23 de mayo del 2003
¿Qué quedó del Que Se Vayan Todos?
Ezequiel Adamovsky
  lavaca.org 
  
  Después de las elecciones presidenciales, poco parece haber quedado 
  de la extraordinaria rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001 que forzó 
  la renuncia del presidente De la Rúa y otros funcionarios al grito de 
  "¡Que se vayan todos!" (QSVT). O al menos eso parece a simple vista: con Néstor 
  Kirchner como nuevo presidente el peronismo retuvo el poder, la Corte Suprema 
  sigue en su lugar, los banqueros se salieron con la suya, y la furia popular 
  parece haberse retirado en gran medida de las calles, al ritmo de una economía 
  estabilizada y en leve e inesperado ascenso. La elección presidencial 
  logró movilizar la participación de la gran mayoría de 
  la población, y el "voto bronca" el rechazo a votar por ninguno de los 
  candidatos mediante la abstención, la impugnación del voto o el 
  voto en blanco, que había anunciado la rebelión del 2001, parece 
  haber quedado en el pasado. Más aún: aunque no lograron ganar 
  la elección, los candidatos de la derecha represiva Menem y López 
  Murphy se las arreglaron para obtener un importante caudal de votos en la primera 
  vuelta.
  
  Tal panorama, a primera vista desolador, está golpeando muy fuertemente 
  en la moral de muchos militantes y activistas de los movimientos sociales. Algunos 
  de mis compañeros de las Asambleas populares sienten que la sociedad 
  nos ha "traicionado", abandonándonos al primer atisbo de mejoría 
  económica. En los otros movimientos también se escuchan voces 
  similares de resentimiento, y se percibe la sensación de que todo, en 
  última instancia, ha sido en vano. Nuestro querido y respetado Osvaldo 
  Bayer incluso escribió un artículo lleno de amargura, en el que 
  constata que la Argentina sigue estando dominada por el "hecho maldito" del 
  peronismo. Desde los medios de comunicación (incluso los progresistas), 
  se estimulan lecturas derrotistas: hasta Horacio Verbitsky, desde el matutino 
  Página/12, se apuró a celebrar el fin del QSVT, y la vuelta de 
  la normalidad institucional. Resuelta supuestamente la crisis de legitimidad 
  abierta tras la caída de De la Rúa, los políticos y comunicadores 
  oficiales respiraron aliviados por primera vez después de un año 
  y medio, y se apresuraron a anunciar que la amenaza de las masas en las calles 
  ha terminado. Incluso los medios internacionales aprovecharon los resultados 
  de la elección para desautorizar a los activistas del movimiento de resistencia 
  global que, como Naomi Klein, habían puesto a la Argentina como ejemplo 
  de un nuevo tipo de política emancipatoria.
  
  Y sin embargo, tanto el optimismo oficial ("todo ha terminado") como el pesimismo 
  de muchos de mis compañeros ("todo ha sido en vano") me resultan demasiado 
  prematuros. Mirando con ojos diferentes a los del poder, ni la crisis de legitimidad 
  está completamente resuelta, ni el QSVT ha pasado sin dejar mayores efectos. 
  De hecho, creo que el QSVT recién empieza, y ya ha logrado cambios de 
  gran importancia.
  
  ¿De quién era el QSVT? 
  
  Pero para poder ver el asunto con otros ojos, es necesario analizar los sucesos 
  en perspectiva histórica, y sincerar algún que otro malentendido. 
  Empecemos por el sinceramiento de la consigna QSVT. El hecho de que los nuevos 
  movimientos sociales resultaran fortalecidos, o incluso nacieran, tras la rebelión 
  del 19 y 20 de diciembre, llevó a muchos de nosotros a asumir, casi como 
  una verdad indiscutible, que el QSVT nos pertenecía completamente. Los 
  activistas piqueteros, asambleístas, etc. luchamos por apropiarnos de 
  la legitimidad de la consigna QSVT, utilizándola para el desarrollo de 
  nuestras propias luchas anticapitalistas. Durante el año y medio posterior 
  al 19 y 20, nos presentamos como los representantes únicos e indiscutibles 
  de aquellas históricas jornadas. "Somos nosotros", se lee en las remeras 
  que diseñaron los artistas del Taller Popular de Serigrafía, y 
  que los activistas lucimos con orgullo por las calles de Buenos Aires. Pero 
  la realidad es que no todos los que participaron en la rebelión eran 
  anticapitalistas. De hecho, diría que sólo una pequeña 
  minoría lo era. Para la gran mayoría de los que tomaron las calles 
  esos días, especialmente el 19, QSVT significaba un rechazo de la vieja 
  política y de los dirigentes corruptos y, quizás, también 
  del modelo económico neoliberal. Pero desde allí al anticapitalismo 
  hay un gran trecho. Durante la rebelión, compartí las calles de 
  mi barrio con miles de vecinos; sin embargo, la gran mayoría de ellos 
  jamás se acercó a la Asamblea barrial que se formó poco 
  después, ni mucho menos a alguno de los grupos piqueteros. No quiero 
  decir con esto que el QSVT no nos pertenezca: por supuesto que "somos nosotros". 
  Pero no es menos cierto que también le pertenece, incluso en mayor medida, 
  a la multitud anónima que, sin ser anticapitalista, también escribió 
  esa historia. Lo que quiero decir con esto es que el éxito de la rebelión, 
  los logros del QSVT, no pueden medirse por el éxito de los movimientos 
  anticapitalistas que hemos sabido construir. No es justo, ni para nosotros los 
  activistas, ni para el resto de los que participaron en las jornadas del 19 
  y 20, declarar que "todo fue en vano" sólo porque todavía no logramos 
  construir un mundo no-capitalista, o al menos instalar formas de democracia 
  directa en la gestión del estado argentino.
  
  Y eso me lleva a la cuestión de la perspectiva histórica. Los 
  tiempos del cambio social no se miden en términos de unos pocos años, 
  y mucho menos por los resultados de una elección. Si caemos fácilmente 
  en el desánimo por no ver resultados espectaculares e inmediatos, perderemos 
  de antemano la batalla por abandono. Por tomar un ejemplo, después de 
  la Revolución francesa de 1789 (no hace falta decirlo: un acontecimiento 
  incomparablemente más profundo y radical que el 19 y 20), los franceses 
  tardaron todavía 80 años en lograr un régimen republicano 
  y democrático. A pesar de que la cabeza de Luis XVI rodó guillotinada 
  por la multitud, los franceses todavía tuvieron que soportar tres reyes 
  más y un dictador, y tomarse el trabajo de hacer otras dos revoluciones, 
  para que finalmente se acabara la monarquía de forma definitiva. Existen 
  muy pocos casos en la historia moderna en los que las elites políticas 
  se hayan renovado totalmente en un abrir y cerrar de ojos: valga recordar que 
  Boris Yeltsin, primer presidente de Rusia tras la caída del comunismo, 
  había sido hasta poco tiempo atrás nada menos que miembro del 
  Comité Central del Partido Comunista, y lo mismo vale para la mayor parte 
  de la elite política post-soviética, tanto en Rusia como en otros 
  países de Europa Oriental. Ni siquera luego de grandes revoluciones las 
  cosas cambian totalmente de un día para el otro.
  
  ¿Que quedó del QSVT? 
  
  No traigo estos argumentos sólo para consolarme en la espera de próximos 
  acontecimientos, sino para que podamos visualizar mejor los logros del QSVT 
  (no del "nuestro", sino del de todos) y el significado de las elecciones. De 
  hecho, el 19 y 20 ya generó cambios muy importantes: en lo que a mí 
  respecta, viene siendo una rebelión exitosa, y creo que sus efectos recién 
  empiezan a sentirse.
  
  Tomemos por ejemplo el plano económico. Aunque cueste creerlo, el motivo 
  fundamental por el que la economía argentina no colapsó aún 
  más profundamente, ni cayó en la vorágine de la hiperinflación 
  (como predijo el FMI), sino que comenzó una temprana recuperación, 
  somos nosotros. Ese es nuestro logro: no es ni del presidente provisional Duhalde, 
  ni del ministro Lavagna. De haberse continuado con las políticas de "salida" 
  de la crisis que recomendaban los empresarios y el FMI, y que comenzaron a implementar 
  los ministros Machinea, López Murphy y Domingo Cavallo en dos palabras, 
  más ajuste y más represión, la economía argentina 
  estaría hoy mucho peor de lo que está. Fuimos nosotros los que 
  forzamos a dejar de pagar la deuda externa, al menos por un tiempo. Fuimos nosotros 
  los que pusimos más al descubierto a nivel mundial adónde conducen 
  las políticas del FMI, y amenazamos con trastornar el orden social en 
  toda la región, dándole así más margen de maniobra 
  a Lavagna en sus negociaciones. Fuimos nosotros los que impedimos que la crisis 
  se resolviera mediante la lógica del ajuste eterno, o de la hiperinflación. 
  Fuimos nosotros los que forzamos al gobierno a reinstalar las retenciones a 
  las exportaciones agrícolo-ganaderas, y dedicar mayores fondos a la ayuda 
  social (que a su vez ayudaron al aumento del consumo interno, y a la vuelta 
  parcial a la sustitución de importaciones). Fuimos nosotros los que logramos 
  que el Congreso postergue las ejecuciones de las deudas de los pequeños 
  y medianos productores quebrados, y los que conseguimos que se pesifiquen las 
  deudas con los bancos. Fuimos nosotros los que conseguimos que la Corte Suprema, 
  bajo temor de linchamiento, revirtiera el recorte compulsivo de salarios de 
  Cavallo, y en alguna medida la pesificación forzosa de los depósitos 
  de los ahorristas. Fuimos nosotros los que evitamos mayores vaciamientos de 
  empresas mediante nuestro apoyo a la lucha sindical (caso Aerolineas Argentinas) 
  o mediante la amenaza de la toma de fábricas y su puesta en funcionamiento 
  bajo control obrero. Fue nuestra presencia la amenaza constante del saqueo, 
  del escrache, del éxodo, de la rebelión, de la ocupación, 
  del piquete, lo que logró evitar que la economía argentina cayera 
  más profundamente. Como reconoció Lavagna frente a los empresarios, 
  la "situación social" es el "telón de fondo" de todas sus políticas 
  económicas: "La estabilidad social, la estabilidad política y 
  en consecuencia la estabilidad económica están íntimamente 
  ligadas a que podamos seguir con la política de contención, primero, 
  y de mejoramiento de la situación social después. El que crea 
  que se puede llevar adelante un plan económico sin mirar lo social se 
  equivoca" (Clarín, 15/5/03). En suma, fueron nuestras luchas las que 
  consiguieron que quedaran en suelo argentino y se redistribuyeran cuotas mayores 
  del excedente social. Nosotros "sabemos" de economía mucho más 
  que los economistas que pretenden darnos lecciones por TV.
  
  En segundo lugar, también en el plano político el QSVT ya ha tenido 
  un profundo impacto. Para empezar, no hay que olvidarlo, la rebelión 
  derribó a dos presidentes, e impidió que otros personajes, como 
  el infame Carlos Grosso, volvieran a la arena política. Las elecciones 
  ratificaron en parte estos hechos: la UCR, una de las dos fuerzas políticas 
  que vienen gobernando el país en los últimos 100 años, 
  prácticamente desapareció (al menos por ahora). Este hecho solo 
  ya tiene una gran importancia histórica, y abre un panorama político 
  difícilmente predecible. Por otro lado, la otra fuerza principal, el 
  peronismo, fue incapaz de cerrar filas, y posterga la definición de una 
  división interna que amenaza con quitarle parte de su caudal de apoyo 
  histórico. La aparente fuerza del peronismo en esta elección, 
  sumados sus tres candidatos, esconde un problema irresuelto, y de dificil resolución. 
  Además Carlos Menem, el presidente neoliberal que condujo al país 
  por 10 años, durante los cuales armó toda una red mafiosa y clientelar, 
  y que ganó toda elección a la que se presentó en su vida, 
  debió renunciar a presentarse en el ballotage, donde según las 
  encuestas habría sido derrotado por un abrumador porcentaje de entre 
  el 70 y el 78%. La vergonzosa retirada del que alguna vez se presentó 
  como un caudillo y macho cabrío significa, sin duda, su muerte política. 
  Quizás consiga algún otro cargo en su provincia natal, o hacerse 
  algún lugar en el poder legislativo nacional. Pero es esperable que no 
  vuelva a lograr postularse a presidente en el futuro (al menos como candidato 
  de los peronistas). Por último, las elecciones presidenciales abrieron 
  el juego político a una serie de nuevas fuerzas y figuras, ninguna de 
  las cuales cuenta con un apoyo abrumador de la población. Es de destacar 
  que incluso el vocabulario político se ha transformado: candidatos como 
  Elisa Carrió y el electo Néstor Kirchner se lanzaron discursivamente 
  en defensa de la "igualdad", un concepto que no resonaba en la alta política 
  desde hacía décadas. En suma, el reacomodamiento político 
  luego del QSVT recién comienza, y es muy temprano para cualquier predicción.
  
  El significado de la elección 
  
  Teniendo en cuenta todo lo anterior, no estoy de acuerdo con los que opinan 
  que la crisis de legitimidad ya está cerrada, que el vendaval del 19 
  y 20 pasó sin dejar huellas, que la gente votó "por los mismos 
  de siempre", o que la sociedad se ha "derechizado".
  
  Empecemos por la pregunta: ¿Ganaron verdaderamente "los mismos de siempre"? 
  Escucho frecuentemente a mis compañeros anticapitalistas decir, en referencia 
  a los candidatos "del sistema", que "son todos lo mismo". Esto es y no es cierto. 
  Por supuesto, por definición, ninguno de los candidatos "del sistema" 
  quiere construir una sociedad no-capitalista: en eso son todos iguales. Pero 
  esto no es más que una obviedad. Diferentes candidatos, y las diferentes 
  medidas que vayan a adoptar, pueden afectar nuestras vidas de formas muy distintas. 
  Por ejemplo, para mi situación económica como docente, y para 
  el futuro de mis hijos (cuando los tenga) no es lo mismo un candidato como López 
  Murphy, que cerraría todas las escuelas y Universidades si pudiera, que 
  uno que tal vez dejara algunas abiertas. Para mi sentido de dignidad personal, 
  no es lo mismo que gane Menem o que gane otro candidato que tenga exactamente 
  el mismo programa y el mismo nivel de corrupción: me daría un 
  poco menos de vergüenza si, al menos, no me gobierna el mismo tipo que 
  ya empeoró mi vida en el pasado. Como activista, sé que la primera 
  medida de gobierno de los dos candidatos mencionados habría sido aplastar 
  la revuelta social sin piedad, al primer día de gobierno. El resto de 
  los candidatos quizás (no lo sé) se demorarían un poco 
  más, o reprimirían con menos saña: esa sutil distinción 
  puede ser la diferencia entre la vida o la muerte para quienes participamos 
  de acciones de desobediencia y resistencia callejeras. En este sentido, es bastante 
  torpe tratar de convencer a los votantes de no votar por ninguno porque "todos 
  son iguales", sobre todo en un contexto en el que no existe una alternativa 
  para votar más que los candidatos "del sistema". La gente no los percibe 
  como exactamente iguales, y tiene razón. En esto, como sucede a menudo, 
  la gente común tuvo un análisis de la situación política 
  mucho más sutil que el de muchos militantes.
  
  Y aquí es donde acuerdo con los amigos del Nuevo Proyecto Histórico 
  cuando dicen que la gente puso un voto "cínico" en esta elección. 
  Con la excepción, quizás, de los que apoyaron a Menem, muy poca 
  gente votó convencida, ni mucho menos entusiasmada. Simplemente votaron 
  sin creer, al "menos peor", y en gran medida impulsados por el miedo a que ganen 
  los "más peores". La gran afluencia de votantes el día de la elección 
  no tuvo que ver con el entusiasmo de decidir verdaderamente, sino con el miedo 
  a la vuelta de la derecha represiva. En este sentido, creo que este "voto cínico" 
  y este "voto miedo" simplemente reemplazaron estratégicamente al "voto 
  bronca" en un contexto en el que había un peligro real (Menem-Murphy), 
  y ninguna opción creíble. En otras palabras, no creo que la crisis 
  de representatividad de los políticos esté completamente cerrada 
  sólo porque consiguieron hacer que la gente elija nuevos representantes. 
  Y el voto de la población me resulta una decisión no sólo 
  comprensible, sino incluso bastante inteligente. Permitir que ganaran Menem 
  o López Murphy significaría la certeza de volver a las políticas 
  económicas neoliberales más furiosas, y desatar la más 
  terrible represión sobre el movimiento social: la gente decidió 
  no permitirlo, y los activistas deberíamos estar agradecidos por eso. 
  Porque, además, ¿qué otra opción tenían, dentro 
  del juego electoral? Votar a Carrió, quizás. Pero mucha gente 
  parece haber percibido creo que con razón que Carrió no está 
  preparada para llevar adelante el programa que ella misma propone: carece de 
  apoyos en la mayor parte del país, y todavía no cuenta con un 
  equipo de colaboradores preparado. Sobre el payaso Adolfo Rodríguez Sáa 
  no hace falta abundar en detalles: es poco más que un aventurero, quizás 
  el último representante del peronismo histórico. ¿La izquierda 
  tradicional? La gente decidió darles la espalda una vez más (lo 
  cual no quita que, en las próximas elecciones legislativas, seguramente 
  les irá mejor). Personalmente, no culpo a los electores por esta decisión: 
  no cabe ninguna duda, por ejemplo, de que la vida de la enorme mayoría 
  de la población (incluyendo a los más pobres) empeoraría 
  notablemente si Izquierda Unida gobernara hoy el país, o que los niveles 
  de represión se harían intolerables si el Partido Obrero asumiera 
  el poder (especialmente para los asambleístas, piqueteros, y anticapitalistas 
  que nos negáramos a afiliarnos). En el escenario de esta realidad, la 
  gente optó por un voto "cínico" al peronista Kirchner. ¿Es este 
  voto una "derechización" del electorado, o un voto por "los mismos de 
  siempre"? No me lo parece. De hecho, Kirchner es percibido como una "cara nueva" 
  que no tiene casos flagrantes de corrupción en su prontuario. Si bien 
  pertenece al peronismo, su lenguaje y su estilo político se parecen mucho 
  más al de los políticos "progresistas" de la última década. 
  En lo respectivo a su programa económico, Kirchner significa para muchos 
  la continuidad de Lavagna, es decir, de algo que se percibe como diferente del 
  neoliberalismo furioso de sus predecesores. Y mucha gente debe recordar que, 
  de hecho, Kirchner fue una de las pocas voces críticas del neoliberalismo 
  durante la década menemista. Y como si esto fuera poco, se ocupó 
  de hablar de volver a la "Argentina de la igualdad", de la posibilidad de "cerrar 
  la etapa histórica" que abrieron los militares en 1976, y de abrazar 
  a Lula y al Mercosur. Incluso, el discurso que dió Kirchner el 14 de 
  mayo, cuando se conoció la renuncia de Menem a competir en el ballotage, 
  contiene la retórica más "izquierdista" que se haya oido de boca 
  de un presidente Argentino en décadas. Su ataque a "los intereses de 
  grupos y sectores del poder económico que se beneficiaron con privilegios 
  inadmisibles durante la década pasada, al amparo de un modelo de especulación 
  financiera y subordinación política", que "compraron la política", 
  "corrompieron a los dirigentes" y "arruinaron la vida de los ciudadanos", contrasta 
  fuertemente con la obsecuencia del discurso menemista, el servilismo del período 
  De la Rúa, e incluso la cautela de Duhalde. No es casual que los representantes 
  de las corporaciones económicas nacionales e internacionales (especialmente 
  las privatizadas y las intereses financieros) estén francamente preocupados 
  por la victoria de Kirchner.
  
  Por supuesto, todo esto puede ser mero discurso, y Kirchner puede transformarse 
  en el peor neoliberal al día siguiente de su asunción, como sucedió 
  con Menem y De la Rúa. Lo que quiero destacar es que el electorado votó 
  verdaderamente por el que parece "menos peor", y por el que parece una cara 
  nueva, dentro de la oferta realmente existente. Respecto de la últimas 
  dos elecciones presidenciales (las de Menem y De la Rúa) el electorado 
  no sólo no se derechizó, sino que votó obstinadamente por 
  un candidato que parece representar un cambio en sentido progresista. Esto es 
  especialmente valorable si lo ponemos en perspectiva histórica: en situaciones 
  de catástrofe nacional, ha sido una conducta electoral muy común 
  en muchos países el volcarse hacia algún lider que prometa "mano 
  dura", "unidad nacional(ista)" y disciplina. Hace 30 años, la clase media 
  argentina no habría vacilado en salir a apoyar un golpe militar que restaure 
  el orden. Y sin embargo, en las últimas elecciones los candidatos de 
  la extrema derecha obtuvieron procentajes insignificantes (compárese 
  con los resultados alarmantes que obtienen los fascistas de Le Pen en Francia, 
  o el Partido Nacional Británico, en sociedades que tienen muchos menos 
  problemas que nosotros). El hecho de que la población haya votado en 
  sentido inverso en una situación tan difícil, y haya bloqueado 
  la opción abiertamente represiva y la criminalización de la protesta 
  social, es otro de los resultados del 19 y 20 digno de apreciar.
  
  Avances del movimiento social desde el 19 y 20 
  
  De hecho, es en el plano social, y no en el político, donde el 19 y 20 
  muestra sus mayores logros. La rebelión comenzó, como se recuerda, 
  en el momento en que el gobierno declaró el Estado de Sitio para reprimir 
  a los pobres que saqueaban comercios en las afueras de varias ciudades. El hecho 
  de que, en ese momento, la clase media empobrecida se identificara en cierta 
  medida con la suerte de los más humildes y los desocupados, y saliera 
  a exigir la renuncia del presidente, es sin duda uno de los datos más 
  reveladores de aquellas jornadas (especialmente si se tiene en cuenta que, en 
  los saqueos de 1989, la reacción de la clase media había sido 
  exactamente la contraria). Desde el 19 y 20 se abrieron múltiples canales 
  de contacto interclase, especialmente a través de la alianza Asambleas/piqueteros/fábricas 
  recuperadas. A pesar de que la simpatía de la clase media por los piqueteros 
  hoy parece estar disminuyendo, el vínculo de solidaridad simbolizado 
  en la consigna "Piquete y cacerola, la lucha es una sola" ha conseguido impedir 
  hasta ahora la criminalización de los movimientos de desocupados. Pero 
  más allá de este hecho, de por sí muy importante, el año 
  y medio posterior al 19 y 20 ha sido extraordinariamente rico en el desarrollo 
  de nuevas ideas y experiencias políticas radicales. "Nuestro" QSVT (me 
  refiero al QSVT anticapitalista) floreció especialmente en el plano social, 
  como no podía ser de otra manera. La rebelión instaló definitivamente 
  una nueva cultura radical, ausente en las tradiciones políticas del pasado 
  argentino. Esta cultura ha demostrado una enorme vitalidad, especialmente si 
  uno tiene en cuenta que debió desarrollarse en el fuego cruzado de la 
  represión estatal/mediática y los ataques permanentes de la izquierda 
  tradicional.
  
  Esta nueva cultura se refleja tanto en las ideas, como en las formas de organización 
  y de lucha que adoptan los nuevos movimientos sociales. La diversidad de experiencias 
  es enorme, y probablemente cualquier síntesis sea poco representativa. 
  Creo, sin embargo, que lo característico de esta nueva cultura podría 
  resumirse en tres elementos: horizontalidad, multiplicidad, y autonomía. 
  Horizontalidad refiere al intento de crear formas de organización en 
  las que no existan jerarquías permanentes, es decir, diferencias fijas 
  y "duras" entre dirigentes y dirigidos, representantes y representados. En términos 
  prácticos, esto significa formas de funcionamiento asamblearias, y un 
  esfuerzo permanente por socializar las responsabilidades y los saberes entre 
  todos. Multiplicidad quiere decir buscar la unidad en la diversidad; significa 
  no sólo aceptar las diferencias, sino estimularlas, en la creencia de 
  que cuanto más variado sea un movimiento, más fuerza tendrá. 
  En términos prácticos, esto significa el rechazo de las identidades 
  y los "programas" fijos y rígidos, de los "sujetos privilegiados" y las 
  "verdades reveladas", y la búsqueda de consensos a la medida de cada 
  situación y de cada grupo. Por último, por "autonomía" 
  me refiero al esfuerzo por ampliar la capacidad de autodeterminarse y por crear 
  espacios en donde podamos vivir de acuerdo a nuestras propias reglas. En términos 
  prácticos, esto significa un cambio en la estrategia política, 
  que ya no está exclusivamente centrada en la "toma del poder", sino en 
  el desarrollo de un "contrapoder". El origen de estas ideas/prácticas 
  es variado. En el plano de las ideas, han tenido gran impacto la experiencia 
  de los zapatistas, y autores como Antonio Negri y John Holloway, entre otros. 
  Diferentes publicaciones y colectivos de acción y/o de pensamiento crítico 
  han contribuido a la circulación de estos saberes; entre otros, Nuevo 
  Proyecto Histórico, Colectivo Situaciones, El Rodaballo, Autodeterminación 
  y Libertad, Intergalactika, Socialismo Libertario, las Rondas de Pensamiento 
  Autónomo, los rosarinos de Grado Cero, etc., junto con una cantidad de 
  intelectuales "solitarios". Pero fundamentalmente, las características 
  de esta nueva cultura nacen de la práctica, y de los fracasos del pasado. 
  Por ejemplo, ya las primeras organizaciones de desocupados (los llamados "piqueteros"), 
  a mediados de la década del ?90, venian desarrollando espontáneamente 
  formas asamblearias. El movimiento Asambleario surgido del 19 y 20 en varias 
  ciudades argentinas adoptó formas similares, también espontáneamente. 
  Las políticas autónomas también venían floreciendo 
  en el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MoCaSE), en el Movimiento 
  de Trabajadores Desocupados de La Matanza, y en las organizaciones de desocupados 
  que confluyeron en el MTD "Anibal Verón", y más tarde en la Coordinadora 
  de Organizaciones Populares Autónomas (COPA), entre otros. Muchos de 
  estos grupos desarrollaron proyectos de producción y distribución 
  alternativos, basados en reglas no- capitalistas. El fenómeno de las 
  fábricas bajo control obrero que ya cuenta más de 200 plantas 
  ocupadas y puestas a trabajar por los propios trabajadores participa también 
  en alguna medida de esta cultura, del mismo modo que experiencias de sindicatos 
  radicales, como el de cadetes y mensajeros (SIMeCa). Por otro lado, los colectivos 
  de comunicación alternativa como Indymedia y otros, y los de arte político 
  Ardearte, Etcétera, Grupo de Arte Callejero, etc. e innumerables bandas 
  de música y murgas "compañeras", forman parte en gran medida de 
  esta renovación del pensamiento, los "sentimientos", y las prácticas 
  anticapitalistas. No todos estos movimientos surgieron luego del 19 y 20; pero 
  la rebelión de esos días contribuyó a que todos nos encontráramos, 
  comenzáramos a forjar una identidad en común, y a tejer redes 
  de apoyo, solidaridad, y acción que son cada vez más sólidas. 
  Es muy fácil perder de vista la enorme importancia de todos estos fenómenos 
  para quienes estamos todos los días sumergidos en esta realidad, y sería 
  realmente una lástima si el resultado de una elección nos hace 
  perder de vista todo lo que hemos hecho. De nuevo aquí, la perspectiva 
  histórica es fundamental. Existen muy pocos antecedentes, por ejemplo, 
  de un movimiento de desocupados de la magnitud del movimiento piquetero, capaz 
  de movilizar a miles de personas en acciones directas de altísimo nivel 
  de confrontación y efectividad. El descubrimiento de los piqueteros que 
  la interrupción de la circulación de mercancías es el punto 
  vulnerable de un sistema que ha aprendido a domesticar las luchas sindicales 
  abrió todo un horizonte de posibilidades para los movimientos sociales. 
  Otro descubrimiento similar es el de las fábricas recuperadas, que nos 
  enseñaron que los obreros pueden hacer algo contra la movilidad irrestricta 
  del capital (hoy aquí, mañana en Indonesia, etc.), que condena 
  a los trabajadores al desempleo forzado. Ocupando las plantas y sus maquinarias, 
  los trabajadores pueden impedir los vaciamientos, y demostrar que, de hecho, 
  no necesitamos propietarios ni gerentes para mantener la economía funcionando: 
  ¡que se vayan ellos también, si quieren! Dicen los que saben que en un 
  acontecimiento tan importante como el Mayo francés (1968), sólo 
  hubo una fábrica recuperada. Y no creo que haya muchos antecedentes de 
  un estado forzado, al menos temporalmente, a expropiar las fábricas a 
  sus dueños y ponerlas en manos de los trabajadores, ni de miles de personas 
  defendiendo del desalojo a fábricas recuperada (Brukman y Zanón) 
  en una batalla campal con la policía, tal como ha sucedido en Argentina. 
  Las Asambleas populares, ese maravilloso experimento de democracia directa, 
  tampoco es algo que deba pasarse por alto, como si fueran parte del paisaje 
  natural. En fin, todas las cosas que venimos haciendo en este año y medio 
  desde el 19 y 20 son extraordinarias por donde se las mire, y abren nuevos horizontes 
  de lucha y construcción de nuevas relaciones sociales. La leyenda de 
  las Asambleas, los piqueteros y las fábricas recuperadas ha dado la vuelta 
  al mundo, inspirando a movimientos sociales de muchos rincones del planeta. 
  Nadie puede decir, sólo por los resultados de una elección, que 
  la rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001 pasó sin dejar huellas. 
  ¿Y quién puede predecir las marcas que dejará todavía en 
  el futuro? 
  
  No: nuestros tiempos no son los de la política electoral. Dejemos que 
  los periodistas y los políticos canten victoria y anuncien nuestra muerte. 
  Pero no perdamos de vista que recién estamos naciendo, y que tenemos 
  motivos de sobra para estar satisfechos y orgullosos de lo que hemos hecho en 
  este tiempo. Por más que la prensa intente "ningunearnos", venimos siendo 
  los protagonistas centrales de la política nacional.
  
  Superando limitaciones: del autonomismo ingenuo a la efectividad política 
  
  
  Pero claro, nuestro orgullo y satisfacción bien ganados no deben cerrar 
  nuestros ojos ante las muchas cosas que nos falta hacer, los problemas y debilidades 
  que tenemos, y las empresas en las que hemos fracasado. Una de las asignaturas 
  pendientes es la de la coordinación de los diferentes movimientos sociales, 
  es decir, la de encontrar la manera de dotar a las redes que venimos tejiendo 
  de una solidez y capacidad de articulación mayores. En el movimiento 
  asambleario hemos realizado varios experimentos importantes en ese sentido, 
  como el "Piquete Urbano", o los Encuentros de Asambleas autónomas. También 
  los piqueteros y el movimiento de fábricas recuperadas ensaya formas 
  de coordinación. Pero en general siguen siendo demasiado vulnerables 
  y poco efectivas. Es cierto que debimos luchar permanentemente contra las manipulaciones 
  de los partidos de izquierda, y que ello, por triste que resulte reconocerlo, 
  se llevó buena parte de nuestra energía. Pero también es 
  cierto que la incapacidad de encontrar estructuras de coordinación más 
  efectivas es una limitación propia que debemos reconocer. En ese terreno 
  nos queda mucho por pensar, ensayar, e inventar.
  
  Otra debilidad, quizás más importante, es que estamos perdiendo 
  nuestros canales de contacto con la realidad del común de la gente. Existe 
  el peligro de que terminemos viviendo en nuestra propia burbuja de activismo 
  radical, si no cambiamos rápidamente de dirección y dejamos de 
  ocuparnos de temas y de hablar con palabras que sólo se refieren a nosotros 
  mismos. Hacer política radical no consiste en pelearse para ver quién 
  es más bolchevique, sino en saber escuchar y escucharse, y avanzar siempre 
  al paso del movimiento del conjunto de la sociedad (o al menos de porciones 
  significativas de ella). El fracaso de nuestra estrategia para las elecciones 
  el boycott activo es un buen ejemplo de aquel peligro. Desde varias asambleas, 
  grupos piqueteros y algunos partidos como el Partido de los Trabajadores por 
  el Socialismo (PTS) o Autodeterminación y Libertad, hicimos campaña 
  para que la gente no concurriera a votar, o impugnara su voto, y planeamos acciones 
  de desobediencia callejera para el día de la elección. Pero, como 
  es sabido, el porcentaje de los que nos acompañaron fue ínfimo, 
  y en las acciones no participaron ni siquiera los activistas de siempre. Quizás 
  cuando diseñamos esa estrategia, cuyo objetivo era deslegitimar al próximo 
  gobierno, no estuvo del todo mal pensada: unos meses antes de la elección 
  Menem tenía un porcentaje moderado en las encuestas, y los medios todavía 
  no habían inventado la amenaza de López Murphy. Pero desde que 
  ambos datos entraron a escena, poco antes de la votación, el panorama 
  político cambió bruscamente. Para la gente, con justa razón, 
  ya no daba lo mismo quien ganara, y desde los movimientos sociales no tuvimos 
  la capacidad de verlo a tiempo. Conclusión: el día de la elección 
  quedamos solos y aislados de la población. Y, lo que es peor, no quedamos 
  solos pero con una estrategia correcta (que bien puede pasar), sino solos en 
  el error: la gente no politizada supo más de política ese día 
  que nosotros. Por supuesto, no quiero decir que, en lugar del boycott, debiéramos 
  haber hecho campaña para Kirchner (no hace falta aclararlo, pero siempre 
  hay alguien que entiende lo que quiere). Pero, por ejemplo, podríamos 
  haber dejado que cada uno votara a quien quisiera, mientras nos ocupábamos 
  de reforzar el "cinismo" de ese voto mediante una campaña de burla y 
  descrédito a la elección en su conjunto. En otras palabras, no 
  pedirle a la gente que se abstenga de votar, sino reforzar la sensación 
  de que, en realidad, ningún político nos representa (ni siquiera 
  cuando los votamos, en esas puestas en escena vacías de sentido que llamamos 
  "elecciones"). Este error que en mi opinión cometimos no es gravísimo, 
  y es cierto que tenemos derecho a equivocarnos; pero es un paso en falso que 
  debemos intentar no repetir. Si nos aislan, o nos autoaislamos de resto de la 
  sociedad, no sólo no avanzaremos en nuestro camino, sino que con toda 
  seguridad terminarán barriendo con nosotros.
  
  Por último, creo que tenemos otra debilidad que es necesario superar, 
  y que se relaciona con las dos anteriores. Un poco como reacción contra 
  la política estatista de la vieja izquierda que en su afán por 
  "tomar el poder" muchas veces termina creando partidos/estado a veces más 
  autoritarios que el propio estado capitalista muchas secciones del movimiento 
  social argentino vienen desarrollándose en una línea de autonomismo 
  que me parece un poco ingenua. En alguna jornada de reflexión escuché 
  a un asambleísta, por ejemplo, decir que la autonomía pasa por 
  crear microemprendimientos productivos, y desligarnos totalmente del estado 
  en una especie de "sociedad paralela". Sin duda esto es importante, pero no 
  creo que la emancipación pase sólo por aprender a fabricar nuestros 
  propios dulces en conserva, ni simplemente por crear formas de defensa contra 
  los ataques del estado. Ya en el siglo XIX los socialistas Fourieristas e Icarianos, 
  por ejemplo, se dedicaron a fundar cientos de comunidades paralelas (los llamados 
  "falansterios"), capaces de autosustentarse en todo sentido (producción, 
  educación, leyes propias, etc.). Muchas de estas comunidades llegaron 
  a agrupar a varios cientos de personas, incluso miles, y algunas duraron tanto 
  como 70 u 80 años. Pero invariablemente terminaron disolviéndose, 
  no por la represión estatal, sino bajo la presión del capitalismo: 
  los hijos o nietos de sus fundadores simplemente prefirieron irse al "mundo 
  exterior". De más está decir que el capitalismo del siglo XXI 
  impone todavía muchas más restricciones y presiones que el de 
  hace 150 años. La estrategia de la "sociedad paralela" (por lo menos 
  así entendida), es hoy inviable. Por eso, creo que esfundamental comprender 
  que la verdadera autonomía se pelea todo a lo largo de la sociedad (incluyendo 
  el estado). Aclaro de nuevo aquí, para que no haya malentendidos: creo 
  que la construcción de autonomía, lo que algunos llaman "contrapoder", 
  tiene que ser el horizonte fundamental de nuestra táctica política. 
  Pero para cambiar el mundo tenemos que encontrar la forma de desapoderar el 
  estado, y reemplazarlo por otra forma de relacion social. Las asambleas de barrio, 
  las fábricas autogestionadas, los microemprendimientos no capitalistas 
  son fundamentales. Pero una sociedad nueva no se sostiene sólo con eso. 
  Sabemos lo que no queremos: no queremos que la democracia se reduzca a elegir 
  candidatos cada cuatro años como quien elige un cepillo de dientes en 
  el supermercado. No queremos la partidocracia ni el parlamentarismo actuales. 
  No queremos líderes iluminados, ni "representantes" que nos quiten nuestra 
  capacidad de decidir por nosotros mismos. No queremos delegar poder en un compañero, 
  para que con el tiempo ese compañero lo acumule y se transforme en otro 
  mandón más. No queremos burocracias sindicales, ni los partidos 
  jerárquicos y autoritarios de la vieja izquierda.
  
  Cuando nos encontramos en las calles y descubrimos las formas de funcionamiento 
  asamblearias y de coordinación en red, nos aferramos a ellas como a un 
  pequeño tesoro. Las defendimos todo este tiempo con uñas y dientes 
  contra los que querían arrebatárnoslas o vaciarlas de contenido. 
  Y está muy bien que lo hayamos hecho, y que lo sigamos haciendo, porque 
  es la base sin la cual nunca avanzaremos en el camino de la emancipación. 
  Pero es importante que sepamos que con eso solo no alcanza. Nos falta pensar 
  y experimentar formas efectivas y realistas de gestión de lo social a 
  gran escala. Nos falta encontrar la forma de vincularnos a la política 
  estatal, e incluso a la electoral, sin que ellas nos terminen absorbiendo. Creo 
  que ésta es la pregunta del millón, no sólo en Argentina, 
  sino en muchos otros países, donde la protesta social y el activismo 
  están más vivos que nunca (como en Italia, Francia o España, 
  e incluso EEUU y Canadá), y sin embargo, en el plano de la alta política, 
  parece que no pasara nada. Vamos por el buen camino, y desde el 19 y 20 hemos 
  caminado un largo trecho; pero quizás haya que reconocer que estamos 
  mucho más atrás de lo que pensábamos, y que nos falta mucho 
  por inventar. Un anticapitalismo efectivo no puede quedarse en la denuncia permanente, 
  o en la mera crítica testimonial: es necesario que desarrollemos alternativas 
  posibles, que tengan sentido para las personas comunes (y no sólo para 
  nosotros los activistas) sin por ello perder su radicalidad.
  
  Hoy el régimen social en argentina comienza a estabilizarse, después 
  del cataclismo de diciembre de 2001. La rebelión del 19 y 20 nos mostró 
  que la gente esta dispuesta a salir a la calle y derribar un gobierno, y que 
  sabe cómo hacerlo. No creo que la tarea del momento sea explicarle a 
  los demás que vivimos en un mundo injusto, dominado por explotadores 
  que están deteriorando nuestras vidas y el planeta a ritmos cada vez 
  más acelerados, mientras nos condenan a la represión y la guerra 
  permanentes. Eso lo siente, en mayor o menor medida, casi todo el mundo. Pero 
  nadie va a saltar por ello al vacío, por más graves que sean los 
  cataclismos que vengan: necesitamos pasar de la crítica y la resistencia, 
  a la construcción de alternativas deseables y posibles para seres humanos 
  de carne y hueso, y de tácticas políticas viables para hacerlas 
  realidad.
  
  Durante el año y medio que siguió al 19 y 20, desde el rincón 
  del planeta que habitamos, nuestro grito atravesó el mundo y consiguió 
  expandir el horizonte de lo posible. Ojalá hoy estemos a la altura de 
  las tareas que nos esperan.
  
  Con el corazón en un edificio arrebatado a un banco, cerca del Cid 
  Campeador, Ciudad de Buenos Aires, 17 mayo de 2003.
  
  * Integrante de la asamblea del Cid Campeador