"Presidente, usted nos ha puesto a parir a todos", no pudo por menos que exclamar Cuevas al terminar la reunión de Kirchner con los representantes de las grandes empresas españolas. Y es que los empresarios tuvieron que oír del alto mandatario argentino una serie de verdades. Verdades, sí, aunque a medias.
Ante sus actuales quejas, Kirchner vino a decirles que hay que estar a las duras y a las maduras, les recordó los pingües beneficios obtenidos en la década de los noventa, que en muchas ocasiones significaron recuperar en muy pocos años la totalidad de la inversión realizada. Bien es verdad que no todos los casos han sido similares ni todas las inversiones se realizaron en el mismo momento. Empresas ha habido que llegaron tarde y quizás no tuvieron tiempo de forrarse. Algún empresario se lo hizo notar al presidente argentino. "¿No tienen ustedes asesores? -fue la respuesta de éste-, porque todo el mundo sabía, excepto el Fondo Monetario Internacional, que el sistema no podía sostenerse".
No es de extrañar que los empresarios se quedasen atónitos porque Kirchner les dio donde más les duele, traducido a román paladino, les vino a decir: "Está bien que ustedes sean sinvergüenzas, pero no tontos. Una cosa es practicar la verborrea del neoliberalismo económico para expoliar al personal y otra muy distinta creerse sus dogmas. Eso queda para los burócratas del Fondo. Se puede aceptar que ustedes apostasen por la dolarización, puesto que tan bien les iba para sus negocios; pero cualquier economista medianamente enterado sabía que la situación se haría insostenible a largo plazo. Entrar al final, cuando todos los argentinos estaban sacando sus capitales, no dice mucho de su perspicacia".
¿Ustedes no tienen asesores? Les sobran, y muy bien pagados. El problema es que todos son de cámara. Dispuestos a decir únicamente lo que el jefe quiere oír. Se les paga para que construyan un discurso ad hoc; para que convenzan al personal de lo que conviene al poder económico, y en ese papel de apologetas terminan creyéndose sus propias mentiras.
Era bastante evidente que la política aplicada por Menem y puesta como ejemplo por el FMI y el resto de voceros del neoliberalismo era muy rentable para las empresas extranjeras, pero conducía al desastre al país. Lo malo del capitalismo salvaje es que termina matando la gallina de los huevos de oro. El Estado argentino fue expoliado a través de las privatizaciones. Todos sus servicios estratégicos pasaron a manos extranjeras. Contratos draconianos garantizaban las tarifas y el cobro en dólares. La dolarización era perfecta para los inversores, pero no podía durar. Sólo un dogmatismo militante, muy alejado del pragmatismo empresarial, sería capaz de creer lo contrario.
Kirchner dijo verdades, pero no todas las verdades. No se puede atribuir toda la culpa a las empresas españolas o estadounidenses; es más, ni siquiera se las puede considerar máximas responsables. Al fin y al cabo, como el escorpión de la conocida fábula, "está en su naturaleza". Carece de todo sentido buscar en las grandes empresas motivaciones éticas, u otras finalidades que no sean la obtención del máximo beneficio. Si algún reproche puede hacérseles es el de haber tensado demasiado la cuerda hasta propiciar que se rompiese con el consiguiente coste. Claro que ese coste lo terminarán pagando los consumidores españoles a través de tarifas abusivas para compensar las pérdidas que ahora obtengan en Latinoamérica.
Medias verdades, porque la máxima responsabilidad se encuentra en los gobiernos argentinos que se dejaron seducir por los cantos de sirena o por el tintineo de las monedas. Ellos son, en especial el Gobierno de Menem, los que instrumentaron una política económica que ha arruinado al Estado argentino y ha conducido a su economía al mayor desastre. Claro que, como siempre, no todos los argentinos han terminado perdiendo, ni los beneficiados han sido únicamente las empresas extranjeras. Las élites nacionales se debieron de poner las botas. Uno de los elementos que ha desencadenado la catástrofe argentina ha sido la enorme evasión de capitales que el Estado nunca debió consentir.
Pero con todo, para mí, lo más sorprendente del encuentro de los empresarios con Kirchner se encuentra en la confesión que éste hizo de haber sacado fuera del país, como gobernador de la provincia de Santa Cruz, los 600 millones de dólares que pagó Repsol por los Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF). ¿Cómo no iba a hundirse la economía argentina?