La maestra del tabaco
Desde chiquita, Cristina Juárez, una tucumana de 46 años, pelo
encrespado y blusa amarilla de bambula, aprendió de su papá los
secretos del cultivo del tabaco. Hubo un tiempo en que, además, les enseñaba
a leer y escribir a sus vecinos y a algún que otro familiar, apenas con
lo que ella había aprendido en la escuela primaria. La secundaria no
la hizo, porque el colegio quedaba a 20 kilómetros de su casa. Durante
su juventud, pasaba todo el día en "el cerco", trabajando para
un patrón y cuando al atardecer volvía a su casa, se cortaba un
trozo de tortilla, encendía el candelero y esperaba a sus "alumnos".
"No teníamos luz, así que hacíamos la clase en la
penumbra, escuchando en mi radio a transistores las lecciones de un programa
de alfabetización. Para mí era dar un servicio", recuerda.
Cristina pasa suavemente sus dedos delgados por unas manchas tenues que tiene
en la cara, los brazos y el escote. "Las tengo de tanto fumigar manualmente.
Lo hago porque de lo contrario, no logramos que crezca nada. Sabemos que no
hace bien, incluso por causa de las fumigaciones aéreas todos los años
entre diciembre y enero un centenar de nuestros pobladores terminamos internados
por intoxicación. Siempre vuelve a pasar lo mismo. En mi caso, además
de problemas de piel tengo de estómago", dice, resignada. Alguna
vez, cuenta, intentó cambiar de rubro. "Probé con producción
de pollos, huevos y hortalizas, pero no rendía", explica. En 1984,
repasa, se organizó en una cooperativa con otras tres mujeres y un varón.
La llamaron Cooperativa El Sacrificio. "Veíamos que otros grupos
lo hacían y habían logrado desprenderse de los patrones. Llevó
tiempo hasta que conseguimos nuestra primera hectárea, hoy tenemos tres
y un mercado que nos compra". Los ingresos, aclara, son igualmente fluctuantes
y para ella, que mantiene a sus padres, a una hermana y sus sobrinas, con frecuencia
el mes se hace cuesta arriba. Cristina nunca se casó. "No se me
cruzó por la mente."