Raúl Zibechi
La Jornada
La propuesta del ministro de Economía uruguayo Danilo Astori de firmar un
Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, es una clara muestra de que las
afinidades ideológicas no son suficientes para acelerar los pasos de la
integración regional. Por el contrario, la iniciativa planteada a principios
de enero disparó una nueva crisis en un Mercosur muy debilitado que –pese a la
reciente integración de Venezuela y la probable de Bolivia- no consigue
consolidarse.
La propuesta de Astori cayó en un mal momento. A nivel interno, la izquierda
se estaba reponiendo del ácido debate por la aprobación de un tratado de
protección de inversiones con Estados Unidos que generó divisiones en la
bancada oficialista, apenas una semana atrás. En la región, las reacciones
fueron muy duras tanto en Argentina como en Brasil. El canciller Celso Amorim
recordó al gobierno uruguayo que la firma de un TLC en solitario lo colocaría
automáticamente fuera del Mercosur. En Buenos Aires, las reacciones fueron más
airadas quizá por la guerra que están viviendo ambos países por la instalación
de dos grandes fábricas de celulosa en la orilla oriental del fronterizo río
Uruguay. El anuncio de Astori coincidió con una fuerte escalada de cortes de
los tres puentes que unen a ambos países por parte de la Asamblea
Ambientalista de Gualeguaychú, la ciudad argentina más afectada por la
contaminación que emitirán las papeleras a partir de mediados de este año.
La reacción de los socios del Mercosur está más que justificada. El argumento
uruguayo es que un TLC le permitiría saltarse los aranceles estadunidenses a
las carnes (unos 100 millones de dólares anuales). Pero sería un bocado para
las multinacionales que ingresarían a los grandes mercados brasileño y
argentino sin pagar aranceles. Buena parte de los permanentes enfrentamientos
comerciales entre los países pequeños y grandes del Mercosur provienen de la
distorsión que genera el libre comercio. Uruguay se queja porque Argentina le
impide exportar bicicletas. En realidad, las bicicletas provienen de China y
se arman en Uruguay e ingresan al mercado argentino a precios bajísimos
hundiendo la producción nacional. Ejemplos como éste abundan, ya que las
multinacionales aprovechan cualquier brecha para romper las alianzas
comerciales de los países de la región.
El presidente Tabaré Vázquez fue el primero en proponer, en setiembre del año
pasado y eufórico luego de una visita a Estados Unidos, la firma de un TLC con
el país del norte. De esa manera se supedita la política exterior del país a
los vaivenes del comercio internacional, poniendo al timón de mando los más
recientes resultados comerciales por más precarios que sean. Estados Unidos
compra productos con muy bajo valor agregado mientras Brasil, por ejemplo,
importa productos industriales. Grave porque, como se sabe, el menor vaivén en
el mercado mundial o en la cotización del dólar, modificaría el panorama
comercial.
En el fondo, los gobernantes uruguayos tienen otros objetivos y parecen
empeñados en promover un viraje de largo aliento de sus alineamientos
internacionales. El objetivo consiste en diseñar una estrategia "equilibrada"
que mantenga al país "vinculado a la región pero que le abra posibilidades
fuera de ella". De esa manera, razona Astori, Uruguay tendrá mayores
posibilidades de negociación en la región "en la que Argentina y Brasil han
tomado actitudes bilaterales que dañan las posibilidades de los países
pequeños". El precio de ese realineamiento es convertirse en peón de los
intereses de Washington justo en el momento en que parece cuajar una
cooperación energética que podría ser –como lo fue el acero en Europa- la
locomotora de la integración regional.
Se trata de una forma de presión sobre los vecinos similar a la que lleva
adelante Paraguay al firmar un acuerdo de inmunidad para las tropas
estadunidenses que ingresan al país. Zancadillas irresponsables que no pueden
justificarse en el egoísmo comercial de Brasil y Argentina ya que lo está en
juego es mucho mayor. El ministro José Mujica, ex guerrillero y jefe del
sector más votado de la izquierda, señaló que los acuerdos del Mercosur "no
sirven para un carajo" y acusó a Argentina de "sabotaje de la temporada
turística" por los cortes de los puentes. Omite que Uruguay tiende a
convertirse, en la nueva división internacional del trabajo, en país
monoproductor de celulosa, agudizando la dependencia nacional y la exclusión
social. Lo peor es el pobre mensaje ideológico que hay detrás de la defensa de
estas inversiones a las que se denomina "desarrollo".
Para evitar una grave crisis en su gabinete, Vázquez decidió postergar una
decisión sobre el TLC, porque eso lleva su "tiempo político". Pero dio el aval
para que vuelva a funcionar la comisión bilateral entre ambos países para
discutir la apertura comercial. De modo simultáneo, tomó una decisión que
ilustra cómo su gobierno pone distancias con los vecinos: decidió no acudir el
próximo domingo a La Paz para la asunción de Evo Morales. En realidad, más
trabas a la integración. En los hechos, Paraguay y Uruguay se han convertido
en los aliados con los que Washington puede contar en el Mercosur para
entorpecer la colaboración entre los dos grandes de la región y aislar a
Venezuela.
A lo largo de 2006 se irán decantando las posiciones y se estabilizarán las
alianzas posibles. Si se consigue poner en marcha la construcción del
gasoducto de 8 mil kilómetros que uniría Venezuela con Argentina, y por lo
tanto a todos los países sudamericanos, la integración habrá dado un salto
gigantesco. Todo depende de que el eje Brasilia-Buenos Aires- Caracas tome el
suficiente impulso como para atraer a su órbita a la Bolivia de Evo Morales,
para lo que la brasileña Petrobras y el gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva
deberán hacer algunas concesiones. Si esto sucediera, el Mercosur y sus
rencillas darían paso a una alianza más vasta y más profunda siempre que
consigan ir más allá de los límites que impone el "libre comercio".