El caudillismo es cultura de derecha
Por Ra�l Zibechi
La Jornada
En los �ltimos a�os se ha impuesto, por una amplia camada de profesionales del pensamiento, la idea de que la historia la hacen los l�deres, cuya capacidad de dirigir resulta determinante. Un segundo lugar lo ocupar�an los medios de comunicaci�n, con su notable capacidad de ocultar o de sobrexponer hechos, seg�n convenga. El protagonismo popular, sin embargo, es sistem�ticamente ocultado, como si no jugara el menor papel en la historia reciente.
Lo que m�s llama la atenci�n es que semejante modo de mirar el mundo est� siendo defendido por personas que se dicen de izquierdas y hasta muestran simpat�a por las ideas de Marx. Para quienes nos inspiramos en este autor, son los colectivos humanos (clases sociales, pueblos, grupos �tnicos, g�neros y generaciones) los que hacen la historia, pero no de cualquier modo: es a trav�s del conflicto, de la organizaci�n y la lucha, como se transforman a s� mismos y transforman el mundo.
Los dirigentes son importantes, sin duda. Pero los cambios, la historia, los hacen los pueblos. Por eso resulta un retroceso en el pensamiento cr�tico que se oculte la acci�n popular y se ensalce exclusivamente el papel de los l�deres. D�as despu�s de la derrota de la re-relecci�n en el referendo, el vicepresidente de Bolivia dijo: Si se va, �qui�n va a protegernos?, �qui�n va a cuidarnos? Vamos a quedar como hu�rfanos si se va Evo. Sin padre, sin madre, as� vamos a quedar si se va Evo (P�gina Siete, 28/2/16).
La frase fue pronunciada en una peque�a localidad del departamento de Oruro, durante la entrega de viviendas a pobladores aymaras. Podr�a haber dicho que fue gracias a la lucha hist�rica de los ind�genas que se pudieron construir viviendas dignas y que Evo forma parte de esa tradici�n de resistencia y lucha. Lo que hizo fue lo contrario: presentar a los pueblos como ni�os hu�rfanos, objetos sin otra capacidad que seguir al sujeto/l�der. Desde el punto de vista de la emancipaci�n, un verdadero desatino.
Un siglo atr�s, el socialdem�crata ruso Georgi Plej�nov escribi� un ensayo titulado El papel del individuo en la historia, en el que abordaba precisamente el papel de los grandes dirigentes. Reconoc�a la existencia de personalidades influyentes que pueden hacer variar aspectos de los acontecimientos, pero no la orientaci�n general de una sociedad, que est� determinada por un conjunto de fuerzas y relaciones sociales.
"Ning�n gran hombre puede imponer a la sociedad relaciones que ya no corresponden al estado de dichas fuerzas o que todav�a no corresponden a �l (�) ser�a in�til que adelantara las agujas de su reloj: no acelerar�a la marcha del tiempo ni lo har�a retroceder" (Obras escogidas, t. I, Quetzal, Buenos Aires, 1964, p. 458).
En suma, los dirigentes ocupan el lugar que ocupan porque fueron llevados a ese sitio por fuerzas sociales poderosas, no por habilidades personales, aunque �stas jueguen un papel importante. Fue la clase obrera argentina la que, el 17 de octubre de 1945, derrot� a la oligarqu�a, y ella misma ungi� a Per�n como su dirigente al negarse a abandonar la Plaza de Mayo hasta no escuchar al entonces coronel. Es evidente que el papel de Per�n (como otros dirigentes) fue importante �aunque no tanto como el de Evita en los corazones de la clase�, pero lo fue en tanto encarnaba sentimientos, ideas y actitudes de millones.
El problema con el caudillismo es que se trata de una cultura de derecha, funcional a quienes promueven la sustituci�n del protagonismo de los de abajo por el de los de arriba. Tambi�n es cierto, todo hay que decirlo, que la cultura de los sectores populares est� impregnada por valores de las �lites y en casi todos los casos conocidos tienden a revestir a los dirigentes de caracter�sticas sobrehumanas. Para eso existe el pensamiento cr�tico: para poner las cosas en su lugar, o sea para destacar los protagonismos colectivos.
No hacerlo contribuye a despolitizar, a que los de abajo crean que son objetos y no sujetos de la historia. El capitalismo s�lo puede sobrevivir si la gente est� persuadida de que lo que ellos hacen y saben son asuntos �nfimos privados, sin importancia, y que las cosas importantes son monopolio de los se�ores importantes y de los especialistas de los diversos campos, escribi� Cornelius Castoriadis en Proletariado y organizaci�n (Tusquets, Barcelona, 1974, p. 187).
Ser�a tranquilizador pensar que la frase del vicepresidente Garc�a fue apenas un mal momento, una concesi�n para mostrar la importancia del presidente y alertar sobre las dificultades que pueden sobrevenir. Sin embargo, todo indica lo contrario. Vamos comprendiendo que los gobernantes realmente existentes, incluso los que dicen ser de izquierda, se sienten superiores a la gente com�n. �Recuerdan que Lenin prohibi� que se le erigieran monumentos?
El problema es que al desconsiderar como sujetos a los de abajo, se busca consolidar el poder de los de arriba, elevarlos por encima de las clases y de las luchas que los llevaron al lugar que ocupan. Es una operaci�n pol�tica y cultural de legitimaci�n, a costa de vaciar de contenido a los actores colectivos. Es una pol�tica conservadora, elitista, que reproduce la opresi�n en lugar de hacer por superarla.
Castoriadis reflexiona, en general, sobre la realidad particular que encuentra en la divisi�n del trabajo en los talleres: Gestionar, dirigir el trabajo de los otros: he ah� el punto de partida y de llegada de todo el ciclo de la explotaci�n (idem, p. 309).
Este es el punto central. O trabajamos para que la gente com�n se autogobierne, para que sea sujeto de sus vidas, o lo hacemos para dirigirlas, o sea para reproducir la opresi�n. Insisto: no se trata de negar el papel del dirigente ni del militante, ambos necesarios. El tema es otro. Entroparme con los comuneros, dec�a Arguedas en uno de sus primeros cuentos (Agua) para explicar su compromiso con los de abajo. Hacerse tropa con otros; no colocarse encima de nadie, nunca. As� funciona el pensamiento cr�tico.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/03/04/opinion/018a1pol