Raúl Zibechi
La Jornada
El gobierno de George W. Bush no pudo relanzar las
negociaciones para implementar el ALCA, mostró la fuerza con la que viene
avanzando su propuesta a través de tratados de libre comercio (TLC)
bilaterales y regionales. Los "cinco mosqueteros" -según llamó Hugo Chávez a
los cuatro países del Mercosur más Venezuela- impidieron que la Casa Blanca se
alzara con un triunfo, pero los números no dejan lugar a dudas: 29 países
apoyan el Area de Libre Comercio (ALCA) frente a cinco que se oponen. El
futuro inmediato será más duro de lo que aseguran las exitistas declaraciones
que se hicieron durante la cuarta Cumbre de las Américas en Mar del Plata.
Para medir el resultado de la reciente cumbre, hay que remontarse dos años
atrás. En septiembre de 2003 la convergencia entre un grupo de países que se
oponían a los subsidios agrícolas de los países ricos (el G-20) y un activo
movimiento contra la globalización neoliberal consiguió descarrilar la cumbre
ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Cancún. Desde
aquel momento las negociaciones para implementar el ALCA, que preveían su
puesta en marcha en enero de 2005, se encuentran estancadas. Desde ese punto
de vista, haber impedido que se reanuden puede considerarse un éxito.
Sin embargo, en estos dos años el escenario regional se ha modificado
sustancialmente. Estados Unidos avanzó por la línea de menor resistencia,
firmando acuerdos de libre comercio con países centroamericanos y otros de la
región, está cerca de acordar con Perú y Colombia y tal vez más adelante con
Ecuador. Con Bolivia dependerá del resultado de la actual campaña electoral.
Aun con resistencias y tropiezos los avances del imperio en la región han sido
considerables.
Por el otro lado, el Mercosur permanece estancado y la Comunidad Sudame-ricana
de Naciones (CSN) no consigue levantar vuelo. Aunque el presidente Néstor
Kirchner aseguró en la cumbre que el Mercosur "está fuerte", porque se mantuvo
unido contra el ALCA, los sucesos de los dos últimos años desmienten ese
optimismo. Los conflictos comerciales entre Argentina y Brasil son permanentes
y nada indica que vayan a remitir, toda vez que compiten con los mismos
productos en los mismos mercados y, quizá lo más grave, la pujante industria
brasileña está inundando el mercado argentino, hundiendo más aún al sector
manufacturero, que fue el más castigado con la crisis de 2000-2001.
En paralelo, Paraguay y Uruguay tienen dificultades con sus socios mayores,
tanto comerciales como políticas. La última crisis generó cambios que
debilitan estructuralmente al Mercosur. Uruguay, que hasta 2002 orientaba 55
por ciento de sus exportaciones a la región, tiene ahora en Estados Unidos a
su primer socio comercial. En Argentina, el censo económico recién divulgado
muestra que 67 por ciento de las mil mayores empresas, en 1993, eran de
capitales nacionales, cifra que en 2003 desciende a 47 por ciento. En cuanto
al valor agregado, 80 por ciento lo generan empresas extranjeras, porcentaje
que hace diez años se repartía en partes iguales entre nacionales y foráneas.
En suma, la crisis concentró y extranjerizó las economías y, peor aún,
convirtió a los cuatro países del Mercosur en exportadores de productos
agropecuarios.
El escenario múltiple que fue el balneario argentino mostró a Brasil y
Argentina preocupados por los subsidios agrícolas del norte. Enseñó una
Venezuela en busca de acuerdos con el sur del continente, toda vez que se le
van cerrando puertas en la región andina y centroamericana. Pero no hubo un
debate sobre el libre comercio.
En la "Contra Cumbre" algunos cuestionaron una integración alternativa sobre
la base de la continuidad de un modelo que se resume, para países como
Argentina y Paraguay, en cultivos de soya transgénica, para Uruguay en
monocultivos forestales, y para Brasil en un agrobusiness depredador. El
ejemplo de las relaciones comerciales entre Venezuela y Cuba ("trueque" de
petróleo por ayuda en educación y salud) podría haber servido de aliciente
para iniciar un debate sin el cual la oposición al ALCA no consigue romper el
corsé del libre comercio.
Las asimetrías regionales -que están impidiendo cualquier avance de una
integración a favor de los pueblos- están íntimamente ligadas al libre
comercio. La experiencia reciente indica que los triunfos populares
-electorales o insurreccionales- agotan su propia fuerza si no se profundizan
debates y se emprenden experiencias alternativas.
Hace dos años, a mediados de 2003, se vivía una coyuntura excepcional en la
región para impulsar cambios de fondo. En enero de ese año asumieron Luiz
Inacio Lula da Silva en Brasil y Lucio Gutiérrez en Ecuador y en mayo lo hizo
Kirchner, mientras Chávez se consolidaba al derrotar el paro petrolero; en
septiembre descarriló la cumbre de Cancún, en octubre una vasta insurrección
derribó en Bolivia al mejor aliado de Bush, Gonzalo Sánchez de Lozada, y ese
mismo mes se firmó el Consenso de Buenos Aires entre Argentina y Brasil, que
prometía convertirse en una alianza estratégica.
La relación de fuerzas cambió radicalmente. Lula está en manos de los
conservadores, Kirchner parece haber agotado sus propuestas de cambio con sus
discursos contra el FMI. Ambos apoyan el libre comercio y buscan apenas
colocar mejor sus exportaciones. Estados Unidos se viene fortaleciendo:
establece una cabeza de puente en Paraguay, consigue firmar un tratado de
protección de inversiones con Uruguay y sigue aislando a Venezuela. Haber
desperdiciado una oportunidad favorable como la que se produjo a lo largo de
2003 puede tener consecuencias nefastas en el futuro inmediato.
El movimiento social tampoco tiene la potencia que tuvo dos años atrás, aunque
en algunos países hay síntomas de recomposición. En la "Contra Cumbre" hubo
voces aisladas que pusieron el dedo donde duele. "CON SOYA NO HAY ALBA", podía
leerse en una pancarta que alentaba la doble lectura de la última palabra. Y
alertaba, a su vez, acerca de la necesidad de una integración alternativa, que
cuestione el predominio del capital financiero y el libre comercio.