La ocasión perdida
Raúl Zibechi *
Hace justo un año, los gobiernos líderes del Cono Sur dejaron pasar una
oportunidad de oro para consolidar alguna forma de gestión posneoliberal o
verdaderamente progresista. Luiz Inacio Lula da Silva arrancó a comienzos de
enero de 2003 con un océano de expectativas a favor, y en mayo Néstor Kirchner
comenzaba a sorprender con decisiones largamente esperadas, como el pase a
retiro de las cúpulas militar y policial. El termómetro de la esperanza subió
varios grados, a tal punto que los más optimistas -sobre todo en el entorno del
ministro de Economía argentino, Roberto Lavagna- auguraban un bloque conjunto
entre Argentina y Brasil para hacer frente al FMI y, en el mejor de los casos,
podía esperarse hasta un default conjunto que haría temblar a los
acreedores.
El 16 de octubre, ambos presidentes firmaron el Consenso de Buenos Aires,
durante la visita a Lula a Argentina, documento tan general y extenso como
ambiguo, en el que se proponían "garantizar a los ciudadanos el pleno goce de
sus derechos y libertades fundamentales, incluido el derecho al desarrollo, en
un marco de libertad y justicia social". Aunque había abundantes referencias al
Mercosur y a la integración regional -se apostaba al multilateralismo y se
mostraban reticencias respecto al ALCA-, se optó por dejar fuera la cuestión de
la deuda externa. Cuando Argentina debió enfrentar en solitario una dura
negociación con el FMI a comienzos de este año, el gobierno de Lula se limitó a
una vaga declaración diplomática.
A estas alturas ambos gobiernos afrontan problemas internos que les quitan
oxígeno y margen de maniobra para intentar siquiera recuperar el tiempo perdido:
dejaron pasar el momento sin encarar la menor reforma estructural. Pese a las
diferencias que mantiene Kirchner con las privatizadas del sector petrolero y
los ferrocarriles, no está en la agenda la posibilidad de promover
restatizaciones. El caso de Lula es, si se quiere, más grave aún. El sociólogo
Octavio Ianni sintetizó en reciente entrevista su visión de la gestión petista
con un aserto lapidario: "Asumieron el gobierno y no saben para qué lado va el
barco. Están atónitos. Son personajes de una nave de enloquecidos".
¿Exageraciones? El propio Lula reconoció, en entrevista publicada el 22 de junio
por Página 12, que en 2003 Brasil pagó 47 mil 900 millones de dólares por
intereses de su deuda. Setenta por ciento de las exportaciones anuales.
"Logramos un superávit fiscal de 4.25 por ciento del PIB y con ello sólo
conseguimos pagar 20 mil millones de dólares, el resto tuvimos que reprogramarlo.
Es decir, el superávit no alcanza para pagar los enormes intereses", añadió. Así
y todo, su gobierno no tiene la menor duda en que deben pagarse puntualmente los
intereses de la deuda.
Con ese panorama, no puede resultar extraño que la popularidad del gobierno
brasileño haya caído a niveles que hacen muy difícil la relección de Lula en
2006. Partió con un índice superior a 60 por ciento de aprobación, cayendo en
junio de este año a 29 por ciento, por debajo del menor nivel de aprobación de
la primera presidencia de Fernando Henrique Cardoso (33 por ciento). La
principal promesa de Lula fue el combate al desempleo, pero 67 por ciento de los
entrevistados por el Instituto Sensus, encuesta difundida el 22 de junio, dicen
que el principal problema del país es, justamente, el desempleo. Ahora Lula
tiene un margen cada vez más estrecho. Está en plena campaña electoral para las
municipales de octubre, de cuyo desenlace -sobre todo en Sao Paulo- depende el
futuro de su gobierno. No es momento para ensayar cambios.
Para Kirchner terminó también la luna de miel. La crisis institucional
argentina, que lo catapultó a la Casa Rosada, mantiene todo su potencial
desestabilizador. Hace 10 días los vecinos del barrio de Palermo, de clase media
alta, quemaron una comisaría en respuesta al asesinato de un joven bajo la
modalidad policial conocida como "gatillo fácil". La portada de Página 12
del viernes 25 es todo un homenaje a la crisis de credibilidad de las
instituciones: una patrulla volcada y en llamas, fue la respuesta vecinal en el
barrio Isidro Casanova, zona destruida por la desocupación, a la muerte de un
joven en una discoteca, al parecer a manos de la policía. Para un abogado del
CELS, organismo de derechos humanos, las reacciones son efecto de las políticas
de mano dura sobre los sectores populares.
Hace un año, en los dos países más importantes de la región se habían instalado
gobiernos que podían encarar cambios de fondo. Implementar políticas económicas
no neoliberales en Brasil, con base en redireccionar el aparato productivo hacia
el mercado interno, promoviendo un crecimiento endógeno. En Argentina, la agenda
consistía en cerrar la crisis de legitimidad de las instituciones, promover la
inclusión de millones de excluidos en la década menemista y empezar a
reconstruir parte del aparato industrial devastado. En ambos casos, un año
después el panorama es desalentador: Kirchner y Lula desaprovecharon el momento
más favorable para las izquierdas en muchas décadas, y se dedicaron a poner
parches y paños tibios donde debían aplicar cirugía mayor. A partir de
noviembre, cuando en Washington se cierre el callejón sin salida causado por las
elecciones, pueden empezar a arrepentirse del tiempo perdido.
* Periodista uruguayo, colaborador de Brecha