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Raúl Zibechi

El nuevo imperialismo y América Latina


Los gobiernos "progresistas" del continente, y muy en particular los de Argentina y Brasil, se enfrentan al dilema de promover el viraje de sus economías "abiertas" -dependientes de las exportaciones y vulnerables a los caprichos del capital financiero- hacia las necesidades de sus pueblos.

Raúl Zibechi
La Fogata


Parece un lugar común, sólidamente instalado entre gobernantes, asesores, economistas, dirigentes políticos y hasta en buena parte de la opinión pública, que es imprescindible el crecimiento económico para mejorar la situación de los más pobres. Parte de ese crecimiento vendría de la mano del aumento de las exportaciones, que redundaría en una mejora de las cuentas nacionales, de la recaudación del Estado y, finalmente, en una situación de bonanza económica se produciría un "derrame" de ingresos hacia los trabajadores.

Silvio Pereira, nuevo secretario general del Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil, señaló recientemente que la vulnerabilidad internacional del país le impide al gobierno de Luis Inazio Lula da Silva "realizar todos los sueños que queríamos". La "vulnerabilidad" se ha convertido en una excusa para seguir aplicando políticas que -aunque parezca un juego de palabras- profundizan la vulnerabilidad. Para superarla, Brasil pagó en marzo 1.400 millones de dólares al FMI en concepto de amortizaciones de la deuda externa. Pero ese mismo mes, la deuda externa de Brasil creció en 1.323 millones de dólares. Así funciona la dichosa vulnerabilidad.

Desde los gobiernos progresistas y de izquierda se asegura que una de las formas de superar la vulnerabilidad, y por lo tanto la dependencia, sería mejorar la inserción de los países de la región en el escenario internacional, ya sea a través de la integración regional (Mercosur), la negociación de acuerdos comerciales con otros países del Sur (siguiendo el camino del G-20) y la firma de acuerdos con los países desarrollados (por ejemplo entre el Mercosur y la Unión Europea), pero también a través de acuerdos como el Alca "light" que mantienen la apertura del mercado de Estados Unidos a las exportaciones latinoamericanas. Como recordó George W. Bush, la mayor parte de las importaciones de Estados Unidos provienen de América Latina, y los países del sur no pueden hoy prescindir de las exportaciones hacia el norte.

Sin embargo, esos lugares comunes entre nuestros dirigentes de izquierda hacen agua por varios costados. La alternativa no parece ser la de promover una quimérica mejora a corto plazo de la desventajosa inserción internacional, sino invertir el orden de nuestras prioridades, reorientando los esfuerzos (desde el aparato productivo hasta la cultura y los medios de comunicación) hacia el interior de nuestros países: potenciando el mercado interno a través de una redistribución de la riqueza, invirtiendo en educación, salud, en autosuficiencia alimentaria, entre otros. No se trata, solamente, de una opción asentada en convicciones éticas, sino que es la única forma de sobrevivir en medio de la ofensiva del llamdo "nuevo imperialismo".


Las nuevas-viejas formas de acumulación

La razón de ser del capitalismo es la acumulación, proceso que termina produciendo "excedentes" de capital y de mano de obra. Estos excedentes impiden o dificultan la continuidad del proceso de acumulación y sólo pueden resolverse mediante la destrucción o degradación del trabajo y el traslado de capital a otras áreas o regiones para evitar su devaluación. Teóricamente, existiría la posibilidad de promover la distribución a través del llamado "gasto social" (para las elites todo lo social es un gasto, una suerte de "despilfarro") para continuar así el ciclo de acumulación sobre nuevas bases. Pero desde hace por lo menos un siglo, las burguesías se han negado a tomar ese camino y pusieron el grito en el cielo, primero en Gran Bretaña y Europa y luego en los Estados Unidos, ante lo que consideran una pérdida de sus privilegios y sólo aspiran a la reducción de los impuestos.

Nada de esto es nuevo. Sin embargo, como señala David Harvey en "El nuevo imperialismo", los anteriores equilibrios del capitalismo se han roto a favor de las viejas formas de acumulación, que reaparecen bajo nuevas modalidades a las que denomina "acumulación mediante desposesión". Se trata de modos similares a los que Marx llamó "acumulación originaria" de capital y que nunca fue abandonada por la burguesía, pero que ahora retorna de la mano de la decadencia de los Estados Unidos y parece ser un sello distintivo del capitalismo en su período de decadencia. En efecto, la hegemonía económica de Estados Unidos se vino abajo hacia 1970, ante la competencia de Europa y Japón que comenzaron a tener sus propios excedentes de capital, o crisis de sobreacumulación. En ese momento, "se hizo difícil mantener los controles sobre el capital al inundarse los mercados con los dólares americanos excedentes"; para hacer frente a la amenaza económica de sus competidores, Estados Unidos promovió recentrar el poder económico en el complejo Wall Street-Reserva Federal-FMI. En suma, amenazados en el terreno de la producción, los Estados Unidos contraatacaron asentando su hegemonía sobre las finanzas".

Pero este nuevo centro de poder, que no sólo es capaz de controlar las instituciones globales sino que ha modelado el dominio del capital financiero en todo el orbe, "sólo puede operar de dicha manera mientras el resto del mundo esté interconectado y enganchado a un marco estructural de instituciones financieras y gubernamentales". Este poder forzó la apertura de las economías, paso necesario para procesar la "acumulación por desposesión": expropiación de su material genético a poblaciones enteras, privatización de los recursos naturales, mercantilización de la cultura y la creatividad intelectual, privatizaciones de empresas estatales y reprivatización de los derechos ganados en luchas pasadas, succión de riquezas a través de la apropiación de superávits de los países endeudados, entre los más destacados. En América Latina, esta política se consumó con el saqueo de países enteros, como le sucedió a Argentina durante el reinado de Carlos Menem.

Esta forma de acumulación no sólo es similar, sino que contempla métodos que nos retrotraen al "cercamiento" de los campos en la Inglaterra de los albores del capitalismo. El debate acerca de si la "acumulación originaria" es un proceso terminado o si siempre coexistió con la forma dominante en períodos de expansión (la reproducción ampliada), pero reaparece con fuerza en las situaciones de crisis, no puede soslayar un dato fundamental: "El equilibrio entre acumulación mediante desposesión y acumulación por expansión de la reproducción ya se ha roto a favor de la primera y es improbable que esta tendencia haga sino acentuarse, constituyéndose en emblema del nuevo imperialismo", señala Harvey.

Esto es así sobre todo en este período de crisis "senil" del capitalismo, como apunta Samir Amin. Pero, en paralelo, porque nos encontramos ante una reubicación del centro de poder hacia el sureste y este de Asia, convertido en el principal centro mundial de producción de plusvalía. Dicho de otro modo, el centro imperial estadounidense apuesta a una feroz "acumulación por desposesión" (incautando por ejemplo los principales recursos petrolíferos mundiales para prolongar su dominio) ante la pérdida de la hegemonía económica y ante el riesgo de colapso financiero del dólar.


Actualizar viejos debates

¿Qué tiene que ver lo anterior con las políticas de la izquierda en América Latina? Como señala Harvey, punto en el que coinciden todos los analistas de izquierda, el "nuevo imperialismo" sólo puede funcionar si el mundo está interconectado. Aparece aquí un debate planteado hace tiempo por Samir Amin acerca de la necesidad de la "desconexión". Como el propio autor señala, quizá el término elegido no haya sido el adecuado, a la vista del rechazo que cosechó. En un reciente trabajo, Amin vuelve sobre el tema a través del concepto de "desarrollo autocentrado" o "endógeno", que es el que transitaron los centros capitalistas.

Según el autor, un desarrollo de ese tipo supone contar con instituciones financieras nacionales capaces de mantener su autonomía frente a los fujos de capital transnacional, una producción orientada básicamente hacia el mercado interno, el control de los recursos naturales y de las tecnologías. Por el contrario, el capitalismo dependiente está orientado hacia la exportación y al consumo de importaciones por parte de las elites.

Esto ya no lo podrán hacer las inexistentes burguesías nacionales, aniquiladas o cooptadas por la globalización. Podría ser tarea de los gobiernos de izquierda, si comprendieran que el capitalismo -en particular el norteamericano- atraviesa una etapa crítica de decadencia. Para tomar ese rumbo hace falta, en primer lugar, tener el coraje político suficiente como para enfrentar el chantaje de la superpotencia y de sus centros financieros. En segundo término, implica romper con ese puñado de grandes empresas exportadoras de capital transnacionalizado, que son las verdaderas beneficiarias de la "apertura" de nuestras economías. Eso implica, inevitablemente, un conflicto interno de proporciones, que no podrá ser evitado aún si se consolidaran los procesos de integración regional. Apostar a un tránsito gradual, ordenado, "sin rupturas y sin traumas" como sostiene el presidente del PT, José Genoino, es o bien negarse al cambio o negarse a ver la realidad.

El imperialismo ya no funciona como antes de los cambios de los 70. Hasta ese momento, los países centrales exportaban capitales hacia las perferias donde alentaban un desarrollo dependiente, y retornaban a las metrópolis las ganancias extraídas al trabajo, en general superiores a las inversiones iniciales. Ahora no es esa la forma dominante. Los recursos que los países centrales bombean de América Latina ya no son la contrapartida por inversiones sino el resultado del simple y brutal robo que supone el pago de intereses de la deuda externa. La forma fundamental de combatir al imperio no puede ser ahora a través de la expropiación de las grandes fábricas, como en los 60, sino mediante la ruptura con el capital financiero y negándose al pago de la deuda. ¿Puede hacerse ésto de forma gradual y ordenada?