Pablo II ha preocupado mucho en estas últimas semanas a la grey católica. Los periódicos se han llenado de prolijas descripciones de sus males, accidentes, atentados y operaciones. También se ha descrito con minucioso detalle sus actuales enfermedades. Muchos han temido que Wojtyla entre en sus últimos días. Algunos cardenales han adelantado su desaparición motivados, quizás, por los apetitos sucesorios. Otros han reclamado un mayor respeto a la intimidad del Papa que es mostrado en público en vergonzosas situaciones: babeante, dormido, siendo empujado en carricoches, farfullando palabras ininteligibles, reclamando ayuda para poder terminar las pesadas ceremonias que lo involucran. Cualquier anciano, a su edad y con sus males, merece la consideración debida, el pudor que tienda una cortina de recato en torno al ser humano debilitado por sus dolencias. No está claro si es la Curia Romana la que lo impulsa a esas exhibiciones dolorosas o si es el propio Wojtyla, con su conocida voluntad de hierro, quien promueve las lamentables presentaciones.
Sin embargo el Papa se compromete con nuevas giras y revela una cargada agenda mientras el mundo se pregunta en cuál de estos viajes habrá de rendir su último suspiro. Por lo pronto ya han comenzado los festejos por un aniversario redondo de su coronación y comienzan a hacerse especulaciones sobre su heredero. También, como si ya hubiera fallecido, se adelantan los primeros balances de su gestión al frente del catolicismo.
Karol Wojtila, accedió al trono del Vaticano en 1978, estaba bien preparado para su tarea. En 1942 ingresó en el seminario de Cracovia y se ordenó sacerdote en 1946. Se especializó en Filosofía y Ética en el Ateneo Pontificio de Roma. Haberse formado en un país donde se impuso el modelo soviético de socialismo le moldeó el carácter para la resistencia a las modernas corrientes marxistas. Ha sido el Papa de la revolución conservadora, el Papa de los tiempos de Reagan y Thatcher, el Papa de la reforma gorbachoviana, el Papa del derrumbe del muro de Berlín, el Papa de la desaparición del comunismo estilo ruso. Cuando se elija al próximo Pontífice ya no existirá la Guerra Fría en la que se desenvolvió Wojtyla. La cruzada anticomunista mundial del Vaticano ya no tendrá razón de ser.
El papado, en el pasado siglo, tuvo un carácter polémico y contradictorio. Pío XII fue acusado de profesar simpatías fascistas y de colaborar al auge del nazismo. Pasó doce años de Nuncio Papal en Munich y Berlín, y llegó a hablar fluidamente la lengua alemana. Fue un germanófilo que realizó concordatos con Hitler y Mussolini, no alzó su voz en defensa de los judíos perseguidos. Fue Pacelli quien desautorizó el movimiento de los curas-obreros, de gran éxito en Francia, con sacerdotes participantes en las humildes condiciones de vida del proletariado.
Su sucesor, el cardenal Angelo Roncalli, Patriarca de Venecia, se dispuso a emprender la más vasta reforma de la Iglesia de la edad moderna. Juan XXIII tuvo como objetivo de su reinado el "aggiornamento", fue audaz e innovador. Admitió la necesidad urgente de una reforma en la Iglesia. Pese a la resistencia de la Curia Romana, Roncalli decidió convocar al Concilio Vaticano II donde se advirtió cómo la Iglesia Católica abandonaba sus posiciones tradicionales y se abría hacia un mayor entendimiento con los principios de democracia y justicia social.
A partir del Vaticano II la Iglesia vio más transformaciones en su seno que en sus diecinueve siglos de existencia anterior. De una parte emergió un poderoso impulso modernizador y una reacción opuesta condujo a una defensa de los valores tradicionales. Entre los avances alcanzados durante aquel período se cuenta la simplificación de la liturgia, buscando un mayor contacto con las masas creyentes, con los gustos y modas de la contemporaneidad. Paulo VI apenas dio una tímida continuidad a las reformas. El advenimiento del conservador Juan Pablo II volvió a otorgarle al catolicismo romano su papel tradicionalista, inmovilizador y reaccionario.
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