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Raúl Zibechi

El primer año de Lula

El arte de dilapidar un capital político

El balance del primer año del gobierno de Lula no puede ocultar que su gestión no sólo no consiguió sentar las bases para salir del neoliberalismo –como había prometido durante su campaña–, sino que ese objetivo parece cada día más lejano.

Raúl Zibechi

El gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva no consiguió, en un año, mejorar los indicadores sociales, que siguieron cayendo bajo el peso de la recesión y las opciones de política fiscal. En contraste, los indicadores financieros experimentaron una mejoría. La célebre frase de Lula de que los brasileños verían un "espectáculo de crecimiento", se tornó en un magro 0,4 por ciento de aumento del producto bruto interno, que es en realidad un descenso del producto per cápita, ya que la población crece anualmente en torno al 1,5 por ciento. Además, el haber superado los porcentajes de superávit fiscal pactados con el fmi revela el peso de la opción fiscalista y recaudora en el gabinete de Lula frente a la promesa de redistribución de la renta.
Con esa política se pretendió disminuir la fragilidad externa de la economía brasileña, lo que demoró el descenso de las tasas de interés, que siguen siendo altas como forma de atraer (y complacer) al capital financiero internacional. Llama la atención que un año después algunos programas estrella del pt como el plan Hambre Cero y hasta su compromiso histórico con la reforma agraria sigan siendo en lo fundamental materias pendientes.
Más aun, el sociólogo Emir Sader sostiene que no sólo la gestión sino hasta los discursos de Lula se han vuelto conservadores, "desmovilizadores, críticos de los movimientos sociales, sin menciones del capital financiero y del neoliberalismo". Las opciones políticas realizadas a lo largo del primer año de gobierno –entre las que cabe mencionar las reformas previsional y tributaria– pueden resumirse en el continuismo respecto del gobierno anterior y la profundización de la alianza con el sector financiero. La conclusión, para Sader, es que el gobierno de Lula se ha configurado "como administrador de la hegemonía del capital financiero".1
En contrapartida, el gobierno de Lula ha sido muy activo en materia de política internacional. Estableció una alianza de largo aliento con Sudáfrica y China (el G 3), para luego poner en pie el G 20 que jugó un papel fundamental en la cumbre de la omc en Cancún, abortando las pretensiones de los países desarrollados de mantener en pie los subsidios agrícolas. Itamaraty fue capaz, además, de ganar la primera parte de la batalla del alca al hacer retroceder a Estados Unidos de sus pretensiones iniciales y lograr un "alca pragmático", en la VIII Reunión Ministerial de Miami en noviembre.
En paralelo, Lula desarrolla una nutrida agenda que lo llevó durante los primeros días de diciembre a recorrer varios países árabes. El viernes 5, en Beirut, volvió a atacar el proteccionismo de los países desarrollados, defendió una aproximación entre los países del Tercer Mundo y llamó a crear una "nueva geografía comercial". El razonamiento es sencillo y claro: "Solo, ninguno de nostros puede competir con los países ricos. Juntos, tendremos mucha fuerza para competir en igualdad de condiciones y para hacer que los países ricos flexibilicen sus reglas".2 La apuesta del gobierno de Lula consiste en abrir mercados para la industria brasileña y estrechar lazos con países del hemisferio Sur, y de esa manera eludir en lo posible las presiones que desde Estados Unidos se vienen haciendo para lograr una integración asimétrica.

¿UNA NUEVA CLASE EN EL PODER? En Brasil se está procesando un importante e interesante debate sobre las razones por las cuales el pt en el gobierno ha defraudado las expectativas de cambio. Existen, a grandes rasgos, dos explicaciones desde la izquierda para dar cuenta de las opciones políticas que ha hecho el pt en el gobierno. Una de ellas la encabeza Emir Sader, quien sostiene que desde 1994 el partido viene sufriendo una importante transformación interna que ha alterado su composición. En el último Congreso Nacional, celebrado en Recife en diciembre de 2001, tres de cada cuatro delegados no estaban vinculados a ningún movimiento de base, provenían de cargos institucionales (bancadas parlamentarias, municipios, gobiernos estaduales y estructuras partidarias) y pertenecían a los sectores medios. Además, durante la campaña electoral Lula estableció una sólida alianza con el empresariado vinculado al mercado interno (de ahí la candidatura como vicepresidente del gran empresario textil José Alencar) que se plasmó en la Carta a los Brasileños, con la que se comprometió a respetar los acuerdos con el capital financiero internacional.
La segunda explicación proviene del sociólogo Francisco de Oliveira, uno de los fundadores del pt. En resumidas cuentas, sostiene que ha surgido una nueva clase social dentro del pt. Las raíces de esta nueva clase estarían, en su opinión, en que trabajadores vinculados al partido fueron llevados a la administración de los fondos previsionales, en connivencia con el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social. Esa gestión fue creando una separación entre los administradores de los fondos (en principio trabajadores ligados al pt) y el resto. Con la globalización y la financierización de la economía, "camadas de trabajadores se transformaron en gestores de fondos capitalistas".3
Va más lejos. Sostiene que la reciente reforma previsional –de carácter fiscalista– hará que en los próximos siete años se concentre en el sistema financiero el equivalente al 40 por ciento de producto bruto brasileño. En suma, 670 mil millones de reales (unos 200 mil millones de dólares), tres veces más que todas las privatizaciones realizadas en la última década neoliberal. "Por lo tanto –concluye Oliveira–, lo que se esconde detrás de la reforma de la previsión son altos negocios. Y altos negocios, en el sistema capitalista, no se hacen sin negociados."

HUIR DEL CONFLICTO. Las dos "explicaciones" responden, de alguna manera, a las dos tesis con las que las izquierdas han intentado comprender las mutaciones de los partidos reformistas o revolucionarios que tuvieron el poder (o estuvieron incrustados en el aparato estatal) a lo largo del siglo xx.
En efecto, el análisis de Sader –consistente en verficar los cambios en la procedencia social de los miembros del partido– puede asimilarse a la teoría de la "aristocracia obrera" con la que los bolcheviques, los comunistas y los trotskistas de comienzos de siglo intentaron explicar las posiciones políticas de la socialdemocracia europea, en particular la alemana. Por su parte, la posición de Oliveira, que sostiene que ha surgido una nueva clase social fruto del control de los cuantiosos fondos previsionales, tiene cierta similitud con los análisis de Charles Bettelheim, Paul Sweezy y Mao Zedong acerca del nacimiento de una nueva clase en la Unión Soviética, hacia la década de1950.
En ambos casos, teóricos y dirigentes políticos buscaron hallar alguna respuesta a fenómenos nuevos: la traición a los principios socialistas por parte del partido socialdemócrata alemán, al alinearse con los partidarios de la guerra, poniendo por delante la solidaridad nacional a la solidaridad de clase; la expropiación de la revolución de octubre por parte de una camada de dirigentes que decidían a su antojo los rumbos del país, en beneficio propio y de los gestores del aparato estatal.
Por cierto, ambos análisis no son contradictorios. Pero, más allá de su actualidad, responden a dos situaciones diferentes y distantes en el tiempo. En América Latina, y en Brasil en este caso, los cambios socioculturales de los últimos treinta o cuarenta años, intensificados por la mundialización en curso, ameritan una actualización de aquellos valiosos análisis. El crítico social Christopher Lasch, por ejemplo, recordaba en "La rebelión de las élites" que éstas nunca en la historia han estado tan peligrosamente separadas de su entorno, y, más grave aun, que "la creciente insularización de las élites significa, entre otras cosas, que las ideologías políticas pierdan el contacto con las preocupaciones de los ciudadanos corrientes".4
La lucha por cambios de fondo impone comprender y explicar los derroteros que toman partidos y gobiernos autodenominados progresistas y de izquierda. Pero para eso parece necesario integrar los análisis clásicos con los cambios operados a escala mundial y con las peculiaridades sociales y culturales de cada país y situación. De lo contrario, la simplificación ocupará el lugar de la comprensión, cosa que suele aparejar desagradables consecuencias. El término "traidor", usado como adjetivo omniabarcativo, impide comprender la realidad de estos gobiernos en toda su complejidad, desarma teóricamente a los movimientos sociales e instala una suerte de fatalismo pesimista vinculado al ejercicio del poder.

1. Emir Sader, "Lula ano I", en www.outrobrasil.net
2. O Estado de São Paulo, 6-XII-03.
3. "Esta reforma é um ornitorrinco", entrevista a Francisco de Oliveira en Jornal de Unicamp, agosto de 2003.
4. Christopher Lasch, "La rebelión de las élites", Paidós, Barcelona, 1996, pág 75.