"Vemos una clara escalada represiva contra nosotros"
 El desalojo de la fábrica Brukman no es un caso aislado: este verano 
  se vio un claro aumento de la represión policial y de las amenazas a 
  fábricas autogestionadas, asambleas, piqueteros y otros grupos activistas 
  y movimientos sociales. 
  La fábrica Sasetru, de Avellaneda, volvió a funcionar después 
  de diecinueve años de cierre. 
  
  Por Irina Hauser / PAGINA 12
  
  El lunes pasado la policía desalojó a la asamblea barrial de Lezama 
  Sur, que realizaba sus actividades comunitarias en una sede abandonada del ex 
  Banco Mayo, donde también funcionaba gran parte del equipo de Indymedia 
  Argentina, un centro de comunicación independiente clave. El viernes 
  a la madrugada, cerca de 300 uniformados arremetieron brutalmente otra vez contra 
  los trabajadores de Brukman, la fábrica textil autogestionada desde hace 
  un año y medio. Durante la misma semana, la mayoría de los candidatos 
  presidenciales –y con especial dedicación Carlos Menem y Ricardo López 
  Murphy– centraron sus discursos de campaña en la expulsión de 
  los piqueteros de las calles. En batallas verbales disputaron quién reprimirá 
  más fuerte a los desocupados organizados. Ni los aprietes, ni los desalojos, 
  ni la criminalización de la protesta son nuevos, pero es cada vez más 
  claro que forman parte de un mismo rompecabezas. 
  En una pequeña carta que hizo circular por Internet, el Chango, un vecino 
  humilde de la Asamblea Popular Caminito, daba la noticia de que junto con sus 
  pares acababa de recuperar una ex sede bancaria en la Boca e instalado allí 
  un comedor. Fue algo muy especial para una asamblea que no hace mucho descubrió 
  varios chicos desnutridos entre su gente, una situación favorecida por 
  la dificultad en el acceso a los bolsones de comida. Confesaba el Chango, a 
  la vez, su temor porque "varios locales de asambleas han sido desalojados". 
  No entiendo, acotaba, por qué "el Gobierno y muchos vecinos desinformados 
  no nos apoyan" en vez de "considerarnos enemigos". Lo que lo 
  desconcierta es cómo puede ser que los dirigentes políticos ataquen 
  los emprendimientos positivos de distintas organizaciones sociales en lugar 
  de alentarlos o protegerlos o incluso capitalizarlos. 
  La máquina de expulsar y amedrentar se dirige al activismo que, aunque 
  en algunos casos preexistente, cobró ímpetu después del 
  19 y 20 de diciembre de 2001. Para actuar suele invocar la propiedad privada 
  o algún otro argumento económico y se mete en aquellos espacios 
  que vienen mostrando ser laboratorios de proyectos transformadores (algo de 
  lo que la dirigencia política carece): empresas o edificios deshabitados 
  y reconvertidos en comedores o centros culturales por vecinos y desocupados, 
  fábricas quebradas o vaciadas resucitadas por sus obreros, instituciones 
  públicas o privadas rescatadas por asambleístas. 
  Uno tras otro 
  Cuando los ex obreros de la fábrica Sasetru, en Avellaneda, comenzaban 
  a hacer funcionar la empresa alimentaria que llevaba 19 años cerrada, 
  llegaron 700 policías para echarlos, reprimiéndolos con balas 
  de goma y gases lacrimógenos. El abogado de los trabajadores fue detenido. 
  
  El 23 de marzo, 50 efectivos de Infantería entraron al predio recuperado 
  por el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) de San Telmo para sacarlos 
  apuntándoles con sus ametralladoras y llevarse cuatro detenidos. 
  El 11 de abril un pelotón de Infantería reprimió a un grupo 
  de cartoneros que había cortado el Puente La Noria. La televisión 
  mostraba arrestos, pero la policía los negaba. 
  La asamblea popular de Parque Avellaneda, que tiene un comedor que atiende a 
  más de 150 personas por día, fue atacada a balazos. Los caceroleros 
  de Boedo fueron desalojados del local de una veterinaria vacía donde 
  hacían sus actividades y los de Haedo y Paternal están hace días 
  bajo amenaza de correr la misma suerte. 
  Los asambleístas de Córdoba y Anchorena, que batallan hace un 
  año para que el Centro de Salud 11 funcione y distribuya leche a los 
  pobres, habían sido invitados por las autoridades a una reunión. 
  Al llegar a la cita, hace dos viernes, los esperaba un cordón policial 
  y el anuncio de que la directora les había iniciado una causa judicial 
  por una toma pacífica del lugar que habían hecho días antes 
  para debatir cómo sacarlo a flote. 
  La asamblea de Floresta, que nació con las protestas por asesinato de 
  los tres chicos de ese barrio a manos de un ex policía, sufrió 
  hace dos semanas el secuestro con torturas, por 36 horas, de uno de sus miembros. 
  
  En los mismos días, la Justicia de Salta encarceló a cuatro piqueteros. 
  
  En todos los desalojos de viviendas donde aparecen organizaciones sociales resistiendo 
  hay un gran despliegue de fuerzas de seguridad. El caso del Padelai, en San 
  Telmo, fue impresionante. La policía valló tres cuadras a la redonda. 
  El operativo dejó más de 10 heridos y 50 detenidos. 
  Hay montones de otros ejemplos por todas partes. Cada día hay alguien 
  tratando de correr a los campesinos de las tierras que trabajan o de subir a 
  los piqueteros a la vereda con el argumento de que "perturban el tránsito". 
  
  En alerta 
  El predio donde venía funcionando la asamblea de Lezama Sur, en la Boca, 
  tiene el plus simbólico de haber sido uno de los primeros en ser ocupados 
  por vecinos autoconvocados, de haber pertenecido a un banco que traicionó 
  a sus clientes y de ser sede de uno de los pocos medios de comunicación 
  abocado a mostrar cada paso de los movimientos sociales en efervescencia. En 
  el desalojo, la policía se llevó los equipos de los periodistas, 
  una tirada impresa de su periódico y fotos de otros desalojos. 
  La expulsión de la asamblea Lezama Sur, a la que el viernes se agregó 
  la de la textil Brukman –que estaba tomada y produciendo bajo el control de 
  sus obreros–, terminó de decidir a un enorme grupo de intelectuales y 
  académicos a intentar conformar una "red antirrepresiva". 
  "Vemos una clara escalada represiva, que se acentúa en un momento 
  de vulnerabilidad de los movimientos sociales donde convergen dos cuestiones: 
  en el orden electoral, la derechización del gobierno y de la política, 
  y en el orden interno de las organizaciones, más allá de la movilización, 
  aparece una fragmentación preocupante. Es cierto que la contienda electoral 
  produce realineamientos internos, pero a su vez tiende a imponerse más 
  una lógica de conflicto que de cooperación. Como intelectuales 
  creo que debemos unificar posiciones en torno de un discurso antirrepresivo 
  antes que ahondar las contradicciones políticoideológicas", 
  analiza la socióloga Maristella Svampa. A ese panorama, dice, se suma 
  "cierta naturalización del accionar represivo, ligada a que hay 
  poca información y a que parece estar cerrándose ese espacio de 
  resonancia que se había abierto en las clases medias y las fuerzas sociales 
  movilizadas". "A raíz del 26 de junio, cuando la gente se movilizó 
  para denunciar los asesinatos de Maxi Kosteki y Darío Santillán, 
  parte de la sociedad descubrió otras dimensiones de las organizaciones 
  piqueteras –por ejemplo, el trabajo solidario–. Pero eso se está perdiendo. 
  Sectores otrora llamados ‘progresistas’, asustados por el (supuesto) ‘desborde 
  social’, terminan avalando en nombre de la ‘gobernabilidad’ candidatos que proponen 
  salidas duras y neoliberales", completa Svampa. 
  Días atrás circuló un pequeño escrito de la periodista 
  canadiense Naomi Klein, que llamaba a no subestimar los desalojos, poniendo 
  énfasis en el caso de Indymedia, "un genuino medio comunitario", 
  describía. "El gobierno local (argentino) cuenta con que mientras 
  el mundo está enfocando una guerra masiva, las pequeñas batallas 
  locales pueden parecer poco importantes. Por favor, ayuden a la campaña 
  antidesalojo", convocó. Su mensaje se sumaba a otro, de preocupación, 
  enviado por activistas de Amsterdam después de varios desalojos. "¿Vamos 
  a dejarlos pasar?", preguntaron. "Coordinemos protestas en las embajadas 
  y consulados y cualquier otro sitio de los poderosos de argentina", fue 
  su propuesta. 
  Norma Giarraca, socióloga rural, piensa en voz alta: "¿Qué 
  quiere el Gobierno, qué quieren los políticos? ¿Demostrar que 
  va a terminar con los movimientos sociales antes de las elecciones? Es insólito 
  que con la creatividad que estas organizaciones demuestran para crear condiciones 
  de vida, los ataquen en lugar de apoyarlos. Es que viven aferrados a las encuestas. 
  Se ha visto en países exitosos que se pueden mantener, por ejemplo, estructuras 
  económicas mixtas, o sea, tener grandes empresas y políticas para 
  otros emprendimientos autogestivos, campesinos, lo que sea. Pero aquí 
  hay una gran intolerancia, el neoliberalismo más fundamentalista que 
  llevó al país a la crisis. Esto es lo que tendrían que 
  estar discutiendo los candidatos después del 19 y 20 de diciembre". 
  
  El poder político, por lo pronto, parece desnudar a través de 
  los desalojos e intimidaciones de índole diversa, su reacción 
  ante la debilidad más profunda y frente a la certeza de la falta de legitimidad 
  con que tendrá que lidiar cualquiera que llegue a ser gobierno. Para 
  los movimientos sociales emergentes, este escenario señala un momento 
  de puesta a prueba de su capacidad de cohesión, proyección y resistencia