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Argentina: La lucha continúa

Guillermo Almeyra
Argentina: lo que se viene

Guillermo Almeyra / LA JORNADA

Las elecciones fueron organizadas para perpetuar al establishment y resolver la lucha interna en el peronismo. Fueron la culminación de la reconquista del aparato gubernamental por aquél (aprovechando la rabia y la movilización popular en diciembre de 2001), de manos de Fernando de la Rúa y la derecha de la Unión Cívica Radical (hoy agrupada en torno a Ricardo López Murphy, en un cuerpo separado de ese cadáver que es el clásico radicalismo). El presidente interino Duhalde se dedicó a consolidar, contra Menem y su grupo de gente sin escrúpulos, ligado al capital financiero y al vasallaje, un sector peronista de derecha (Ruckauf, ministro de Relaciones Exteriores antes ligado al asesino López Rega, era un ejemplar típico). Lo hizo con una política de cooptación de direcciones sindicales y de movimientos sociales y con una vaga línea nacionalista, industrialista y de protección del mercado interno (que no le impedía ceder ante el Fondo Monetario Internacional ni dejar intacto el poder de la oligarquía terrateniente y de las grandes empresas extranjeras). Juntó esa política con su oposición nacionalista timorata y conservadora al imperialismo y al agente de éste, la rata de los llanos riojanos, Carlos Saúl Menem. Rodríguez Saá era la derecha de esa albóndiga amalgamada sólo por el deseo de conservar el poder gubernamental y Kirchner, hasta por razones de edad y de origen político, era la izquierda.
De modo que Duhalde conservó el establishment y resolvió la querella con el menemismo. Pero la escasa votación obtenida por todos los candidatos demostró que una cosa es conservar la capacidad de utilizar el gobierno y otra tener realmente el poder. Porque éste reside en la voluntad de la derecha social y económica que se reagrupó fuera del peronismo y del radicalismo, detrás de López Murphy, y que no aspira a mayorías electorales sino a ejercer poderes financieros y de hecho. Reside también en el sector del imperialismo que jugará la carta extrainstitucional de Menem (desestabilizadora y servil frente a sus amos estadunidenses), así como, sobre todo, en las cabezas de la gente que votó para no dejar las decisiones sólo en manos de sus enemigos y lo hizo por el mal menor, no por un caballero de la esperanza.
Lo esencial es que nunca hubo una insurrección ciudadana, que algunos creyeron ver en las asambleas y piquetes. Pero sí hubo, y hay, una gran grieta en la dominación, en la confianza en los partidos y los políticos (incluidos los de izquierda), y una nueva madurez ciudadana que permite buscar una solución unitaria contra el establishment. Eso es lo que llevó a desoír los llamados a votar por los grupúsculos, presentados como la neta del planeta, pero también los tardíos llamados al voto en blanco o la abstención. El "¡que se vayan todos!" (tan interesante, pero tan ambiguo y pasivo) se expresó paradójicamente mediante una votación masiva sin precedente pero que no consagró a ninguno de los "todos", que fue una forma elemental de intentar unirse y que se iba a volver a expresar en la decisión de votar en 80 por ciento contra Menem. Ante la inexistencia de una alternativa y de un canal de izquierda para el descontento, la rabia y la desesperación populares, la reconstitución del poder gubernamental se hizo en el marco del peronismo. Pero tanto el radicalismo como aquél son ya cosa del pasado. Kirchner, a pesar de las ilusiones de algunos, no tiene apoyo popular para una política distribucionista y nacionalista porque no hay nada para redistribuir -salvo atacando, cosa que no hará, los intereses de la oligarquía terrateniente, del capital financiero y de las trasnacionales- y porque busca con el imperialismo un modus vivendi, a la Lula, tanto en Argentina como en el Mercosur. Sus posibles medidas (obras públicas para dar trabajo y reanimar el mercado interno, eliminación del IVA a los alimentos, aumentos de los salarios mínimos) serán populares, pero no tocan a fondo el problema de la desocupación masiva (que exige un plan masivo de creación de puestos de trabajo, financiado a costa de los que se enriquecieron con el neoliberalismo), ni el de las jubilaciones, ni el del hambre, ni el de la sangría de recursos y ahorros nacionales mediante el pago de la deuda usuraria.
No tiene, además, un proyecto nacional que pueda movilizar esperanzas. Por el contrario, su escaso apoyo (el 22 por ciento que obtuvo tenía ya muchos votos antimenemistas "prestados") hace sumamente vulnerable a un gobierno surgido del duhaldismo y que es en parte su continuación. De modo que lo máximo que se puede esperar es que mantenga ciertos márgenes de libertades que permitan la subsistencia y el desarrollo político y organizativo de los elementos de autodeterminación y autogestión expresados en las asambleas, piquetes, fábricas ocupadas y, al mismo tiempo, la discusión de los errores de la izquierda para lograr reunir una fuerza social que sea también política y haga un frente para las elecciones parlamentarias sobre la base de un proyecto anticapitalista y antimperialista para la reconstrucción del país.
galmeyra@jornada.com.mx