Balance de doce meses La sociedad argentina parece estar, un año después del 19 y 20 de diciembre, en el trayecto intermedio de o hacia muchas cosas. Han sido doce meses particularmente intensos, llenos de señales contradictorias e indefiniciones, pero también de acontecimientos inéditos y creaciones novedosas.
Si miramos hacia el poder, la sensación de indefinición, de continuidad impune de los viejos abusos, resulta inequívoca. El sistema de partidos destruido, pero sin nadie que lo reemplace, las instituciones parlamentarias desprestigiadas, pero votando leyes de sentido parecido al habitual de estos últimos años, incluyendo las que producen gigantescas transferencias de riqueza al gran capital, la Corte Suprema siempre al borde del juicio político (colectivo o individual) pero que sigue ejerciendo la depredación del derecho y la justicia con sus fallos. En el ámbito del poder económico los bancos han vuelto a recibir depósitos, las petroleras a aumentar sus tarifas, los dólares siguen siendo enviados al exterior, la negociación interminable con el Fondo Monetario Internacional continúa, los productores de alimentos aumentan los precios para equipararlos con el mercado internacional, mientras las empresas mantienen los salarios estancados(...) El gobierno se ha debatido entre la búsqueda de un consenso degradado, sin más recursos que un asistencialismo cuya distribución ya no controla plenamente, y la promesa de un 'reordenamiento' económico que sigue basado en la deferencia al gran capital, y un ejercicio de la coerción que oscila entre la torpe brutalidad y ciertas pretensiones de selectividad y sutileza. No tiene legitimidad de origen en el voto, y para colmo no encuentra como reconstruirla para el próximo presidente: adelantar las elecciones generales y postergar indefinidamente las 'internas' que el propio gobierno convirtió en ley, parece ser todo el caudal estratégico de que dispone. Sin embargo, todos los candidatos representan o bien la continuidad de lo existente (con o sin una delgada capa de maquillaje), o la búsqueda de un 'cheque en blanco' para tentar repetir la búsqueda de un 'capitalismo ético', esta vez sin otro sustento que una figura carismática siempre al borde del ridículo.
Todo parece seguir igual en la superficie ... y sin embargo por abajo muchas son las novedades. Baste recordar que hace un año justo no existían las asambleas populares, ni los 'cacerolazos', que el movimiento piquetero no tenía la masividad y el apoyo social que hoy ostenta al punto que los académicos 'serios' podían proclamar impunemente que no era un actor social sino una suma de 'víctimas', que las 'fábricas recuperadas' eran muchas menos y su trayectoria poco difundida, que los 'escraches' eran todavía identificados primordialmente con los genocidas y sus cómplices y no con la protesta contra todo poder opresor, que en el terreno cultural ha habido una verdadera explosión de información, reflexión y manifestaciones artísticas en torno a lo ocurrido en los últimos tiempos, en todos los soportes y modalidades posibles, desde los graffitis a Internet, pasando por el video, el teatro y las artes plásticas, y siempre bajo el signo de las nuevas formas y la participación de nuevos actores. El espacio urbano, y no sólo el de Buenos Aires, ha sido un escenario constante de lucha, con los trabajadores, los piqueteros, los estudiantes, los disconformes de todo pelaje, ocupando o reocupando espacios, 'sitiando' al poder económico y al político... Los mitos posmodernistas del ocaso definitivo de la política de masas, de una sociedad indefinidamente pasiva ante el reinado del gran capital y la conversión de la democracia en la opción entre segmentos de una misma elite dirigente, con programas más o menos idénticos, y de todas maneras destinados a no cumplirse, yacen por el piso. Los 'diálogos' manipulados desde el poder, en los que se juega a que no hay antagonismos, a que 'todos somos argentinos' y podemos resolverlo todo 'participando' dentro de las coordenadas marcadas por empresarios, iglesia y dirigencia política, se han hundido en la inoperancia, sirviendo sólo para dar oxígeno a las ONGs que necesitan de muchos pobres pacíficos y obedientes para ejercer su rentable humanitarismo...
Es cierto que ha habido un reflujo en la movilización, que existen discrepancias e inconvenientes, que el poder no ha fracasado del todo en su táctica eterna de dividir entre 'moderados' y 'extremos' entre 'pacíficos' y 'violentos', con las complicidades del caso entre los organizadores y dirigentes de los movimientos. También es verdad que los organizados y movilizados, siendo numéricamente importantes, constituyen una pequeña minoría dentro del total de la población, y que hay otros sectores que continúan profesando el sentido común signado por el conformismo invariable, el individualismo a tiempo completo, el escepticismo de pretensión astuta pero resultados paralizantes, la búsqueda del bienestar en el consumo real o simbólico...
Sin embargo, el potencial demostrado por las clases subalternas de nuestro país, la enorme voluntad desplegada para construirse un lugar diferente, el encauzamiento creativo del odio contra los fautores del reinado de la desigualdad y la injusticia, son difíciles de sobrevalorar. Las subjetividades se modifican en el curso del propio proceso, y allí están como testimonio contundente los miles de personas que han regresado últimamente a la militancia y a la lucha, abandonando a conciencia años de repliegue individualista para incorporarse a un movimiento que, en medio del sufrimiento por la desocupación, el deterioro salarial, el empobrecimiento generalizado, abre luces de esperanza y ha dado lugar a un clima social nuevo. Y por sobre todo, parece superado definitivamente el reino del miedo que se instauró en los aciagos días de la dictadura militar, esa sensación de que cualquier protesta, cualquier manifestación de desacuerdo, sería fatalmente derrotada, castigada, borrado hasta su recuerdo. Las clases subalternas han ido aprendiendo que el ejercicio del terrorismo de estado no es algo que el poder pueda poner en práctica en cualquier momento, que no dispone de ningún fatídico 'botón rojo' que elimine a sus adversarios con sólo oprimirlo. Y ese aprendizaje se hizo a través de una estela de luchas que van de las Madres a los Hijos, de las temerosas primeras manifestaciones contra la dictadura al combate callejero contra la policía del 20 de diciembre, que por cierto dejó muchos muertos entre los manifestantes, pero también la estampa imborrable de un presidente sin otro remedio que huir frente a la protesta popular irrefrenable, y una sensación de júbilo inconfundible, pese a llevar la marca del dolor y la rabia.
Con todo, el problema sigue siendo el armado de una alternativa, la construcción de una fuerza social capaz de derrotar al poder existente, que no sólo no caerá por su propio peso, sino que sigue teniendo en sus manos los resortes necesarios para intentar imponer sus 'soluciones' a la crisis existente, en cuánto logre recomponer un mínimo consentimiento para emprender ese camino. Y la resolución de esa carencia no es lo suficientemente simple como para pensar que los llamados a la 'unidad', o la conformación de algún artificial 'centro coordinador' puedan darle respuesta. Las fuerzas del cambio
Una trayectoria de décadas marcaba a la izquierda argentina como una fuerza raquítica, que ocupa un lugar marginal en la sociedad y en la política del país, con una influencia en todo caso circunscripta a ciertas capas medias 'ilustradas' de las grandes ciudades, y con más repercusión en el campo cultural que en el político. Esto se ha venido revirtiendo, gradualmente, en los últimos tiempos, y con más claridad a partir del año 2001. Una izquierda más plural y multiforme que nunca, ha ganado las calles frente a fuerzas otrora con arraigo de masas (los dos partidos tradicionales, la dirigencia sindical tradicional), que hoy sólo pueden movilizar a clientelas más ligadas por el interés personal y de grupo que por la convicción o el entusiasmo. Puede afirmarse sin exageración, que una heterogénea conjunción que tiende a coincidir en el cuestionamiento radical, a veces en términos difusos, a la dirección política del bipartidismo, al poder económico, y a las instituciones supuestamente garantes del orden y la justicia ha quedado dueña de las calles. Y esto en un proceso en el que la reocupación del espacio público tiene una importancia fundamental, al encarnar el abandono del puesto frente al televisor para reconquistarlo en las calles y en las plazas.
Muchas de las fuerzas que pueden identificarse sin forzamientos con posiciones de izquierda, por su tendencia al cuestionamiento de las bases de la sociedad existente, son enteramente nuevas, no ya en su existencia como organizaciones sino en el objeto mismo de su acción y en los sectores sociales que nuclean. El tándem partidos- sindicatos- organizaciones culturales se encuentra hoy completamente superado por piqueteros, asambleas y otras formas de organizar y movilizar a las clases subalternas, que no responden a los esquemas tradicionales, que incorporan mucha gente que nunca antes participó en la acción colectiva, y que tienen la posibilidad de que la multiplicidad se convierta en fuerza, y no en impulso constante a la fragmentación y la dispersión.
Existe una paradoja profunda: Esa izquierda en crecimiento viene de una crisis que afecta la credibilidad de todas las organizaciones políticas (con menos intensidad a ellas, pero sin excluirlas) en nuestro país, y de una puesta en cuestión mundial de las prácticas desarrolladas en nombre del socialismo a lo largo del siglo XX. Vale decir que se encuentra con un momento que señala un punto alto de su poder de convocatoria, junto con un estadio muy bajo en el prestigio de sus ideas y organizaciones. Ambas cosas coexisten conflictivamente, y esto se nota.
El crecimiento electoral de la izquierda en octubre de 2001, se dio de la mano de una opción 'antipartido' Autodeterminación y Libertad'. Muchos de los que optaron, quizás por primera vez en sus vidas, por emitir un voto con ese contenido, eligieron la alternativa que se presentaba como menos ligada a esa tradición. Y para complicar el cuadro, a los pocos meses esta organización entra en un conflicto que parece reproducir los peores vicios de la 'partidocracia'.
El movimiento piquetero alberga la mayor capacidad de crecimiento entre los trabajadores, hoy desocupados, una fuerte tendencia a la radicalización en el cuestionamiento del sistema, y formas organizativas novedosas, con alto componente de democracia directa, de revocatoria de las formas de representación que son la clave de bóveda de la dominación política... pero reproduce la tendencia a la división de las izquierdas, y en buena parte está dirigida por partidos, en un arco que va del maoísmo al trotskismo pasando por el nacionalismo radical, y que conjuga las virtudes de disciplina y tenacidad con los viejos vicios del vanguardismo y la tendencia a destruir lo que no se controla...La lucha entre lo nuevo que no acaba de afirmarse y lo viejo que no termina de morir no se da sólo sobre el eje de clases opuestas, sino al interior de quiénes aspiran a construir una sociedad nueva. Y el fantasma de la fragmentación permanente se muestra síntoma de fenómenos mucho más complejos que la mezquindad y el sectarismo de un puñado de dirigentes.
De todas maneras, el movimiento piquetero parece desplazarse rápidamente hacia la radicalización, de sus ideas y también de sus prácticas. En aproximada coincidencia con la rebelión del 20 de diciembre, lo que parecía ser una mayoría amplia (las agrupaciones ligadas a la CTA y a la Corriente Clasista y Combativa), se fueron tornando clara minoría, al menos a juzgar por la capacidad de movilización desplegada últimamente, y avanzan los que, con distintos grados de claridad, apuntan al rechazo a la conciliación y a la abolición definitiva de la utilización de 'las bases' como masa de maniobra.
Las asambleas populares pueden haber disminuido en número de participantes, pero han consolidado sus mejores tendencias. Ampliaron sus 'incumbencias' hacia el arte y la acción cultural en general, ocuparon espacios que tomaron como propios, profundizaron las iniciativas de solidaridad recíproca y activa con las manifestaciones piqueteras y los trabajadores en lucha, y siguen en el empeño de reconstruir una 'visión del mundo' para esa 'clase media' que supo ser baluarte del sistema social y hoy engrosa con fuerza creciente las filas de sus críticos. 'Piquete y cacerola la lucha es una sola' es una de las mejores consignas de una época que ha generado muchas.
¿Los trabajadores en actividad? Por momentos constituyen una ruidosa ausencia, que quizás preludie una nueva entrada en escena. La burocracia de la CGT ha perdido capacidad de movilización y aun de pronunciamiento público sobre cualquier problema, sin que eso haya sido capitalizado por la CTA, ni por nadie. E incluso el sector de trabajadores estatales y docentes, el más activo de los últimos años, no se destaca últimamente, mas allá de la ocasional participación en manifestaciones que no convoca, o en algún conflicto muy puntual. Las empresas recuperadas por trabajadores constituyen un proceso más que interesante, incluso por el debate que promueven entre formas que atienden de modo prevalente a la conservación de la propia fuente de trabajo, o aquellas otras que apuntan con claridad contra el poder patronal en general. Pero mas allá de eso, abarcan a unos pocos miles de personas en todo el país. Las agrupaciones 'antiburocráticas' no pasan, hasta ahora, de ser el fenómeno marginal de costumbre, sin posibilidades de disputar la dirección del movimiento obrero, ni dentro ni en paralelo a las organizaciones sindicales tradicionales. Todo indica que la cultura defensiva, individualista, inducida por la altísima desocupación, el 'cuidar' el puesto de trabajo, sigue fuerte. Y esto va acompañado por el descomunal desprestigio de la dirigencia sindical que, aun mas que en el caso de la política, no está facilmente dispuesto a hacer distingos entre buenos y malos dirigentes sindicales. En conjunto obran para reprimir el movimiento y obstaculizar el avance de propuestas alternativas.
En suma, algunas viejas fórmulas siguen siendo válidas: "Lo nuevo no acaba de nacer, lo viejo se resiste a morir". Y en esa coexistencia forzada de ambos términos se desarrollan procesos creativos y novedosos, junto con viejas y nuevas patologías que emergen como resultado de la descomposición de un orden históricamente superado, pero no materialmente extinguido. Lo infame y lo sublime se encuentran casi mezclados, pero ninguna fuerza externa, ningún designio superior vendrá a separarlos. Sólo la lucha social, la transformación cultural, la imaginación colectiva, pueden sentar las bases de un orden nuevo. Y eso a condición de atreverse a pensar y actuar con independencia de los dictados de los poderosos, por fuera de los márgenes en que ellos pretenden encerrar el debate, y con el empeño permanente de expandir los límites de 'lo posible'. Todavía nos aqueja la sabiduría popular del 'esto no tiene arreglo', o la conseja de los poderosos 'mas temprano que tarde la sensatez se impondrá', y hasta la artera amenaza de que hay que sosegarse, so pena de que 'alguien' venga a imponer nuevamente el orden de los otros.
Necesitamos mucha más 'insensatez', mucha mayor audacia, que la ya bastante desplegada hasta ahora. Por lo menos la suficiente como para tomar masiva conciencia de que en la lista de los enemigos a destruir, el enorme poder del gran capital es el que articula a todo el resto... Y como tal no hay combate verdadero sino se asume el carácter y magnitud de su adversario, tal que no permite la facilidad del 'ataque frontal' rápido y definitivo, pero tampoco ningún intento de soslayarlo o, menos aún, de convivir pacíficamente con él. Se necesita una fuerza social con la magnitud, cohesión interna y claridad de objetivos que se requieren para combatirlo, y no la tenemos. Ni convocatorias iluminadas ni 'juegos en el bosque' mientras se finge que no está el lobo, podrán ayudar a construirla. El desafío es enorme, las dificultades son variadas, llevará tiempo afrontarlo...no hay un segundo para perder.