23 de mayo del 2003
¿Qué quedó del Que Se Vayan Todos?
Ezequiel Adamovsky
lavaca.org
Después de las elecciones presidenciales, poco parece haber quedado
de la extraordinaria rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001 que forzó
la renuncia del presidente De la Rúa y otros funcionarios al grito de
"¡Que se vayan todos!" (QSVT). O al menos eso parece a simple vista: con Néstor
Kirchner como nuevo presidente el peronismo retuvo el poder, la Corte Suprema
sigue en su lugar, los banqueros se salieron con la suya, y la furia popular
parece haberse retirado en gran medida de las calles, al ritmo de una economía
estabilizada y en leve e inesperado ascenso. La elección presidencial
logró movilizar la participación de la gran mayoría de
la población, y el "voto bronca" el rechazo a votar por ninguno de los
candidatos mediante la abstención, la impugnación del voto o el
voto en blanco, que había anunciado la rebelión del 2001, parece
haber quedado en el pasado. Más aún: aunque no lograron ganar
la elección, los candidatos de la derecha represiva Menem y López
Murphy se las arreglaron para obtener un importante caudal de votos en la primera
vuelta.
Tal panorama, a primera vista desolador, está golpeando muy fuertemente
en la moral de muchos militantes y activistas de los movimientos sociales. Algunos
de mis compañeros de las Asambleas populares sienten que la sociedad
nos ha "traicionado", abandonándonos al primer atisbo de mejoría
económica. En los otros movimientos también se escuchan voces
similares de resentimiento, y se percibe la sensación de que todo, en
última instancia, ha sido en vano. Nuestro querido y respetado Osvaldo
Bayer incluso escribió un artículo lleno de amargura, en el que
constata que la Argentina sigue estando dominada por el "hecho maldito" del
peronismo. Desde los medios de comunicación (incluso los progresistas),
se estimulan lecturas derrotistas: hasta Horacio Verbitsky, desde el matutino
Página/12, se apuró a celebrar el fin del QSVT, y la vuelta de
la normalidad institucional. Resuelta supuestamente la crisis de legitimidad
abierta tras la caída de De la Rúa, los políticos y comunicadores
oficiales respiraron aliviados por primera vez después de un año
y medio, y se apresuraron a anunciar que la amenaza de las masas en las calles
ha terminado. Incluso los medios internacionales aprovecharon los resultados
de la elección para desautorizar a los activistas del movimiento de resistencia
global que, como Naomi Klein, habían puesto a la Argentina como ejemplo
de un nuevo tipo de política emancipatoria.
Y sin embargo, tanto el optimismo oficial ("todo ha terminado") como el pesimismo
de muchos de mis compañeros ("todo ha sido en vano") me resultan demasiado
prematuros. Mirando con ojos diferentes a los del poder, ni la crisis de legitimidad
está completamente resuelta, ni el QSVT ha pasado sin dejar mayores efectos.
De hecho, creo que el QSVT recién empieza, y ya ha logrado cambios de
gran importancia.
¿De quién era el QSVT?
Pero para poder ver el asunto con otros ojos, es necesario analizar los sucesos
en perspectiva histórica, y sincerar algún que otro malentendido.
Empecemos por el sinceramiento de la consigna QSVT. El hecho de que los nuevos
movimientos sociales resultaran fortalecidos, o incluso nacieran, tras la rebelión
del 19 y 20 de diciembre, llevó a muchos de nosotros a asumir, casi como
una verdad indiscutible, que el QSVT nos pertenecía completamente. Los
activistas piqueteros, asambleístas, etc. luchamos por apropiarnos de
la legitimidad de la consigna QSVT, utilizándola para el desarrollo de
nuestras propias luchas anticapitalistas. Durante el año y medio posterior
al 19 y 20, nos presentamos como los representantes únicos e indiscutibles
de aquellas históricas jornadas. "Somos nosotros", se lee en las remeras
que diseñaron los artistas del Taller Popular de Serigrafía, y
que los activistas lucimos con orgullo por las calles de Buenos Aires. Pero
la realidad es que no todos los que participaron en la rebelión eran
anticapitalistas. De hecho, diría que sólo una pequeña
minoría lo era. Para la gran mayoría de los que tomaron las calles
esos días, especialmente el 19, QSVT significaba un rechazo de la vieja
política y de los dirigentes corruptos y, quizás, también
del modelo económico neoliberal. Pero desde allí al anticapitalismo
hay un gran trecho. Durante la rebelión, compartí las calles de
mi barrio con miles de vecinos; sin embargo, la gran mayoría de ellos
jamás se acercó a la Asamblea barrial que se formó poco
después, ni mucho menos a alguno de los grupos piqueteros. No quiero
decir con esto que el QSVT no nos pertenezca: por supuesto que "somos nosotros".
Pero no es menos cierto que también le pertenece, incluso en mayor medida,
a la multitud anónima que, sin ser anticapitalista, también escribió
esa historia. Lo que quiero decir con esto es que el éxito de la rebelión,
los logros del QSVT, no pueden medirse por el éxito de los movimientos
anticapitalistas que hemos sabido construir. No es justo, ni para nosotros los
activistas, ni para el resto de los que participaron en las jornadas del 19
y 20, declarar que "todo fue en vano" sólo porque todavía no logramos
construir un mundo no-capitalista, o al menos instalar formas de democracia
directa en la gestión del estado argentino.
Y eso me lleva a la cuestión de la perspectiva histórica. Los
tiempos del cambio social no se miden en términos de unos pocos años,
y mucho menos por los resultados de una elección. Si caemos fácilmente
en el desánimo por no ver resultados espectaculares e inmediatos, perderemos
de antemano la batalla por abandono. Por tomar un ejemplo, después de
la Revolución francesa de 1789 (no hace falta decirlo: un acontecimiento
incomparablemente más profundo y radical que el 19 y 20), los franceses
tardaron todavía 80 años en lograr un régimen republicano
y democrático. A pesar de que la cabeza de Luis XVI rodó guillotinada
por la multitud, los franceses todavía tuvieron que soportar tres reyes
más y un dictador, y tomarse el trabajo de hacer otras dos revoluciones,
para que finalmente se acabara la monarquía de forma definitiva. Existen
muy pocos casos en la historia moderna en los que las elites políticas
se hayan renovado totalmente en un abrir y cerrar de ojos: valga recordar que
Boris Yeltsin, primer presidente de Rusia tras la caída del comunismo,
había sido hasta poco tiempo atrás nada menos que miembro del
Comité Central del Partido Comunista, y lo mismo vale para la mayor parte
de la elite política post-soviética, tanto en Rusia como en otros
países de Europa Oriental. Ni siquera luego de grandes revoluciones las
cosas cambian totalmente de un día para el otro.
¿Que quedó del QSVT?
No traigo estos argumentos sólo para consolarme en la espera de próximos
acontecimientos, sino para que podamos visualizar mejor los logros del QSVT
(no del "nuestro", sino del de todos) y el significado de las elecciones. De
hecho, el 19 y 20 ya generó cambios muy importantes: en lo que a mí
respecta, viene siendo una rebelión exitosa, y creo que sus efectos recién
empiezan a sentirse.
Tomemos por ejemplo el plano económico. Aunque cueste creerlo, el motivo
fundamental por el que la economía argentina no colapsó aún
más profundamente, ni cayó en la vorágine de la hiperinflación
(como predijo el FMI), sino que comenzó una temprana recuperación,
somos nosotros. Ese es nuestro logro: no es ni del presidente provisional Duhalde,
ni del ministro Lavagna. De haberse continuado con las políticas de "salida"
de la crisis que recomendaban los empresarios y el FMI, y que comenzaron a implementar
los ministros Machinea, López Murphy y Domingo Cavallo en dos palabras,
más ajuste y más represión, la economía argentina
estaría hoy mucho peor de lo que está. Fuimos nosotros los que
forzamos a dejar de pagar la deuda externa, al menos por un tiempo. Fuimos nosotros
los que pusimos más al descubierto a nivel mundial adónde conducen
las políticas del FMI, y amenazamos con trastornar el orden social en
toda la región, dándole así más margen de maniobra
a Lavagna en sus negociaciones. Fuimos nosotros los que impedimos que la crisis
se resolviera mediante la lógica del ajuste eterno, o de la hiperinflación.
Fuimos nosotros los que forzamos al gobierno a reinstalar las retenciones a
las exportaciones agrícolo-ganaderas, y dedicar mayores fondos a la ayuda
social (que a su vez ayudaron al aumento del consumo interno, y a la vuelta
parcial a la sustitución de importaciones). Fuimos nosotros los que logramos
que el Congreso postergue las ejecuciones de las deudas de los pequeños
y medianos productores quebrados, y los que conseguimos que se pesifiquen las
deudas con los bancos. Fuimos nosotros los que conseguimos que la Corte Suprema,
bajo temor de linchamiento, revirtiera el recorte compulsivo de salarios de
Cavallo, y en alguna medida la pesificación forzosa de los depósitos
de los ahorristas. Fuimos nosotros los que evitamos mayores vaciamientos de
empresas mediante nuestro apoyo a la lucha sindical (caso Aerolineas Argentinas)
o mediante la amenaza de la toma de fábricas y su puesta en funcionamiento
bajo control obrero. Fue nuestra presencia la amenaza constante del saqueo,
del escrache, del éxodo, de la rebelión, de la ocupación,
del piquete, lo que logró evitar que la economía argentina cayera
más profundamente. Como reconoció Lavagna frente a los empresarios,
la "situación social" es el "telón de fondo" de todas sus políticas
económicas: "La estabilidad social, la estabilidad política y
en consecuencia la estabilidad económica están íntimamente
ligadas a que podamos seguir con la política de contención, primero,
y de mejoramiento de la situación social después. El que crea
que se puede llevar adelante un plan económico sin mirar lo social se
equivoca" (Clarín, 15/5/03). En suma, fueron nuestras luchas las que
consiguieron que quedaran en suelo argentino y se redistribuyeran cuotas mayores
del excedente social. Nosotros "sabemos" de economía mucho más
que los economistas que pretenden darnos lecciones por TV.
En segundo lugar, también en el plano político el QSVT ya ha tenido
un profundo impacto. Para empezar, no hay que olvidarlo, la rebelión
derribó a dos presidentes, e impidió que otros personajes, como
el infame Carlos Grosso, volvieran a la arena política. Las elecciones
ratificaron en parte estos hechos: la UCR, una de las dos fuerzas políticas
que vienen gobernando el país en los últimos 100 años,
prácticamente desapareció (al menos por ahora). Este hecho solo
ya tiene una gran importancia histórica, y abre un panorama político
difícilmente predecible. Por otro lado, la otra fuerza principal, el
peronismo, fue incapaz de cerrar filas, y posterga la definición de una
división interna que amenaza con quitarle parte de su caudal de apoyo
histórico. La aparente fuerza del peronismo en esta elección,
sumados sus tres candidatos, esconde un problema irresuelto, y de dificil resolución.
Además Carlos Menem, el presidente neoliberal que condujo al país
por 10 años, durante los cuales armó toda una red mafiosa y clientelar,
y que ganó toda elección a la que se presentó en su vida,
debió renunciar a presentarse en el ballotage, donde según las
encuestas habría sido derrotado por un abrumador porcentaje de entre
el 70 y el 78%. La vergonzosa retirada del que alguna vez se presentó
como un caudillo y macho cabrío significa, sin duda, su muerte política.
Quizás consiga algún otro cargo en su provincia natal, o hacerse
algún lugar en el poder legislativo nacional. Pero es esperable que no
vuelva a lograr postularse a presidente en el futuro (al menos como candidato
de los peronistas). Por último, las elecciones presidenciales abrieron
el juego político a una serie de nuevas fuerzas y figuras, ninguna de
las cuales cuenta con un apoyo abrumador de la población. Es de destacar
que incluso el vocabulario político se ha transformado: candidatos como
Elisa Carrió y el electo Néstor Kirchner se lanzaron discursivamente
en defensa de la "igualdad", un concepto que no resonaba en la alta política
desde hacía décadas. En suma, el reacomodamiento político
luego del QSVT recién comienza, y es muy temprano para cualquier predicción.
El significado de la elección
Teniendo en cuenta todo lo anterior, no estoy de acuerdo con los que opinan
que la crisis de legitimidad ya está cerrada, que el vendaval del 19
y 20 pasó sin dejar huellas, que la gente votó "por los mismos
de siempre", o que la sociedad se ha "derechizado".
Empecemos por la pregunta: ¿Ganaron verdaderamente "los mismos de siempre"?
Escucho frecuentemente a mis compañeros anticapitalistas decir, en referencia
a los candidatos "del sistema", que "son todos lo mismo". Esto es y no es cierto.
Por supuesto, por definición, ninguno de los candidatos "del sistema"
quiere construir una sociedad no-capitalista: en eso son todos iguales. Pero
esto no es más que una obviedad. Diferentes candidatos, y las diferentes
medidas que vayan a adoptar, pueden afectar nuestras vidas de formas muy distintas.
Por ejemplo, para mi situación económica como docente, y para
el futuro de mis hijos (cuando los tenga) no es lo mismo un candidato como López
Murphy, que cerraría todas las escuelas y Universidades si pudiera, que
uno que tal vez dejara algunas abiertas. Para mi sentido de dignidad personal,
no es lo mismo que gane Menem o que gane otro candidato que tenga exactamente
el mismo programa y el mismo nivel de corrupción: me daría un
poco menos de vergüenza si, al menos, no me gobierna el mismo tipo que
ya empeoró mi vida en el pasado. Como activista, sé que la primera
medida de gobierno de los dos candidatos mencionados habría sido aplastar
la revuelta social sin piedad, al primer día de gobierno. El resto de
los candidatos quizás (no lo sé) se demorarían un poco
más, o reprimirían con menos saña: esa sutil distinción
puede ser la diferencia entre la vida o la muerte para quienes participamos
de acciones de desobediencia y resistencia callejeras. En este sentido, es bastante
torpe tratar de convencer a los votantes de no votar por ninguno porque "todos
son iguales", sobre todo en un contexto en el que no existe una alternativa
para votar más que los candidatos "del sistema". La gente no los percibe
como exactamente iguales, y tiene razón. En esto, como sucede a menudo,
la gente común tuvo un análisis de la situación política
mucho más sutil que el de muchos militantes.
Y aquí es donde acuerdo con los amigos del Nuevo Proyecto Histórico
cuando dicen que la gente puso un voto "cínico" en esta elección.
Con la excepción, quizás, de los que apoyaron a Menem, muy poca
gente votó convencida, ni mucho menos entusiasmada. Simplemente votaron
sin creer, al "menos peor", y en gran medida impulsados por el miedo a que ganen
los "más peores". La gran afluencia de votantes el día de la elección
no tuvo que ver con el entusiasmo de decidir verdaderamente, sino con el miedo
a la vuelta de la derecha represiva. En este sentido, creo que este "voto cínico"
y este "voto miedo" simplemente reemplazaron estratégicamente al "voto
bronca" en un contexto en el que había un peligro real (Menem-Murphy),
y ninguna opción creíble. En otras palabras, no creo que la crisis
de representatividad de los políticos esté completamente cerrada
sólo porque consiguieron hacer que la gente elija nuevos representantes.
Y el voto de la población me resulta una decisión no sólo
comprensible, sino incluso bastante inteligente. Permitir que ganaran Menem
o López Murphy significaría la certeza de volver a las políticas
económicas neoliberales más furiosas, y desatar la más
terrible represión sobre el movimiento social: la gente decidió
no permitirlo, y los activistas deberíamos estar agradecidos por eso.
Porque, además, ¿qué otra opción tenían, dentro
del juego electoral? Votar a Carrió, quizás. Pero mucha gente
parece haber percibido creo que con razón que Carrió no está
preparada para llevar adelante el programa que ella misma propone: carece de
apoyos en la mayor parte del país, y todavía no cuenta con un
equipo de colaboradores preparado. Sobre el payaso Adolfo Rodríguez Sáa
no hace falta abundar en detalles: es poco más que un aventurero, quizás
el último representante del peronismo histórico. ¿La izquierda
tradicional? La gente decidió darles la espalda una vez más (lo
cual no quita que, en las próximas elecciones legislativas, seguramente
les irá mejor). Personalmente, no culpo a los electores por esta decisión:
no cabe ninguna duda, por ejemplo, de que la vida de la enorme mayoría
de la población (incluyendo a los más pobres) empeoraría
notablemente si Izquierda Unida gobernara hoy el país, o que los niveles
de represión se harían intolerables si el Partido Obrero asumiera
el poder (especialmente para los asambleístas, piqueteros, y anticapitalistas
que nos negáramos a afiliarnos). En el escenario de esta realidad, la
gente optó por un voto "cínico" al peronista Kirchner. ¿Es este
voto una "derechización" del electorado, o un voto por "los mismos de
siempre"? No me lo parece. De hecho, Kirchner es percibido como una "cara nueva"
que no tiene casos flagrantes de corrupción en su prontuario. Si bien
pertenece al peronismo, su lenguaje y su estilo político se parecen mucho
más al de los políticos "progresistas" de la última década.
En lo respectivo a su programa económico, Kirchner significa para muchos
la continuidad de Lavagna, es decir, de algo que se percibe como diferente del
neoliberalismo furioso de sus predecesores. Y mucha gente debe recordar que,
de hecho, Kirchner fue una de las pocas voces críticas del neoliberalismo
durante la década menemista. Y como si esto fuera poco, se ocupó
de hablar de volver a la "Argentina de la igualdad", de la posibilidad de "cerrar
la etapa histórica" que abrieron los militares en 1976, y de abrazar
a Lula y al Mercosur. Incluso, el discurso que dió Kirchner el 14 de
mayo, cuando se conoció la renuncia de Menem a competir en el ballotage,
contiene la retórica más "izquierdista" que se haya oido de boca
de un presidente Argentino en décadas. Su ataque a "los intereses de
grupos y sectores del poder económico que se beneficiaron con privilegios
inadmisibles durante la década pasada, al amparo de un modelo de especulación
financiera y subordinación política", que "compraron la política",
"corrompieron a los dirigentes" y "arruinaron la vida de los ciudadanos", contrasta
fuertemente con la obsecuencia del discurso menemista, el servilismo del período
De la Rúa, e incluso la cautela de Duhalde. No es casual que los representantes
de las corporaciones económicas nacionales e internacionales (especialmente
las privatizadas y las intereses financieros) estén francamente preocupados
por la victoria de Kirchner.
Por supuesto, todo esto puede ser mero discurso, y Kirchner puede transformarse
en el peor neoliberal al día siguiente de su asunción, como sucedió
con Menem y De la Rúa. Lo que quiero destacar es que el electorado votó
verdaderamente por el que parece "menos peor", y por el que parece una cara
nueva, dentro de la oferta realmente existente. Respecto de la últimas
dos elecciones presidenciales (las de Menem y De la Rúa) el electorado
no sólo no se derechizó, sino que votó obstinadamente por
un candidato que parece representar un cambio en sentido progresista. Esto es
especialmente valorable si lo ponemos en perspectiva histórica: en situaciones
de catástrofe nacional, ha sido una conducta electoral muy común
en muchos países el volcarse hacia algún lider que prometa "mano
dura", "unidad nacional(ista)" y disciplina. Hace 30 años, la clase media
argentina no habría vacilado en salir a apoyar un golpe militar que restaure
el orden. Y sin embargo, en las últimas elecciones los candidatos de
la extrema derecha obtuvieron procentajes insignificantes (compárese
con los resultados alarmantes que obtienen los fascistas de Le Pen en Francia,
o el Partido Nacional Británico, en sociedades que tienen muchos menos
problemas que nosotros). El hecho de que la población haya votado en
sentido inverso en una situación tan difícil, y haya bloqueado
la opción abiertamente represiva y la criminalización de la protesta
social, es otro de los resultados del 19 y 20 digno de apreciar.
Avances del movimiento social desde el 19 y 20
De hecho, es en el plano social, y no en el político, donde el 19 y 20
muestra sus mayores logros. La rebelión comenzó, como se recuerda,
en el momento en que el gobierno declaró el Estado de Sitio para reprimir
a los pobres que saqueaban comercios en las afueras de varias ciudades. El hecho
de que, en ese momento, la clase media empobrecida se identificara en cierta
medida con la suerte de los más humildes y los desocupados, y saliera
a exigir la renuncia del presidente, es sin duda uno de los datos más
reveladores de aquellas jornadas (especialmente si se tiene en cuenta que, en
los saqueos de 1989, la reacción de la clase media había sido
exactamente la contraria). Desde el 19 y 20 se abrieron múltiples canales
de contacto interclase, especialmente a través de la alianza Asambleas/piqueteros/fábricas
recuperadas. A pesar de que la simpatía de la clase media por los piqueteros
hoy parece estar disminuyendo, el vínculo de solidaridad simbolizado
en la consigna "Piquete y cacerola, la lucha es una sola" ha conseguido impedir
hasta ahora la criminalización de los movimientos de desocupados. Pero
más allá de este hecho, de por sí muy importante, el año
y medio posterior al 19 y 20 ha sido extraordinariamente rico en el desarrollo
de nuevas ideas y experiencias políticas radicales. "Nuestro" QSVT (me
refiero al QSVT anticapitalista) floreció especialmente en el plano social,
como no podía ser de otra manera. La rebelión instaló definitivamente
una nueva cultura radical, ausente en las tradiciones políticas del pasado
argentino. Esta cultura ha demostrado una enorme vitalidad, especialmente si
uno tiene en cuenta que debió desarrollarse en el fuego cruzado de la
represión estatal/mediática y los ataques permanentes de la izquierda
tradicional.
Esta nueva cultura se refleja tanto en las ideas, como en las formas de organización
y de lucha que adoptan los nuevos movimientos sociales. La diversidad de experiencias
es enorme, y probablemente cualquier síntesis sea poco representativa.
Creo, sin embargo, que lo característico de esta nueva cultura podría
resumirse en tres elementos: horizontalidad, multiplicidad, y autonomía.
Horizontalidad refiere al intento de crear formas de organización en
las que no existan jerarquías permanentes, es decir, diferencias fijas
y "duras" entre dirigentes y dirigidos, representantes y representados. En términos
prácticos, esto significa formas de funcionamiento asamblearias, y un
esfuerzo permanente por socializar las responsabilidades y los saberes entre
todos. Multiplicidad quiere decir buscar la unidad en la diversidad; significa
no sólo aceptar las diferencias, sino estimularlas, en la creencia de
que cuanto más variado sea un movimiento, más fuerza tendrá.
En términos prácticos, esto significa el rechazo de las identidades
y los "programas" fijos y rígidos, de los "sujetos privilegiados" y las
"verdades reveladas", y la búsqueda de consensos a la medida de cada
situación y de cada grupo. Por último, por "autonomía"
me refiero al esfuerzo por ampliar la capacidad de autodeterminarse y por crear
espacios en donde podamos vivir de acuerdo a nuestras propias reglas. En términos
prácticos, esto significa un cambio en la estrategia política,
que ya no está exclusivamente centrada en la "toma del poder", sino en
el desarrollo de un "contrapoder". El origen de estas ideas/prácticas
es variado. En el plano de las ideas, han tenido gran impacto la experiencia
de los zapatistas, y autores como Antonio Negri y John Holloway, entre otros.
Diferentes publicaciones y colectivos de acción y/o de pensamiento crítico
han contribuido a la circulación de estos saberes; entre otros, Nuevo
Proyecto Histórico, Colectivo Situaciones, El Rodaballo, Autodeterminación
y Libertad, Intergalactika, Socialismo Libertario, las Rondas de Pensamiento
Autónomo, los rosarinos de Grado Cero, etc., junto con una cantidad de
intelectuales "solitarios". Pero fundamentalmente, las características
de esta nueva cultura nacen de la práctica, y de los fracasos del pasado.
Por ejemplo, ya las primeras organizaciones de desocupados (los llamados "piqueteros"),
a mediados de la década del ?90, venian desarrollando espontáneamente
formas asamblearias. El movimiento Asambleario surgido del 19 y 20 en varias
ciudades argentinas adoptó formas similares, también espontáneamente.
Las políticas autónomas también venían floreciendo
en el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MoCaSE), en el Movimiento
de Trabajadores Desocupados de La Matanza, y en las organizaciones de desocupados
que confluyeron en el MTD "Anibal Verón", y más tarde en la Coordinadora
de Organizaciones Populares Autónomas (COPA), entre otros. Muchos de
estos grupos desarrollaron proyectos de producción y distribución
alternativos, basados en reglas no- capitalistas. El fenómeno de las
fábricas bajo control obrero que ya cuenta más de 200 plantas
ocupadas y puestas a trabajar por los propios trabajadores participa también
en alguna medida de esta cultura, del mismo modo que experiencias de sindicatos
radicales, como el de cadetes y mensajeros (SIMeCa). Por otro lado, los colectivos
de comunicación alternativa como Indymedia y otros, y los de arte político
Ardearte, Etcétera, Grupo de Arte Callejero, etc. e innumerables bandas
de música y murgas "compañeras", forman parte en gran medida de
esta renovación del pensamiento, los "sentimientos", y las prácticas
anticapitalistas. No todos estos movimientos surgieron luego del 19 y 20; pero
la rebelión de esos días contribuyó a que todos nos encontráramos,
comenzáramos a forjar una identidad en común, y a tejer redes
de apoyo, solidaridad, y acción que son cada vez más sólidas.
Es muy fácil perder de vista la enorme importancia de todos estos fenómenos
para quienes estamos todos los días sumergidos en esta realidad, y sería
realmente una lástima si el resultado de una elección nos hace
perder de vista todo lo que hemos hecho. De nuevo aquí, la perspectiva
histórica es fundamental. Existen muy pocos antecedentes, por ejemplo,
de un movimiento de desocupados de la magnitud del movimiento piquetero, capaz
de movilizar a miles de personas en acciones directas de altísimo nivel
de confrontación y efectividad. El descubrimiento de los piqueteros que
la interrupción de la circulación de mercancías es el punto
vulnerable de un sistema que ha aprendido a domesticar las luchas sindicales
abrió todo un horizonte de posibilidades para los movimientos sociales.
Otro descubrimiento similar es el de las fábricas recuperadas, que nos
enseñaron que los obreros pueden hacer algo contra la movilidad irrestricta
del capital (hoy aquí, mañana en Indonesia, etc.), que condena
a los trabajadores al desempleo forzado. Ocupando las plantas y sus maquinarias,
los trabajadores pueden impedir los vaciamientos, y demostrar que, de hecho,
no necesitamos propietarios ni gerentes para mantener la economía funcionando:
¡que se vayan ellos también, si quieren! Dicen los que saben que en un
acontecimiento tan importante como el Mayo francés (1968), sólo
hubo una fábrica recuperada. Y no creo que haya muchos antecedentes de
un estado forzado, al menos temporalmente, a expropiar las fábricas a
sus dueños y ponerlas en manos de los trabajadores, ni de miles de personas
defendiendo del desalojo a fábricas recuperada (Brukman y Zanón)
en una batalla campal con la policía, tal como ha sucedido en Argentina.
Las Asambleas populares, ese maravilloso experimento de democracia directa,
tampoco es algo que deba pasarse por alto, como si fueran parte del paisaje
natural. En fin, todas las cosas que venimos haciendo en este año y medio
desde el 19 y 20 son extraordinarias por donde se las mire, y abren nuevos horizontes
de lucha y construcción de nuevas relaciones sociales. La leyenda de
las Asambleas, los piqueteros y las fábricas recuperadas ha dado la vuelta
al mundo, inspirando a movimientos sociales de muchos rincones del planeta.
Nadie puede decir, sólo por los resultados de una elección, que
la rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001 pasó sin dejar huellas.
¿Y quién puede predecir las marcas que dejará todavía en
el futuro?
No: nuestros tiempos no son los de la política electoral. Dejemos que
los periodistas y los políticos canten victoria y anuncien nuestra muerte.
Pero no perdamos de vista que recién estamos naciendo, y que tenemos
motivos de sobra para estar satisfechos y orgullosos de lo que hemos hecho en
este tiempo. Por más que la prensa intente "ningunearnos", venimos siendo
los protagonistas centrales de la política nacional.
Superando limitaciones: del autonomismo ingenuo a la efectividad política
Pero claro, nuestro orgullo y satisfacción bien ganados no deben cerrar
nuestros ojos ante las muchas cosas que nos falta hacer, los problemas y debilidades
que tenemos, y las empresas en las que hemos fracasado. Una de las asignaturas
pendientes es la de la coordinación de los diferentes movimientos sociales,
es decir, la de encontrar la manera de dotar a las redes que venimos tejiendo
de una solidez y capacidad de articulación mayores. En el movimiento
asambleario hemos realizado varios experimentos importantes en ese sentido,
como el "Piquete Urbano", o los Encuentros de Asambleas autónomas. También
los piqueteros y el movimiento de fábricas recuperadas ensaya formas
de coordinación. Pero en general siguen siendo demasiado vulnerables
y poco efectivas. Es cierto que debimos luchar permanentemente contra las manipulaciones
de los partidos de izquierda, y que ello, por triste que resulte reconocerlo,
se llevó buena parte de nuestra energía. Pero también es
cierto que la incapacidad de encontrar estructuras de coordinación más
efectivas es una limitación propia que debemos reconocer. En ese terreno
nos queda mucho por pensar, ensayar, e inventar.
Otra debilidad, quizás más importante, es que estamos perdiendo
nuestros canales de contacto con la realidad del común de la gente. Existe
el peligro de que terminemos viviendo en nuestra propia burbuja de activismo
radical, si no cambiamos rápidamente de dirección y dejamos de
ocuparnos de temas y de hablar con palabras que sólo se refieren a nosotros
mismos. Hacer política radical no consiste en pelearse para ver quién
es más bolchevique, sino en saber escuchar y escucharse, y avanzar siempre
al paso del movimiento del conjunto de la sociedad (o al menos de porciones
significativas de ella). El fracaso de nuestra estrategia para las elecciones
el boycott activo es un buen ejemplo de aquel peligro. Desde varias asambleas,
grupos piqueteros y algunos partidos como el Partido de los Trabajadores por
el Socialismo (PTS) o Autodeterminación y Libertad, hicimos campaña
para que la gente no concurriera a votar, o impugnara su voto, y planeamos acciones
de desobediencia callejera para el día de la elección. Pero, como
es sabido, el porcentaje de los que nos acompañaron fue ínfimo,
y en las acciones no participaron ni siquiera los activistas de siempre. Quizás
cuando diseñamos esa estrategia, cuyo objetivo era deslegitimar al próximo
gobierno, no estuvo del todo mal pensada: unos meses antes de la elección
Menem tenía un porcentaje moderado en las encuestas, y los medios todavía
no habían inventado la amenaza de López Murphy. Pero desde que
ambos datos entraron a escena, poco antes de la votación, el panorama
político cambió bruscamente. Para la gente, con justa razón,
ya no daba lo mismo quien ganara, y desde los movimientos sociales no tuvimos
la capacidad de verlo a tiempo. Conclusión: el día de la elección
quedamos solos y aislados de la población. Y, lo que es peor, no quedamos
solos pero con una estrategia correcta (que bien puede pasar), sino solos en
el error: la gente no politizada supo más de política ese día
que nosotros. Por supuesto, no quiero decir que, en lugar del boycott, debiéramos
haber hecho campaña para Kirchner (no hace falta aclararlo, pero siempre
hay alguien que entiende lo que quiere). Pero, por ejemplo, podríamos
haber dejado que cada uno votara a quien quisiera, mientras nos ocupábamos
de reforzar el "cinismo" de ese voto mediante una campaña de burla y
descrédito a la elección en su conjunto. En otras palabras, no
pedirle a la gente que se abstenga de votar, sino reforzar la sensación
de que, en realidad, ningún político nos representa (ni siquiera
cuando los votamos, en esas puestas en escena vacías de sentido que llamamos
"elecciones"). Este error que en mi opinión cometimos no es gravísimo,
y es cierto que tenemos derecho a equivocarnos; pero es un paso en falso que
debemos intentar no repetir. Si nos aislan, o nos autoaislamos de resto de la
sociedad, no sólo no avanzaremos en nuestro camino, sino que con toda
seguridad terminarán barriendo con nosotros.
Por último, creo que tenemos otra debilidad que es necesario superar,
y que se relaciona con las dos anteriores. Un poco como reacción contra
la política estatista de la vieja izquierda que en su afán por
"tomar el poder" muchas veces termina creando partidos/estado a veces más
autoritarios que el propio estado capitalista muchas secciones del movimiento
social argentino vienen desarrollándose en una línea de autonomismo
que me parece un poco ingenua. En alguna jornada de reflexión escuché
a un asambleísta, por ejemplo, decir que la autonomía pasa por
crear microemprendimientos productivos, y desligarnos totalmente del estado
en una especie de "sociedad paralela". Sin duda esto es importante, pero no
creo que la emancipación pase sólo por aprender a fabricar nuestros
propios dulces en conserva, ni simplemente por crear formas de defensa contra
los ataques del estado. Ya en el siglo XIX los socialistas Fourieristas e Icarianos,
por ejemplo, se dedicaron a fundar cientos de comunidades paralelas (los llamados
"falansterios"), capaces de autosustentarse en todo sentido (producción,
educación, leyes propias, etc.). Muchas de estas comunidades llegaron
a agrupar a varios cientos de personas, incluso miles, y algunas duraron tanto
como 70 u 80 años. Pero invariablemente terminaron disolviéndose,
no por la represión estatal, sino bajo la presión del capitalismo:
los hijos o nietos de sus fundadores simplemente prefirieron irse al "mundo
exterior". De más está decir que el capitalismo del siglo XXI
impone todavía muchas más restricciones y presiones que el de
hace 150 años. La estrategia de la "sociedad paralela" (por lo menos
así entendida), es hoy inviable. Por eso, creo que esfundamental comprender
que la verdadera autonomía se pelea todo a lo largo de la sociedad (incluyendo
el estado). Aclaro de nuevo aquí, para que no haya malentendidos: creo
que la construcción de autonomía, lo que algunos llaman "contrapoder",
tiene que ser el horizonte fundamental de nuestra táctica política.
Pero para cambiar el mundo tenemos que encontrar la forma de desapoderar el
estado, y reemplazarlo por otra forma de relacion social. Las asambleas de barrio,
las fábricas autogestionadas, los microemprendimientos no capitalistas
son fundamentales. Pero una sociedad nueva no se sostiene sólo con eso.
Sabemos lo que no queremos: no queremos que la democracia se reduzca a elegir
candidatos cada cuatro años como quien elige un cepillo de dientes en
el supermercado. No queremos la partidocracia ni el parlamentarismo actuales.
No queremos líderes iluminados, ni "representantes" que nos quiten nuestra
capacidad de decidir por nosotros mismos. No queremos delegar poder en un compañero,
para que con el tiempo ese compañero lo acumule y se transforme en otro
mandón más. No queremos burocracias sindicales, ni los partidos
jerárquicos y autoritarios de la vieja izquierda.
Cuando nos encontramos en las calles y descubrimos las formas de funcionamiento
asamblearias y de coordinación en red, nos aferramos a ellas como a un
pequeño tesoro. Las defendimos todo este tiempo con uñas y dientes
contra los que querían arrebatárnoslas o vaciarlas de contenido.
Y está muy bien que lo hayamos hecho, y que lo sigamos haciendo, porque
es la base sin la cual nunca avanzaremos en el camino de la emancipación.
Pero es importante que sepamos que con eso solo no alcanza. Nos falta pensar
y experimentar formas efectivas y realistas de gestión de lo social a
gran escala. Nos falta encontrar la forma de vincularnos a la política
estatal, e incluso a la electoral, sin que ellas nos terminen absorbiendo. Creo
que ésta es la pregunta del millón, no sólo en Argentina,
sino en muchos otros países, donde la protesta social y el activismo
están más vivos que nunca (como en Italia, Francia o España,
e incluso EEUU y Canadá), y sin embargo, en el plano de la alta política,
parece que no pasara nada. Vamos por el buen camino, y desde el 19 y 20 hemos
caminado un largo trecho; pero quizás haya que reconocer que estamos
mucho más atrás de lo que pensábamos, y que nos falta mucho
por inventar. Un anticapitalismo efectivo no puede quedarse en la denuncia permanente,
o en la mera crítica testimonial: es necesario que desarrollemos alternativas
posibles, que tengan sentido para las personas comunes (y no sólo para
nosotros los activistas) sin por ello perder su radicalidad.
Hoy el régimen social en argentina comienza a estabilizarse, después
del cataclismo de diciembre de 2001. La rebelión del 19 y 20 nos mostró
que la gente esta dispuesta a salir a la calle y derribar un gobierno, y que
sabe cómo hacerlo. No creo que la tarea del momento sea explicarle a
los demás que vivimos en un mundo injusto, dominado por explotadores
que están deteriorando nuestras vidas y el planeta a ritmos cada vez
más acelerados, mientras nos condenan a la represión y la guerra
permanentes. Eso lo siente, en mayor o menor medida, casi todo el mundo. Pero
nadie va a saltar por ello al vacío, por más graves que sean los
cataclismos que vengan: necesitamos pasar de la crítica y la resistencia,
a la construcción de alternativas deseables y posibles para seres humanos
de carne y hueso, y de tácticas políticas viables para hacerlas
realidad.
Durante el año y medio que siguió al 19 y 20, desde el rincón
del planeta que habitamos, nuestro grito atravesó el mundo y consiguió
expandir el horizonte de lo posible. Ojalá hoy estemos a la altura de
las tareas que nos esperan.
Con el corazón en un edificio arrebatado a un banco, cerca del Cid
Campeador, Ciudad de Buenos Aires, 17 mayo de 2003.
* Integrante de la asamblea del Cid Campeador