La vieja Europa
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3 de enero del 2003
Ventana sobre Belén
Iosu Perales
Cuando veo en las plazas de nuestros pueblos representaciones de La Natividad, hecho histórico o mito que permanece, no puedo dejar de pensar en la ciudad de Belén, hoy raptada una vez más por el ejército isarelí, para humillación del pueblo palestino y de los creyentes cristianos en general. La Plaza del Pesebre que tan bién conozco ha sido convertida en el centro de operaciones militares de los insaciables ocupantes que gustan de los castigos colectivos y por ello mantienen a la ciudad en toque de queda, bajo la excusa de que un suicida que mató a ciudadanos judíos era natural de Belén.
En la Plaza del Pesebre, frente a frente, se ubican la gran Mezquita y uno de los templos más antiguos de Palestina: el que levantó en el siglo VI Justiniano sobre las ruinas del de Constantino, a su vez construido sobre la Cueva del Pesebre donde según la leyenda nació el Niño Jesús. Basílica cristiana y Mezquita han convivido desde hace cientos de años en amistosa paz. Mujeres y hombres palestinos se dividen en la plaza en ambas direcciones, para volver a encontrarse acabados los oficios como lo que siempre han sido: ciudadanos de dos religiones y de un mismo pueblo. Esta Belén ejemplar, de vocación pacífica, se encuentra hoy sometida a la represión de un ocupante que como un cuerpo extraño violenta el espíritu de la ciudad y la convierte en objetivo de guerra.
El gobierno de Israel ha herido de muerte varias veces a Belén. Su acoso a la ciudad intimida a la cristiandad que ya no peregrina a la famosa Cueva para rezar ante la estrella de plata. Su economía popular basada en el turismo está muerta. Sus hoteles cerrados por falta de clientes. Sus calles tomadas por los blindados impiden la vida de la ciudad. Hasta el esplendor de la liturgia ortodoxa, con sus voces de bajos y barítonos, en el interior de la basílica, padece de soledad; faltan los fieles y visitantes. Esta ciudad mártir necesita urgentemente de la solidaridad de esta Europa que coloca nacimientos en sus plazas ignorando que la Belén verdadera está siendo de nuevo crucificada. No basta con celebrar un recuerdo, es necesario decir al mundo que los nuevos Herodes matan todos los días.