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Raúl Zibechi


Las dificultades de la alianza Lula-Kirchner

Más allá del alcance mediático de la reunión que mantuvieron en Caracas Néstor Kirchner y Jose Inacio Lula da Silva, la posibilidad de que los gobiernos de Argentina y Brasil adopten una estrategia común ante el FMI parece lejana. Ambos llegaron al cargo en situaciones disímiles y distantes.

Raúl Zibechi

El primero en advertirlo públicamente fue el presidente cubano Fidel Castro. A mediados de febrero, en el marco del VI Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo, dijo que "Argentina hizo temblar al FMI", y que en caso de unirse Argentina y Brasil el organismo financiero internacional estaría en graves problemas.

A raíz de la cumbre de Caracas del G-15, se especula con un giro en la relación entre ambos países y sobre un posible cambio del gobierno de Lula respecto al FMI. No sólo los medios cercanos al gobierno de Kirchner analizan la inminencia de ese cambio, sino también los medios críticos sostienen que estamos ante un "imprevisto giro" de Lula. En un editorial de La Nación, Joaquín Morales Solá sostiene que el acuerdo entre Brasil y Argentina "le servirá a Lula para iniciar dentro de Brasil una gestión presupuestaria menos inflexible y, de paso, para advertirle al mundo que podría argentinizar su política". Por el contrario, la prensa brasileña y la propia cancillería norteña, le bajaron el perfil al supuesto "giro".

Nada hace pensar que se produzcan cambios de fondo en el gobierno de Lula, pese a los malos resultados económicos del primer año de su gobierno. Todo indica que se limitará a apoyar a Argentina ante los organismos financieros internacionales, lo que no parece que vaya a tener costos internacionales o internos importantes para el gobierno petista. Para Kirchner, por el contrario, urgido como está de conseguir apoyos ante la durísima negociación con los acreedores, aún un tibio apoyo de Brasil puede serle útil. Sin embargo, de ahí a pensar en un "giro" en la política brasileña, media un abismo. En efecto, nada hace pensar que se llegue a establecer "una estrategia común" ante el FMI, como sostuvo en canciller Rafael Bielsa en Caracas. Las razones no están precisamente en la voluntad de cada uno de los presidentes, sino en el tipo de alianzas sociales y políticas que han ido construyendo en los últimos años, en la experiencia social de cada una de las sociedades y de los sectores sociales que apoyan cada uno de los gobiernos. O sea, de las constricciones socio-políticas que debe tomar en cuenta cada gobierno.

TRAYECTORIAS DISIMILES. No es una novedad decir que los noventa supusieron un desastre para la sociedad argentina. Pero todo depende del punto de vista que se adopte. Fueron los años de la desindustrialización, la fexibilización laboral, el crecimiento feroz del desempleo, la desarticulación del tejido social, el crecimiento exponencial de la pobreza y la violencia policial, entre otros. Fueron, también, años propicios para la especulación financiera, para el enriquecimiento rápido, el festival de negocios de las privatizadas. En ese proceso, la deslegitimación del Estado fue muy lejos, llevando hacia el abismo a la sociedad. Sólo la actividad de los nuevos movimientos y sujetos sociales, paradojas de la vida, pudo contribuir a que los argentinos cayeran en un abismo aún más profundo.

Los noventa fueron muy diferentes en Brasil. Aún con dificultades, el país creció desde 1977 a 1999 un 50% más que Argentina. Mientras la participación de la industria argentina en el producto bruto pasó en ese lapso del 18 al 23%, la industria de Brasil que tenía una participación más baja, consiguió superarla. Como señala un informe, los indicadores de Brasil muestran "una economía más dinámica, menos financierizada y extranjerizada y con una tasa de ahorro más elevada", que expresa una magnitud distinta de la fuga de capitales. En Brasil existe una burguesía transnacionalizada, sí, pero una parte de la misma tiene un proyecto de país y una "inserción en el mercado internacional distinto al impuesto por el neoliberalismo", expresa el citado informe. Esto marca un punto de diferencia sustancial entre ambos países, sobre el que volveré más adelante.

Más allá de los fríos números, el derrotero de cada una de las sociedades ha sido muy diferente. Todos los indicadores sociales de Argentina se deterioraron en los 90. En Brasil no. Aunque partía de una situación mucho peor: aún en pleno descalabro, los índice argentinos de pobreza son menos malos que los de Brasil. En 2002, según la CEPAL, la pobreza urbana argentina era del 23,7% y el 6,7% estaba bajo la línea de indigencia, frente al 32,9 y el 9,3% de Brasil. En suma, mientras la argentina fue una sociedad de consumo, cuyos habitantes (por lo menos la inmensa mayoría) eran ciudadanos integrados y con derechos reconocidos, en Brasil gran parte de la población nunca fue ciudadana de pleno derecho en un país al que aún se lo denomina como el "campeón mundial de la desigualdad".

Pero las diferencias son mayores aún si observamos cómo le fue en los últimos años a los trabajadores industriales y a las clases medias trabajadoras; o sea, los sectores sociales que apoyaron a Lula y los que provocaron el estallido social argentino. En Argentina, el salario real en la industria era en 2001 el 77% del de 1980, mientras en Brasil había trepado hasta el 130%. En Brasil, el auge del proletariado industrial se registra en un período muy diferente al de Argentina, cuando el neoliberalismo ya está implantado. Las construcciones sociales y políticas de los trabajadores argentinos datan del período en torno a 1945 y luego del proceso abierto por el Cordobazo en 1968. Por el contrario, las construcciones sociales y políticas de los sectores populares brasileños se dieron en una situación muy diferente, hegemonizada por el neoliberalismo. Veamos algunos detalles.

LAS BASES SOCIALES DEL NEOLIBERALISMO. Armando Boito, profesor de Ciencia Política en Unicamp, sostiene que en Brasil "parte de las clases populares fueron atraídas o neutralizadas, por caminos complejos y diferenciados, por el neoliberalismo", lo que explicaría "el continuismo del gobierno Lula" respeto al de Fernando Henrique Cardoso. O sea, el neoliberalismo en Brasil no sólo cuenta con el apoyo de la fracción superior de la clase media, sino que obtuvo un "impacto popular". Boito sostiene que "a lo largo de los años 90 ocurrió un proceso político y social en Brasil que resultó en la implantación de una nueva hegemonía burguesa, basada en el discurso y la práctica del modelo capitalista neoliberal dependiente". Esto trasciende los partidos e impacta en la sociedad. Por ejemplo, el núcleo duro del sindicalismo, los obreros de las grandes empresas automovilísticas de San Bernardo del Campo (el ABC paulista donde surgió la CUT), tienen el siguiente perfil: 90% tienen casa propia en barrio con asfalto, agua, luz y saneamiento; salarios elevados, trabajo asegurado y con derechos sociales plenos, altos niveles de sindicalización y la mitad tiene computadora personal e internet. Los trabajadores del ABC controlaron siempre la CUT y a través de sus dirigentes ahora ocupan varios ministerios. "De hecho -dice Boito- los sindicalistas son parte muy importante del personal dirigente del Ejecutivo Federal", una "clase detentadora" del aparato de Estado, siguiendo el concepto de Nikos Poulantzas.

Este sindicalismo trabajó en los años 90 junto a la cámara empresarial de la industria del automóvil (agrupada en la patronal FIESP) con la que estableció excelentes relaciones para establecer un frente económico por el crecimiento con el conjunto de la fracción industrial de la gran burguesía brasileña, "sosteniendo que la FIESP puede ser un aliado seguro en la lucha contra la política recesiva patrocinada por los intereses del sector financiero". "La ‘conversión’ se inició en la base y se irradió hacia la cúpula" del Partido de los Trabajadores (PT), concluye Boito. Recordemos que el vicepresidente de Lula, Jose Alencar, fue presidente de la FIESP.

Por otro lado, el sociólogo Francisco de Oliveira sostiene que el sector del sindicalismo que controla los fondos de pensiones, se convirtió en una nueva clase social que está dirigiendo el gobierno de Lula. El proceso se inició con la dictadura militar de 1964, que creó los fondos de pensión de cada empresa estatal, que son fondos privados. La Constituyente de 1988 decidió que los sindicatos pudieran participar en la gestión de esos fondos a través del BNDS (Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social). Pero esos fondos, son según Oliveira "la principal fuente de recursos para la acumulación de capital a largo plazo en Brasil" cuyas administradoras adquirieron algunas de las más grandes empresas del país. Con ello, surgió "una casta de administradores que son los funcionarios, obreros y sindicalistas de las grandes empresas y las grandes centrales". Esos administradores están colocados en el "punto crucial, donde el capital privado busca recursos para acumular". A esa "casta", situada estratégicamente y emparentada con los gerentes de las grandes finanzas, Oliveira la considera como una nueva clase social que es el sector predominante en el PT.

Si cruzamos ambos análisis (mucho más fecundos que los que sostienen que el PT ha "traicionado" a los sectores populares), podemos comprender cómo se han ido tejiendo intereses comunes entre los actuales cuadros dirigentes del PT y el sector financiero e industrial. Eso explica, de paso, porqué pueden convivir en el mismo gabinete cuadros de la banca mundial con veteranos dirigentes sindicales. En suma, no estamos ante una alianza improvisada; se fue tejiendo a lo largo de dos décadas, de abajo a arriba. Por eso, podemos concluir que el PT no va a romper con el FMI, ni con la burguesía industrial, ni con el sector financiero.

LOS ULTIMOS AÑOS. Los noventa argentinos fueron, desde el punto de vista de las alianzas sociales, los de la destrucción del Estado del bienestar y, por lo tanto, de la ruptura entre el Estado y los trabajadores, y el empresariado industrial. El predominio del sector financiero fue tan intenso, que vapuleó incluso la sólida alianza establecida en los cuarenta entre las clases dominantes y las capas medias. En cuanto al viejo poder del sindicalismo, fue erosionado por partida doble: la desindustrialización, por un lado, y la movilización popular, por el otro, no dejaron espacio sino para la cooptación de pequeñas cúpulas mafiosas, restos del poderoso movimiento sindical forjado por el peronismo.

No es sólo en este aspecto que las trayectorias de los ochenta y noventa son opuestas en ambos países. También lo fueron los derroteros de las capas medias: una fracción nada desdeñable de las argentinas se hundió en la pobreza o se "precarizó", en tanto en Brasil un amplio sector se benefició de las políticas neoliberales, como hemos visto.

Finalmente, las luchas sociales registradas tienen su impacto en la configuración de los gobiernos: el default argentino lo "decretó" la gente en la calle el 19 y 20 de diciembre de 2001, que en realidad fue la culminación de decenas de pequeños y medianos estallidos desde comienzos de los noventa. Kirchner se encontró con el default y no tiene margen, por ahora, para seguir pagando al FMI a costa del hambre de los argentinos. La principal tarea del gobierno Kirchner es recuperar la legitimidad perdida del Estado argentino, y con esa vara será medida su gestión. Hasta los ultraconservadores del diario La Nación lo han comprendido así. Pero recuperar legitimidad supone una serie de medias a contramano del modelo, aunque no la ruptura con el mismo: limpiar o contener los aparatos represivos, emprolijar la justicia, congelar las tarifas de las empresas privatizadas, y poco más.

El gobierno de Lula es hijo de la alianza entre el partido mejor estructurado del país, el empresariado industrial y el sector financiero. Llega al gobierno en uno de los períodos más bajos de las luchas sociales en Brasil, en una situación en la que no existe una impugnación significativa al modelo. Ciertamente, los gestores del modelo sufrieron cierto desgaste luego de una década de neoliberalismo. Pero el proceso brasileño no se parece en nada al argentino que, en este aspecto, tiene ciertas similitudes con el venezolano.

La llegada de Lula al gobierno es, como hemos visto, producto de una prolongada construcción social y económica, que tiene sus expresiones políticas en el PT y en su alianza con otros partidos, antes y después de llegar a Planalto (el Partido Liberal de Alencar, primero, y el PMDB que sostuvo al gobierno de Fernando Henrique Cardoso). Lo que buscan estos sectores es insertar a Brasil en el escenario mundial de la mejor manera posible, pero no cuestionan la relación de fuerzas existente. Por eso Lula no se opone al ALCA sino que pretende negociar el papel de Brasil en su seno; y por eso el empeño en establecer una vasta alianza con otros países emergentes del Tercer Mundo, como India, China y Sudáfrica, que necesitan abrirse un espacio en el mundo del capital. Y en la política interna, no se proponen desarrollar un amplio mercado interno, como sucedió en el período de sustitución de importaciones en Argentina. Un mercado interno supone más trabajo, sí, pero también mayores salarios, lo que atenta contra la competitividad de la industria brasileña enfocada hacia los mercados del Norte. Por eso el plan Hambre Cero se limita a implementar políticas compensatorias y focalizadas hacia los pobres, no a superar la pobreza con trabajo digno.

Una estrategia común entre Brasil y Argentina, en fin, supondría la ruptura del primero con el FMI, declarando un default como esperaba el gobierno de Kirchner. Nada más lejos de la realidad. El "alumno modelo" quiere seguir siéndolo, y la "oveja negra" del mundo financiero, no tiene más remedio que continuar su camino de rebeldía mientras la sociedad argentina no cambie de rumbo. Por más simpatía que se profesen sus presidentes y por más cercanos que se sientan ideológicamente, son producto de situaciones sociales y de construcciones políticas diferentes.