Un mundo otro, nuevo y diferente
Raúl Zibechi
Me parece evidente que los principales hechos políticos en
América Latina en los últimos quince años los han protagonizado los
movimientos sociales. Han derribado presidentes —7 en 15 años—, han hundido
sistemas de partidos corruptos en varios países; han contribuido a debilitar
enormemente la legitimidad del neoliberalismo y han contribuido directa o
indirectamente a llevar al gobierno a presidentes o partidos autoproclamados
progresistas (otra cosa es lo que hacen después).
Pese a esta enorme actividad de los movimientos sociales en América Latina,
desde la izquierda política no se deja de hablar de los límites que tienen, de
que les falta algo, de que no son suficientemente políticos, de que no tienen
objetivos claros, en fin, de una serie de errores o insuficiencias que
tendrían estos movimientos y que son los que vendría a suplir ¿quién?: la
izquierda política.
Yo creo que esto no es así.
Esta es una mala lectura.
Creo que los movimientos tienen muchos problemas, muchos defectos, muchas
carencias, pero no precisamente los que se les achaca desde la izquierda
política, en general, en América Latina.
Creo que si hay algo nuevo en América Latina es que está naciendo un mundo
otro, un mundo nuevo, en los territorios de los movimientos sociales o de los
movimientos a secas. Este mundo nuevo, o sea, diferente, se abre paso a menudo
en las grietas del sistema que los habitantes del subsuelo vienen horadando
desde hace algunas décadas, dos o tres décadas como mínimo. Y no es un mundo,
sino mundos, diferentes, diferentes del mundo hegemónico que hemos dado en
llamar capitalismo, imperialismo, mundialización. Pero también mundos
diferentes entre sí, que tienen en común, sin embargo, la lucha por la
dignidad, por la autonomía, una tensión emancipatoria y que constituyen la
argamasa, el barro, con la que nace y crece este mundo otro. Y creo que son
diferentes y diversos entre sí inevitablemente, no son homogéneos, porque
distintos son los suelos y las culturas que los ayudan a nacer y así son
diferentes las mujeres y los hombres que les van dando forma, pero también
porque los tiempos del nacer, del hacer no son homogéneos en cada uno de los
pueblos, en cada una de las tierras, como homogéneos son, sin embargo, los
tiempos de la producción y del consumo del sistema.
Estos mundos otros, estos otros mundos que están pariendo los territorios de
los movimientos en nuestro continente, ciertamente no nacen de golpe ni de un
solo empujón y van tomando forma en el tiempo largo y a menudo sordo de la
resistencia; vemos la resistencia y la lucha cuando es pública, abierta y en
grande, pero no en esa cotidianeidad invisible, que se hace sin embargo
visible en los tiempos más cortos y más fugaces de las insurrecciones o en los
momentos de los desbordes de este subsuelo en permanente actividad.
No hay entonces ni un solo camino ni un solo tiempo, sino caminos y tiempos
que vienen siendo trazados y caminados con maneras y ritmos distintos de las
diferentes experiencias de cada pueblo.
En las experiencias que hay en América Latina destaco sin lugar a dudas la de
los zapatistas, la de los sin tierra, la de aymaras, quéchuas, bolivianos y
ecuatorianos e indígenas colombianos, desocupados y piqueteros argentinos y de
otras ciudades del continente, la de innumerables habitantes del sótano de las
ciudades y de los campos. Encontramos ciertamente actitudes distintas hacia
los partidos y hacia los Estados nacionales; formas diversas de construir sus
organizaciones; modos también dispares de afrontar las relaciones con el
territorio y enormes particularidades y diferencias en cuanto a cómo afrontar
la educación, cómo cuidar la salud.
Encontramos así movimientos que rechazan cualquier tipo de colaboración con el
Estado y con los partidos, sobre todo con el Estado, o sectores de los
movimientos, no sólo el zapatismo, en América Latina hay sectores cada vez más
importantes de movimientos que rechazan todo tipo de colaboración, o por lo
menos se plantean superar las relaciones, a veces de dependencia, como el caso
de los piqueteros argentinos que reciben subsidios del Estado. Otros
movimientos mantienen distancia prudente de los Estados aunque reciben
diversos tipos de sostén estatal, y otros más que, yo no estoy muy de acuerdo,
pero que se han incrustado de lleno en la institucionalidad, con la esperanza
quizás de transformarla o de fortalecerse a través de esos vínculos con las
instituciones estatales y también con los partidos de izquierda.
En cuanto a las formas organizativas, también son muy variadas: varían desde
distintos grados de horizontalidad e informalidad, hasta formas jerárquicas,
más o menos flexibles, incluyendo mezclas organizativas del más variado tipo.
Las formas de acción también son diferentes, y combinadas muchas veces,
legales e ilegales, violentas y pacíficas, instrumentales y autoafirmativas,
defensivas o insurreccionales. Lo que nos habla de universos heterogéneos y
complejos imposibles de simplificar y de sintetizar en una sola mirada. Ni qué
hablar de las diferentes estrategias que tienen estos movimientos, los
diferentes movimientos, desde algunos que tienen estrategias ya prefijadas,
muy similares a las de los partidos, hasta otros que se han decidido a navegar
en la incertidumbre y no pretender fijar estrategias ya cosificadas,
congeladas de antemano.
Por último, hay movimientos que se destacan por realizaciones en materia de
educación, como el movimiento sin tierra de Brasil, que es notable en este
trabajo; otros sobresalen por la elevada participación de mujeres, incluso en
cargos importantes, como el movimiento piquetero y el movimiento barrial
argentino; otros cuentan con realizaciones realmente maravillosas en el
terreno de la salud, recuperando saberes tradicionales y a veces combinándolos
con la medicina alopática. Otros más se esfuerzan por encarar la producción
con otros criterios, rehuyendo la división capitalista del trabajo y las
jerarquías en el trabajo.
Lo que sí no es habitual es que todos los movimientos hayan desarrollado de
forma pareja todos los aspectos que hacen a la emancipación y a la creación de
un mundo nuevo. En ese sentido, hay movimientos que están bastante preocupados
por la escasa participación de las mujeres, otros por la reproducción mecánica
de la salud del sistema en sus movimientos, etcétera. No hay un crecimiento
parejo en todos los terrenos y este sí es un problema de los movimientos, no
el que le suelen achacar, por ejemplo, los partidos de izquierda.
Estas diferencias de niveles o de grados de desarrollo entre los movimientos,
y otras más que podemos anotar, no deberían ocultarnos que hay una gran
cantidad de cuestiones en común entre los movimientos. O sea, hay disparidades
y hay cosas en común entre los más diversos movimientos urbanos, rurales,
indígenas, de obreros de nuevo tipo —obreros que recuperan sus fábricas, como
el caso de Argentina y no pretenden seguir produciendo al modo taylorista, al
modo de la división del trabajo heredada—, y me parece que es importante
rastrear algunas de estas experiencias, no sé si sistematizarlas, pero por lo
menos apuntarlas para ver que las carencias que se les pueden atribuir a los
movimientos, y las virtudes, poco tienen que ver con las que se les achacan.
El mundo otro, o sea, lo que está naciendo en los movimientos, en sus
territorios, en los territorios bajo su control, tiene muchas características,
hoy quería hablar de tres de ellas: el carácter autocentrado del mundo otro,
el carácter integral —aunque es una palabra que no me gusta mucho— y el ser un
mundo en resistencia o en lucha permanente.
Pienso que es un mundo otro autocentrado porque tiende a establecer o
establece de hecho su propia agenda; su agenda no es un espejo de la agenda
del sistema y sus tiempos no son espejo de los tiempos del sistema y esto
tiene que ver con la capacidad de autoafirmación de estos nuevos sujetos y —en
paralelo— con el crecimiento de su autonomía. Desde mi punto de vista, los
movimientos más débiles son los que reproducen o siguen mecánicamente la
agenda del sistema. El tener un mundo autocentrado supone de alguna manera
cierto desenganche o desconexión —por usar una palabra de Samir Amín— entre el
mundo otro y el mundo del capital. Sin esta cierta desconexión me parece
difícil que se pueda afirmar la existencia de un otro mundo y esto es un
contraste importante con la izquierda política. La izquierda política quiere
que los movimientos no se desenganchen de la agenda del sistema, sino que
participen de la agenda y del momento estelar de esa agenda, el show máximo,
que son las elecciones. Se los critica duramente por eso, o se les dice que
son antipolíticos o prepolíticos o escasamente concientes por no participar en
esta agenda. Esto no quiere decir que no haya puntos de unión entre el mundo
que crean los movimientos, el mundo otro, y el mundo del capital;
inevitablemente va a haberlos, pero otra cosa es la intencionalidad con la que
se sigue la agenda del sistema.
En el caso del zapatismo, qué voy a decir, los silencios, por lo menos en
muchos países de América Latina, los largos silencios del zapatismo han sido
fuertemente criticados por muchos partidos, por intelectuales, por teóricos,
pero estos silencios los encontramos cada vez más en otros movimientos,
particularmente en porciones importantes del movimiento piquetero o del
movimiento de asambleas barriales en Argentina. Hoy en la mañana un compañero
en la Metropolitana mencionaba que ya casi el movimiento de asambleas
barriales no existía; no es verdad, no existe porque no se lo ve participar en
la agenda pública instalada por el Estado, pero sí existe y a poco de acercar
la mirada a los barrios, al trabajo micro y cotidiano, vamos a ver que el
movimiento sí existe, sólo que están creando cada vez más una lógica
autocentrada en sus propios tiempos y necesidades interiores.
En segundo lugar, creo que es un mundo integral —y la palabra, insisto, a
veces uno no encuentra palabras mejores, y creo que la lucha por las palabras
es parte de la creación de un mundo nuevo— ¿por qué?, porque abarca todos los
aspectos de la vida, no sólo la producción, sino la reproducción de la vida;
abarca no sólo aspectos parciales de la vida humana como los que abarcaba el
viejo movimiento obrero que naturalmente se dedicaba a luchar y demandar por
cuestiones salariales, condiciones de trabajo, etcétera, sino que en los
territorios de los movimientos se están creando, se están naciendo, se están
inventando todos aquellos aspectos que tienen que ver con la vida de los seres
humanos: desde la cultura, el ocio y el tiempo libre, hasta la educación, la
salud y la producción material de aquello que necesitamos para vivir. Y esta
es una característica que ya no es sólo patrimonio de los movimientos
indígenas y de los movimientos campesinos, sino también de los nuevos
movimientos de los excluidos urbanos que, en el corazón de la trama urbana,
que es uno de los nudos fuertes del capitalismo, ahí mismo están creando
también este mundo otro y diferente.
En estos lugares uno siente que los movimientos reúnen lo que el sistema
separa. El sistema tiende a escindir, a separar, a dividir. Los movimientos
reúnen en sus espacios, religan todos los aspectos que el sistema
permanentemente está separando: hacen sociedad, hacen política, hacen cultura,
hacen economía y, de esta manera, son profundamente anticapitalistas. Y no
menciono a todos los movimientos porque no todos son iguales, insisto, sino me
fijo en los siete u ocho movimientos, a mi modo de ver, más importantes y
avanzados de América Latina.
Por último, el mundo otro, éste que nace, no puede sino ser un mundo en
guerra, en guerra social o en guerra militar en ocasiones. Las grietas en el
sistema no caen del cielo, no es que un día se abrió una grieta en un lugar
donde no la había; es la lucha social la que abre grietas, la que crea
espacios donde nace este nuevo mundo en base a relaciones sociales distintas.
Y esto me parece que es importante porque uno de los ejes de la creación de un
mundo otro es la creación de comunidad, de relaciones sociales fraternas de
tipo comunitario.
Un antropólogo ya muerto, Clásteres, decía que la comunidad no puede vivir
sino en guerra con el Estado, simbólica o real, social o político-militar,
pero en guerra con el Estado. La lógica de la comunidad es: para posibilitar
su sobrevivencia, es importante la lucha por la dispersión del Estado, que
pasa por no reproducir Estado en el seno de la comunidad; de ahí la lucha por
la no diferenciación interna de las comunidades.
Finalmente, quería mencionar que el mundo otro, tal como lo manifiestan
piqueteros, zapatistas, sin tierras y aymaras, nos enfrenta al tema de las
diferencias. La izquierda quiere que seamos iguales a... Es lo que yo he
escuchado desde que empecé a militar en partidos de izquierda hace ya más de
treinta años. Yo creo que los habitantes del sótano, los excluidos, los que
están creando un mundo nuevo y diferente pueden sobrevivir y luchar y
resistir, solamente en la medida en que se construyen y que se mantienen como
diferentes. Y esa diferencia no cabe en el capitalismo, ni en el sistema
político de partidos, ni en el sistema estatal. Entonces creo que necesitamos,
colectivamente, afirmar nuestras diferencias, construirnos como diferentes y,
por eso, necesitamos también la autonomía. Si no fuéramos diferentes, la
autonomía sería un ejercicio teórico. Necesitamos la autonomía para proteger
nuestra diferencia y construir desde abajo un mundo y un poder también
diferente.
Creo que el día que este mundo otro que está naciendo —que lo vemos nacer día
a día— no sea diferente al del sistema —sino mero calca y copia como decía
Mariátegui—, habrá perdido sentido o se habrá extraviado, como le pasó al
socialismo real soviético, en alguna forma de capitalismo o en alguna forma de
sociedad en la que volverán a haber opresores y oprimidos.