Brasil-Argentina
Las sociedades civiles: impulsos y límites
Raúl Zibechi ALAI-AMLATINA
Montevideo. Más allá de las diferencias entre los estilos personales de Lula y Kirchner, de las sorpresas e incredulidades que sus gobiernos están generando, no debe soslayarse que gestionan dos países que se nos presentan como universos sociales y culturales que les imponen límites y los empujan en direcciones, quizá, divergentes.
Para empezar, parece necesario deshacer un malentendido: por más fuertes que sean los gobiernos, aún los más autoritarios, tiene límites impuestos por la cultura política heredada y por las actitudes de las respectivas sociedades civiles. Incluso las dictaduras militares, por más impopulares que fueran, no podrían haber sobrevivido sin contar con cierto respaldo social, por lo menos durante los primeros tiempos. En el extremo opuesto, algunas sorpresas positivas en las gestión del gobierno de Kirchner sólo pueden comprenderse en el marco de reclamos sociales muy arraigados, que se insertan en corrientes profundas que atraviesan la sociedad.
Así, el gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva es enormemente dependiente de su alianza con el empresariado paulista, sector que no sólo no vetó su acceso a Planalto sino que aceptó de buen grado un gobierno del PT. El poderío industrial de Brasil - sector que aportó a la fórmula Lula al vicepresidente José Alencar- hace virtualmente imposible cualquier gobierno que no cuente con un mínimo respaldo del empresariado industrial. Y esto va mucho más allá de la propia voluntad de Lula, de su gabinete y su partido.
En Argentina, por el contrario, la experiencia previa marcó un rumbo totalmente diferente: la década menemista desarticuló el Estado y produjo cambios sociales -y culturales- de larga duración, en tanto las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, que derribaron al presidente Fernando de la Rúa, mostraron los límites que por derecha tendría cualquier gestión posterior que pretendiera, siquiera simbólicamente, erigirse como continuadora del menemismo.
Dos sociedades Pese a la debacle argentina, las diferencias sociales, culturales y hasta económicas con Brasil muestran un abismo. Aunque la economía norteña creció bastante más que la argentina en los noventa, y pese a que ésta se desbarrancó en ese lapso, el producto per cápita brasileño es hoy el 62 por ciento del de Argentina. Y eso que, según el economista Claudio Lozano, del Instituto de Estudios y Formación de la CTA, Brasil "presenta una economía más dinámica, menos financierizada y extranjerizada y con una tasa de ahorro más elevada (en cinco punto del producto), lo que es, en buena medida, expresión de la distinta magnitud de la fuga de capitales. Esto indica la presencia de una burguesía local en gran parte transnacionalizada, pero que lleva adelante un proceso de acumulación significativo prevaliéndose de la extensión del mercado interno y que tiene, al menos una parte de la misma, un proyecto de país y de inserción en el mercado mundial distinto al impuesto por el neoliberalismo".
Pese a ello, y al enorme deterioro de los salarios y del empleo que sufren los argentinos desde la última dictadura, los ingresos medios están un 50 por ciento más alejados de la línea de pobreza que los brasileños, diferencia que es especialmente elevada para los trabajadores por cuenta propia, los no técnicos ni profesionales. En el terrible año 2002, las zonas urbanas argentinas tenían al 23,7 por ciento de la población bajo la línea de pobreza y al 6,7 por ciento bajo la línea de indigencia, frente al 32,9 y 9,3 por ciento de Brasil, respectivamente, según datos de la Cepal. En Argentina, la canasta básica para no ser considerado pobre es de 231 dólares frente a sólo 154 en Brasil, lo que revela pautas de consumo bien distintas.
Otros indicadores hablan de forma aún más clara sobre dos sociedades diferentes: sólo el 36 por ciento de las mujeres y el 31 por ciento de los varones brasileños acceden a la enseñanza secundaria, frente al 81 y al 73 por ciento en Argentina. El acceso a la Universidad es tres veces mayor, en porcentaje, en Argentina que en Brasil. Las demás tasas, por no abrumar, presentan diferencias aún mayores. En 1996 se vendían en Argentina 123 diarios cada mil habitantes, frente a sólo 40 en Brasil.
En resumidas cuentas, Argentina fue (y en gran medida aún lo sigue siendo) una sociedad de consumo, la inmensa mayoría de sus habitantes fueron (¿son?) ciudadanos, integrados y con derechos reconocidos y, muchas veces, respetados. En Brasil, la población rural nunca fue ciudadana (aún hoy más de la mitad está bajo la línea de pobreza y más de la cuarta parte es indigente), y estuvo siempre a merced de los hacendados. Teresa Batista, cansada de guerra, la célebre novela de Jorge Amado, por mencionar apenas una de las obras que reflejan la realidad del campo brasileño, es un fiel retrato de esa realidad. Por algo a Brasil se lo denominó como el "campeón mundial de la desigualdad" (aún hoy el uno por ciento de los propietarios poseen el 45 por ciento de la tierra).
Historia y cultura Sobre este escenario estructural, se han movido los diferentes actores sociales que hicieron la historia de ambos países. La solidez de las clases dominantes brasileñas, que impusieron desde una monarquía que duró medio siglo (1840-89), hasta el Estado Novo corporativista de Getulio Vargas en los años treinta, asentadas en el modelo emanado de las haciendas con mano de obra semi-esclava, comenzó a resquebrajarse recién hacia el final de la última y prolongada dictadura militar (1964-84), con el ascenso de nuevos sectores sociales y la lucha de los obreros y parte del campesinado por conseguir su lugar en el mundo.
Espacio que las clases medias y los obreros argentinos ya tenían en las primeras décadas del siglo XX, aún a costa de sufrir terribles embates represivos del Estado y los grupos privilegiados.
La historiadora brasileña Angela de Castro Gomes, apunta las dificultades que las masas de su país tuvieron para ganar espacios de autonomía, que se zanjaron a lo largo del siglo XX en los repetidos fracasos que experimentaron los procesos democráticos. La modernización de la sociedad brasileña fue tardía e impuesta desde arriba, y recién en las dos últimas décadas se consolidan actores sociales autónomos.
El sector más dinámico de la sociedad brasileña estuvo asentado en las áreas rurales. Allí bebió la mayor parte de la disidencia social y política, muchas veces anclada en una suerte de "arcaismo" premoderno, como la célebre rebelión de Canudos en el nordeste pobre y marginalizado. El actual Movimiento Sin Tierra, que recoge esas tradiciones, aún siendo el mayor movimiento del país y uno de los más potentes del mundo, incluye apenas a una mínima fracción de los brasileños y alcanza a menos del diez por ciento de los campesinos.
Por el contrario, la clase obrera argentina, que configuró uno de los movimientos obreros más potentes del mundo, mantuvo sus rasgos de autonomía aún bajo el gobierno de Juan Perón, como lo testimonia la gran presión que los obreros ejercieron sobre el general, en 1951, para que colocara a su esposa Evita en la fórmula presidencial. La clase obrera argentina ganó, a fuerza de batallas, un lugar en la sociedad. Y cada vez que sus derechos y conquistas fueron agredidos, enfrentó abiertamente, aún a costa del genocidio, a los represores. La conciencia de los derechos, aún persiste pese a que éstos se hayan convertido en papel mojado.
Un futuro imprevisible Los llamados datos "estructurales" no caen del cielo, sino que son el producto de negociaciones, conflictos y de las más diversas interacciones entre los diferentes sectores sociales.
Así, un reparto más equilibrado de los bienes refleja la fuerza de la sociedad civil frente a las elites. En Argentina, el 90 por ciento de respaldo que cosecha Kirchner (incluyendo un 64 por ciento que apoyan el envío de los genocidas a Madrid), parece estar indicando una suerte de "no va más" a la destrucción del país y al obsceno dominio de los más ricos. Sin duda, el ciclo de protesta social de 1997 a 2002, que tuvo en el 19 y 20 de diciembre su clímax, ha modificado la relación de fuerzas con la misma intensidad que aquel 17 de octubre de 1945 que selló el crepúsculo de la vieja oligarquía autoritaria y excluyente.
Lula y el PT se enfrentan a un escenario muy distinto. En Brasil, aún se lucha por la ciudadanía, por la inclusión social y política de las mayorías. La existencia de una burguesía nacional es, a la vez, impulso y freno a su política. Por último, mientras en Argentina las clases medias se pauperizaron y buena parte de ellas rompieron sus viejos prejuicios clasistas acercándose ahora a los más pobres, en Brasil los sectores medios en ascenso -separados de las grandes mayorías pobres por distancias culturales y expectativas de ascenso social- no parecen tan dispuestos a considerar que los "otros" tienen también sus mismos derechos. Los primeros parecen estar de vuelta del elitismo que modeló sus conductas antiobreras; los segundos, aún parecen alentar expectativas más allá de toda expectativa razonable.