Los impactos del zapatismo en América
Latina
"El ataque más letal del EZLN
no fue contra las fuerzas gubernamentales mexicanas,
sino contra las bibliotecas,
contra los manuales,
contra el saber revolucionario establecido"
Francisco Ferrara
Por Raul Zibechi
La Fogata
Indagar acerca de la influencia del neozapatismo en los movimientos
sociales de América Latina, supone ir más allá de sus aspectos
visibles y de las prácticas institucionales. En los nuevos movimientos,
las rupturas respecto a las tradiciones heredadas de los sesenta y setenta,
no son tan evidentes como las continuidades. Para descubrirlas hay que ir más
allá de las expresiones públicas y de los programas, adentrarse
en las prácticas, las formas de vida y las relaciones sociales que se
construyen en el interior de los movimientos, que son las que van conformando
las nuevas formas de hacer política y prefiguran la sociedad que los
nuevos sujetos anhelan.
Las huellas del zapatismo pueden rastrearse, por un lado, en
algunos de los movimientos más frescos y menos institucionalizados, e
incluyen, por otro, algunos temas que se han ido colocando en el centro de los
debates por parte de los nuevos actores sociales: la cuestión del poder,
la autonomía y la autogestión, los tiempos del "afuera" y del
"adentro" y la forma de entender el cambio social, entre los más destacados.
Estos impactos, sin embargo, se encuentran mezclados a menudo con ideas y actitudes
más "tradicionales", y, salvo excepciones, como la Mesa de Escrache Popular
de Buenos Aires, algunas asambleas barriales y grupos piqueteros, la pauta dominante
parece ser un impacto relativamente fuerte en los temas relacionados con el
poder estatal, y otros más superficiales, en particular los vinculados
con los tiempos interiores y la forma de concebir el cambio social.
La influencia del zapatismo puede rastrearse en buena parte
de los movimientos juveniles y estudiantiles de todo el continente; existe fuerte
empatía entre los movimientos indígenas continentales y el zapatismo,
sin duda porque comparten una misma cosmovisión; por el contrario, fuera
de estos espacios el impacto del zapatismo no es tan evidente, aunque la crisis
de las izquierdas partidarias y las dificultades que atraviesa el movimiento
popular, han convertido al EZLN en un referente necesario, aunque aún
lejano. En líneas generales, las huellas que va dejando el zapatismo
en América Latina, son más visibles en el movimiento social argentino
que emergió en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, que en
el resto del continente. Quizá, por tratarse del más reciente,
menos institucionalizado y más abierto de los movimientos que recorren
la región.
Poder, contrapoder y antipoder
La ya célebre propuesta zapatista que dice "no queremos
tomar el poder", ha sido retomada por intelectuales y dirigentes políticos
y sociales, pero también impregna buena parte de los debates de algunos
importantes movimientos del continente. Llama la atención, sin embargo,
que el conjunto de los partidos políticos de izquierda de la región
-que confluyen en el Foro de San Pablo- sigan ignorando la importancia estratégica
de este debate: desde las corrientes más moderadas cercanas a la tercera
vía, hasta los movimientos guerrilleros, pasaron por alto durante una
década la posibilidad de reconsiderar su propuesta de conquistar el poder
estatal como eje desde el cual articular los cambios, y siguen enfrascados en
la vieja polémica acerca de las vías, revolucionarias o reformistas,
para conseguir el "objetivo final". Entre los intelectuales las cosas no son
muy diferentes. Los más encumbrados, o los más institucionalizados,
han optado por eludir el debate. Otros ingresaron al mismo en tono acusador,
reprochando a quienes defienden la tesis de no tomar el poder estatal de mostrar
signos de "debilidad" (es el caso de James Petras) o de defender ideas que "conducen
a la derrota" (como sostiene el filósofo argentino Ruben Dri). Menos
frecuentes han sido los desacuerdos francos no destinados a satanizar al adversario,
como la polémica entre Atilio Borón y John Holloway (Borón,
2001; Holloway, 2001).
En los casos en los que el debate fue retomado por las izquierdas
partidarias, el resultado ha sido poco alentador. El Partido Comunista Revolucionario
de Argentina, maoísta e inspirador de la piquetera Corriente Clasista
y Combativa, el grupo de desocupados más numeroso y mejor estructurado,
se emplea a fondo contra el libro Cambiar el mundo sin tomar el poder,
de John Holloway (Holloway, 2002), pero al igual que los demás partidos
de la izquierda, se manifiesta a favor del EZLN. Sin poder abandonar los esquemas
más clásicos, el PCR sostiene que la tesis de no tomar el poder
es "funcional a las clases dominantes", ya que se propone "alejar a las masas
del poder para poder preservarlo en manos de las clases dominantes" (Nassif,
2002:71). El tono empleado por el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS),
organización trotskista que tiene fuerte presencia en las fábricas
recuperadas Brukman y Zanón, es más agresivo aún: Holloway
y los defensores de la no toma del poder estatal serían víctimas
de "eclecticismo metodológico", "reformistas" y "pequeñoburgueses",
entre los adjetivos más suaves que les endilgan (Rau, 2002:174). La influencia
del zapatismo en Argentina, y el impacto mediático de sus principales
tesis, provocó un contra-movimiento que abarca desde los espacios académicos
hasta los más importantes movimientos sociales, pero que tiene su punta
de lanza en algunos intelectuales y en los partidos de la vieja izquierda.
Por el contrario, la polémica sobre el poder estatal
está presente en algunos importantes movimientos, sobre todo en el ecuatoriano
y el argentino. En ocasiones, el debate se presenta de forma lateral, quizá
para evitar rechazar de plano las propuestas zapatistas, quizá por el
enorme prestigio que tienen el subcomandante Marcos y la comandancia indígena.
En ambos casos, el debate surge por razones diferentes. En Ecuador, como veremos,
fue el resultado de la experiencia del 21 de enero de 2000, cuando el movimiento
indígena y militares nacionalistas tomaron durante algunas horas el poder
estatal en descomposición. Ese breve asalto al Estado, generó
una situación de crisis en las principales organizaciones del mundo indio.
En Argentina, los hechos del 19 y 20 de diciembre de 2001 dispararon lecturas
ideologizadas de la realidad: desde quienes creyeron ver una situación
pre-revolucionaria que habría que encauzar hacia la revolución-toma
del poder, hasta quienes pretenden dejar abiertas las preguntas formuladas por
sucesos que desafían los saberes de los revolucionarios, como forma de
mantener activa la creatividad social.
El impacto del "no tomar el poder estatal" en el movimiento
piquetero y asambleario, puede verificarse de forma muy directa: Argentina es
el país donde tanto las tesis de Holloway como las del EZLN han traspasado
las fronteras de la intelectualidad y la militancia para hacerse carne en amplias
franjas del movimiento social, contando con una difusión inusitada en
otros países latinoamericanos.
Un reciente documento de varios MTD de la Coordinadora Aníbal
Verón, uno de los grupos piqueteros autónomos de los partidos
y las centrales sindicales, señala que "tomamos distancia de las visiones
que limitan la idea del poder a la conquista del aparato del Estado, como objetivo
y fin último", y enfatiza en un concepto del poder que parece extractado
del ideario zapatista: "El poder no es una 'cosa' que nos resulta ajena, sobre
la cual tenemos que estar a favor o en contra: preferimos entenderlo como una
relación social. El poder popular se construye desde y en las bases,
con democracia y participación consciente, con relaciones que prefiguren
la sociedad que anhelamos" (MTDs, 2003).
Vale la pensa destacar, que buena parte de los referentes de
la Coordinadora Aníbal Verón son jóvenes que se formaron
en lecturas zapatistas, cuando a mediados de los noventa los comunicados del
subcomandante Marcos cautivaban a los jóvenes, desde los estudiantes
universitarios hasta los desocupados de barrios marginales. Una de las peculiaridades
del caso argentino respecto al zapatismo, es la identificación de un
sector del público rockero, y de las bandas de rock, con Marcos y el
EZLN.
Pero las influencias de este debate son más vastas y
llegan a otros rincones del continente, sobre todo aquellos donde la población
indígena es importante. La experiencia reciente del movimiento ecuatoriano,
el más potente del continente junto al argentino, mostró una inflexión
a raíz de la insurrección que derribó al presidente Jamil
Mahuad en enero de 2000. Luego del levantamiento, el debate sobre el concepto
de poder volvió a instalarse con fuerza en el movimiento indígena.
Luis Macas, dirigente de la Conaie, recordó que en lengua quichua ushay,
poder, "es la capacidad de desarrollarnos colectivamente" (Macas, 2000:151).
El aserto de Macas tiene notable coincidencia con la propuesta de Holloway de
diferenciar el poder-hacer (como capacidad humana básica) del poder-dominación.(Holloway,
2003).
Reflexionando sobre la misma experiencia, el trabajo del economista
Pablo Dávalos concluye que la insurrección del 21 de enero cierra
un ciclo ya que en él se incorporó "la dinámica del poder
a un movimiento cuyas coordenadas de acción siempre estuvieron dadas
por la capacidad de convertirse en el contrapoder social" (Dávalos, 2001).
Los dirigentes de la Conaie se fueron apartando del proyecto
original de los indios, que descansa en la defensa de un Estado plurinacional
que garantice la autonomía de los pueblos y naciones indígenas.
La disolución de los tres poderes del Estado, hacia enero de 2000, llevó
a que buena parte de la dirigencia cayera en la "tentación" del poder
estatal. En ese momento, la Conaie traspasó el umbral entre movimiento
social y movimiento político, pero, al hacerlo, puso en juego "todo su
acumulado histórico", ya que "convertirse en poder significaba dejar
de lado su proyecto más estratégico y más a largo plazo,
aquel de construir una sociedad verdaderamente plurinacional". La Conaie dejó
por un tiempo, de ser el "contrapoder más efectivo que existía
en la sociedad, que fue capaz de ejercer un poder de veto efectivo sobre las
iniciativas más antipopulares de las elites" (Dávalos, 2001).
Más grave aún, es que la opción por el
poder (breve en el tiempo pero con consecuencias dramáticas para el movimiento)
implicaba dejar de lado "las dinámicas propias de la resistencia y construir
formatos más institucionales que sirvan a la larga como mecanismos de
control al surgimiento de posibles resistencias por parte de otros actores sociales".
En suma, que no puede el movimiento convertirse en poder sin dejar de lado su
experiencia como contrapoder.
Un año después, en enero de 2001, un nuevo levantamiento
de las bases, no convocado por la dirigencia, retoma el proyecto original con
una plataforma de lucha más modesta. Los dirigentes que se habían
destacado un año atrás, adoptaron un perfil bajo por la presión
de las bases, que comprendieron que convertirse en opción de poder llevaba
a la fractura del movimiento. Una conclusión se impuso: "Más importante
que acceder al control del gobierno es transformar a un país desgarrado
por el racismo, el autoritarismo y la prepotencia" (Dávalos, 2001).
En otros casos, como el del movimiento juvenil y estudiantil
uruguayo, la empatía de los jóvenes con movimientos como los sin
tierra y el zapatismo, fue visible en el tipo de organización que crearon:
una coordinadora que llevó adelante las ocupaciones de centros de estudio
en el invierno de 1996. Definieron que la coordinadora "no es la dirección
del movimiento, porque la dirección depende del movimiento mismo"; discutieron
durante horas y días las propuestas pero eligieron sus representantes
por sorteo y colocaron las asambleas de centro por encima de la coordinación
(Zibechi, 1997:213). Algo similar sucedió en abril de 2000 durante la
insurrección por el agua en Cochabamba. Allí, "la multitud reunida
delibera directamente", derogando el "hábito delegativo del poder estatal",
al punto que la multitud redefine el papel de los dirigentes, que en adelante
se vuelven sólo transmisores (Gutiérrez, García, Tapia,
2000:170). En ambos casos, la organización del movimiento (ambas asumieron
la forma de coordinadoras) se construyó sobre la doble lógica
de la mayor dispersión posible del poder y, en paralelo, de reflejar
en su seno las redes sociales de los sectores sociales implicados. Esta doble
característica ha ganado espacio, cabezas y corazones en la mayoría
de los movimientos sociales del continente.
Las nuevas imágenes del cambio social: horizontalidad
y comunidad
El cambio social empieza a relacionarse cada vez más
con la capacidad de hacer que con la conquista del poder. De ahí la insistencia
de los piqueteros de la Verón en que sus iniciativas de producción
"prefiguran" la sociedad que anhelan. Una imagen que va ganando terreno entre
los nuevos movimientos, es la que muestran numerosos medios: grupos de vecinos,
desocupados o campesinos trabajando en emprendimientos colectivos o comunitarios,
entre las que destacan las mujeres de los sectores populares. La gama incluye
desde clínicas de salud autogestionadas hasta panaderías comunitarias,
desde huertas vecinales hasta pequeñas fábricas de conservas,
y, en ocasiones, como en un barrio del sur de Buenos Aires, los propios desocupados
(que sobreviven con 40 dólares al mes) instalaron una fábrica
de bloques con los que construyen sus viviendas cada vez menos precarias.
Estas imágenes sencillas, mucho menos "heroicas" que
las que conocimos en los sesenta y setenta, forman parte del nuevo paisaje del
movimiento popular. Incluyen la idea de potenciar la autonomía, asentada
en la creación de hecho de territorios donde los colectivos van construyendo
su nuevo mundo, ganando espacios en los que buscan asegurar el sustento cotidiano
pero también establecer relaciones solidarias e igualitarias (Fernandes,
1996).
Una de las preguntas que atraviesan al movimiento piquetero
(denominado como "zapatismo urbano" por Holloway), es la de "cómo" producir
su subsistencia. Un debate, aún inconcluso, abarca a todo un conjunto
de organizaciones sobre la necesidad de la rotación en los cargos, que
los equipos de trabajo no tengan capataces, sobre cómo suavizar la división
del trabajo y la jerarquía de conocimientos (Zibechi, 2003). Algunos
colectivos, como el MTD de Solano, rechazan incluso la idea de que puedan existir
dirigentes, estableciendo de ese modo una diferencia radical con movimientos
como los Sin Tierra, a los que consideran hermanos e inspiradores (Colectivo
Situaciones, 2002b:42).
Desde mediados de los noventa, gracias al doble influjo de
la experiencia zapatista y de las nuevas culturas juveniles, fue ganando terreno
la idea de horizontalidad. En un principio, se trataba de un rechazo visceral
de las prácticas centralistas y jerárquicas de la izquierda y
los sindicatos. Puesta a andar, la propia horizontalidad fue ganando espacios,
expandiéndose, y terminó enriqueciendo la vida cotidiana de grupos
de mujeres, de jóvenes y cada vez más de desocupados y campesinos.
Merece destacarse el caso de la organización HIJOS (de desaparecidos
por la dictadura) de Argentina. La profundidad de sus definiciones corre pareja
con la profundidad de sus acciones: en pocos años se ganaron el respeto
del conjunto del movimiento popular, de los medios y los intelectuales, y, sobre
todo, consiguieron que la acción que los caracteriza, el "escrache" (concentración
frente al domicilio de un genocida para que lo conozca toda la comunidad), haya
sido adoptada por amplias franjas de la sociedad en los períodos de mayores
movilizaciones.
Detenerse en la experiencia de HIJOS supone iluminar un forma
de pararse en las luchas sociales muy similar a la del zapatismo. HIJOS se define
como una "organización horizontal con voluntad de consenso". Ha hecho
de la asimetría una seña de identidad: "No tiene sentido referenciarnos
todo el tiempo en el enemigo, y como el enemigo dice ‘blanco’ nosotros, para
combatir al sistema, debemos decir ‘negro’" (Situaciones, 2002a). No buscan
que la justicia castigue a los genocidas ni proponen siquiera un "castigo popular",
sino algo más profundo: que cada barrio en el que viven sea su cárcel,
que cada vecino su carcelero. Al apostar por el castigo social, buscan implicar
(y lo hacen) al conjunto de las redes y organizaciones de cada lugar en los
"escraches", de modo que trabajan durante meses con ellos, deslindando con los
tiempos del sistema y de los medios y atendiendo sólo los "tiempos interiores"
del movimiento social. Los resultados sin sorprendentes: no sólo decenas
de asambleas vecinales realizaron a lo largo de 2002 cientos de escraches a
militares genocidas, sino que muchos debieron trasladarse, toda vez que los
vecinos les negaban el saludo y tenían grandes dificultades para comprar
el pan y el diario en el barrio.
Para HIJOS, la horizontalidad y la reconstrucción de
los lazos solidarios destruidos por la dictadura, son ejes tan importantes como
el castigo a los genocidas. O sea, cuestiones de principios.
Visiones del cambio social: una forma de caminar
De forma muy desigual, va ganando terreno una idea diferente
del cambio social. No se trata de una propuesta nítida, acotada y precisa,
sino la convicción de que los cambios deben estar ligados a la reconstrucción
de los vínculos que el sistema destruye a diario, desde hace ya siglos.
Y, por otro lado, la sensación de que los cambios son "entre nosotros",
o sencillamente no son.
La reciente decisión del EZLN de terminar la experiencia
de los Aguascalientes y construir en su lugar los Caracoles como espacios de
la autonomía local y regional, serán una inspiración estimulante.
Los zapatistas decidieron poner en práctica la autonomía de hecho,
sin esperar a que el Estado mexicano se las concediera.
No es un camino muy distinto al que ya venían recorriendo,
ni muy diferente del que llevan adelante los indígenas ecuatorianos (pero
también de otras partes del continente y de México), que decidieron
hacerse fuertes en los municipios donde mantienen una hegemonía étnica,
para desde ellos crear las bases de la nueva sociedad.
La idea de ir forjando una nueva sociabilidad, nuevas relaciones
entre las personas y el ambiente, en los espacios-islas que controlan los movimientos
sociales, es ya patrimonio de amplias franjas de personas organizadas, en los
más diversos frentes. La metáfora de Marcos, que señala
que hay quien "se dedica a imaginar que el timón existe y disputar su
posesión", mientras hay quien "hace de una isla no un refugio para la
autosatisfacción, sino una barca para encontrarse con otra isla y con
otra y con otra…", está empezando a ser una forma de vida para una parte
considerable de quienes dedican su vida a cambiar el mundo desde los movimientos
sociales.
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