Raúl Zibechi
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Primera
advertencia
Raúl Zibechi*
A escasos días de que asuma la presidencia Tabaré Vázquez, y gracias a una
Carta abierta al futuro presidente, encabezada por el escritor Eduardo Galeano
y el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, se abrió un debate sobre
los rumbos de la gestión económica del nuevo gobierno. La carta reclama que
Vázquez rechace la instalación de dos gigantescas plantas de celulosa sobre el
río Uruguay, con las que se 'completaría el modelo neoliberal' al consolidar
el monocultivo forestal y aumentar los impactos sociales y ambientales. En
tono de clara advertencia la misiva -firmada por decenas de activistas
ambientales y sociales de Uruguay y Argentina, país donde el impacto de las
plantas se dejará sentir a través de la contaminación del fronterizo río
Uruguay- finaliza: 'Quienes votaron por usted lo hicieron con la convicción de
que otro Uruguay es posible, por eso, le pedimos que permita a los y las
uruguayos y uruguayas que apostaron por el cambio, seguir festejando'.
Días antes, Tabaré Vázquez se había reunido con empresarios finlandeses dando
vía libre para la instalación de la celulosa Botnia, asegurando que 'es una
empresa seria' que crearía 8 mil puestos de trabajo. Pero la respuesta a la
carta de Galeano y Pérez Esquivel vino del futuro ministro de Economía, Danilo
Astori, quien estimó que la petición es 'absolutamente incomprensible' porque
las inversiones de ese tipo son 'un instrumento formidable de cambio que
nosotros necesitamos hoy en Uruguay'. Astori abundó en el mismo argumento,
asegurando que hay que recibir con los brazos abiertos las inversiones, porque
son la forma de crear empleo y combatir la pobreza.
Los argumentos expuestos no son, ciertamente, novedosos. Lo que sí llama la
atención, y empareja el caso uruguayo con el brasileño, es que el apoyo al
modelo de monocultivo forestal supone enfrentarse con el grueso del movimiento
social. En efecto, en los últimos años sindicatos, grupos ambientalistas y
vecinos de las ciudades donde se instalarán las plantas han realizado campañas
de denuncias sobre los efectos perversos del modelo. Más aún, en la misma
tónica que la Carta abierta, sostienen que el monocultivo forestal es parte
sustancial del modelo neoliberal.
El los últimos 16 años los cultivos forestales se extendieron hasta abarcar un
millón de hectáreas, incluyendo áreas aptas para la agricultura y la
ganadería. Un Estado pobre, como el uruguayo, subsidia los predios forestales
con créditos preferenciales blandos, con una gracia de 10 años por el total de
la inversión. Además los productores son exonerados de tributos nacionales y
municipales, y el Estado carga con el costo de fortalecer las redes
ferroviarias y viales y la ampliación de puertos.
Peor aún, la forestación ocupa apenas cuatro trabajadores cada mil hectáreas,
muy por debajo de la ganadería extensiva, que ocupa seis, y del arroz, con
ocho. Gracias al modelo forestal impuesto por los sucesivos gobiernos
neoliberales, la emigración rural se ha intensificado y varios pueblos han
desaparecido, ya sea por la falta de trabajo o porque las fuentes de agua se
secaron.
Según la central sindical PIT-CNT, el sistema de trabajo en las plantaciones
forestales es de semiesclavitud: los peones duermen en tiendas de plástico, no
tienen luz ni agua potable, los accidentes de trabajo son frecuentes y no hay
atención sanitaria, y los ingresos por 12 horas de trabajo oscilan entre cinco
y siete dólares diarios. Los obreros forestales son rehenes de los patrones,
ya que están forzados a comprarles los alimentos a precios abusivos y por el
aislamiento en que viven tienen grandes dificultades para abandonar el lugar
de trabajo. La asociación de los inspectores de trabajo, que sostiene que
estamos ante situaciones de esclavitud, concluye que los obreros forestales
'pasan meses y meses sin recibir prácticamente nada en un ciclo en el cual
ellos cortan, duermen, mandan comida a la familia y no ven un peso'.
No hace falta recordar que la creación de grandes plantaciones forestales en
el mundo es consecuencia de la presión de los organismos financieros
internacionales. La producción es prioritariamente destinada a la exportación,
con lo que la oferta fue creciendo a tal punto que en los últimos años los
precios internacionales bajaron a menos de la mitad. Ahora la inversión
forestal no es, como aseguraba la propaganda, 'la más segura, confiable y
rentable'. Por eso surge la propuesta de instalar plantas procesadoras. El
caso de la finlandesa Botnia es paradigmático: asegura que invertía mil 200
millones de dólares, pero la planta será armada en Finlandia y luego
trasladada a Uruguay, con lo que cuatro quintas partes del costo de la
'inversión' quedarán en el país nórdico. Creará sólo 300 puestos de trabajo
fijos -casi en su totalidad muy especializados, con lo que los trabajadores
uruguayos apenas se beneficiarán-, no pagará impuestos y operará en régimen de
zona franca. Ricardo Carrere, presidente del Movimiento Mundial por los
Bosques, asegura que al país ingresarán apenas 200 millones de dólares, y que
al no pagar impuestos de ningún tipo 'terminan haciendo la inversión con
nuestro propio dinero'.
No sería nada raro que el gobierno de Jorge Batlle, que ya ha autorizado la
instalación de una de las plantas de celulosa, intente 'aprobar
apresuradamente la segunda planta' antes de dejar el cargo el 1º de marzo,
como advierte la Carta abierta. Lo que resulta preocupante es que los futuros
gobernantes de izquierda estén dispuestos a seguir adelante con uno de los
aspectos más chocantes del modelo neoliberal en Uruguay. En caso de
confirmarse esta hipótesis, el movimiento social se verá en la encrucijada de
apoyar a 'su gobierno' o de seguir actuando con la independencia con la que
siempre lo caracterizó.
* Raúl Zibechi es colaborador del semanario uruguayo Brecha, autor de La
mirada horizontal. Movimientos sociales y emancipación.